Mateo Capítulo 25

Matthew 25  •  12 min. read  •  grade level: 12
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Las Diez Vírgenes: Responsabilidad Individual Durante La Ausencia De Cristo
Los profesantes, durante la ausencia del Señor, son presentados aquí como vírgenes que salieron a encontrar al Esposo y a iluminarle el camino a casa. En este pasaje, Él no es el Esposo de la Iglesia. Nadie más sale a Su encuentro, en ocasión de Su boda con la Iglesia en el cielo. La Esposa no aparece en esta parábola. Si hubiera sido introducida, habría sido Jerusalén en la tierra. La asamblea no es vista en estos capítulos como tal.
Aquí se trata de la responsabilidad personal durante la ausencia de Cristo. Aquello que caracterizaba a los fieles en este período, era que ellos salían del mundo, del judaísmo, de todos sitios, incluso de la religión relacionada con el mundo, para ir y encontrar al Señor que venía. El remanente judío, al contrario, le espera en el lugar donde están. Si esta expectación fuese real, la característica de alguien gobernado por ella sería el pensamiento de aquello que era necesario para Aquel que venía—la luz, el aceite. De otra manera, ser compañeros, mientras tanto, de los profesantes, y llevar lámparas con ellos, satisfaría el corazón. No obstante, todas tomaron una posición: salen fuera, dejan la casa para salir al encuentro del Esposo. Él se tarda. Esto también ha tenido lugar. Todas se duermen. Toda la Iglesia profesante ha perdido el pensamiento del regreso del Señor—incluso los fieles que tienen el Espíritu. Estos también deben haber entrado de nuevo para dormirse tranquilamente en algún lugar de descanso para la carne. Pero a medianoche, inesperadamente, surge el clamor: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle.” ¡Es lamentable! necesitaban el mismo llamado del principio. Nuevamente debían salir a recibirle. Las vírgenes se levantan y arreglan sus lámparas. Hay tiempo suficiente entre el clamor de medianoche y la llegada del Esposo para probar la condición de cada una. Había algunas que no tenían aceite en sus lámparas. Sus lámparas se estaban apagando. Las prudentes tenían aceite. Era imposible para ellas compartirlo con las demás. Solamente aquellas que lo poseían entraron con el Esposo para participar de la boda. Él rehusó reconocer a las otras. ¿Qué tenían que hacer ellas allí? Las vírgenes tenían que dar luz con sus lámparas. No lo habían hecho. ¿Por qué tendrían que compartir la fiesta? Habían fracasado en cumplir lo que les daba este lugar. ¿Qué derecho tenían de estar en la fiesta? Las vírgenes de la fiesta eran vírgenes que acompañaban al Esposo. Estas no lo habían hecho así. No fueron admitidas. Pero incluso las fieles habían olvidado la venida de Cristo. Se durmieron. Pero al menos, poseían lo esencial concerniente a ello. La gracia del Esposo hace que surja el clamor que proclama Su llegada. Éste las despierta: tienen aceite en sus vasos; y la tardanza, que hace que las lámparas de las imprudentes se apaguen, da tiempo a las fieles para estar preparadas y hallarse en su lugar; y, por olvidadizas que hayan sido ellas, entran con el Esposo a las bodas.
Fidelidad Individual Para Con Un Maestro Ausente; Los Tres Siervos
Pasamos ahora del estado del alma al servicio.
Porque verdaderamente (versículo 14) se trata de un hombre que se había ido lejos de su casa—pues el Señor habitaba en Israel—y quien entrega sus bienes a sus propios siervos, y luego se va. Aquí tenemos los principios que caracterizan a los siervos fieles, o lo contrario. No es ahora la expectación individual, y la posesión del aceite, requisito para un lugar en el glorioso séquito del Señor; tampoco es la posición pública y general de aquellos que estaban en el servicio del Maestro, caracterizada como una posición y un todo, y por lo tanto, representados por un único siervo; se trata de fidelidad individual en el servicio, como antes en la espera del Esposo. El Maestro a Su regreso arreglará cuentas con cada uno. Ahora bien, ¿cuál era la posición de ellos? ¿Cuál era el principio que produciría fidelidad? Observemos, antes de nada, que no se da a entender que se trata de dones providenciales, ni de posesiones terrenales. Estos no son los “bienes” que Jesús encomendó a Sus siervos cuando se marchó. Estos eran dones que les capacitaban para trabajar a Su servicio mientras Él estaba ausente. El Maestro era soberano y sabio. Él daba distintamente a cada uno, y a cada cual de acuerdo a su capacidad. Cada uno estaba capacitado para el servicio en el que era empleado, y los dones necesarios para su cumplimiento fueron entregados a ellos. La fidelidad para realizarlo era la única cosa en cuestión. Aquello que distinguía a los fieles de los infieles, era la confianza en su Maestro. Ellos tenían suficiente confianza en Su bien conocido carácter, en Su bondad, Su amor, en trabajar sin ser autorizados de ningún otro modo que no fuera por su conocimiento de Su carácter personal, y por la inteligencia que esa confianza y ese conocimiento producían. ¿Para qué darles cantidades de dinero, sino para que negociaran con ellas? ¿Había fracasado en Su sabiduría cuando Él entregó estos dones? La consagración que fluía del conocimiento de su Maestro, contaba con el amor de Aquel a quien conocía. Ellos trabajaron, y fueron recompensados. Este es el verdadero carácter, y la fuente, del servicio en la Iglesia. Esto era lo que le faltaba al tercer siervo. No conocía a Su Maestro—no confiaba en Él. Ni siquiera pudo hacer lo que era consistente con sus propios pensamientos. Él esperaba alguna autorización que le brindaría seguridad contra el carácter que su corazón atribuía falsamente a su Maestro. Aquellos que conocían el carácter de su Maestro, entraron en Su gozo.
La Diferencia Entre Esta Parábola Y La De Lucas 19
Hay esta diferencia entre la parábola aquí y la de Lucas 19, y es que en esta última cada hombre recibe una mina; su responsabilidad es lo único que interesa. Y, por consiguiente, aquel que ganó diez minas es puesto sobre diez ciudades. Aquí están involucradas la soberanía y la sabiduría de Dios, y el que trabaja es guiado por el conocimiento que él tiene de su Maestro; y los consejos de Dios en gracia se cumplen. Aquel que tiene más, recibe aún más. Al mismo tiempo, la recompensa es más general. Aquel que ha ganado dos talentos, y el que ha ganado cinco, entran de igual modo en el gozo del Señor al cual habían servido. Le habían conocido en Su verdadero carácter, y entran en Su gozo pleno. ¡El Señor nos lo otorga!
La Parábola De Las Diez Vírgenes Limitada a La Porción Celestial Del Reino
Hay mucho más que esto en la segunda parábola—la de las vírgenes. Se refiere más directa y exclusivamente al carácter celestial de los cristianos. No se trata de la asamblea, propiamente llamada, como un cuerpo; sino que los fieles salieron a encontrar al Esposo que volvía para las bodas. Al tiempo de Su regreso para ejecutar juicio, el reino de los cielos asumirá el carácter de personas salidas del mundo, y todavía más del judaísmo—de todo aquello que, en lo que respecta a la religión, pertenece a la carne—de toda forma mundana establecida—para tener que ver solamente con la venida del Señor, y salir a encontrarle. Este era el verdadero carácter de los fieles desde el principio, teniendo parte en el reino de los cielos, si hubieran comprendido la posición en la que fueron colocados por el rechazo del Señor. Las vírgenes, es cierto, habían entrado de nuevo; y esto falseó su carácter; pero el clamor de medianoche las devolvió de nuevo a su verdadero lugar. En la primera parábola, y en la de Lucas, el asunto tratado es Su regreso a la tierra, y el galardón individual—los resultados, en el reino, de su conducta durante la ausencia del Rey. El servicio y sus resultados no son el tema en la parábola de las vírgenes. Aquellas que no tenían aceite, no entran en absoluto. Esto es suficiente. Las otras tienen la bendición en común; ellas entran con el Esposo a la boda. No se trata de galardón particular, ni de diferencia de conducta entre ellas. Era la expectación del corazón, aunque la gracia tuvo que hacer que la volvieran a sentir. Cualquiera que hubiera sido el lugar de servicio, la recompensa era segura. Esta parábola se aplica y se limita a la porción celestial del reino como tal. Es una semejanza del reino de los cielos.
La Tardanza Del Maestro
Podemos observar aquí también, que la tardanza del Maestro se observa del mismo modo en la tercera parábola—“después de mucho tiempo” (Mateo 25:19). La fidelidad y constancia de ellos fueron puestas así a prueba. Que el Señor permita que seamos hallados fieles y consagrados, ahora al final de los tiempos, para que pueda decirnos: ‘¡Buenos siervos y fieles!’. Es digno de observar que en estas parábolas, aquellos que están en el servicio, o que aparecen primero, son los que se encuentran al final. El Señor no extendería la suposición de la tardanza más allá de, “nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado.”
El lloro y el crujir de dientes son la porción de aquel que no ha conocido a su Maestro, del que le ha ultrajado con los pensamientos que tenía acerca de Su carácter.
El Juicio De Los Vivos En La Tierra; Los Cuatro Grupos Diferentes
En el versículo 31 se reanuda la historia profética conectándose con el versículo 31 del capítulo 24. Allí veíamos al Hijo del Hombre aparecer como un relámpago, y después juntando al remanente de Israel desde los cuatro extremos de la tierra. Pero esto no es todo. Si Él aparece así de una manera tan repentina como inesperada, Él también establece Su trono de juicio y gloria en la tierra. Si Él destruye a Sus enemigos a quienes encuentra en rebeldía contra Él, se sienta igualmente sobre Su trono para juzgar a todas las naciones. Este es el juicio de los vivos en la tierra. Cuatro grupos diferentes son hallados juntamente: el Señor, el Hijo del Hombre mismo—los hermanos—las ovejas—y los cabritos. Yo creo que aquí los hermanos son judíos, Sus discípulos como judíos, a quienes utilizó como Sus mensajeros para predicar el reino durante Su ausencia. El Evangelio del reino tenía que ser predicado como un testimonio a todas las naciones; y luego vendría el fin del siglo. En el momento del que se habla aquí, esto se había hecho ya. El resultado se manifestaría ante el trono del Hijo del Hombre en la tierra.
Él llama a estos mensajeros, por tanto, Sus hermanos. Les había dicho que serían maltratados; y así lo fueron. Con todo, hubo algunos quienes recibieron su testimonio.
El Afecto Del Rey Para Con Sus Fieles Siervos Y El Valor De Ellos
Ahora bien, tal era Su afecto por Sus siervos fieles, y de tal modo los valoraba, que Él juzgó a aquellos a quienes se había enviado el testimonio, según la manera en que ellos recibieron a estos mensajeros, ya fuera bien o mal, como si lo hubieran hecho con Él mismo. ¡Qué estímulo para Sus testigos durante ese tiempo de angustia, en que la fe de ellos estaría en servicio mientras eran probados! Al mismo tiempo, moralmente, era justicia hacia aquellos que fueron juzgados; pues habían rechazado el testimonio sin importarles quiénes lo rendían. Tenemos también el resultado de su conducta, tanto del uno como del otro. Es el Rey—pues este es el carácter que Cristo ha tomado ahora en la tierra—quien pronuncia el juicio; y Él llama a las ovejas (aquellos que habían recibido a los mensajeros y se habían compadecido de ellos en sus aflicciones y persecuciones) para que heredasen el reino preparado para ellos desde la fundación del mundo; pues tal había sido el propósito de Dios con respecto a esta tierra. Él siempre tuvo a la vista el reino. Ellos eran los benditos de Su Padre (del Padre del Rey). No se trataba de hijos que entendían su propia relación con su Padre; sino que eran los receptores de la bendición del Padre del Rey de este mundo. Además, tenían que entrar a la vida eterna; pues tal era el poder, por medio de la gracia, de la palabra que habían recibido en su corazón. Poseyendo la vida eterna, serían bendecidos en un mundo igualmente bendecido.
Aquellos que habían despreciado el testimonio, y a los que lo rendían, habían despreciado al Rey que los envió; y debían ir al castigo eterno.
El Efecto Del Regreso De Cristo
Así, el efecto total de la venida de Cristo con respecto al reino y a Sus mensajeros durante Su ausencia, queda manifestado: con respecto a los judíos, hasta el versículo 31 del capítulo 24; con respecto a Su siervos durante Su ausencia, hasta el final del versículo 30 del capítulo 25, incluyendo el reino de los cielos en su condición actual, y las recompensas celestiales que serán dadas; y después, desde el versículo 31 al final de capítulo 25, con respecto a las naciones que serán bendecidas en la tierra a Su regreso.