Capítulo Tres

Narrator: Jose Gentwo
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La siguiente semana Bach Filina tenía mucho trabajo que hacer, así que no pudo vigilar mucho a los niños, aunque estos hacían todo lo que podían; le obedecieron y trataron de agradarlo en todo. El martes el doctor llegó para mirar a Ondreco. Le dijeron dónde Ondreco dormía, pero el nada más se rio diciendo:—Es bueno para ti, niño, eso te ayudará; aunque tu padre es un gran Señor y un magiar orgulloso, todo sirve en su tiempo. Así que yo confió que vamos a vivir para ver que las Montañas Tatra pertenezcan a los eslovacos y también estos bosques. Porque tu abuelo vivid allí como un gran eslovaco, tú también como un buen eslovaco estarás viviendo. Sólo aprende el lenguaje de tu padre y acércate a ese suelo que ellos una vez cultivaron.
Los niños no entendían lo que él quería decir. Solamente sentían que él era su amigo.
Llegó la noche. Tuvieron que hacer una cama para el doctor al lado de ellos sobre el heno. En la mariana él bebió la buena leche y comió el pan negro con queso. Entonces los niños lo guiaron hasta la "Roca de la Bruja". En el camino Ondreco preguntó acerca de su padre. Aprendió que ahora vivía en Paris y que no planeaba llegar a la casa ese ario por el verano. El niño respiró más libremente porque sentía que si su padre llegara él tendría que ir a vivir con él, lejos de Bach Filina y lejos de Pedrico. Eso no le agradaría; él no quería ir en nada.
Cuando el doctor se despidió de los niños ellos lo siguieron con los ojos mientras tanto podían ver su sombrero de paja, y luego se subieron sobre la roca para verlo mejor, pero para mientras él había desaparecido de una vez. En vez de ver al doctor vieron al otro lado de la "Roca de la Bruja" un pequeño valle bello, y en al había una casa solitaria de ventanas pequeñas hecha de madera y cubierta de tejas, cerca del arroyo. Colocada entre las fuentes que salían de las rocas, parecía la casa de una historia de hadas. El encargado del rebaño, Esteban, les había contado a los niños varias veces acerca de brujas que vivían en chozas solitarias, y les parecía que tal vez una de ellas vivía allí. Un perro grande y blanco se asolaba en frente de la choza. Si Fido hubiera estado con él, seguramente habría iniciado una pelea con él.
Mientras los Milos miraban la casita la puerta abrió, pero no salió ninguna mujer vieja, sino únicamente un niño quien era un poco más grande que ellos mismos, con un manto y cincho, sandalias, y un sombrero en la cabeza. El perro saltó, movió su cola ancha, se estiró, bostezó y ladró alegremente. El niño lo acarició en la cabeza y sonrió hacia él, y luego los dos empezaron a caminar para arriba hacia la roca grande.
El perro fue el primero que vio a nuestros compañeros y se detuvo. Pudieron ver que él no era tan joven como Fido, pero que él era sabio y no ladraba inútilmente a cualquier persona, así que sabían que debía de ser amable con la gente. Pronto los niños se encontraron cara a cara, y el niño extraño, cuya manera de vestir indicaba que no era de aquella sección, les saludó de una manera amable. Les preguntó que estaban haciendo y de dónde eran. Le dijeron que habían acompañado al doctor hasta ese lugar. Ondreco se atrevió a preguntarle Si vivía en aquella casa pequeña.
-La casa pertenece a nosotros, pero yo soy de Trenchin Solamente hace una semana que vine con mi padre. Murió un tío de mi madre, y porque no hay pariente más cercano mi madre heredó esta choza. Papa quiere venderla, pero un bosque de bastantes palos Tinos pertenece a la choza, y los palos serían muy útiles en nuestro negocio. Por tanto, vamos a quedarnos aquí por algún tiempo para cortar la madera y llevarla con nosotros.
—¿Y el perro es de ustedes?
-Sí, es nuestro Dunaj. Él no quiso quedarse en la casa; tuvimos que llevarlo con nosotros, aunque tuvimos que pagar pasaje por el en el ferrocarril.
-Seguramente no lo tenían consigo en el vagón, ¿verdad?—preguntó Ondreco.
-No; y no le gustó a Dunaj en nada el lugar en donde lo encerraron. Él casi me atropelló cuando ganó su libertad otra vez. ¿Así es, verdad, Dunaj?—El perro gañó y se acurrucó a los pies de su Señor.
-Nosotros también tenemos un perro que todavía es joven, pero él también va a crecer grande—dijo Ondreco en apreciación.
-¿Y a donde te vas?—preguntó Pedrico.—Aquí nada más en la roca para ver que está detrás de ella. En nuestro país también tenemos una roca grande, pero es mucho más alta y ancha, y cuando uno mira para abajo desde ella parece como que estuviera mirando para abajo al Valle del Sol, como dice la historia. Y después de la tormenta aparece un arco iris, como la puerta del cielo que una vez apareció a Jacob en un sueño. Una vez yo creía que la puerta del cielo estaba allí únicamente, pero hoy sa que el cielo está abierto en todo lugar para que el Señor Jesucristo pueda venir a nosotros en donde y cuando quiera. conocen ustedes también?
—¿A quién?—preguntaron los niños.
—El Hijo de Dios, el Señor Jesús. Pero ya veo que ustedes no le conocen, y Él seguramente me mandó a ustedes, para que yo les pudiera decir todo lo que se. ¿Tienen tiempo para hablar?
-Podemos quedarnos aquí más o menos una hora—dijo Pedrico, quien sintió que el nuevo desconocido era muy amable y quería tenerlo por un compañero.
-Entonces vamos a sentarnos aquí sobre la roca, y te voy a decir cómo era que yo vine al Valle del Sol por primera vez, y que clase de libro encontré allí Yo lo tengo aún aquí conmigo porque no quería quedarme sin ella. Pero díganme primero como se llaman ustedes. Yo me llamo Palko, aunque una vez me bautizaron en nombre de Nicolas. Pero esto es una historia larga.
-Me llamo Pedrico, y él se llama Ondreco. En la casa de él lo llaman Andreas de Gemer en la lengua magiar, pero Bach Filina dice: "¿Por qué debemos quebrar la lengua con nombres extranjeros?" De todos modos, el nombre Ondreco es mucho más bonito—celosamente habló Pedrico.
-Es un nombre bonito. Era el nombre de uno de los discípulos del Señor Jesús que le trajo el niño que tenía los panes y los peces. Yo lo tengo bellamente escrito en este libro.
-Para mientras los niños se subieron sobre la roca, se sentaron, y el nuevo compañero sacó un libro cuidadosamente envuelto en papel y empezó a decirles las cosas hermosas acerca de él. Si alguien quisiera repetirlos llevaría un libro entero (Véase la primera parte del libro En el País del Sol.).
Entre otras cosas, les dijo que el que toma este libro en las manos no debe leerlo de otro modo sino con las mismas palabras exactas, desde el principio hasta el fin, porque únicamente de esa forma llegará a conocer el Camino que conduce al verdadero País del Sol, donde por medio de las puertas del Cielo, el Señor Jesús fue a preparar un lugar para todos aquellos que iban por ese camino en obediencia.
Los niños no se habrían cansado de escuchar hasta la noche, pero de repente llegó Fido, y como que supiera que con tal clase de perro como Dunaj no debía iniciar una pelea, solamente lamió a sus compañeros y fue amable al extranjero. Su llegada hizo que los niños recordaran a Bach, y lo que diría él si ellos se quedaran demasiado tiempo. Se levantaron, y Palko prometió acompañarlos para que le pudieran mostrar dónde su choza estaba, y cuando él tuviera tiempo llegaría a visitarlos.
Él corrió abajo para cerrar su casa y tuvieron que esperar un rato. Cuando regresó llevaba un pedazo grande de pan Lo cual el dividió en cinco partes iguales, y entonces fueron por la vereda estrecha sobre los prados a los rebaños.
El nuevo visitante les contó muchas cosas por el camino. Casi no pudieron despedirse de él.
Cuando Bach entró para la cena, cada uno de los dos niños trató de sobrepasar al otro en decirle acerca de su día. El escuchó atentamente y dijo que estaría contento cuando el niño extraño, quien parecía muy decente, les visitara. Todos esperaban que él les visitara el siguiente domingo.