Se ha acusado a los hermanos con frecuencia de pretender a la infalibilidad, porque creen que una decisión tomada por una asamblea, congregada en el nombre del Señor, es obligatoria para toda la Iglesia de Dios. Esta acusación se apoya sobre el miserable sofisma que confunde la autoridad con la infalibilidad.
En cien ocasiones, en que no es cuestión de infalibilidad, la obediencia puede ser obligatoria. Fácilmente se comprenderá que, si no fuese así, no podría existir ningún orden constituido. No hay infalibilidad en el mundo, pero en cambio, mucha propia voluntad; y si no debiera haber obediencia (aquiescencia a lo que ha sido decidido) más que en el caso de infalibilidad, la propia voluntad, el parecer de cada uno, tendrían libre curso y no existiría ningún orden posible.
En lo que toca a la disciplina, no es cuestión de infalibilidad, sino de competencia. Un padre no es infalible, pero posee una autoridad dada de Dios, que uno tiene el deber de reconocerla. Un magistrado, un juez de paz, no son infalibles, mas tienen una autoridad competente para los casos sometidos a su jurisdicción. Puede haber garantías contra los abusos de autoridad, y hasta, en ciertas ocasiones, una negativa de obediencia cuando se trata de una obligación superior: de los derechos de una conciencia dirigida por la Palabra de Dios. Precisa obedecer a Dios antes que a los hombres; pero la Escritura no deja jamás libertad alguna a la voluntad humana, como tal. Somos santificados por la obediencia de Jesucristo. Este principio de la sencilla obediencia que hace la voluntad de Dios, sin resolver cada cuestión abstracta que puede sugerírsele a uno, este camino de paz, muchos espíritus que se precian de muy sabios no lo advierten, porque es el camino de la sabiduría de Dios.
La acusación que nos ocupa se reduce, pues, a un simple y pobre sofisma que revela de un lado el deseo de ser libre, de hacer lo que le viniere en gana; del otro, la confianza que tienen ellos mismos de las personas que estiman su propio juicio superior a todo lo que ya ha sido juzgado.
Existe una autoridad judicial en la Iglesia de Dios, y si ella no existiera, sería la más horrible iniquidad que se pudiese ver en la tierra; porque sería poner la sanción del nombre de Cristo sobre cada iniquidad. Pues éste es, en efecto, el principio sostenido por los que han suscitado las cuestiones que nos ocupan. Pretenden ellos que, si se tolera la iniquidad o la levadura, cualquiera que sea, esta levadura no puede manchar una asamblea. Tales principios han tenido un resultado feliz, pues han sido menospreciados, repelidos cordialmente por todos los cristianos sinceros y por todo aquel que no busca justificar el mal.
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Sin embargo, la autoridad judicial de la Iglesia de Dios no puede ser separada de la obediencia a la Palabra. “¿No juzgáis vosotros á los que están dentro? Porque á los que están fuera, Dios juzgará: quitad pues á ese malo de entre vosotros” (1 Corintios 5:12-1312For what have I to do to judge them also that are without? do not ye judge them that are within? 13But them that are without God judgeth. Therefore put away from among yourselves that wicked person. (1 Corinthians 5:12‑13)). Si la cosa no tiene lugar, lo repito, la Iglesia de Dios da su sanción a los pecados, los más abominables. Por otra parte, afirmo y mantengo que si la cosa tiene lugar, los otros cristianos están en el deber de respetarla. Contra la acción carnal en materia de disciplina, hallamos un remedio con la presencia del Espíritu de Dios entre los santos y en la autoridad suprema del Señor Jesucristo. Además, se nos propone otro remedio, totalmente antibíblico y malo. Se pretende que existiera competencia en todo hombre, que tuviese la presunción de juzgar a otro por cuenta propia, independientemente de lo que Dios ha instituido. Considerando la cosa bajo su más favorable aspecto (no bajo su verdadero carácter de pretensión individual), volvemos a hallar aquí el bien conocido principio antibíblico que ha circulado desde el tiempo de Cromwell, es decir, el sistema independiente, según el cual un cuerpo de cristianos, formado por una asociación voluntaria, sería independiente de los demás. Este sistema es la negación pura y simple de la Unidad del Cuerpo, lo mismo que de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en él.
Supongamos que somos un cuerpo de francmasones y que una persona haya sido excluida de una de las logias conforme a las reglas de la orden. Supongamos que esta sentencia habiendo sido hallada injusta, y en lugar de recurrir a la logia que ha pronunciado el veredicto, a fin de que revise su juicio, cada una de las otras logias se ponen a recibir o a no recibir la persona en cuestión, en virtud de la independencia de su propia autoridad. Claro está que la unidad del sistema francmasón queda rota. Cada logia es un cuerpo independiente, obrando por sí mismo. En vano se alegaría que la logia en cuestión ha obrado malamente y que no es infalible, no por ello sería menos verdadero, que la autoridad competente de las logias y la unidad del todo han terminado. El sistema queda disuelto. Puede haber recursos contra tales dificultades y es esto un grande beneficio en la ocasión; pero el medio propuesto es una pura pretensión a la superioridad de la parte de la logia opuesta; y es, además, la disolución de la francmasonería.
Esto supuesto, rechazo abiertamente, y de la manera más absoluta, la pretendida competencia que tendría una asamblea de juzgar a otra; pero, lo aún más importante es, que esta pretensión es la negación antibíblica de la estructura de la Iglesia de Dios. Es esto la independencia (un sistema que conozco desde cuarenta años y al cual nunca he querido unirme). En vano será se me objete que no se trata de eso. La palabra “independencia” significa sencillamente que cada congregación juzga por sí misma, independientemente de las demás; no sostengo nada más que esto. No deseo contender con los que quieren juzgar por ellos mismos, prefiriendo el sistema independiente; únicamente hago constar que estoy perfectamente convencido que, bajo todo concepto, este sistema es enteramente antibíblico. La Iglesia, en manera alguna, es un sistema voluntario. Ella no está formada —sino más bien sería deformada— por un cierto número de cuerpos independientes, que cada uno de ellos se moviese por sí mismo.
Nunca se ha soñado aducir, fuesen las que fueran entonces las dificultades, que mientras Antioquía admitía a los gentiles, Jerusalén los rechazase; puesto que todo pudo continuar su buena marcha según el orden de la Iglesia de Dios. No existe huella alguna de una tal independencia, ni de un desorden tal en la Palabra. De hecho, hallamos en ella toda especie de evidencia, toda insistencia doctrinal, sobre el hecho que existe, en la tierra, un solo cuerpo, en cuya Unidad está basada la bendición, y cada cristiano tiene el deber de mantener esta Unidad. La propia voluntad puede desear que sea de otro modo; pero no la gracia, ni la obediencia a la Palabra. Pueden surgir dificultades. No tenemos, esto es cierto, un centro apostólico, como se tenía en Jerusalén, mas nuestro recurso es la acción del Espíritu en la Unidad del Cuerpo —la acción de la gracia que sana, del don que ayuda; y a más, la fidelidad del Señor, quien, en Su gracia, ha prometido no dejarnos nunca, ni desampararnos.
El caso de Jerusalén en Hechos 15 es una prueba de que la Iglesia bíblica nunca ha soñado ni aceptado jamás la acción independiente en la cual se insiste. La acción del Espíritu Santo se ejercía y se ejerce siempre, en la Unidad del Cuerpo. La disciplina dirigida por el Apóstol a Corinto (y que nos comprende como siendo la palabra de Dios) pertenece, cuanto a su alcance, a la Iglesia de Dios toda entera, como lo demuestra el mismo principio de la epístola.
¿Osará alguien pretender que, si el malo debía de ser judicialmente echado fuera en Corinto, cada congregación tenía que juzgar por sí misma si ella debía recibir aquel hombre? El acto judicial no habría servido de nada, ¡o bien no tenía efecto más que en Corinto, y las iglesias de Éfeso, de Céncreas, etc., podían, después de esto, hacer lo que les diera la gana! ¿Qué se haría del acto solemne o de la dirección del Apóstol? ¡Pues bien! Esta autoridad y esta dirección son ahora para nosotros la Palabra de Dios. Sé muy bien que se dirá: ¡Gracias a Dios! mas puede acontecer que la carne actúe y que no siga convenientemente esta Palabra. Esto es posible, en efecto. Hay posibilidad que la carne pueda obrar. Pero estoy seguro de que todo lo que niega la Unidad de la Iglesia, todo lo que se funda sobre una base voluntaria, todo lo que tiende a organizar cuerpos independientes —que todo esto es la disolución de la Iglesia de Dios, una cosa antibíblica, y no otra cosa que la carne—. Antes de ir más lejos, la cosa está juzgada por mí. Existe un recurso; este recurso precioso de las almas humildes es la ayuda plena de gracia del Espíritu de Dios en la Unidad del Cuerpo, y el amor así como los fieles cuidados del Señor. Mas esto no es, en modo alguno, lo que la voluntad pretenciosa constituye sobre una base independiente, menospreciando y negando la Iglesia de Dios.
Todavía repito que es un miserable sofisma, el acusar de pretensión a la infalibilidad, el hecho de ejercer, en un espíritu de gracia y de humildad, una autoridad divinamente instituida. Repito que el sistema por el cual se quiere sustituir esta autoridad tiene por característica el espíritu pretencioso de la independencia, que rechaza completamente la autoridad de la Escritura en lo que ella enseña respecto de la Iglesia, y que, finalmente, exalta al hombre en el lugar de Dios.
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Una segunda cuestión va unida a la que acabamos de tratar. Se pregunta: ¿En dónde se halla, pues, la Asamblea de Dios? Respondo que es evidente que allí donde estén dos o tres congregados, ellos forman una asamblea; y, si están congregados bíblicamente, una asamblea de Dios. Si son la única asamblea en un lugar dado, formarán la asamblea de Dios en aquel lugar. No obstante, en práctica, rehusaría tomar este último título, porque “la asamblea de Dios de una localidad” comprende propiamente a todos los santos de aquel sitio; y que, tomando ese título, las almas podrían correr el riesgo de perder de vista la ruina de la Iglesia y de volver a empezar a querer ser algo. Añado que, en el caso supuesto más arriba, el título no es falso. Mucho más, si existe una asamblea tal y se establece otra, sobre la base de la propia voluntad, independiente de aquella, la primera será la sola que, moralmente, a los ojos de Dios, será su asamblea, y la segunda no podrá ostentar de manera alguna este título, por estar basada en el principio de independencia de la Unidad del Cuerpo.
Rechazo de la manera más formal y sin vacilación alguna, todo el sistema independiente (la sola cosa que, en realidad, se halla en el fondo de toda esta cuestión,) como antibíblico, como un mal positivo y muy evidente. En la actualidad en que ha sido evidenciada la Unidad del Cuerpo, que ella es aceptada como una verdad bíblica, un sistema semejante es simplemente una obra de Satanás. Ignorar la verdad es una cosa, y esto es, en muchas maneras, nuestra porción común. Oponerse a la verdad es otra cosa muy distinta.
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Todavía se pretende que la Iglesia está ahora de tal modo en ruinas, que el orden bíblico (en relación con la Unidad del Cuerpo) no puede ser mantenido. Los que hacen esta objeción deberían abonar como personas honorables, que pretenden un orden antibíblico, o, más bien, el desorden. Pero, en realidad, si lo que afirman fuese cierto, sería imposible se reuniesen para partir el pan, a no ser que lo hiciesen en contradicción flagrante con la palabra de Dios; puesto que la Escritura dice que todos somos “un cuerpo; pues todos participamos de aquel un pan” (1 Corintios 10:1717For we being many are one bread, and one body: for we are all partakers of that one bread. (1 Corinthians 10:17)). Nosotros profesamos ser un solo cuerpo, cada vez que partimos el pan. La Escritura no conoce otra cosa, y opone a los razonamientos humanos un conjunto tan unido, potente y perfecto, que todos sus esfuerzos jamás podrán romperlo.