Hoy también hablaré con amargura; Que es más grave mi llaga que mi gemido.
Quién me diera el saber dónde hallar á Dios! Yo iría hasta su silla.
Ordenaría juicio delante de él, Y henchiría mi boca de argumentos.
Yo sabría lo que él me respondería, Y entendería lo que me dijese.
¿Pleitearía conmigo con grandeza de fuerza? No: antes él la pondría en mí.
Allí el justo razonaría con él: Y escaparía para siempre de mi juez.
He aquí yo iré al oriente, y no lo hallaré; Y al occidente, y no lo percibiré:
Si al norte él obrare, yo no lo veré; Al mediodía se esconderá, y no lo veré.
Mas él conoció mi camino: Probaráme, y saldré como oro.
Mis pies tomaron su rastro; Guardé su camino, y no me aparté.
Del mandamiento de sus labios nunca me separé; Guardé las palabras de su boca más que mi comida.
Empero si él se determina en una cosa, ¿quién lo apartará? Su alma deseó, é hizo.
El pues acabará lo que ha determinado de mí: Y muchas cosas como estas hay en él.
Por lo cual yo me espanto en su presencia: Consideraré, y temerélo.
Dios ha enervado mi corazón, Y hame turbado el Omnipotente.
¿Por qué no fuí yo cortado delante de las tinieblas, Y cubrió con oscuridad mi rostro?