Capitulo Uno

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En todo el mundo ancho no había compañeros que amaban unos a otros más que Pedrico, Ondreco y Fido. Todos los tres eran huérfanos y habían pasado un tiempo en el mundo hasta entonces. Ambos padres de Pedrico habían muerto de una fiebre maligna. Él llegó a ser un cargo para el público y fue mandado de un lugar a otro, hasta que por fin lo colocaron bajo el cargo del pastor Filina, quien era el tío de su padre, y tenía el cargo de las ovejas que pastoreaban en los prados de la montaría de la finca del Señor Gemer. Al pastor Filina la gente lo llamaba "Bach" que significa "jefe de pastores". Su morada era nada más una choza pobre, pero al maltratado Pedrico le parecía como un paraíso.
Ondreco, hijo del Señor Gemer, vino a vivir con el viejo "Bach" por la orden del doctor, para que pudiera crecer más fuerte en el aire de la montaría, bebiendo el suero de leche y comiendo el pan negro. Ondreco no pudo recordar haber tenido un padre. Él tenía solo dos arios cuando sus padres se separaron de una vez. Su madre lo llevó consigo cuando ella salió, pero aun así Ono vivió con ella. Ella lo dejó con gente desconocida a quienes ella pagó para cuidarlo, y salió sola al mundo. La gente hablaba de ella; dijeron que ella era una cantora famosa, y que muchos llegaban desde lugares lejanos para escucharla.
Ondreco recordaba solamente una de sus visitas, y que ella era muy bella, y le trajo una caja llena de chocolates, un caballo de madera en que mecer, y una trompeta, quien sabe qué más? Después de eso ó1 nunca la vio otra vez, y probablemente nunca la vería más. La señora con quien é1 vivía hablaba de un pleito ante la ley, cuya conclusión resultó que él no pertenecía ni a la madre ni al padre. Por fin, llegó al castillo de su padre, el Señor Gemer, y de allí el doctor lo mandó a las montañas porque estaba tan enfermo como una candela ya para apagarse. En cuanto a su padre sólo sabía que estaba en un lugar muy lejos, y que ya tenía una segunda esposa y dos hijos. A Ondreco le parecía que era un huérfano tanto como Pedrico. El perro Fido no recordaba su madre tampoco, porque él apenas había empezado a correr alrededor de la caseta cuando un jabalí salvaje mató a su madre. Así que no es de extraviarse de que todos los tres amaban unos a otros.
Para Ondreco le edificaron un cuarto especial al lado de la choza del pastor.
Había tres rediles grandes, y Bach Filina tenía el cargo de todos los tres. Ondreco tenía en su cuarto una cama regular, y otra cama preparada para el doctor cuando llegaba a verlo; pero puesto que se sentía bastante solito, prefería dormir con Pedrico sobre el heno, y porque Fido no podía seguirles al desván por la escalera, el por lo menos guardaba la escalera para que nada pasara con los niños.
Bach Filina era un hombre grande como gigante. La cara suya era anciana y austera; todos sus dientes todavía estaban perfectamente blancos y no tenía ni una cana; pero por extraño que parezca, sus cejas empezaron a cambiar al color gris. Pero cuando el arrugaba la frente encima de sus ojos negros como los del águila, con una vista lejana y ancha, parecía como que las nubes de tempestad se acercaran. No solamente los dos niños, sino toda la gente, hasta los encargados de los rebaños, tanto coma las ovejas y los guardianes de cuatro patas y pelo largo, tenían miedo de estas nubes de tempestad. Bach Filina no se enojaba fácilmente, pero cuando se enojaba, no era poco.
Aunque Ondreco era el hijo de su patrón, Bach Filina no le dejaba hacer todo Lo que gustara. Al niño no le habían enseñado a obedecer; pero Filina le enseñó esta dura lección sin regañarle ni siquiera tocarle con un dedo. Cuando el doctor be trajo a las montañas él le dijo a Bach:—La que este niño necesita es comer pan negro y beber suero de leche. El ha sido criado con comidas lujosas y esas no le caen bien. Le sería bien bañarse en agua fría, pero le da miedo mojarse. No tienes que tratarse como a un Señor Gemer porque es cuestión de su salud.
—¡Ah, eso!—dijo Bach, arrugando la frente—. Yo soy capaz de controlar a un mocoso tan pequeñito—y bien lo era. Durante los primeros cuantos días Ondreco no se atrevía a resistir a este gran hombre en nada, y ahora él ni pensaría en hacerlo. Los niños no conocían a ningún hombre en todo el mundo que fuera más noble que Bach Filina. Él no se preocupaba mucho por lo que ellos hacían durante todo el día, pero en la noche antes que las ovejas fueran recogidas, él se sentaba con ellos en medio de la naturaleza bella de Dios delante de la cabaña, y allí ellos podían y aún tenían que contarle todo. Se sentaban cerca de él, uno por un lado, y el otro por otro lado, y Fido colocaba su gran cabeza peluda encima de las rodillas de su patrón y miraba tan sabiamente, que parecía que él también quería contar todo lo que había pasado durante el día. El perro todavía era joven y muy activo. Al ver su nariz y orejas se podía saber que él no había sido entrenado mucho; su pelo muchas veces estaba bastante enredada porque el iniciaba riñas con los perros más grandes, Blanco y Jugador.
La primera vez que Bach encontró a los dos niños que dormían juntos sobre el heno él frunció el entrecejo y los niños tenían miedo de lo que iba a suceder, pero no sucedió nada. Bach nada más ordenó a Ondreco que extendiera su sábana sobre el heno y que se cubriera a si mismo con un cubrecama; así que los dos se cubrían y dormían muy bien en el fragante heno.