Juan 1:1-17
OBSERVARÉIS que en el versículo 17 el Espíritu de Dios dice, "Porque la ley por Moisés fue dada: mas la gracia y la verdad por Jesucristo fue hecha." En una tarde anterior estuvimos ocupados un poco acerca de Jesucristo como la Verdad. Ahora quiero decir unas pocas palabras sobre la Gracia. Ambas vinieron por Jesucristo, y por ello no habremos conocido la verdad, ni habremos gustado la gracia, hasta que no hayamos tenido que ver con Él. La cuestión suscitada tiene que ser, "¿Habéis tenido el encuentro con Él?" No conocéis la verdad, ni comprendéis lo que es la gracia, a no ser que hayáis tenido que ver con Él.
"La ley por Moisés fue dada." ¿Y qué hacía la ley? Ponía al hombre bajo convicción de pecado, y lo condenaba. Esto es todo lo que la ley puede hacer—mostrar la culpabilidad de una persona y condenarla. "La gracia y la verdad por Jesucristo fue hecha," y la gracia es una cosa maravillosa. ¿No sería una cosa maravillosa si la gracia te tomara, te convirtiera, y te volviera para que conocieras al Dios viviente, e hiciera de ti un testigo presente y eterno de la bondad de Dios? Esto sería gracia. No se trataría de una cuestión de méritos, debido a que la gracia es siempre la actividad del amor de Dios cuando hay pecado presente. Desde el momento en que oís hablar de gracia, tenéis que reconocer el hecho del pecado. Sé que a la gente no le gusta hablar del pecado, no le gusta pensar acerca del pecado, y no le gusta admitir el pecado. Intentan negarlo; pero tened en cuenta esto—negad el pecado, y cerráis la puerta a la gracia. El hombre que no se contenta en aceptar de sí mismo lo que las Escrituras afirman de él, no conoce lo que la gracia es.
Me preguntareis, ¿Qué es la gracia? No creo que pueda explicarlo de una forma exacta. La conozco; la he gustado; la he disfrutado; y desearía que vosotros también la disfrutarais. La gracia es que Dios se acerca al hombre que ha pecado, y que le saca de la condición en la que el pecado le ha situado, una condición de la que no podría salirse él mediante sus propios esfuerzos. Ahora bien, os dije en una ocasión anterior que no se podría decir que Dios el Padre es la verdad. Él es verdadero; pero Cristo es la Verdad, debido a que es la perfecta revelación y manifestación de lo que Dios es. No leemos en las Escrituras que "Dios es gracia." Leemos que "Dios es amor." Esto es lo que Él siempre ha sido, antes de que el hombre se hallara en absoluto en esta escena, o antes de que el hombre cayera. Dios es amor. Esto es lo que Él es en Su existencia eterna. Y Dios es luz. Estos son los dos términos absolutos mediante los que Dios es descrito. El amor es Su carácter de bondad absoluta. La luz es relativa al mal. Él no puede tolerar el mal. Después de que el hombre pecara, ¿qué es lo que halló? Que Dios intervino en esta escena en la que el hombre había pecado. La gracia es el amor de Dios manifestándose en una manera nueva, entrando en la escena en la que el hombre ha pecado, interviniendo con el propósito de bendecir al hombre que, por su pecado, había establecido una barrera entre sí y Dios.
Ahora bien, no se saca nada bueno de esquivar este asunto. Tú y yo somos pecadores. Tú podrás negar el pecado, pero no podrás negar sus consecuencias. La Palabra de Dios dice, "El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, y la muerte así pasó a todos los hombres, pues que todos pecaron" (Ro. 5:12). En otras partes leemos: "Porque la paga"—las consecuencias—"del pecado es muerte" (Ro. 6:23). No puedes negar la muerte. Está toda a tu alrededor; y te diré más, es la cosa que menos te gusta. Nada hay que el hombre odie tanto como el pensamiento de la muerte. Es algo extraño. Nunca verás a un perro con temor de la muerte. He visto a cientos de hombres temiéndola. Ninguna bestia, ningún animal, tiene miedo a la muerte. La única criatura que le tiene temor a la muerte es el hombre, ¿y por qué? Porque el hombre tiene una conciencia, y tiene un profundo conocimiento inherente de que hay algo después de la muerte. Hace poco que un pobre hombre dijo: "Si no fuera por lo que viene después de la muerte hubiera ya cometido suicidio, de veras." Las Escrituras nos dicen qué viene después de la muerte, "Y después el juicio" (He. 9:27). ¡Si! Dios tiene que tratar acerca del pecado. Él tiene que juzgar el pecado, y nosotros todos hemos pecado. El Espíritu Santo ha dicho en el lenguaje más llano posible: "Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Ro. 3:23). Y esto nos incluye a ti y a mí.
Pero puede que preguntes, ¿qué es el pecado? Las Escrituras no nos dejan sin una definición de qué es pecado. "El pecado es transgresión de la ley" (1 Juan 3:4) —Esto es, la criatura haciendo su propia voluntad. Ahora bien, no creo que voy a ir más allá de la verdad si digo que a todos nosotros nos gusta hacer nuestra propia voluntad. No hay nadie a quien no le guste hacer su propia voluntad. El Espíritu de Dios, al describir nuestra condición, dice en el Antiguo Testamento: "Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino" (Is. 53:6). Un hombre toma su camino—la copa de vino, y orgías desvergonzadas; el otro, la pista de carreras y las compañías disolutas; otro, la mesa de los naipes, y el infierno del juego; y otro, la habitación del billar, y la pérdida de tiempo y de dinero consiguientes. El pecado puede tomar todas las formas que uno quiera. Puede tomar la forma de lo que los hombres denominan "placeres inocentes," pero que preferirían no exhibir a la luz del día. El quid es este, a ti como a mí nos gusta nuestro propio camino. Yo lo reconozco. Me gustaba mi propio camino, y lo tomé. ¿Qué sucedió? Se lo agradezco a Dios, Él me detuvo. ¿Cómo me detuvo? Me detuvo por la revelación a mi corazón de lo que Su gracia es—la gracia hecha por Jesucristo.
"La ley por Moisés fue dada." Vino, e hizo sus demandas sobre nosotros. Hizo demandas por la correcta razón de que la ley es una revelación de lo que la criatura debería de ser. Al contemplar los diez mandamientos veo allí lo que yo debería de ser. Mi conciencia me dice que no soy así. Por ello, quedo condenado por la ley. Me condena de forma natural en cuanto conozco su espíritu y su poder. Pero ¿qué hace el evangelio? Introduce la revelación de lo que Dios es, no de lo que el hombre debiera ser. El capítulo que estamos considerando expresa de una hermosa forma cómo Dios ha bajado a la escena en la Persona de Su Hijo, el Señor Jesucristo. Dice, "Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad." ¿Y quién es este Verbo? El versículo primero nos lo dice: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios." Quiero que consideréis esto: "En el principio era el Verbo." Lo que tenemos a continuación es que "el Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad" (v. 14). ¿Qué es lo que tengo que entender, por "el Verbo"? ¡El Verbo Eterno de Dios! Es Jesús el Hijo Eterno de Dios entrando a este mundo, humillándose a Sí mismo, y llegando a ser un hombre, a fin de que, en la forma de un hombre, pudiera revelarnos el corazón y la naturaleza de Dios. Y más aún, que Dios pudiera hallar en Cristo, el Verbo, todo lo que Él buscaba en el hombre. Esto es lo maravilloso en estas hermosas palabras: "lleno de gracia y de verdad." Moisés podría traer la ley, pero, "la gracia y la verdad" vinieron solamente mediante el Hijo de Dios.
Ahora, yo admito que la verdad convence al hombre. El primer efecto que la verdad hace sobre el hombre es el de perturbarle. No creo que el primer efecto del evangelio sea el de hacer feliz a nadie. ¡Oh! dirás, ¡yo creía que el evangelio haría feliz a los hombres! No. El primer efecto de la verdad es imprimir seriedad al hombre ante Dios, en el sentimiento consciente de que soy un pecador; soy un pecador perdido. Os diré más aún—Si le preguntáis a alguien convertido, cómo le fue al principio, cuál fuera su experiencia, él os dirá que en tanto que el evangelio le está ahora llenando de gozo y alegría, al principio no le hizo feliz, sino que le llenó la mente de pensamientos serios y solemnes. ¿Por qué? Porque la verdad de que él era un pecador perdido y culpable entró en su conciencia como un hierro al rojo vivo.
Así, la verdad llevará al hombre a la convicción de su culpabilidad. Cuando quedo convicto de la verdad, ¿qué es lo que viene a continuación? La gracia me gana. La gracia me atrae, y yo me vuelvo a Él, en cuya presencia me encuentro como un pecador pobre, arruinado, inútil. Me vuelvo a Él y llego a conocer que no soy apto para Dios. Llego también a conocer en aquel bendito Hombre, que es la imagen de Dios, y el Hijo Eterno de Dios lo que la gracia es, en Su vida y en Su muerte—la gracia personificada. Llego a aprender cómo el amor de Dios puede salir en pos de un hombre voluntarioso, para nada bueno, ingrato y pecaminoso, hasta que lo alcanza, y hasta que ha derramado bendición en su alma. Muchos hombres en esta audiencia os podrán decir lo mismo. Yo estaba prosiguiendo por un camino voluntarioso hasta que fui detenido. Amigo mío, tienes que ser detenido tarde que temprano. El día de tu detención es infalible. ¡Tarde o temprano! Es infinitamente mejor ser detenido en este momento, cuando está actuando la gracia, cuando Dios en Su gracia está bendiciendo al hombre—cuando Dios en Su gracia viene a nuestro encuentro, que ser detenido el día de mañana en tus pecados, cuando la justicia solamente podrá condenarte. Ahora Dios, en la Persona del Señor Jesucristo, viene a encontrarnos en gracia, con el propósito de darnos una bendición presente y eterna.
Entonces, la gracia es la actividad del amor de Dios hacia nosotros, después de que hemos pecado, y antes del día en que Él trate de nuestros pecados como el justo Juez moral del universo, porque Dios tiene que juzgar el pecado. No sería Dios si no juzgara el pecado; no sería mejor que nosotros si no juzgara el pecado. Sé perfectamente bien que la gente trata de librarse del juicio de Dios; pero la verdad es ésta, Dios juzga el pecado, y tiene que hacerlo, porque Él es Dios, y porque es infinitamente santo. Pero ¿qué ha hecho Él ya? Después de que tú y yo hemos pecado, y antes del día del juicio, cuando Él tiene que tratar con los hombres acerca de sus pecados, Él ha irrumpido en esta escena, en la Persona de Su propio amado Hijo. La gracia ha entrado y, ¿qué es lo que hallamos? Que Aquel mismo, que el día de mañana ha de juzgar, viene al mundo, se adelanta al día del juicio, muere en lugar del pecador, lleva su juicio, y le libera, no solamente de las consecuencias de su pecado, sino que le lleva al disfrute del amor de Dios, le hace un hijo de Dios, y le hace el feliz poseedor del perdón de los pecados, y de la vida eterna.
Esto es lo que Cristo hace. Esto es amor. ¿Qué era Él en Sí mismo? Era la expresión de la perfecta gracia. Síguele donde quieras, durante Su vida en la tierra, y hallarás siempre la gracia. Pero tú dices, "Él denunciaba a los hipócritas." Si, lo hacía. ¿Crees acaso que podía actuar de manera distinta? Era la gracia absoluta que exponía la pecaminosidad de los hombres. ¿Crees que sería bondadoso de mi parte, si supiera que eras totalmente falso, no decírtelo? No. Y así era con Cristo. Fue Su gracia la que denunciaba la hipocresía de aquellos que se le acercaban. Era justicia también; porque Cristo era la Verdad, y la Luz, y nadie que entrara en contacto con Él podría dejar de quedar denunciado. Esta es la razón por la que los hombres no Le quieren, y por la que no vendrán a Él, debido a que, si vienen a Él, su verdadera condición quedará necesariamente puesta en evidencia ante ellos mismos, y esto es lo que a ellos les disgusta.
Después de que la verdad nos deja convictos de pecado, la gracia nos encuentra y provee para nosotros de una manera perfecta. ¿Has probado alguna vez que el Señor está lleno de gracia? El Señor es abundante en Su gracia. Toma la ilustración que quieras de la historia de Su andar por el mundo. Mira cómo Su gracia se mostró hacia aquella pobre mujer atrapada en el más terrible de los pecados (Jn. 8:2-112And early in the morning he came again into the temple, and all the people came unto him; and he sat down, and taught them. 3And the scribes and Pharisees brought unto him a woman taken in adultery; and when they had set her in the midst, 4They say unto him, Master, this woman was taken in adultery, in the very act. 5Now Moses in the law commanded us, that such should be stoned: but what sayest thou? 6This they said, tempting him, that they might have to accuse him. But Jesus stooped down, and with his finger wrote on the ground, as though he heard them not. 7So when they continued asking him, he lifted up himself, and said unto them, He that is without sin among you, let him first cast a stone at her. 8And again he stooped down, and wrote on the ground. 9And they which heard it, being convicted by their own conscience, went out one by one, beginning at the eldest, even unto the last: and Jesus was left alone, and the woman standing in the midst. 10When Jesus had lifted up himself, and saw none but the woman, he said unto her, Woman, where are those thine accusers? hath no man condemned thee? 11She said, No man, Lord. And Jesus said unto her, Neither do I condemn thee: go, and sin no more. (John 8:2‑11)). La ley solamente podía condenarla, y su crimen tenía que ser penado con la muerte. ¿Sabes qué es lo que tuvo lugar? Los escribas y los fariseos llevaron a la mujer, tomada en adulterio, donde estaba Jesús y Le dijeron: "En la ley Moisés nos mandó apedrear a las tales: tú, pues, ¿qué dices?" Intentaron poner a Jesús ante un terrible dilema. Esta fue la maldad de ellos. Buscaban ocasión para acusarle. Si Él decía, "Dejadla ir," habría actuado desafiando la ley de Moisés; mientras que, si decía, "Apedreadla," ellos Le hubieran atacado, y Le habrían preguntado que dónde estaban ahora Sus enseñanzas acerca de la gracia, porque estaría actuando en juicio. Jesús era la luz, y les dijo, "El que de vosotros esté sin pecado, arroje contra ella la piedra el primero." Sabéis bien lo que sucedió. Todos se fueron. La luz les hizo ir a todos, y la mujer se quedó sola ante Jesús. "¿Mujer," le pregunta entonces, "dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado? Y ella dijo: Señor, ninguno. Entonces Jesús le dijo: Ni Yo te condeno: vete, y no peques más."
Esto era la gracia. Cristo estaba actuando sobre la base de lo que Él mismo iba a cumplir; estaba obrando en anticipación del efecto expiatorio de Su muerte. La gracia puede actuar ahora solamente en base de la cruz del Señor Jesucristo. La paga del pecado es la muerte, y precisamente debido a lo que Él es, Dios tiene que juzgar el pecado. No había nada que atara a Cristo, excepto Su propósito de glorificar a Dios; pero en Su gracia, tomó el lugar que tomó, y Aquel que no conoció pecado, llegó a ser pecado por nosotros, y el Justo murió por los injustos, para poder llevarnos a Dios. El Santo llevó la culpa del pecador, y murió en lugar del pobre pecador. ¿Y qué entonces? Dios Le resucitó de los muertos, y en otro pasaje de las Escrituras que habla de la gracia—donde el Espíritu de Dios, por la pluma de Pablo, está desvelando la manera en que ahora Dios justifica y salva a los hombres—leo esto: "Cuando el pecado creció, sobrepujó la gracia; para que, de la manera que el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro" (Ro. 5:20, 21).
Ahora observemos esto, la gracia vino en la Persona de Cristo; y como consecuencia de Su muerte, ¿qué es lo que hallamos ahora? Que la gracia está reinando. ¿Quién está hoy en el trono? Cristo. El día de mañana, Él será el Juez. El día del juicio no ha venido todavía. ¿Quién está en el trono, hoy? Si puedo utilizar esta figura—la Gracia. El Apóstol es cuidadoso en este mismo capítulo de señalar que el pecado y la muerte han reinado. La muerte y el pecado, y podría añadir a otro—Satanás—hasta la venida de Jesús. ¿Qué desde entonces? Han sido vencidos. La gracia ha entrado en la escena, y ahora reina "por la justicia para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro." ¿Está abundando el pecado? ¿Quién va a negarlo? ¿No ha abundado acaso en tu historia y en la mía? Qué bendito entonces es conocer que "cuando el pecado creció, sobrepujó la gracia."
Oí recientemente cómo la gracia abundó en un notable caso. Era la costumbre de cierta familia la de reunirse alrededor del tiempo de Navidad. Sucedió un año que la reunión tuvo lugar en la casa del hijo mayor, Enrique, que por entonces era un incrédulo. Cuando toda la familia se hubo reunido, el anciano y canoso padre, que era un hombre piadoso, al sentarse a la mesa de su hijo, dio gracias por la comida de la que estaban a punto de participar. El hijo le dijo airado a su padre: "No tienes derecho a decir esto en mi casa: no tienes derecho a darle gracias a Dios. Yo he comprado toda esta comida, y no voy a permitir que tú des las gracias a Dios por lo que yo he comprado. No hay Dios. No creo que exista ningún Dios. ¡Mira! Si hay algún Dios, le daré cinco minutos para que me mate." Sacó su reloj y lo puso sobre la mesa. Toda la familia se quedó atónita. Sabían lo que Dios podía hacer, pero ¿lo haría? Este era el dilema. ¿Hay algún ateo aquí esta noche? Amigo mío, el tuyo es un credo bien pobre. Pasó un minuto, dos, tres, cuatro y cinco, y el que había desafiado a Dios no fue cortado. "Vale," dijo él, "¿dónde está tu Dios? Ha tenido Su oportunidad, y la ha perdido." "Ah, hijo mío," le dijo el anciano, "cuando pusiste el reloj sobre la mesa, yo empecé a orar al Señor por ti. Cuando eras un niño te di a Dios, hijo mío, y nunca te he retirado. Creo que Dios todavía te salvará, hijo."
Se acabó la reunión, y muy poco después el anciano padre murió. ¿Ha muerto tu padre, yéndose al cielo? Entonces mejor sería que le siguieras. Enrique siguió su propio camino. Él sabía más que su padre, según él. La mayor parte de los jóvenes creen esto; y se dedicó a una vida de maldad y de pecado. Empezó a frecuentar las tabernas. A menudo se encuentra que la incredulidad y el ateísmo van acompañados de disipación y orgías. Después de quince años se le vio andando en la calle vestido de andrajos. Tenía su última moneda en el bolsillo. "¿Qué haré con ella?" se preguntó. "Me tomaré dos vasos de whisky, y me llevaré a casa una botella de cerveza." Se volvió hacia el bar más próximo, pero cuando se hallaba ya bien cerca de él recordó vívidamente la escena familiar, y entró en su alma un flechazo celestial de convicción. Exclamó: "¡Oh! ¡Espíritu de Dios, ten misericordia de mí, y da respuesta a la oración de mi padre!" No fue al bar. Volvió a su casa y a su esposa, y se puso de rodillas ante Dios, clamando misericordia. Dios dio respuesta a las oraciones de su querido padre, y le bendijo. Fue salvado. ¡Esto fue gracia! Así es como Dios actúa.
"¡Ah! " dirás tú, "yo esperaba que nos iba a contar que Dios le cortó la vida." Esto es lo que tú o yo hubiéramos hecho. Esto es como el hombre actúa. Pero Dios no lo corto. Tuvo paciencia con él, y después le salvó. Así es como la gracia gana sus victorias más marcadas sobre sus enemigos. ¡Ah! la gracia de Dios quisiera salvarte. A mí me salvó. Ha salvado a muchos. Puede salvarte a ti. ¿Has oído alguna vez esta notable expresión?: "La gracia de Dios que trae salvación a todos los hombres, se manifestó" (Tito 2:11). La justicia introducirá el juicio el día de mañana. La gracia trae salvación precisamente ahora. "Cuando el pecado creció, sobrepujó la gracia, para que, de la manera que el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justica para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro." Fijaos, es gracia—gracia soberana. Oigo a alguien decir, "Pero lo cierto es que para conseguir la salvación tengo que hacer obras por ella. ¿No se han de hacer ningunas obras?" A menudo he oído decir a la gente, "Voy a iniciar una página nueva." Es fácil, si has sido descuidado, y no has atendido a las cosas del Señor en el pasado, decir que vas a empezar en una nueva página para el futuro. Pero fíjate, aunque gires una nueva página, se trata todavía del libro antiguo. ¿Y qué pasa con aquellas antiguas páginas llenas de pecados de los años idos? Aunque no manches las nuevas, no borrarás las manchas existentes. No es reforma lo que necesitas, necesitas reconstrucción. Necesitas exactamente lo que el Apóstol te da aquí: "La gracia reina por la justicia para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro." Se trata de una nueva vida comunicada, dada—no un cierto remiendo en la vida antigua. Tienes que aprender que "la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Ro. 6:23).
Pero, otra vez alguien pensará, "¿No tengo que hacer nada por mi salvación?" Bien, te leeré un pasaje de las Escrituras del libro de Romanos: "Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Ro. 4:3-5). Este es un pasaje muy notable, ¿no? Os lo leeré de nuevo, "Al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia." Si yo le pago a un hombre por su visita profesional, no creo que constituya un acto de gracia que le pague. Es un asunto de justicia. Si un hombre está trabajando para mí durante una semana, no es un acto de gracia por mi parte si le pago la cantidad debida por la semana trabajada. Soy deudor del trabajador hasta que le haya pagado. ¿Cómo fue Abraham justificado? "Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia." Fue la fe por parte de Abraham, y gracia por parte de Dios. Pero observad cuidadosamente, "Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia." Refutareis, diciendo, "Yo pensaba que Dios justificaría a los piadosos." No, sino que Él justifica a los impíos, en absoluta gracia, sobre el terreno de la justicia, esto es: la obra expiatoria de Su Hijo. Es solamente Dios el que puede hacer esto. Es Su propia obra, y se goza en ella. Sé perfectamente que por lo general viene a la mente del hombre el pensamiento de que tiene que "hacer" algo—tiene que obrar. Es un error profundo.
Últimamente quedé muy impresionado por un pasaje en el capítulo once de Romanos: "Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra" (Ro. 11:5, 6). ¿Cómo me salvo, entonces? Por la pura gracia soberana. Así escribía el Apóstol Pablo a los Efesios: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe" (Ef. 2:8, 9). Es la bendita, preciosa, y soberana gracia la que ha venido a todos nosotros en la Persona de nuestro Señor Jesucristo. Lo que necesitamos, como pecadores, es la salvación. Esta salvación nos la ha traído la gracia de Dios. Entonces, si la gracia ha traído la salvación, ¿qué es lo que ahora tenemos que hacer? Tengo que apropiarme de lo que Dios me ofrece en la Persona, y mediante la obra del Señor Jesucristo—en lenguaje sencillo, tengo que aceptar por la fe, la salvación eterna que la gracia me trae.
La muerte del Salvador es la única base y fundamento de la aceptación de cada uno delante de Dios, debido a que en la cruz tenemos el juicio del pecado por parte de Dios, ejecutado sobre Su santo Hijo. Allí le veo a Él, que no conoció pecado, hecho pecado por nosotros. Allí descubro que "todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino: mas Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros." La sangre de Su cruz constituye la única forma justa en que Dios libera a nuestras almas de la dificultad y el peligro en el que el pecado las había lanzado. Cristo crucificado y muerto constituye la expresión del amor de Dios, así como la demostración del hecho de que "Dios es luz." Si, sin introducir Su sacrificio de propiciación, Él hubiera condenado al hombre, ¿dónde quedaba Su amor? Y si Él hubiera pasado por alto el pecado, sin juzgarlo, ¿dónde quedaba Su justicia? El sacrificio de Cristo soluciona ambas dificultades. Es una gran cosa ver que la verdad de la cristiandad descansa sobre dos firmes columnas, el amor y la luz, esto es, lo que el mismo Dios es en Su propia naturaleza. Él tiene que juzgar el pecado; pero, para salvar al pecador, Él ha dado a Su propio Hijo como la expresión de Su amor, para que lleve los pecados de ellos, y para que muriera en lugar de aquellos sobre los que descansaba la sentencia de muerte y de juicio. Todo el plan de la salvación descansa sobre estos apoyos eternos de la verdad. La luz exhibe el pecado del hombre, y el amor lo quita. El hombre había pecado, y se estaba dirigiendo al justo juicio de Dios; pero Dios interviene, y da Su Hijo, que viene a ser un Hombre, a fin de que Él pueda morir como el Sustituto, en el lugar del hombre culpable.
Tenemos a Dios demostrando Su amor, al dar a Su Hijo, y al manifestar Su justicia y santidad, en el hecho de que Su Hijo, al llevar los pecados, y hecho pecado, fue juzgado sobre la cruz. Cristo se apropió y sintió el peso de aquella terrible carga de pecado cuando, sobre la cruz, clamó: "Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me has desamparado?" Como consecuencia justa de la obra expiatoria llevada a cabo por Cristo, Dios declara que todo aquel que cree en Él recibe la vida eterna. Aquel hombre tiene el don de Dios. Aquel hombre recibe el perdón de los pecados. Aquella persona recibe la salvación. Aquella persona recibe el perdón, y la bendición del Señor. Si quieres una ilustración, simplemente contempla al ladrón moribundo. Aquel hombre obtuvo la salvación. "Señor," Le dice, "Acuérdate de mí cuando vinieres a Tu reino." Sabéis que Jesús le contestó, "Hoy estarás conmigo en el paraíso." Fue salvado por la soberana gracia de Dios. La luz entró en su alma, y él confió en Jesús, y un profundo gozo tiene que haberle llenado al oír adónde iba a ir, y con quién iba a estar aquel mismo día.
Pero ¿por quién estaba Jesús muriendo? Por los pecadores como yo. ¿No crees que murió también por ti? Si te has avergonzado de confesarle hasta ahora, amigo mío, ¡afuera con esta cobardía! ¡Avergonzado de Jesús! ¡Avergonzado de confesarle! ¡Dios no lo quiera! Oh, que puedas tener la gracia de creer en Él, y de confesarle también. Si tú crees en Su muerte vicaria por ti, tú recibirás lo que yo he recibido—vida eterna mediante Su precioso Nombre. Tú y yo morimos debido a que somos pecadores. Él vino haciéndose hombre a fin de poder morir, y cumplió las demandas de Dios. Como hombre, triunfante sobre el pecado, la muerte, la tumba, y el poder de Satanás, Él está sentado en la gloria, como Salvador viviente, y dice, "Miradme a Mí, y sed salvos."
La gracia consigue maravillosas victorias—victorias sobre pecadores como tú y como yo. Aquellas victorias consisten en ganar corazones descuidados, volviéndolos a Cristo, que en Su gracia nos bendice, y nos salva. Bien recuerdo como Dios ganó a un joven en una ocasión. Le conocí durante todo su curso en la Universidad de Edinburgo. Era el mejor jugador de criquet de su año, y el mejor futbolista de la Universidad, y tenía un armario lleno de premios. Era sobresaliente en sus cursos, y en todo lo demás, y llegó a médico residente en el Hospital Real. Era hijo de una viuda, un joven bien plantado, y un favorito en general. A menudo le hablé de su alma. No le gustaba mucho, pero cuando estaba enfermo siempre mandaba a buscarme. Era curioso que, aunque no le gustaba que le hablase acerca de su alma, me mandaba buscar cuando se encontraba enfermo. Me acuerdo perfectamente bien de un sábado por la noche que recibí una nota escrita por él, "¿Podrá venir a verme al Hospital? Estoy muy enfermo." Había estado jugando al fútbol, y en una tremenda refriega había caído y se había herido en la rodilla. Robusto como era, y decidido, intentó seguir el partido, pero cayó desmayado. Le llevaron al Hospital y había estado enfermo por tres semanas antes de que yo me enterara de su accidente. Cuando llegué allí, le hallé en cama sufriendo uno de los peores ataques de fiebre reumática que jamás haya visto. Dos enfermeras estaban con él, una de noche y la otra de día, muy ocupadas enjugando el sudor que se formaba en su frente.
Había perdido toda la capacidad de voltearse, excepto para mover la cabeza, y sabía muy bien que su fin se le acercaba. Me sentí muy triste de verle en aquel estado, y le pregunté qué podía hacer por él. "Quisiera que escribiera a mi madre", que entonces vivía en las Antillas. Me dio ciertas instrucciones, y después le dije yo, "Y ¿podré decirle que has hallado al Señor?" "Ojalá pudiera decirlo. Daría todo el mundo, si lo tuviera, para hallarle; pero me temo que ahora es demasiado tarde." Le aseguré que esto era un error, y entonces dijo él, "Pero sería jugar sucio ir a Jesús ahora, después de haberlo estado dejando de lado durante tanto tiempo." "No importa," le dije, "Él te bendecirá y te salvará ahora, si tú crees en Él." Le expuse el evangelio de Jesús, con sus instrucciones de escribir a su madre que ahora él se hallaba "ansioso por ser salvo."
Un domingo, cuatro semanas más tarde, recibí otro mensaje pidiéndome de nuevo que fuera. Fui, y vi con total claridad que la muerte le había ya marcado como una de sus víctimas. El sudor de la muerte se hallaba sobre su frente. Me senté al lado de la cama de mi querido amigo. Él se hallaba verdaderamente ansioso por ser salvo, y yo volví a relatarle la historia del hijo pródigo, la historia del ladrón moribundo, y después le cité, "PALABRA FIEL Y DIGNA DE SER RECIBIDA POR TODOS: QUE CRISTO JESÚS VINO AL MUNDO PARA SALVAR A LOS PECADORES, DE LOS CUALES YO SOY EL PRIMERO" (1 Ti. 1:1515This is a faithful saying, and worthy of all acceptation, that Christ Jesus came into the world to save sinners; of whom I am chief. (1 Timothy 1:15)). Entonces, al detenerme, vi que sus labios se movían, y supe que estaba orando. Es un momento maravilloso cuando un hombre ora—cuando Dios puede decir, "He aquí, el ora." Al final, dijo: "Mi vida ha sido una vida malgastada, pero creo en Él ahora, puedo confiar en Él ahora. Lo veo todo."
Pasé aquella noche con él. A su enfermera el joven dijo: "No he sido un pecador demasiado grande para que Jesús no me salvara. Estoy muriendo, y no tengo miedo de morir. Muero feliz." A mí me dijo una vez: "¿Cree que me dejará resbalar al final?" "¡Oh, no!" le dije. "No es como Él actúa. ¿Crees que Él se preocuparía de ti, moriría por ti, te amaría, y que después te dejaría? Escucha Sus propias palabras: 'Mis ovejas oyen Mi voz, y Yo las conozco, y Me siguen, y YO LES DOY VIDA ETERNA; Y NO PERECERÁN JAMÁS, NI NADIE LAS ARREBATARÁ DE MI MANO' " (Jn. 10:27, 2827My sheep hear my voice, and I know them, and they follow me: 28And I give unto them eternal life; and they shall never perish, neither shall any man pluck them out of my hand. (John 10:27‑28)). "Consuele a mi madre, dígale que estoy yendo a estar con Cristo," dijo, y sus últimas palabras fueron, "SI MUERO, TODO ESTA BIEN."
Esto fue gracia soberana, ¿no? ¡Gracias a Dios! Fue gracia. Esta misma gracia te salvará a ti, si no la has probado todavía.
"La ley por Moisés fué dada: mas la gracia la verdad por Jesucristo fue hecha." ¿Confiarás en Él ahora? Creo que algunos de vosotros sí lo haréis. Si es así, bien podríamos cantar aquel himno:
Tal como soy, sin más decir,
Que a otro yo no puedo ir,
Y Tú me invitas a venir;
Bendito Cristo, vengo a Ti.
Tal como soy, sin demorar,
Del mal queriéndome librar,
Me puedes sólo Tú salvar;
Bendito Cristo, vengo a Ti.