La ruina de la realeza según la carne

1 Chronicles 9‑10
 
1 Crónicas 9:35-10:14
El tema de las genealogías termina con 1 Crón. 9:34. 1 Crónicas 9:35-44 retoma la enumeración de la familia de Saúl con algunas diferencias que nos inician en la forma en que se compusieron las genealogías. Así, en este pasaje encontramos a los antepasados de Ner de vuelta a Gabaón, mientras que 1 Crón. 8:33-39 da sólo los descendientes de Ner y les añade los de Eshec, el hermano de Azel. Como siempre, el Espíritu de Dios que dirigió la composición de Crónicas tiene un propósito particular. En nuestro pasaje aquí, es primero una cuestión de los antepasados de Saúl que de acuerdo con el derecho de su tribu moraban en Jerusalén “junto a sus hermanos” de Judá; Entonces se trata de la línea directa de descendencia de este rey, evitando las ramas colaterales que aquí no tienen nada que ver con el propósito de este libro inspirado.
Y así llegamos a 1 Crón. 10 que comienza con referencias a los relatos en los libros de Samuel y Reyes, pero como hemos dicho tantas veces, con el propósito de sacar a relucir los consejos de Dios con respecto a la línea real de Judá, esa línea real de la cual Cristo descendería.
Aquí hay que hacer una observación. Dios presenta la ruina del hombre desde dos aspectos. Por un lado, Él nos da la historia del hombre en detalle, porque se trata de probar a través de detalles específicos la condición irremediable del hombre pecador, puesto bajo responsabilidad. Sólo después de que Él ha mostrado que su condición no tiene remedio, Dios pronuncia juicio sobre él. Por este motivo se nos dan las narraciones históricas detalladas desde Josué hasta el final de Reyes. En el Nuevo Testamento, la epístola a los Romanos presenta un carácter análogo: el estado del hombre sin la ley y bajo la ley se remonta desde los Romanos 1, hasta ese “¡Miserable de mí!” de Romanos 7, la experiencia final del estado desesperado del hombre, incluso el de un hombre despierto, bajo la ley pero responsable ante Dios de guardarla.
Por otro lado, cuando Dios presenta el alcance de Su gracia y la realización de Sus consejos eternos, Él establece desde el principio como sin remedio, la ruina definitiva del hombre, sin mencionar la prueba a través de la cual Él lo pone para probarle esta condición. Tal es el carácter del libro de Crónicas. La epístola a los Efesios en el Nuevo Testamento corresponde a esto. Con respecto al estado del hombre pecador, esta epístola tiene estas palabras en Efesios 2:1 Como su principio fundamental: “Tú, estando muerto en tus ofensas y pecados”.
La historia de Saúl, tal como se relata en las Crónicas, es un ejemplo sorprendente de esta verdad. Después de la genealogía de Saúl, encontramos sólo el relato de su muerte, contado casi palabra por palabra (1 Crón. 10:1-12) de 1 Sam. 31. Pero el Espíritu de Dios agrega un pasaje suplementario muy notable en 1 Crón. 10:13-14: “Y murió Saúl por la infidelidad que cometió contra Jehová, a causa de la palabra de Jehová que no guardó, y también por haber preguntado al espíritu de Pitón, pidiéndole consejo; y no pidió consejo a Jehová; por lo tanto, lo mató”. En este pasaje Dios explica la razón de Su juicio final sobre Saulo, lo mismo que sobre todo hombre pecador: desobediencia y apartamiento de Dios. Y sorprendentemente, estas son las mismas palabras que encontramos de nuevo en Efesios 2, el capítulo que proclama la condición de muerte del pecador: “hijos de desobediencia” y “sin Dios en el mundo” (Efesios 2:2,12).
Dios había dado a Saúl a Israel en la carne de acuerdo con su petición, y esta realeza sólo podía terminar en completo fracaso. De ahora en adelante Dios actuaría de acuerdo con los consejos de Su gracia soberana: Él “transfirió el reino a David, hijo de Isaí” (1 Crón. 10:14).