Juan Capítulo 17

John 17  •  25 min. read  •  grade level: 14
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La Oración Intercesora Del Señor
Esto concluye la conversación de Jesús con Sus discípulos en la tierra. En el siguiente capítulo, Él se dirige a Su Padre tomando Su propio lugar al partir, y dándoles a Sus discípulos el lugar de ellos (es decir, el Suyo propio), con respecto al Padre y al mundo, después de que Él se hubiera ido para ser glorificado con el Padre. Todo el capítulo está dedicado esencialmente a poner a los discípulos en Su propio lugar, después de establecer el terreno para ello en Su propia glorificación y obra. Se trata, salvo los últimos versículos, de Su lugar en la tierra. Tal como Él estaba divinamente en el cielo, y así mostró un divino carácter celestial en la tierra, del mismo modo ellos (habiendo sido Él glorificado como hombre en el cielo), unidos con Él, tenían que manifestar lo mismo a su turno. De ahí que tenemos primero el lugar que Él toma personalmente, y la obra que les da derecho a ellos para estar en este lugar.
Bosquejo Y Divisiones Del Capítulo 17
El capítulo 17 está dividido de la siguiente manera: los versículos 1-5 se refieren a Cristo, a la toma de Su posición en la gloria, a Su obra, y a esa gloria perteneciente a Su Persona, y al resultado de Su obra. Los versículos 1-3 presentan Su nueva posición en dos aspectos: “Glorifica a tu Hijo”—poder sobre toda carne, para la vida eterna para aquellos dados a Él; los versículos 4-5, Su obra y sus resultados. En los versículos 6-13, Él habla de Sus discípulos puestos en esta relación con el Padre por Su revelación de Su nombre a ellos, y luego habla del haberles dado las palabras que Él mismo había recibido, para que pudieran gozar toda la bendición plena de esta relación. Él ruega también por ellos, para que fueran uno como Él y el Padre lo eran. En los versículos 14-21 hallamos su consecuente relación con el mundo; en los versículos 20-21, Él introduce en el gozo de esta bendición a aquellos que iban a creer por medio de ellos. Los versículos 22-26 dan a conocer el resultado para ellos, tanto futuro como presente: la posesión de la gloria que Cristo había recibido del Padre—estar con Él, gozando la visión de Su gloria—para que el amor del Padre estuviera con ellos aquí abajo, igual que Cristo había sido su objeto—y que Cristo estuviera en ellos. Solamente los últimos tres versículos toman a los discípulos al cielo como una verdad suplementaria.
Éste es un breve resumen de este maravilloso capítulo, en el cual somos admitidos, no al discurso de Cristo con el hombre, sino a oír los deseos de Su corazón, cuando Él los derrama delante de Su Padre para la bendición de aquellos que son Suyos. Maravillosa gracia que nos permite oír estos deseos, y comprender todos los privilegios que emanan de los Suyos preocupándose así por nosotros, del hecho de ser nosotros el objeto de la comunicación entre el Padre y el Hijo, del común amor de ellos hacia nosotros, cuando Cristo expresa Sus propios deseos—aquello que Él tiene en sus más profundos sentimientos, y que Él presenta al Padre ¡como Sus propios deseos personales!
Algunas explicaciones pueden ayudarnos a comprender el significado de ciertos pasajes en este maravilloso y precioso capítulo.¡Que el Espíritu de Dios nos ayude!
La Nueva Posición De Cristo En La Gloria; Potestad Sobre Toda Carne Y El Don De Vida Eterna a Aquellos Dados Por Él
El Señor, cuyas miradas de amor habían estado dirigidas hasta entonces hacia Sus discípulos en la tierra, levanta ahora sus ojos al cielo al dirigirse al Padre. Había llegado la hora de glorificar al Hijo, a fin de que desde esa gloria Él pudiese glorificar al Padre. Esta es, generalmente hablando, la nueva posición. Su carrera aquí había terminado, y Él tuvo que ascender a lo alto. Había dos cosas relacionadas con esto—la potestad sobre toda carne, y el don de la vida eterna para tantas almas como el Padre le había dado. “Cristo es la cabeza de todo varón.” (1 Corintios 11:3). Aquellos que el Padre le ha dado reciben vida eterna de Aquel que había subido a lo alto. La vida eterna era el conocimiento del Padre, el único Dios verdadero, y de Jesucristo, a quien Él había enviado. El conocimiento del Omnipotente daba seguridad al peregrino de la fe; el conocimiento de Jehová daba la certidumbre del cumplimiento de las promesas de Dios para Israel; el conocimiento del Padre, quien envió al Hijo, a Jesucristo (el Hombre ungido y el Salvador), quien era esa vida, y de este modo recibido como algo presente (1 Juan 1:1-4), era la vida eterna. El verdadero conocimiento aquí no era la protección exterior o la esperanza futura, sino la comunicación, en vida, de la comunión con el Ser conocido así por el alma—de la comunión con Dios plenamente conocido como el Padre y el Hijo. Aquí no es la divinidad de Su Persona la que está delante de nosotros en Cristo, aunque sólo una Persona divina podía estar en un lugar tal y hablar así, sino que se trata del lugar que Él había tomado al cumplir los consejos de Dios. Lo que se dice de Jesús en este capítulo podía decirse solamente de Uno que es Dios; pero el punto tratado es el de Su lugar en los consejos de Dios, y no la revelación de Su naturaleza. Él recibe todo de Su Padre—es enviado por Él, Su Padre le glorifica. Vemos la misma verdad de la comunicación de la vida eterna en relación con Su divina naturaleza y Su unidad con el Padre en 1 Juan 5:20. Aquí, Él cumple la voluntad del Padre, y es dependiente de Él en el lugar que ha tomado, y que va a tomar, incluso en la gloria, por muy gloriosa que Su naturaleza pueda ser. Así, también, en el capítulo 5 de nuestro Evangelio, Él da vida a quien quiere; aquí son aquellos que el Padre le ha dado. Y la vida que Él da está comprendida en el conocimiento del Padre, y de Jesucristo, a quien Él ha enviado.
La Obra De Cristo Y Sus Resultados
Él da a conocer ahora las condiciones bajo las cuales Él toma este lugar en lo alto. Él había glorificado perfectamente al Padre en la tierra. Nada que manifestara a Dios el Padre había estado faltando, cualquiera que hubiese sido la dificultad; la contradicción de pecadores no fue sino una ocasión de hacerlo así. Esto mismo tornó infinito el dolor. Sin embargo, Jesús había realizado esa gloria en la tierra enfrentándose a toda esa oposición. Su gloria con el Padre en el cielo no era sino la justa consecuencia—la consecuencia necesaria, en mera justicia. Además, Jesús había tenido esta gloria con Su Padre antes de que el mundo fuese. Su obra y Su Persona por igual le daban derecho a ella. El Padre glorificado en la tierra por el Hijo: el Hijo glorificado con el Padre en lo alto: tal es la revelación contenida en estos versículos—un derecho, procedente de Su Persona como Hijo, pero a una gloria en la que Él entró como hombre, como consecuencia de haber, como tal, glorificado perfectamente a Su Padre en la tierra. He aquí los versículos que se relacionan con Cristo. Esto, además, ofrece la relación en la que Él entra en este nuevo lugar como hombre, Su Hijo, y la obra mediante la cual lo hace en justicia, y nos da así un título, y el carácter en el cual nosotros tenemos un lugar allí.
Los Discípulos Del Señor En Relación Con El Padre Por Medio De La Revelación De Su Nombre Y Su Palabra
Él habla ahora de los discípulos; de cómo entraron en su peculiar lugar en relación con esta posición de Jesús—en esta relación con Su Padre. Él había dado a conocer el nombre del Padre a aquellos que el Padre le había dado del mundo. Ellos pertenecían al Padre, y el Padre los había dado a Jesús. Ellos habían guardado la Palabra del Padre. Fue fe en la revelación que el Hijo había hecho del Padre. Las palabras de los profetas eran verdaderas. Los fieles las disfrutaron: éstas sostuvieron su fe. Pero la Palabra del Padre, por medio de Jesús, reveló al Padre mismo, en Aquel a quien el Padre había enviado, y puso a los que la recibieron en el lugar de amor, el cual era el lugar de Cristo; y conocer al Padre y al Hijo era la vida eterna. Esto era algo bastante diferente de las esperanzas relacionadas con el Mesías o con lo que Jehová le había dado. Es de este modo, también, que los discípulos son presentados al Padre; no como recibiendo a Cristo en el carácter de Mesías y honrándole poseyendo Su poder por ese título. Ellos habían conocido que todo lo que Jesús tenía era del Padre. Él era entonces el Hijo; Su relación con el Padre era reconocida. Tardos para comprender como eran, el Señor los reconoce conforme a Su apreciación de la fe de ellos, de acuerdo al objeto de esa fe, conocida para Él, y no conforme a su inteligencia. ¡Preciosa verdad! (Comparen con capítulo 14:7.)
Ellos reconocieron a Jesús, entonces, recibiendo todo del Padre, no como Mesías de Jehová; porque Jesús les había dado todas las palabras que el Padre le había dado a Él. De este modo, Él los había traído en sus propias almas a la conciencia de la relación entre el Hijo y el Padre, y a la plena comunión, según las comunicaciones del Padre al Hijo en esa relación. Él habla de la posición de ellos mediante la fe—no de su comprensión de esta posición. De esta manera, ellos reconocieron que Jesús vino del Padre, y que vino con la autoridad del Padre—el Padre le había enviado. Fue desde allí que Él vino, y vino provisto de la autoridad de una misión dada por el Padre. Ésta era la posición de ellos por la fe.
La Oración Del Señor Por Los Discípulos Como Distinguidos Del Mundo
Y ahora—estando ya los discípulos en esta posición—Él los pone, conforme a Sus pensamientos y a Sus deseos, delante del Padre en oración. Él ruega por ellos, distinguiéndolos completamente del mundo. Vendría el momento cuando (según el Salmo 2) Él pediría al Padre con referencia al mundo; Él no lo estaba haciendo así ahora, sino que rogaba por aquellos que estaban fuera del mundo, por los que el Padre le había dado. Pues ellos eran del Padre. Porque todo lo que es del Padre, está en esencial oposición al mundo (comparen con 1 Juan 2:16).
Los Motivos De La Petición Del Señor
El Señor presenta al Padre dos motivos para Su petición: primero, que ellos eran del Padre, de modo que el Padre, para Su propia gloria, y a causa de Su afecto por aquello que le pertenecía, los guardara; segundo, que Jesús fue glorificado en ellos, de modo que si Jesús era el objeto del afecto del Padre, por esa razón debería el Padre guardarlos también. Además, los intereses del Padre y del Hijo no podían separarse. Si ellos eran del Padre, eran, de hecho, del Hijo; y ello no era más que un ejemplo de esta verdad universal—todo lo que era del Hijo era del Padre, y todo lo que era del Padre era del Hijo. ¡Qué lugar para nosotros! ser el objeto de este afecto mutuo, de estos intereses comunes e inseparables del Padre y del Hijo. Éste es el gran principio—el gran fundamento de la oración de Cristo. Él rogó al Padre por Sus discípulos, porque pertenecían al Padre. Por consiguiente, Jesús necesariamente tenía que procurar su bendición. El Padre se interesaría minuciosamente en ellos, porque en ellos tenía que ser glorificado el Hijo.
Las Circunstancias a Las Que La Oración Se Aplicaba
Él entonces presenta las circunstancias a las que la oración se aplicaba. Él ya no estaba en este mundo. Iban a estar privados de Su cuidado personal presente con ellos, pero estarían en este mundo, mientras Él se iba al Padre. Este es el terreno de Su petición con respecto a la posición de ellos. Los pone en relación, por consiguiente, con el Padre Santo—con todo el perfecto amor de un Padre tal—con el Padre de Jesús y el de ellos, manteniendo (era la bendición de ellos) la santidad que Su naturaleza requería, si iban a estar en relación con Él. Era una protección directa. El Padre guardaría en Su propio nombre a aquellos que Él había dado a Jesús. De esta forma, la relación era directa. Jesús los encomendó a Él, y ello, no sólo porque pertenecieran al Padre, sino porque eran ahora Suyos, investidos de todo el valor que ello les daría a los ojos del Padre.
Unidad Y Su Vínculo
El objeto de Su solicitud era el de guardarlos en unidad, como el Padre y el Hijo son uno. Solamente un Único Espíritu divino era el vínculo de esa unidad. En este sentido el vínculo era verdaderamente divino. En tanto que estuvieran llenos del Espíritu Santo, ellos tenían una sola mente, un consejo, un propósito. Ésta es la unidad a la que se alude aquí. El Padre y el Hijo eran su único objeto; el cumplimiento de sus consejos y objetivos era su único cometido. Ellos tenían solamente los pensamientos de Dios; porque Dios mismo, el Espíritu Santo, era la fuente de sus pensamientos. Era un solo poder divino y una sola naturaleza divina lo que los unía—el Espíritu Santo. La mente, el propósito, la vida, toda la existencia moral, eran, como consecuencia, una sola cosa. El Señor habla, forzosamente, en la plenitud de Sus propios pensamientos, cuando expresa Sus deseos para ellos. Si se trata de una cuestión de comprenderlos, entonces debemos pensar en el hombre; pero, con todo, en una fortaleza que se perfecciona en la debilidad.
La Suma De Los Deseos Del Señor— La Relación De Los Discípulos Con El Padre Como Hijos, Santos, Bajo Su Cuidado
Ésta es la suma de los deseos del Señor—hijos, santos, bajo el cuidado del Padre; que sean uno, no por un esfuerzo o por un acuerdo, sino conforme al poder divino. Estando Él allí, los había guardado en el nombre del Padre, fiel para cumplir todo lo que el Padre le había encomendado, y para no perder a ninguno de aquellos que eran de Él. En cuanto a Judas, fue sólo el cumplimiento de la Palabra. La protección de Jesús presente en el mundo ya no podía existir. Pero Él habló estas cosas, estando aún allí, y los discípulos las escuchaban, a fin de que pudieran entender que estaban puestos delante del Padre en la misma posición que Cristo había mantenido, y que podrían hacer que se cumpliese así en ellos, en esta misma relación, el gozo que Cristo había poseído. ¡Qué gracia inefable! Le habían perdido, visiblemente, para encontrarse ellos (por Él y en Él) en la propia relación de Cristo con el Padre, gozando de todo lo que Él gozó en esa comunión aquí abajo, estando en Su lugar en la relación propia de ellos con el Padre. Por lo tanto, Él les había hablado todas las palabras que el Padre le había dado—las comunicaciones de Su amor a Él, al caminar como Hijo en ese lugar aquí abajo; y, en el nombre especial de “Padre Santo”, por el cual el Hijo se dirigía a Él desde la tierra, el Padre iba a guardar a aquellos que el Hijo había dejado allí. Así tendrían Su gozo cumplido en ellos mismos.
Ésta era la relación de ellos con el Padre, estando Jesús ausente. Él habla ahora de la relación de ellos con el mundo, como consecuencia de lo anterior.
La Relación De Los Discípulos Con El Mundo; Separados Por Medio De La Palabra
Él les dio la Palabra de Su Padre—no las palabras que les llevaban a la comunión con Él, sino Su Palabra—el testimonio de lo que Él era. Y el mundo los había aborrecido como había aborrecido a Jesús (el testimonio vivo y personal del Padre) y al Padre mismo. Estando así en relación con el Padre, que los había sacado de entre los hombres del mundo, y habiendo recibido la palabra del Padre (y vida eterna en el Hijo en ese conocimiento), ellos no eran del mundo así como Jesús no era del mundo: y por eso el mundo los aborrecía. Sin embargo, el Señor no ruega que fueran quitados de él, sino que el Padre los guardara del mal. Él entra a detallar Sus deseos en este aspecto, fundamentándolos en que ellos no eran del mundo. Repite este pensamiento como la base de su posición aquí abajo. “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.” ¿Qué debían ser ellos entonces? ¿Por cuál norma, por qué modelo, tenían que ser formados? Por la verdad, y la palabra del Padre es verdad. Cristo fue siempre la Palabra (el Verbo), pero la Palabra viva entre los hombres. En las escrituras poseemos esta Palabra, escrita y firme: las Escrituras le revelan, dan testimonio de Él. Así fue que los discípulos tenían que ser separados. “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.” Era esto con lo que debían ser formados en el ámbito personal, por la Palabra del Padre, como Él fue revelado en Jesús.
Los Discípulos Son Enviados Al Mundo; Su Misión Y Testimonio
La misión de ellos sigue a continuación. Jesús los envía al mundo, como el Padre le había enviado a Él al mundo. Son enviados a él de parte de Cristo: si hubieran sido del mundo, no podían haber sido enviados a él. Pero no era sólo la Palabra del Padre lo que era verdad, ni la comunicación de la Palabra del Padre por medio de Cristo presente con los discípulos (puntos de los cuales desde el versículo 14 hasta ahora Jesús había estado hablando, “Yo les he dado tu palabra.”): Él se santificó a Sí mismo. Él se mantuvo separado como un hombre celestial sobre los cielos, un hombre glorificado en la gloria, a fin de que toda verdad pudiera resplandecer en Él, en Su Persona, resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre—siendo manifestado así en Él todo lo que el Padre es; el testimonio de la justicia divina, del amor divino, del poder divino, trastornando totalmente la mentira de Satanás, por la que el hombre había sido engañado y por la que entró la falsedad en el mundo; el modelo perfecto de aquello que el hombre era conforme a los consejos de Dios, y como la expresión de Su poder moralmente y en gloria—la imagen del Dios invisible, el Hijo, y en gloria. Jesús se apartó, en este lugar, para que los discípulos pudieran ser santificados por la comunicación dada a ellos de lo que Él era; pues esta comunicación era la verdad, y los creaba a imagen de lo que revelaba. Así que era la gloria del Padre, revelada por Él en la tierra, y la gloria a la cual Él había ascendido como hombre; pues este es el resultado completo—la ilustración en gloria de la manera como Él se había apartado para Dios, pero a favor de los Suyos. De este modo, no sólo existen la formación y el gobierno de los pensamientos por la Palabra, separándonos moralmente para Dios, sino que existen también los benditos afectos que fluyen del hecho de que poseemos esta verdad en la Persona de Cristo, estando conectados nuestros corazones con Él en gracia. Esto finaliza la segunda parte de aquello que se refería a los discípulos, en comunión y en testimonio.
La Oración Del Señor Por Los Creyentes, No Limitada a Los Doce; Unidad En Comunión Con El Padre Y El Hijo
En el versículo 20, Él declara que ruega también por aquellos que creerían en Él por medio de ellos. Aquí el carácter de la unidad difiere un poco de aquella en el versículo 11. Allí, al hablar de los discípulos, Él dice, “para que sean uno, así como nosotros”; porque la unidad del Padre y del Hijo se mostraba en un propósito señalado, un objeto señalado, un amor señalado, una obra señalada, todo señalado. Por lo tanto, los discípulos debían tener esa clase de unidad. Aquí aquellos que creían, puesto que recibían y tomaban parte en aquello que era comunicado, tenían su unidad en el poder de la bendición a la cual eran traídos. Por un Espíritu, en el que estaban forzosamente unidos, tenían un lugar en comunión con el Padre y el Hijo (comparar con 1 Juan 1:3; ¡y cuán similar es el lenguaje del apóstol con el de Cristo!). Así, el Señor pide que sean uno en ellos—el Padre y el Hijo. Éste era el medio para hacer creer al mundo que el Padre había enviado al Hijo, pues aquí estaban aquellos que lo habían creído, quienes, no obstante lo opuestos que sus intereses y hábitos pudiesen ser, no obstante lo fuerte de sus prejuicios, con todo, eran uno (por medio de esta poderosa revelación y de esta obra) en el Padre y el Hijo.
Conversación Con Su Padre; La Gloria Que Él Ha Dado a Su Hijo
Aquí termina Su oración, pero no toda Su conversación con Su Padre. Él nos da (y aquí los testigos y los creyentes están unidos) la gloria que el Padre le había dado. Es la base de otro, un tercer modo de unidad. Todos participan, es cierto, en gloria, de esta unidad absoluta en pensamiento, objetivo, propósito señalado, que se encuentran en la unidad del Padre y el Hijo. Estando ya presente la perfección, aquello que el Espíritu Santo había producido espiritualmente, excluyendo Su absorbente energía a toda otra, era natural para todos en gloria.
Una Unidad En Manifestación En La Gloria
Pero el principio de la existencia de esta unidad añadía todavía otro carácter a esa verdad—la de la manifestación, o, cuando menos, de una fuente interior que realizaba en ellos su manifestación: “Yo en ellos”, dijo Jesús, “y tú en mí.” Ésta no es la simple y perfecta unidad del versículo 11, ni la reciprocidad y comunión del versículo 21. Es Cristo en todos los creyentes, y el Padre en Cristo, una unidad en la manifestación en gloria, no meramente en comunión—una unidad en la cual todo está perfectamente conectado con su fuente. Y Cristo, a quien solamente debían manifestar, es en ellos; y el Padre, a quien Cristo había manifestado perfectamente, es en Él. El mundo (pues esto será en la gloria milenaria, y manifestado al mundo) conocerá entonces (Él no dice, ‘para que pueda creer’) que Jesús había sido enviado por el Padre (¿cómo negarlo cuando Él sea visto en gloria?) y, además, que los discípulos habían sido amados por el Padre, así como Jesús fue amado. El hecho de que poseían la misma gloria que Cristo, constituiría la prueba.
Con Cristo, Para Ver Su Gloria, El Secreto Para Los Que Le Aman
Pero había aún más. Hay aquello que el mundo no verá, porque no estará en él. “Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde yo estoy.” (Juan 17:24—LBLA). Allí no solamente somos como Cristo (conformados al Hijo, llevando la imagen del hombre celestial ante los ojos del mundo), sino que estamos con Él donde Él está. Jesús desea que veamos Su gloria. Consolación y estímulo para nosotros, tras haber participado de Su oprobio: pero aún más precioso, por cuanto vemos que Aquel que ha sido deshonrado como hombre, y debido a que Él se hizo hombre por nosotros, será, por esa misma razón, glorificado con una gloria que excederá a toda otra gloria, salvo la de Aquel que sometió bajo Él todas las cosas. Pues Él habla aquí de gloria dada. Es esto lo que es tan precioso para nosotros, porque Él la ha adquirido para nosotros mediante Sus sufrimientos, y, sin embargo, era perfectamente lo que se le debía a Él—la justa recompensa por haber, por medio de estos sufrimientos, glorificado perfectamente al Padre. Ahora, este es un gozo peculiar, totalmente fuera del mundo. El mundo verá la gloria que tenemos en común con Cristo, y sabrá que hemos sido amados como Cristo fue amado. Pero hay un secreto para aquellos que le aman, el cual pertenece a Su Persona y a nuestra asociación con Él. El Padre le amó antes de que el mundo fuese—un amor que no se puede comparar sino con lo que es infinito, perfecto y, de este modo, que satisface en sí mismo. Compartiremos esto en el sentido de ver a nuestro Amado en tal amor, y de estar con Él, y de contemplar la gloria que el Padre le ha dado, según el amor con el cual Él le amó antes de que el mundo tuviera parte alguna en los tratos de Dios. Hasta aquí, estábamos en el mundo; aquí estamos en el cielo, fuera de toda demanda o aprehensión del mundo (Cristo visto en el fruto de ese amor que el Padre tenía por Él antes que el mundo existiese). Cristo, entonces, fue el deleite del Padre. Le vemos en el fruto eterno de ese amor como Hombre. Nosotros estaremos en este amor con Él para siempre, para gozar del hecho de que Él esté en ese amor—que nuestro Jesús, nuestro Amado, está en él, y es lo que Él es.
La Justicia Del Padre
Entretanto, siendo tal, hubo justicia en los tratos con respecto a Su rechazo. Él había manifestado al Padre plenamente, perfectamente. El mundo no le había conocido, pero Jesús le había conocido, y los discípulos habían conocido que el Padre le había enviado. Él no apela aquí a la santidad del Padre, para que los guardara conforme a ese bendito nombre, sino a la justicia del Padre, para que pudiera hacer una distinción entre el mundo, por una parte, y Jesús con los Suyos por otra, ya que existía la razón moral, así como el amor inefable del Padre por el Hijo. Y Jesús quiere que gocemos, mientras estamos aquí abajo, de la conciencia de que la distinción ha sido hecha por las comunicaciones de gracia, antes de que sea hecha por el juicio.
El Nombre Del Padre Manifestado; Su Amor a Ser Conocido Y Gozado
Él les había dado a conocer el nombre del Padre, y lo daría a conocer, aún cuando Él hubiese subido a lo alto, para que el amor con el cual el Padre le había amado estuviera en ellos (para que sus corazones pudieran poseerlo en este mundo—¡qué gracia!), y Jesús en ellos, el comunicador de ese amor, la fuente de la fortaleza para gozarlo, conduciéndolo, por así decirlo, en toda la perfección en la que Él lo había gozado, en los corazones de ellos, en los que Él moraba—siendo Él mismo la fortaleza, la vida, la suficiencia, el derecho, y el medio para gozarlo de esta manera, y como tal, en el corazón. Porque es en el Hijo que nos lo da a conocer, que conocemos el nombre del Padre, a quien Él nos revela. Es decir, Él quiere que gocemos ahora de esa relación en amor en la que le veremos en el cielo. El mundo conocerá que hemos sido amados como Jesús, cuando aparezcamos en la misma gloria con Él; pero nuestra parte es conocer esta relación ahora, estando Cristo en nosotros.