Introducción

Las presentes cartas fueron dirigidas, hace varios años, a una asamblea o congregación de cristianos, con los cuales el autor mantenía estrecha relación, tanto por su ministerio, en medio de ellos, como por el afecto que les manifestaba. Esto le alentó para tratar libremente con ellos temas de trascendental interés mutuo. Repetidas veces, desde entonces, se le ha pedido que publique dichas cartas; pero siempre se negó a ello, temiendo que lo conveniente a determinada asamblea, el cierto estado espiritual, no se adaptase a las necesidades de otras asambleas cristianas, cuya condición pudiera ser muy diferente.
Temía, además, hasta tener la apariencia de ocupar entre sus hermanos en general una posición que él no se hubiera otorgado en su propia localidad, pero que le era gozosamente concedida por aquellos en cuyo medio había tenido el privilegio de trabajar para el Señor.
Ambos reparos se desvanecieron, de hecho, al enterarse que unas copias manuscritas de las presentes cartas eran difundidas en varios lugares; publicidad velada que podía, con razón, dar lugar a muy graves objeciones. Las facilidades que brinda semejante modo de circulación a la difusión clandestina de mortíferos errores bastan, por cierto, para despertar el celo de difundir la verdad en aquellos que han de cuidar las almas.
Este es, pues, el motivo por el cual las presentes cartas se llegasen a imprimir. De esta manera, su difusión ha sido pública y sus aserciones podrán someterse al crisol de la santa Palabra de Dios. Si estas cartas encerrasen algo contrario a las enseñanzas del Libro, nadie más que el autor agradecería la corrección de los errores, por medio de esa pura y perfecta regla de la verdad.
Quince años de variadas experiencias han contribuido en arraigar y fortalecer la convicción, que tanto la conducta como la posición señaladas en estas cartas son ambas de Dios, cualesquiera que hayan sido las faltas de los hombres que las adoptaron. Lo que precisamos es paciencia, fe en el Dios vivo, amor para Cristo, verdadera sumisión al Espíritu, un diligente estudio de la Palabra y una sincera sumisión mutua en el temor del Señor.
Sólo nos resta añadir que, antes de dar estas páginas a la estampa, se tomó la libertad de introducir ciertos cambios requeridos por las luces que actualmente se tiene sobre la Escritura; y asimismo dejar o modificar ciertas expresiones que hubieran podido revelar la identidad de la asamblea local a quien iban dirigidas.
Tales como son, van recomendadas a la bendición de Dios y a la conciencia de los santos.
William Trotter