Otra vez era domingo. Ese día nadie de la choza fue a la iglesia. Muy temprano en la mañana leyeron una parte de la Palabra de Dios, cantaron un himno, oraron, y cada quien fue por su propio camino. Filina tenía una invitación del mayordomo de la finca de Gemer. Tuvo que ir al castillo, y los niños dijeron que irían a la casita de Palko, no para entrar, porque el doctor tenía la llave, sino para ver si ya habían traído la lefia y dónde los cargadores la había n amontonado.
Pero quien puede describir su sorpresa cuando llegaron a la casita. Vieron que todas las ventanas estaban abiertas y en la mesa de la cocina estaba sentada una gata grande y blanca. El pelo alrededor de su cabeza parecía como un gorro. Sus ojos eran azules y redondos como los de un búho. Su cola larga y ancha colgaba afuera por la ventana. Alrededor del cuello tenía una cinta adornada de perlas pequeñas, y una pequeña campana dorada colgaba de ella. Cuando la vieron estuvieron alegres de que no hubieran traído a los perros consigo. Fido fue con su patrón y Dunaj estaba en algún lugar corriendo entre el bosque.
-Parece que alguien ya vive aquí—comentó el Ondreco con admiración.
-Realmente así es. La gata no estaría sentada allí por si misma—agregó Palko. Caminaron cuidadosamente alrededor de la casita. En el patio hallaron la madera ya cortada y amontonada. Entonces se preguntaron entre sí que debían hacer. Si las Señoras ya había n venido, tendrían que hallar flores para ellas. Los niños calcularon que ya para cuando regresaran con las flores, las nuevas habitantes se habrían levantado.
Cuando regresaron después de más o menos una hora, cada uno tenía un ramillete grande de flores y hojas verdes. Palko las había arreglado para todos los tres. EEE1 ya era experto en ese trabajo. Ondreco llevaba su ramillete en frente de si con las dos manos, de manera que apenas podía ver la vereda en frente. Pedrico llevaba su ramillete sobre el hombro. EEE1 era el primero que se fijó en que la puerta estaba abierta y el humo salía de la chimenea.
El siguiente momento una Señora anciana de vestido negro y gorra blanca se puso en la entrada. Su cara que de otra manera era de buena apariencia, mostraba evidencia de mucha preocupación, y parecía angustiada, como para decir:
¿Qué debo hacer ahora?
-Ella ciertamente necesita algo—dijo Palko, mientras los niños corrían hacia la casita.
A su saludo, la Señora contestó en el lenguaje checo. Su cara amable se iluminó al mirar a los niños y sus ramilletes grandes.
¿Es usted la enfermera de la Señora enferma?—Palko empezó a decir—.
Nosotros le prometimos al doctor que traeríamos flores, así que las hemos traído ahora. Están marchitadas, pero si se las pone en el arroyo van a refrescarse.
-Gracias por ser tan amables. Mi Señora estará alegre.
Tomando las flores de los niños, la Señora colocó los cabos de los tallos en el arroyo.
-Puesto que usted no conoce esta parte, tal vez va a necesitar algo que no puede encontrar en el bosque—Palko dijo pensativamente—. Estaremos alegres de poder servirla; solo avísenos que le hace falta.
-Estaré muy agradecida, niños, Si mi ayudan. Hemos traído todo menos sal y pan, que no tenemos porque la bolsa en que estaban los comestibles se quedó en el carretón. Vinimos muy tarde ayer en vez de esta mañana, así que el doctor no nos acompañó, y el ambiente todavía es extraño.
—Vamos a traer sal y pan. Nuestra choza está cerca—Pedrico exclamó celosamente—. También el suero de leche estará listo. Vamos, Ondreco.
—¿Han de traernos leche y pan de la choza?—inquirió la Señora.
-Estas cosas serán de nosotros—Ondreco la aseguró—. Pero tenemos que irnos ya para poder regresar pronto.
—Voy a quedarme con usted—decidió Palko—, porque la casita pertenece a mi padre. Aunque quizás usted este acostumbrada a tener las cosas arreglada de manera diferente, yo puedo mostrarle dónde se puede guardar varias cosas.
-¡Es de ustedes la casita! Entonces tú puedes sugerir dónde ponga yo cada cosa que hemos traído con nosotros. ¿Cómo debemos llamarte?
—Palko Lesina. El otro niño es Pedrico Filina, y el tercero es Ondreco de Gemer.
¿Qué apellido dijiste?—preguntó la Señora, asustada.
—De Gemer. Los rebaños pertenecen a su padre. El doctor mandó a Ondreco a Bach Filina porque estaba débil. Aquí se está desarrollando bien. Desde el día que empezó a vivir como nosotros vivimos y no como un caballero noble, se está poniendo bien y fuerte. ¿Y qué de su Señora; pudo dormir anoche?
—¡Ay mi pobre Señora!—sollozó la Señora anciana—. Si tan solamente ella supiera. No sé si durmió en la noche, pero ahora mismo está durmiendo como nunca ha dormido por mucho tiempo. Vente, Palko, entremos suavemente.
Era bueno que hubiera un pasillo entre el cuarto de dormir y la cocina, porque de esa manera la que dormía no fue molestada. Palko resultó ser un ayudante muy bueno. Desde la cocina que parecía como una plaza de venta, llevaron baúles, bolsas, cubiertas, abrigos y toallas, al cuarto limpio de depósito, el cual la Señora todavía no había descubierto. Algunas cosas las colocaron en las repisas que Lesina ya había fijado, y otras fueron colgadas de clavos en la pared. Uno de los baúles, la Señora lo vació. En él estaba la porcelana y todos los utensilios de la cocina. Estos Palko los llevó de una vez al nuevo armario en la cocina. Colgó algunas cosas cerca de la estufa. Uno de los manteles de la mesa él lo extendió sobre la mesa.
Después de encontrar la escoba que su padre había hecho de las ramas que había cortado y traído, barrió la cocina, porque en el acto de llevar tantas cosas para adentro, había n dejado mucha tierra adentro. Corrió con el cántaro para traer agua, colocó uno de los ramilletes en él, y lo puso sobre la mesa ya cubierta de un mantel. Justamente cuando hubo terminado, sus compañeros llegaron corriendo, sudando por el calor. Ondreco llevaba el cántaro de cuello angosto, completamente cubierto de paja trenzada, y el tanque de leche. Pedrico llevaba un saco bastante pesado en la espalda.
Cuando la enfermera regresó del cuarto de depósito ella casi no pudo creer lo que vela. Sobre la mesa en un nuevo plato de madera estaba el pan negro, la sal estaba en un tazón, el queso en un cuenco, y en un tanque, la leche. El fuego que se había apagado en la estufa de la cocina ya estaba quemando brillantemente. Los niños estaban sentados en la banca cerca de la ventana, con Palko parado en frente de ellos.
—¿Están aquí tan luego, mis niños?—preguntó la enfermera—; ¿qué han traído?
-Pan y sal, como usted pidió. El suero de leche está en el cántaro. La leche la trajimos para usted, porque usted no está enferma—explicó Pedrico.
Ondreco agregó:—Puede ser que su Señora no quiera tomar el suero de leche hoy, y que usted haga café en su lugar, para sí misma.
-Para usted—Pedrico agregó—, hay también mantequilla y queso. Ondreco puede hacer esto porque algún día todo esto alrededor de aquí será de él.
Los niños se extrañaron cuando los ojos de la enfermera de repente se llenaron de lágrimas. Ella las enjugó y besó a los pequeños mensajeros.
—Tienes razón, Ondreco, hoy voy a preparar café, y todos ustedes van a desayunar conmigo. Mientras tanto tal vez mi Señora se despertará.
Antes que el café estuviera listo, los niños aprendieron que la enfermera se llamaba Moravec y que ellos la podían llamar Tía; que ella nació en las montañas del norte de Bohemia en una casita tal como asta. Fue a América con sus padres, y se casó allí, pero cuando su esposo murió, como ella ya no tenía a su hija consigo, había servido a esta Señora por diez años, y la cuidaba como a su propia hija. Antes que los niños se dieran cuenta de lo que pasaba, cada uno tenía en frente de Si una bella taza con orilla de oro, llena de café fragante, y un gran pedazo de un pan bohemo. Después de todo, ellos habían encontrado la bolsa que habían considerado perdida, ¡y realmente habría sido una lástima si los buenos panes bohemos hubieran sido perdidos!
Justamente cuando hubieron terminado su desayuno, el sonido de una campana de plata se oía desde del cuarto. La Tía corrió para adentro rápidamente, como una muchacha joven.
-Tal vez ya es tiempo que nos vayamos—aconsejó Pedrico. Ondreco miró a Palko para ver que diría él. EEEI había logrado atraer la bella gata a si mismo Ella se sentó al lado de el en la banca, y con las manos como una ardilla tomó el pan mojado de él. Ahora aún estaba sentada sobre las rodillas de Palko y estaba ronroneando.
—No podemos dejar estos trastos así, cuando nosotros somos quienes los ensuciamos. Ella no tiene a ninguna ayudante aquí—dijo Palko.
As que corrió con un cubo de lata para traer agua, y Pedrico corrió para traer madera. Mientras tanto Ondreco se quedó solo en la cocina, cuando se abrieron las puertas del cuarto de dormir. Al principio oyó la voz de la Tía, y luego otra. La sangre se precipitó a su cabeza, pues la voz era tan clara y tan bonita, Le traían recuerdos tan misteriosos, como de los tiempos remotos, como de los secretos de las memorias muy pasadas! Lo que decían el no lo entendía. La gata se deslizó despacio de las manos de Ondreco, alzó la cola larga y brincó a la puerta. La puerta no estaba completamente cerrada y la gata la abrió con una mano y desapareció de la vista del niño asombrado. EEE1 ni se fijó en eso. Estaba tan completamente absorto con la voz, que ya no oía. La venida de los niños lo despertó de sus ensueños.
Palko lavó los trastos, y Pedrico los secó; guardaron todo en su lugar debido, y desaparecieron tan silenciosamente como podían.