Parece característico de los caminos de Dios que Él permita que el mal llegue a su culminación antes de intervenir en juicio. Lo cerca que llegara el mal de su colmo en el siglo quince sólo lo sabe el Juez de toda la tierra. Todo el sistema parecía irremisiblemente corrompido, mientras que el Papa (que prefiguraba al hombre de pecado) estaba casi usurpando el puesto de Dios. Que quedara suspendido el juicio divino sobre tal escena para que la luz de la Reforma la iluminara es verdaderamente una muestra culminante de la longanimidad y gracia de Dios. Aunque la luz plena del día del reformador iba a resplandecer en la persona de Martín Lutero en los primeros años del siglo decimosexto, los primeros rayos pálidos del amanecer se vieron claramente más de cien años antes del nacimiento de Lutero. Una obra tan tremenda no podía llevarse a cabo en un momento, y Dios estaba preparando constantemente el camino para ella debilitando el poder del Papa sobre los gobiernos humanos, y en general sobre las mentes de las gentes, suscitando hombres capaces e íntegros para denunciar los males de Roma.