El inculto muchacho Karen

Hace muchos años una señora estaba sentada en la galería de su casa Birmana procurando descifrar los caracteres casi ilegibles de un libro de hoja de palma que estaba en todo su aspereza ante ella. Cuando la señora estaba inclinada hacia su libro, fue repentinamente interrumpida por una figura extraña que saltó por la abertura del cerco que servía como puerta de patio, y, apresurándose hacia ella con gran anhelo preguntó: “¿Vive aquí Jesucristo?”.
Era un muchacho de cosa de doce años, su áspero y negro cabello rodeado de mugre y erizado en toda dirección como púas de puerco espín; una tela muy sucia de algodón rodeaba su persona. “¿Vive Jesucristo aquí?”, preguntó él apresurándose sin ser invitado a la galería, y derribándose a los pies de la señora.
“¿Para qué quieres a Jesucristo?”, preguntó la señora. “Yo quiero verle y confesarle algo a Él”. “¿Por qué? ¿qué has hecho para que quieras confesar?”. “¿Vive Él aquí?”, preguntó con gran sinceridad. “Quiero saber eso. ¿Hecho? Va, yo digo mentiras, robo, hago todo lo malo, tengo miedo ir al infierno, quiero ver a Jesucristo porque oí a alguien decir que Él puede salvarnos de ir a ese lugar. Oh, dígame dónde puedo encontrar a Jesucristo”.
“Yo quiero dejar de hacer lo malo, pero no puedo; los malos pensamientos están en mí y los malos hechos salen. ¿Qué haré?”
¿Has tú, lector, como este pobre muchacho Karen, descubierto el mal en tu propio corazón y sentido la carga terrible del pecado que te dejará fuera del Cielo a menos que sea quitada por la obra consumada de Cristo? En respuesta a esta pregunta, la señora contestó:
“Nada; pero ven a Cristo, niño querido, como el resto de nosotros. Tú no puedes ver a Jesús ahora” (fue interrumpida ella por un presto y agudo clamor de desesperación), “pero yo soy su humilde seguidora, y Él me ha comisionado a decir a todos aquellos que deseen escapar del infierno cómo lo hagan”. La mirada de desesperación se tornó en una de esperanza.
“¡Dígame, oh, dígame! Solamente pídale a su Maestro, Jesús, que me salve y seré su esclavo por vida. No me diga que me vaya, yo quiero ser salvo —salvo del infierno”.
Cuán contenta estaba esa señora de poder señalar al querido muchacho al Salvador, de desplegar esa hermosa historia del amor de Dios para los pecadores y de hablarle de la obra del Calvario, en la base en que aun un pobre e inculto muchacho Karen podía ser salvo.
Querido lector, el evangelio tal vez es bien conocido para ti, pero si tus pecados nunca te han turbado, como el muchacho Karen, piensa en ellos AHORA. Sé sincero.
“Los que temprano ME buscan ME hallarán”, pero piensa en ese día cuando ya no habrá ningún dulce evangelio que predicar, y cuando Él que ahora se ofrece como Salvador será el Juez de ese día.
“Entonces me llamarán, y no responderé; Buscarme han de mañana, y no me hallarán” (Proverbios 1:2828Then shall they call upon me, but I will not answer; they shall seek me early, but they shall not find me: (Proverbs 1:28)).