El murmullo del pueblo y la respuesta de Dios
Ahora hemos sido llevados a dirigir nuestros pensamientos en otra dirección: a ver la conducta de la gente en el desierto; ¡Y ay! ¿Qué es sino una historia de infidelidad y rebelión? Añadamos, sin embargo, que es también la de la paciencia y la gracia de Dios. Es una imagen extremadamente humillante e instructiva. Revisaremos brevemente las diferentes formas de incredulidad que se nos presentan aquí.
Lo primero que encontramos, después de la dulce manifestación del amor de Dios, es el murmullo de la gente. Se quejan de fatiga, donde Dios está buscando un lugar de descanso para ellos. Dios los castiga. Humillados, claman a Moisés, y por su intercesión se quita el castigo; pero su corazón permanece alienado del Señor, y, seducidos por la multitud mixta que los acompañaba, y para quienes Canaán no era una tierra prometida, se cansan del maná. ¡Cuántas veces Cristo, el pan de vida, no basta a un corazón que no está en comunión con Dios! El corazón busca en otra parte su alimento; quiere algo más; Recuerda lo que la carne solía disfrutar en el mundo, mientras que olvida la esclavitud en la que se mantuvo. Ya no conoce el poder de la palabra: “el que viene a mí nunca tendrá hambre”.
Dios concede al pueblo el objeto de sus deseos: en lugar de avergonzarse cuando ven que Dios es igualmente capaz de satisfacerlos en el desierto, recogen con avidez las codornices, y la ira de Dios cae sobre este pueblo malvado.
La queja de Moisés y la respuesta de Dios
Moisés, cansado de ellos como de una pesada carga, se queja, a su vez, de su gloriosa posición. Dios lo alivia del peso de su cargo, pero no sin reprenderlo; y le une setenta personas para que le ayuden a soportarlo. El Espíritu de Dios actúa en dos de ellos, aunque no se presentan para recibirlo donde estaba Moisés: profetizan en el campamento. Josué, celoso de la gloria de su amo, desea que sean silenciados. Pero si Moisés,1 incapaz de soportar el peso de su gloria, se ha visto obligado a compartirla con otros, y, hasta cierto punto, ha perdido parte de ella, muestra al menos, en esta circunstancia, la profundidad de la gracia que había en él. Él no envidia a los que profetizan en el campamento. “¡Ojalá Dios”, dice, “que todos fueran profetas!”
(1. Observe aquí la diferencia incluso en la fe del bendito Apóstol, comparando el capítulo 11:12 aquí y Gálatas 4:19: ver también 2 Corintios 11:28. Es posible que este fracaso de Moisés bajo la presión del peso del pueblo, dando ocasión a la profecía en el campamento, fuera también la ocasión del levantamiento de Miriam y Aarón contra él. En cualquier caso, Dios mantuvo la autoridad de su siervo, quien, en cuanto a sí mismo, se mantuvo firme con mansedumbre fingida, y dejando todo lo que le concernía a Dios).
Hay algo muy hermoso en el espíritu que animó a este siervo de Dios. Finalmente, cualesquiera que sean los arreglos de Dios, Él es soberano en las dispensaciones de Su Espíritu.