Pocos cristianos comprenden que esfera tan honorable les está abierta a ellos de una devoción viva a Cristo. Tenemos un ejemplo de esto en Pablo: él estaba listo para morir por el nombre de Jesús. Él no tenía nada más que ganar o que esperar aquí. Deseamos tener más de esta sincera devoción de corazón para el Señor. Queremos subir más arriba de la atmósfera pesada en la cual viven la mayor parte de los cristianos. Nuestro testimonio no debe limitarse a las temporadas de adoración unida; sino por todo el mundo, y entre las multitudes de pobres moribundos pecadores al derredor, debemos procurar testificar de Jesús tanto por medio de nuestras palabras como por nuestras maneras.
¡Cuán felices debemos ser como cristianos! Nada nos puede hacer infelices si tenemos un ojo sencillo para Cristo, invocando al Señor de un corazón puro. Es la falta de esto lo que causa mucha de la depresión nerviosa y abatimiento del espíritu que encontramos en muchos cristianos. Si Cristo fuese el objeto principal de nuestro corazón, Su gloria la única cosa que tuviésemos en vista, ni siquiera estaríamos pensando ni preocupándonos por nosotros mismos. Deseamos nada más entregarnos a nosotros mismos al Señor. Isaías 6 ilustra esto. Primero, el profeta dice: “Ay de mí”, etc.; cuando fue purgado, sigue la palabra: “Heme aquí, envíame a mí”. Estos principios se llevan a cabo en el libro de Isaías; siendo el testimonio primeramente a la inmundicia de Israel, y luego, en los últimos días, aparecen como mensajeros dispuestos hacia otros de la gracia de Dios.
Ojalá que podamos conocer el privilegio de una devoción viva a Cristo. Es un honor ser usados por Él. Al mismo tiempo, debemos recordar que se necesita la dirección tanto como una devoción de corazón. Como en un ferrocarril, el vapor es el poder propulsor, pero sin los rieles, los carros correrían entre los campos o en alguna otra cosa; así, la palabra se necesita para guiar nuestro celo por el Señor.