Hechos 26
ES cosa digna de tener en cuenta que ésta es la tercera ocasión que el Espíritu Santo se digna de registrar la conversión de Saulo, después llamado Pablo, cuando, ya un anciano, con mano extendida y muñecas encadenadas, testificó al rey. Que el rey se convirtiera o no por la prédica del prisionero, está en cuestión; pero que Agripa tuvo la oportunidad de recibir a Cristo como su Salvador en esta ocasión, de ello no hay duda alguna. Que tú la tendrás, amigo mío, de recibir a Cristo como tu Salvador, creo que es igual de cierto. Y quisiera, ya desde ahora, apremiarte a que no hagas como hizo Agripa. No se decidió totalmente por el Salvador, del que había oído.
Ahora, digo, esta es la tercera ocasión que se nos da la conversión de Pablo (ver Hechos 9:1-30, 22:1-16). ¿Podría Dios escribir acerca de nuestra conversión? Algunas veces hay gente que me dice: No debería hablar acerca de la suya. Bueno, amigos, no puedo evitarlo. Si vivo hasta el 16 del mes en que estamos, será mi cumpleaños. Tendré treinta y siete años. Quizás creáis que tengo los cabellos bastante blancos para tener treinta y siete años. Son treinta y siete años desde que empecé a vivir de verdad, y siempre celebro mi cumpleaños. No les pido a mis amigos que lo hagan. Pero yo sí lo celebro, y cuando se acerca el 16 de diciembre, recuerdo: Este es el día en que Cristo me halló en 1860. No voy a contaros acerca de mi conversión, sino que os hablaré de la de Pablo. Espero, amigos, si nunca habéis podido decir que sois convertidos, que podréis volveros esta noche y decir: Dios me convirtió entonces por una revelación de luz del cielo.
¿Diréis, "no creo en la conversión"? No obstante, y a pesar de todo, es una cosa bien real. Admito que no es un tema muy de moda, y es posible que no se oiga hablar mucho de ello. No te gusta. Bien, quisiera solamente que comprendieras esto; o te conviertes o serás condenado; o te conviertes a Dios, y serás traído a experimentar Su gracia, o tendrás que gustar el juicio de Dios, con respecto a tu pecado. Si yo no creyera esto, no estaría sobre esta plataforma para dirigirme a vosotros, os lo aseguro. Podéis decirme que no lo creéis. Ya lo sé, y esta es la razón por la cual Dios os envía el evangelio a vosotros. Era cuando no conocíamos Su gracia, y no creíamos Su evangelio, y cuando el amor de Dios no era nada en nuestros corazones, y la historia de Jesús solamente un sonido vacío en nuestros oídos, que el Espíritu de Dios, en amor santo hacia nosotros, nos convenció de nuestros pecados, y nos quebrantó delante de Dios. El evangelio hizo esto para mí y ¡gracias a Dios! ha llegado a muchos corazones en este auditorio además del mío. Espero que podré llegar a vosotros esta noche; porque, tened en cuenta esto, vuestro corazón no es más duro que lo que era el de Pablo.
No estás más lejos del brazo del Señor que lo estuviera Saulo de Tarso; debido a que él nos dice en otra parte que era "el primero de los pecadores." Dice él: "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero" (1 Ti. 1:1515This is a faithful saying, and worthy of all acceptation, that Christ Jesus came into the world to save sinners; of whom I am chief. (1 Timothy 1:15)). Ahora bien, él no escribió esto por falsa modestia. Admito que exteriormente su vida se mantendría bien en comparación con la de cualquiera de los que nos hallamos aquí. No hay ningún hombre cuya vida externa pueda compararse en absoluto con la de Pablo (o Saulo, como se llamaba entonces). Pero, cuando viene a contemplarlo a la luz de la estimación del Salvador de cómo era cuando la gracia de Cristo le encontró, dice de una forma distintiva—y el Espíritu Santo lo ha registrado, y el Espíritu Santo nunca escribe lo que no es cierto: "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero." ¿Dónde estaba el pecado de este hombre moral, religioso, que a pesar de todo ello era "el primero de los pecadores"? Era éste: estaba persiguiendo a Cristo. No era un borracho; exteriormente era un hombre perfectamente moral. No era un hombre que se embriagara; era un hombre muy cuidadoso. No era un disoluto, ni dado a comilonas. Puede que tú seas todo esto: No obstante Cristo puede salvarte a pesar de todo; porque el primero de los pecadores ha sido salvado.
¿En qué, pues, era Pablo el primero de los pecadores? Lo repito, fue en esto: En que había odiado amarga y profundamente al Hijo de Dios, a Jesús de Nazaret, y que había hecho todo lo que estaba en su mano para borrar Su Nombre de sobre la tierra. Como él mismo nos dice aquí, su malignidad en contra de los seguidores de Jesús había llegado a tal nivel que se había entregado a una empresa de exterminio total. Quería borrar el Nombre de Jesús de encima de la tierra, y también a cada hombre y mujer que creyera en Jesús; y, por ello, como ahora leemos en las Escrituras, su celo misionero se hizo tan violento que consiguió credenciales de los principales sacerdotes y viajó por los ardientes desiertos a Damasco, a fin de llevar a los cristianos a Jerusalén, para allí obligarles a blasfemar el Nombre de Cristo; o, si no lo hacían, a que sufrieran una muerte cierta y violenta. ¡Qué asunto tan encantador para un hombre tan inteligente! Era durante esta empresa y misión que este hombre fue confrontado; la luz brilló sobre él del cielo, y fue convertido. ¡Ah! ¡La gracia de Cristo! ¡Pensad en la gracia del Salvador! porque todos nosotros, en mayor o menor grado, nos hemos opuesto a Él. No hay ningún hombre, ningún oyente, que no haya estado, en mayor o menor grado, opuesto al Salvador; a no ser, ciertamente, que haya sido llevado a Cristo en sus años primeros y más tiernos.
La gracia de Cristo encuentra a Saulo de Tarso, y la misma gracia te espera. ¡Oh, que pudierais gustarla ahora!
Cuando ocurrió esta escena que tenemos delante de nosotros, Pablo era un preso. Había sido convertido hacía un cuarto de siglo. El relato histórico se da en el capítulo noveno de los Hechos, y su propio relato aparece en el capítulo veintidós de los Hechos, cuando los judíos le prendieron con la intención de matarle. Después él apeló a César, por lo que tenía que ir a Roma. Festo no podía enviarlo a Roma antes de dar una indicación sustancial del crimen de que era acusado. El rey Agripa, habiendo llegado a Cesarea con una gran pompa y ceremonia, es invitado por Festo para traer a Pablo al juicio de Herodes a fin de ser examinado por él, y tener algo de cierto que escribir con respecto al preso que los judíos querían ver muerto, debido a que estaba predicando a Jesús.
De esta manera Dios introduce a este sencillo y ferviente apóstol-evangelista ante la presencia de la realeza. Miradle: Está de pie con cadenas sobre él. Que estaba encadenado no hay duda alguna, porque él mismo les dice que desea que todos fueran como él, "excepto estas cadenas" (v. 29). Él no quería que ellos fueran encadenados como él lo estaba por causa de la verdad. Él era "prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles", como él dice en el tercer capítulo a los Efesios; y aquí es preso encadenado.
Se hallaba en presencia del rey, y obtuvo permiso para hablar. Y le oímos contar cómo fue convertido. "Me tengo por dichoso, oh rey Agripa, de que haya de defenderme hoy delante de ti de todas las cosas de que soy acusado por los judíos. Mayormente porque tú conoces todas las costumbres y cuestiones que hay entre los judíos; por lo cual te ruego que me oigas con paciencia" (vv. 2, 3).
Os tengo que pedir el mismo favor—¡Oídme con paciencia! Tengo un asunto difícil en mano, pero oídme con paciencia; y creo ¿fue si vosotros creéis lo que Dios pueda hablaros, vosotros haréis lo que este hombre hizo—alabar al Señor desde este momento en adelante? "Mi vida, pues, desde mi juventud, la cual desde el principio pasé en mi nación, en Jerusalén, la conocen todos los judíos; los cuales también saben que yo desde el principio, si quieren testificarlo, conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión, viví fariseo" (vv. 4, 5). Esto es, exteriormente era un hombre de lo más religioso. Como dice en otro pasaje: "En cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible" (Fil. 3:6). Legalmente hablando, era un hombre intachable; un hombre que había hecho todo lo que podría esperarse de él para obtener un lugar delante de Dios, y a pesar de ello tuvo que dejar todo a un lado. Nunca podrás tener tanta justicia en tí mismo, amigo mío; pero para Dios no es suficiente. Un hombre me vino durante la semana pasada. Me había oído predicar el domingo pasado y la dificultad en su alma era que estaba tratando de obtener algo de justicia, algo con que cubrirse; pero la Palabra de Dios le mostró que son "todas nuestras justicias como trapo de inmundicia" (Is. 64:6).
¿Verdad que a ninguno de nosotros nos gustaría aparecer vestidos de trapos de inmundicia? ¿Cómo pues podríamos aparecer ante la presencia de Dios vestidos de tal manera—en "trapos de inmundicia"? No son vuestras maldades las que reciben este nombre, sino vuestros mejores hechos; incluso éstos, no son aptos para Dios. Esto, Pablo no lo sabía; tuvo que aprenderlo, y veremos esta noche cómo lo aprendió. Dice a Agripa: "¡Qué! ¿Se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite a los muertos?" Pablo había llegado a saber que Jesús murió, y que había vuelto a resucitar; había llegado a saber que el Señor había resucitado de entre los muertos. Le había visto en gloria, y el resultado fue que predicó Su Nombre. "¿Se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite a los muertos?" ¿A quién se refería? A Cristo. Él había muerto. ¿Y por qué murió Cristo? Murió por los pecadores. Estas son las maravillosas nuevas que el evangelio nos trae, que "Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos" (Ro. 5:6). Pablo había aceptado las benditas nuevas de que el Hijo de Dios se había hecho carne; había venido a ser un hombre en este mundo; que Él había pasado por aquí como Hombre bendito, santo, intachable; y que, al fin, en Su gracia, Él murió en la cruz por el hombre.
Es totalmente cierto que fue el hombre que allí Le puso, pero Él murió allí para hacer expiación por el pecado, pero Dios Le resucitó de entre los muertos. La maldad Le clavó al madero. El odio Le mató; el amor Le quitó de la cruz y Le enterró; y el temor Le selló en la tumba. ¡No olvidéis esto! Pusieron una gran piedra a la boca de la tumba, y pusieron una guardia ante ella. ¿No era algo raro? Pusieron una guardia alrededor de un hombre muerto. ¿Y por qué? Porque temían que fuera a resucitar; y gracias a Dios, esto es lo que sucedió. ¡Ha resucitado! Si el odio Le mató, el amor Le enterró, y el temor Le selló en la tumba, ¿qué es lo que Le resucitó? La justicia. Era lo que requería y lo obtuvo. La gloria del Padre Le levantó, como leemos: "Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre" (Ro. 6:4). Dios sacó a aquel hombre sin pecado, de la muerte, y Le colocó en la gloria. Pablo Le había visto allí, y había sido encargado de proclamar las nuevas. Le había estado predicando a los gentiles, y por este gran delito es acusado por los judíos, y echado en prisión. ¡Qué extraño que el hombre tenga que rechazar las más benditas nuevas que jamás hayan caído en los oídos humanos!
Os ruego que observéis cuidadosamente su pregunta: "¡Qué! ¿Se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite a los muertos?" La resurrección es la misma columna vertebral del evangelio: constituye la evidencia de que la obra de la redención ha sido cumplida; de que el poder del enemigo ha sido quebrantado; de que la muerte ha sido vencida; de que los pecados han sido quitados; de que las demandas de Dios en justicia han sido satisfechas. El fruto de la cruz es que, por así decirlo, la puerta del cielo ha sido abierta, para permitir la salida abrumadora de la rica gracia de Dios hacia un mundo culpable. Satanás no podía soportar tal cosa: Por ello es que utilizó a estos judíos para silenciar si fuera posible, a los testigos, y para quebrantar al "vaso escogido" de este testimonio celestial. "¡Qué! ¿Se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite a los muertos?" Oigo decir a alguien: "Naturalmente que Dios puede resucitar a los muertos." Deja que te pregunte, amigo mío: ¿Cómo esperas ser resucitado? ¿Esperas ser resucitado para juicio? Tienes toda mi compasión si esto es lo que esperas. ¿Vas a ser resucitado de los muertos, y después vas a arreglar la cuestión de tus pecados y de tu posición con Dios? En este caso, no hay salvación para ti. Esto sé: que el Hombre que no conoció pecado, y sobre quien la muerte no tenía demandas, debido a que nunca había pecado, murió por los pecadores, y Dios ha resucitado de los muertos a aquel Hombre. ¿Cuál es, pues, el resultado de esto para el corazón que espera en Él? Amistad absoluta con Él. Él ha pagado la pena que yo hubiera debido de pagar. La deuda que yo hubiera debido de satisfacer, Él la ha cancelado. A menudo oigo a la gente hablar de morir, y de "pagar la deuda de la naturaleza." Yo nunca voy a hacer esto, me alegra poderlo decir. "¿Qué dice"—decís vosotros—"que no va a morir?" No digo esto, amigos míos. Todo lo que digo es: que no tengo por qué morir: Porque Otro ha muerto por mí. Bendito sea Su Nombre, Otro, sobre Quien la muerte no tenía demandas, ha ido a la muerte en el lugar de quien, sí, tenía que ir; y Dios ha tomado a este Hombre de la tumba, y Le ha puesto en la gloria después de que Él llevara los pecados del hombre por quien había muerto. Este es el asunto, ¿no lo veis? Dios ha llevado a Jesús a la gloria, después de que Él llevara mis pecados en la cruz. "La paga del pecado es la muerte": Esto es lo que Él llevó por mí, fue a la tumba, y Dios Le ha sacado de ella, y Le ha puesto en la gloria. Esto es por lo que yo sé que estoy salvado.
Estaba tratando con un hombre ansioso el lunes pasado por la noche. Tenía muchas dificultades en cuanto al evangelio. "Si alguien va a ser mantenido afuera del cielo por mi pecado," le dije yo, "¿sabe quien es?" Él pensó por un momento, y dijo: "¿Usted?" "No," le contesté. Acabábamos de hablar acerca de que Cristo había sido ofrecido una vez "para llevar los pecados de muchos." Vio la verdad, y dijo, "Si alguien no ha de poder entrar, será Jesús." Yo le dije: "Exactamente." Él dijo: "Pero a Él no se Le puede mantener afuera." "Cierto," dije yo, "Él ha entrado allí por mí, y así es como yo sé que voy a ir también. No se Le puede mantener afuera; Él ha entrado, pero antes de entrar resolvió la cuestión del pecado. Él llevó el juicio de Dios por el pecado, y solucionó para siempre la cuestión del pecado sobre la cruz para todos los que confían en Él. Él se ha hecho responsable de mis culpas; y gracias a Dios, estoy libre porque Cristo liquidó mi deuda. Estoy apoyado en Él, y caigo o me levanto con Él. Estoy descansando en este hecho, de que lo que Él ha hecho ha glorificado a Dios de una manera infinita, y que toda la cuestión del pecado ha sido solucionada sobre la cruz. Cristo 'fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación' (Ro. 4:25). ¿Y cuál es el resultado? 'Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo' (Ro. 5:1).
La obra de Cristo fue completa en lo que hizo por los pecadores, y con respecto al pecado; y cuando Él va a la tumba en cumplimiento de las Escrituras, Dios viene en justicia y Le saca de la tumba, y Le pone en la gloria. Él es ahora la vida y la justicia de todo aquel que cree en Él. Tened esto bien claro: Cristo es nuestra justicia delante de Dios. Si no tengo a Cristo como mi justicia, no puedo estar ante la presencia de Dios. Hay solamente un Hombre que es perfectamente apto para Dios, y este Hombre intachable, coronado de gloria, adorna el trono de Dios. Aquel Hombre es mi Salvador. ¡Oh, que puedas decir lo mismo! La resurrección de Jesús, repito, es la columna vertebral del evangelio; y esto es precisamente lo que Satanás no podía soportar, cuando los apóstoles lo predicaban; y por ello hubo aquel movimiento entre los judíos. Los apóstoles no enseñaban meramente la resurrección de los muertos, sino la resurrección de entre los muertos. La resurrección de Jesús por Dios era un testimonio al valor de la obra que había hecho, no para Sí mismo, sino para otros—para ti y para mí. Tiene que haber resurrección. Pero ¿va a ser una resurrección para juicio? Esta es la cuestión. Tengo, en la obra que Cristo ha cumplido, y por Su resurrección, un derecho de aparecer delante de Dios, y esto significa paz, perdón, y liberación para mi alma, y para cada uno de los que se aferran a Cristo.
Ahora bien, Pablo había estado muy ocupado en obras por su propia salvación, y aprende que tiene que dejar todo aquello de lado. "Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual hice también en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto" (vv. 9, 10). En todo ello, él era el primero de los legalistas, así como el primero de los pecadores. Su persecución de la iglesia fue la medida total de su pecado. Así, él dice a los legalistas, tendréis que dejar todo esto de lado, y dejar que Jesús os salve; y él dice al pobre pecador desesperado: Puede que seas el pecador número dos, amigo mío; pero no puedes ser el número uno. Yo fui el pecador número uno, y Jesús me salvó. ¿Lo veis? Tú y yo podemos ser los números dos y tres, pero no podemos ser el primero: No puede haber dos primeros, y Pablo dice: "Los pecadores, de los cuales yo soy el primero." Tú y yo podemos tener el segundo y tercer lugares, pero no podemos tener el primero. Si el primero ha sido salvado, entonces hay esperanza para ti.
Aquí desarrolla él lo que le hizo ser el primero de los pecadores, y cómo el Señor le detuvo. "Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras. Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo" (vv. 11-13). En un momento, mientras que va respirando amenazas y muerte, para llevar a aquellos fieles y sencillos cristianos a Jerusalén, en realidad para asesinarlos, en un momento una luz, más brillante que la del sol al mediodía, brilló a su alrededor y alrededor de los que le acompañaban. Ahora, observad esto: El sol nuestro de mediodía no es demasiado brillante. A menudo tenemos un cielo encapotado; pero imaginaos el resplandor del sol de un cielo oriental durante el mediodía, con su esplendor radiante, arrojando sus rayos sobre toda la tierra. Y con todo esto, esta luz fue oscurecida por una luz aún más brillante; ¿y cuál era esta luz más brillante? ¡Os lo diré! "Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo" (2 Co. 4:66For God, who commanded the light to shine out of darkness, hath shined in our hearts, to give the light of the knowledge of the glory of God in the face of Jesus Christ. (2 Corinthians 4:6)).
¿De dónde vino esta luz? Vino del rostro del Hombre en la gloria; y la refulgencia de la gloria de la faz de aquel Hombre oscureció la luz del sol al mediodía. El efecto fue todopoderoso ante Pablo. "Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba." Le lanzó al suelo. Hizo que este confiado fariseo llegara al final de la historia de su propia terquedad. Fue la luz del cielo lo que hizo esto: No fue un terremoto. No fue un rayo. No fue una mano que le golpeara: Fue una luz que le abatió. ¿Te ha abatido alguna vez la luz? ¡Nunca olvidaré cuando la luz me golpeó y me iluminó a mí! Nunca olvidaré cuando la luz del cielo me mostró qué era yo, adónde me hallaba, y a dónde estaba dirigiéndome. Y, amigo mío, cuando tú hayas sido golpeado por la luz, hablarás de una manera similar.
Leemos que todo el grupo fue abatido al suelo, pero que solamente Saulo oyó la voz del Señor. "Oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué Me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón" (v. 14). Imaginaos oír vuestra lengua materna desde la gloria. Esto es lo que Saulo oyó aquel día. No os haría mucho bien si os hablara en árabe: No entenderíais nada. Pablo se hallaba en una posición similar. Oyó una voz que le hablaba en su lengua materna, en hebreo. Una voz desconocida, en aquel idioma, habla a aquel hombre tendido en el suelo. Y, amigo mío, cree esto: cuando Dios habla a un pecador, Él siempre hace que se le entienda. Admito plenamente que los que iban con Pablo no comprendieron lo que fue dicho, pues en otro pasaje leemos "Y los que estaban conmigo vieron a la verdad la luz, y se espantaron; mas no oyeron la voz del que hablaba conmigo" (Hch. 22:9). Cuando Dios habla a un hombre, él queda individualizado: es como un ciervo herido. El cazador de ciervos sale, y puede que sea toda una manada la que pasa; pero él solamente se ocupa de uno, y cuando es herido, el ciervo abandona la manada para ir a morir solo. Cuando un hombre queda convencido de pecado por el Espíritu Santo, queda a solas con Dios. Pablo dice, "solamente yo oí la voz." ¿Y qué es lo que dijo? "Saulo, Saulo, ¿por qué Me persigues?" ¿Qué era lo que esto significaba? Significaba que Cristo en la gloria, el Cabeza de la Iglesia, reconocía a Su pueblo perseguido en la tierra como parte de Sí mismo—como formando Su cuerpo. En un lenguaje claro dice: Tócalos, y Me tocas a Mí. "¿Por qué Me persigues?"
"Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor?" Él no dice: "¿Quién eres?" No, sino que dice: "¿Quién eres, Señor?" En un momento adquiere el sentimiento de que se halla en presencia de Aquel que lo conoce todo con respecto a él. Estoy en presencia de Aquel que es el mismo Dios. Sabía muy bien de quien se trataba, aunque quizás no se atrevía a mencionar Su Nombre. Estaba en presencia de Dios—en la presencia del Hijo del Hombre exaltado. "¿Quién eres, Señor?" Su voluntad queda quebrantada, después de llegar a reconocer Su Señorío. ¿Has reconocido tú, querido amigo, al Señor? "¿Quién eres tú, Señor?" ¿Qué significa, esto? He bajado. Estoy abatido; mi voluntad está quebrantado. Pablo quedó maravillosamente quebrantado.
Y después vinieron de la gloria estas conmovedoras palabras: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (v. 15). Amigo, Él te llama a ti desde la gloria. Aquel bendito y amante Salvador, que fue crucificado sobre un madero, habla ahora a cada corazón en este mundo. "Yo soy Jesús, a quien tú persigues." Quizás no te gustaría tomar este terreno. ¡Ah, no te reíste de aquel joven que te dijo que era cristiano! ¿O sí? ¡Bueno, dices tú, le hice un poco de broma! ¿Por qué? Porque era cristiano. Este es el por qué. "Saulo, Saulo, ¿por qué Me persigues?" ¿Qué mal te ha hecho Jesús, amigo mío? Si pudiera hacer que el corazón más viejo, más endurecido, o el corazón más frío, que me está escuchando, si pudiera hacer, repito, que sintieran el amor del Salvador, ¡cómo cambiarían! "Yo soy Jesús, a quien tú persigues." ¡Oh, oíd Su voz bendita. Saulo la oyó, y Le dijo: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?" (Hch. 9:6). ¿Y qué es lo que el Señor quiere que haga? "Levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío" (vv. 16, 17).
Aquí este "vaso escogido" recibe su comisión; y maravillosa era esta comisión. Admito que no consiguió entonces la paz. No tenía aún el conocimiento del perdón. Se nos relata en otro pasaje que ni comió ni bebió por tres días (Hch. 9:9). Y supongo que no durmió tampoco por tres noches. Entonces Ananías va a él. Encontramos estos detalles en el noveno capítulo de los Hechos. Recibe la paz del testimonio de Ananías, que va a él. Y en este caso también, vemos cuán maravillosa es la gracia de Cristo. Saulo tiene una visión de Ananías viniendo a él, y Ananías recibe la orden de ir a él. De un lado hallamos a un hombre ansioso, y del otro a un siervo reacio; porque Ananías, cuando recibe la orden, dice: "Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuantos males ha hecho a tus santos en Jerusalén." No importa, dice el Señor, "Ve, porque instrumento escogido Me es éste, para llevar Mi nombre en presencia de los gentiles." Voy a hacer de él un mensajero y un testigo de Mi Nombre entre los gentiles. Así, Ananías fue a él, y puso sus manos sobre él diciendo, "Hermano Saulo." Qué gozo que llenó el alma de aquel hombre al oír como Ananías le llamaba "Hermano Saulo." Lo puedo comprender bien; porque cuando algunos sencillos cristianos de Somersetshire me dieron la diestra de comunión, la semana después de mi conversión, y me dejaron tomar con ellos mi lugar en la Cena del Señor, tuve un profundo gozo en lo más profundo de mi alma que ellos reconocieran que yo era un hijo de Dios. ¿Podemos llamarte "Hermano," amigo mío? Quiero decir: de una forma honesta y verdadera—¿o te avergüenza este nombre? El nombre de hermano, simplemente hermano, me basta. ¿Hermano de quién? De aquella compañía de los que Jesús dijo: "no se avergüenza de llamarlos hermanos." Yo no me atrevería de llamarle Hermano a Él. Ni siguiera utilizaría el término "Hermano Mayor." Él es nuestro Señor y nuestro Dios. Cierto, Cristo nos llama Sus hermanos: "No se avergüenza de llamarlos hermanos"; pero, amados amigos cristianos, Él es nuestro Señor y Dueño, nuestro Salvador y Dios. Tengamos siempre la más profunda reverencia hacia Él, y démosle el lugar y el título que Le corresponden.
Así, pues, Ananías entra y dice, "Hermano Saulo," y éste consigue la paz, al ser lleno del Espíritu Santo, y las escamas cayeron de sus ojos. Entonces inició la misión, que el Señor le había confiado. ¿Y qué comisión era ésta? "Librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a los que ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en Mí, perdón de pecados, y herencia entre los santificados" (Hch. 26:17, 18). ¡Qué comisión más maravillosa! "Que abras sus ojos." Esta es la primera cosa que necesitamos. Me pregunto si vuestros ojos han sido abiertos ya. Cuando se abren los ojos de una persona, ésta queda consciente de que no tiene luz, y de que se halla en tinieblas. Puede que un hombre tenga unos ojos muy buenos, pero no puede ver con ellos en la oscuridad, y va tanteando. Esto es como yo me sentí la noche que me convertí. Me sentí como un hombre palpando en la oscura noche. Quería la luz, quería la verdad, quería a Cristo, y quería la salvación. No sabía cómo ni dónde iba a obtenerlo.
Dejad que vuestros ojos sean abiertos, y pronto hallaréis que estáis totalmente equivocados. Que sois víctimas de vuestros pecados, y que os halláis en el mal camino. Es algo maravilloso cuando una persona se vuelve "de las tinieblas a la luz." Es un gran cambio. Comprendo perfectamente que algunos de vosotros no lo crean así, y os diré por qué. Nunca habéis pasado por el cambio. Ahora, amigo cristiano, tú, que te convertiste hace cinco años, ¿qué sucedió cuando te convertiste? "Me hallaba en tinieblas de medianoche" dirás, "cuando la gloriosa luz del evangelio me deslumbró. Vi que Jesús me había amado, y muerto por mí; que Él me había perdonado, y que por la fe en Su Nombre yo entraba a la paz y a la libertad." Exactamente. Y dime, mi amigo no salvo, ¿por qué no crees este testimonio? Te diré por qué. Te hallas en tinieblas, y el mismo hecho de que no crees que estás en ellas constituye la evidencia más poderosa de que estás ahí. Yo fui en una ocasión lo que tú eres ahora; hace treinta y siete años estaba yo en el mismo terreno en que te hallas tú mismo en este instante. Era un pecador en mis pecados. No me muerdo la lengua. Solamente hay dos clases de personas en el mundo: pecadores rumbo al infierno y santos rumbo a la gloria. ¿Qué es lo que provoca la diferencia? Una de las dos clases está en pecado, y en incredulidad; la otra está en Cristo, y todos los pecados de estos están lavados en Su sangre preciosa. Un gran cambio tomó lugar en el momento de mi conversión; fue como si hubiera pasado de las tinieblas a la luz, y he gozado de esta última desde entonces.
Fue maravillosa la comisión que Pablo recibió, y estoy bien cierto acerca de este punto: Si el Señor no hubiera conocido de la necesidad de dar esa misión con respecto a las almas de los hombres, nunca la hubiera dado. Todos necesitan convertirse "de la potestad de Satanás a Dios." Cada hombre se halla totalmente bajo el poder de Satanás, hasta que recibe el sentido de la gracia de Dios. Oigo que algunos dicen: No creo esto. Durante mucho tiempo yo tampoco lo creí; pero lo creo ahora, debido a que he aprendido acerca de la bendición de salir de las tinieblas a la luz, y de conocer el poder liberador del Salvador.
¿Cuál es el resultado cuando uno se vuelve de Satanás a Dios? Tu corazón entra en el acto en el goce de la paz, en el conocimiento de que estás perdonado. En el momento en que te vuelves de Satanás a Dios, ¿qué recibes? ¿Lo que tus pecados merecían? ¡No! Recibes "el perdón de los pecados" ¡Piensa en esto! ¿Qué recibirás, si ahora te diriges al Salvador? Tendrás el perdón de tus pecados. Esto no es de despreciar; pero más aún, recibes "herencia entre los santificados." ¡Piensa en esto! ¿Qué recibirás, si tan sólo te vuelves al Salvador? Tendrás el perdón de los pecados. Esto no es para despreciar; pero aún hay más, porque recibirás "herencia entre los santificados . . . por la fe que es en Mí." Esto es, recibís una porción y un puesto entre el pueblo de Dios. Puede que pienses que es un cambio demasiado grande y demasiado bueno. No es así, y uno nunca puede pasar con suficiente rapidez desde el terreno del pecador al puesto donde se halla el santo, por gracia. Pero dices, "creía que los santos se hallaban en el cielo." Muchos están allí; pero creo que hay una buena cantidad de ellos en el mundo. "¡Qué! ¿"santos," dice usted? "No creía que la gente fuera santa sobre la tierra." Entonces está equivocado, amigo. Santo es un nombre de familia; este es el nombre que los hijos de Dios reciben en las Escrituras. La palabra es utilizada por Ananías cuando no quiere ir a Saulo. Le dice a Dios: "Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuantos males ha hecho a tus santos en Jerusalén" (Hch. 9:13). Que el hombre se vuelva al Señor, y en aquel mismo momento y lugar, aunque no lo tome de inmediato, le es dado su puesto entre los santos.
Amigo, ¿Vas a estar desde ahora clasificado entre los santos, o entre los pecadores? Dices tú: "No me gustaría tomar el nombre de santo. ¿Por qué? "Porque si fuera a tomar este puesto, y ser conocido como santo, la gente esperaría de mí un andar en santidad." Esto es totalmente cierto; no se puede discutir. Si aceptas a Cristo; debería de haber un andar y un comportamiento correspondiente con el evangelio. No temas, joven hermano, verás que si sigues al Señor Él te ayudará. No quiero decir que el cristiano no peca, pero sí que se le exhorta a que no lo haga (1 Jn. 2:11My little children, these things write I unto you, that ye sin not. And if any man sin, we have an advocate with the Father, Jesus Christ the righteous: (1 John 2:1)). Sus pecados son perdonados en el momento en que llega a ser creyente, y si pecase tiene que ir y confesarlo todo a Dios, como su Padre. El evangelio te encuentra donde estás, como pecador, mediante la obra expiatoria del Salvador. Por la preciosa sangre de Jesús todos tus pecados son lavados y perdonados, porque el corazón que confía en Él recibe todos los beneficios de la obra que Él ha llevado a cabo. Quiero que veáis esto, para vuestra ayuda y consolación. Si sois cristianos no creáis que se trata de un error el confesarlo abiertamente. Los treinta y siete años que han pasado desde que me convertí han sido años de una profunda felicidad y gozo. Os diré más aun; el año pasado fue el mejor, y estoy esperando aun años mejores, al entrar en mi año trigésimo octavo. Deja que te aliente, amigo mío.
Pablo pasa después a decir que él no fue desobediente a esta visión celestial, sino que salió de inmediato llamando a judíos y a gentiles al arrepentimiento, a que se volvieran a Dios. Los judíos se le oponían, pero "habiendo obtenido auxilio de Dios," puede añadir, "persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder: Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles" (vv. 22, 23). Al continuar, Festo saltó. Su conciencia se hallaba algo tocada; sintió que, si no interrumpía, sería probablemente convertido. Sé que algunos de vosotros querríais que yo me detuviera, y lo haré pronto, pero qué misericordia sería si fuerais convertidos, y os volvierais al Señor. Oídme. Venid a Jesús; entregadle ahora vuestro corazón a Él. No seáis insensatos como el rey y el gobernador aquí. "Diciendo él estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco. Mas él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura." ¿Qué había dicho Pablo? Tan solo les había hablado del Hijo del Hombre en gloria. Él sabía que sus propios pecados estaban perdonados: estaba en el camino de la condenación eterna cuando se volvió a Dios; y desde aquel entonces empezó a dar frutos dignos de arrepentimiento, y advertía a otros para que siguieran sus pasos.
Jesús, resucitado de entre de los muertos, le había comisionado como portador de la luz. Así comisionado para llevar la luz de Dios al mundo, con una energía imparable había dedicado su vida a Su bendito servicio. ¡Hombre feliz! ¡Espléndido siervo! "Estás loco, Pablo," le dice Festo. "No estoy loco, excelentísimo Festo," le replica con todo énfasis, pero con mucha cortesía, "sino que hablo palabras de verdad y de cordura." Algunas veces la gente ha dicho de mí: "Creo que este hombre está loco." Desearía que tuvieras solamente la mitad de mi enfermedad, amigo mío; te lo digo desde el fondo de mi corazón. Iré aún más lejos—me sentiría profundamente agradecido si tuvierais diez veces más fervor y dedicación a Cristo que yo, y ojalá que Dios te lo dé. Si tan solo tuvieras la mitad de la paz y del gozo que yo poseo, serías un hombre totalmente feliz desde este mismo momento, y también estoy yo diciendo ahora palabras de verdad y de cordura, cuando afirmo de esta forma la bendición de conocer y de seguir a Cristo. Pablo estaba totalmente en sus cabales cuando hablaba a Festo. Lo que él fuera antes de ser convertido nos lo dice en sus propias palabras: "Y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras" (v. 11). Entonces estaba fuera de sus cabales, si queréis, pero, como testigo de Jesús, estaba en todas sus cabales. ¡Oh! amigo mío, ven a Jesús esta noche, y da así testimonio de Él, y aunque tus amigos te llamen loco, no te importe esto. Te hallarás en el campo de los vencedores. El hombre que sigue a Cristo está cierto de vencer.
Oídle hablar otra vez: "No estoy loco . . . sino que hablo palabras de verdad y de cordura. Pues el rey sabe estas cosas, delante de quien hablo con toda confianza. Porque no pienso que ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en algún rincón" (vv. 25, 26). Entonces se dirige directamente al rey y le pregunta: " 'Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees.' Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano.' " ¡Por poco! ¡Ah, pobre hombre, no del todo, sino por poco! ¿Es ésta tu postura, amigo mío? Lo quiero saber, al finalizar estas reuniones. ¿Habéis creído en Jesús? ¿Os ha salvado, perdonado? ¿O eres tú un mísero pecador rebelde, decidido a seguir tu camino hacia el infierno, con una determinación digna de mejor causa? Abundan los hombres que no son fervorosos; que pueden ser tocados por el evangelio en algunas ocasiones, sí, incluso impresionados, pero que dejan que pase de largo. ¡Qué cantidad de seguidores tiene Agripa! "Por poco me persuades a ser cristiano," le dijo a Pablo, y así dicen todos sus seguidores a los buscadores de almas, que bien quisieran ganarlos para Cristo.
Bien le respondió Pablo: "¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fuéseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas" (v. 29). Esta fue una gran exhortación, y quisiera daros unas palabras acerca ella. "Por poco", o "por mucho" en esta conjunción son como en una moneda, anverso y reverso. ¿Cuál es la otra cara de ser "casi un cristiano"? No lo olvidéis, es: "totalmente perdido." El alma que no está decidida por poco está perdida para siempre. Ah, dejadme que os apremie, con todo el fervor y el afecto de mi alma, desde esta hora: decidiros. Lo que se precisa es decisión. Lo que necesitáis, lo que yo necesito, es una profunda y directa decisión del corazón por Cristo. Que Dios os la dé. ¡Oh, no continuéis siendo "casi cristianos" ya más! Sed totalmente persuadidos. Yo me glorío en ser cristiano: ojalá que vosotros también lo hagáis.
¡Quiera Dios capacitaron a que empecéis vuestro curso cristiano ahora mismo!; no podéis daros con suficiente devoción a Cristo, y es mucho mejor, sea que la vida sea larga o corta, poder mirar como yo hacia atrás sobre la vida pasada en el servicio del Señor. Perdonad si hablo de mí mismo. Pero si no hubiera ido al Señor hace treinta y siete años, ¿qué hubiera estado haciendo toda mi vida? Hubiera simplemente estado sirviendo al diablo, al pecado, y al mundo, tan sólo complaciéndome a mí mismo, mientras que ahora, por la gracia, durante estos treinta y siete años he estado buscando servir a Jesús, mi bendito Salvador. ¡Ah, que Él llegue a ser tu Salvador, y Señor, y Maestro también. ¡En Él hay tal grandeza, tal ternura, tal aliento! Tengo un Dueño maravilloso; y os lo recomiendo. ¡Ah, que Él llegue a ser de ti! ¡Y tú de Él!
Decidíos esta noche. De rodillas, delante del Señor, ofreceos a Él, antes de salir de este auditorio esta noche. Volveos a Él, y decidle: "Señor, creo." "Por poco me persuades a ser cristiano" no será suficiente. Echa a un lado la palabra "por poco." Que "Totalmente persuadido" sea la palabra de tu alma. Que haya un timbre de verdad en tu voz al decir: "Señor, creo, estoy decidido. Cristo para mí, desde esta misma noche." ¡Que Dios lo conceda, por causa de Su Nombre!