Liberación

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Para los que han recibido a Cristo pero que se siguen sintiendo obligados a guardar la ley de Moisés para poder asegurar la vida eterna o como norma de vida cristiana, sería conveniente tener en cuenta las siguientes observaciones.
En la Escritura se dice "En Adán todos mueren." "La paga del pecado es la muerte." La muerte de Cristo pone el fin a la culpa toda del creyente. Cristo tomó nuestro lugar en muerte y también en resurrección; por ello, al creer en Él tenemos la justificación de vida. Cristo es la Cabeza de una nueva raza para nosotros que creemos. Ya no estamos en Adán, sino que estamos en Cristo (Ro. 5:12-21). Todo lo que pertenecía a Adán en su estado caído pertenece a sus hijos. Así, el Espíritu de Dios razona en justicia que lo que pertenece a Cristo, la Cabeza de la nueva raza, pertenece a Sus hijos. La muerte ha deshecho totalmente nuestra relación con la raza de Adán, y ahora hemos sido unidos a otro. Aquí vemos con claridad que Cristo toma el lugar de Adán.
El siguiente aspecto de la liberación es el del poder del pecado. Aquí no se trata tanto del tema de nuestra posición en Adán o en Cristo sino el lugar que el pecado tiene en autoridad sobre nosotros (Ro. 6). Aquí el Espíritu de Dios nos muestra con claridad que "El pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia." Era la ley perfecta, recta, espiritual, que nos condenaba, pero aquí se nos dice que perteneciendo a Cristo ya no estamos bajo ella. No estamos bajo ley, sino bajo gracia. Ya no somos deudores al pecado. La muerte de Cristo ha provocado este cambio; la muerte es el fin de lo viejo.
Lo siguiente que se debe señalar es qué es lo que la ley tiene que decir al pecado en la carne. ¿Tengo que andar por la vida con el sentimiento de condenación debido a este cuerpo de pecado en que me encuentro? ¡No! La muerte rompe la ligadura del matrimonio, y la ley no puede decir nada a un muerto (Ro. 7). Cristo ha resucitado al muerto mediante Su muerte y resurrección; ahora existe un nuevo principio de vida que controla enteramente al hombre en lugar del viejo principio del pecado y de la muerte. "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Ro. 8:1-4).
Así, somos liberados a través de la muerte ... la muerte de Cristo. El alma vivificada que cree esto puede decir: "Soy salvo," y debido a que ahora tiene al Espíritu de Dios morando en él, está sellado hasta el día de la redención del cuerpo (Ef. 1:13), y puede también clamar: "Abba, Padre."
En paz puedo mi aliento soltar,
Y ver tu salvación;
Mis pecados segunda muerte merecían,
Mas Jesús por mí murió.