(Lassen Pines, CA, EE. UU. – 08 de julio 2005)
Me gustaría continuar con el tema que empezamos ayer respecto al compañerismo. Hemos visto lo que es ser un compañero del Señor Jesús, y lo que significa ser un compañero del apóstol Pablo; también hemos tratado sobre la importancia de ser un compañero de todos los que temen a Dios y guardan sus mandamientos. Ahora quisiera cambiar un poco de dirección, y hablar del compañerismo en el matrimonio. Me doy cuenta de que no soy la persona más calificada para hablar de este tema; quizás hermanos mayores que yo estarían más capacitados, pero se relaciona con el tema que hemos venido tratando. La mayoría de las cosas de las que voy a hablar ahora han sido transmitidas a mí por otros (en particular por el hermano Gordon Hayhoe), y mi ejercicio es pasar estos principios fundamentales a ustedes.
Alguno de ustedes podría estar pensado, “Eso no se aplica a mí, porque no pienso casarme”. Una vez hubo un joven que dijo lo mismo. Declaró que no iba a casarse. Dijo que se había dedicado al Señor, e iba a mantenerse libre para servir al Señor por completo, sin distracción. Hizo un gran alarde de ello. Bueno, lo que sucedió fue que encontró a una joven hermana que le hizo cambiar de opinión. Y eso presentó un problema, porque había estado diciendo desde hace algún tiempo que no iba a casarse. Así que acudió a un par de hermanos mayores sabios y les preguntó qué creían que debía hacer. Él les dijo: “Todos saben que he estado diciendo que nunca iba a casarme; ¿qué debo hacer?” Pensaron en ello por un momento, y luego le dijeron: “¡Confiesa tu jactancia al Señor como pecado, y luego cásate con la joven!”. Así que, si hay jóvenes aquí que están hablando de esa manera, no lo hagan demasiado rápido; ustedes no saben lo que ha de venir a su vida. Quiero decirles que las jóvenes tienen la manera de hacerles cambiar de opinión, ¡incluso después de que se casen!