William Kelly
Es un pensamiento solemne que la ira y la venganza incumben a Dios. Nos conviene que, en vez de vengarnos por nuestras propias manos, nos dobleguemos ante la prueba, mirando sólo a Dios; aún más, auxiliar a nuestro enemigo que se halle necesitado o afligido. Así éste tendrá que ver con Dios; si se humilla, tanto mejor; si se endurece será para él peor. Para el cristiano es ejercitarse en la naturaleza divina, es decir: en fe, paciencia y amor. Pues el vivir cristiano es Cristo —no ser vencido por el mal, sino vencerlo con el bien—. Así Dios, en nuestro propio caso tanto como con todos los que le aman, venció nuestros males por Su bondad en Cristo, nuestro Señor; y ahora también Él nos da a imitarlo en gracia, la cual gana la victoria a Su vista y a la nuestra, aun cuando aparezcamos ante el mundo como los seres más ultrajados y pisoteados. Pues, “esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” —por supuesto, la fe que obra por medio del amor.
El Apóstol va a entrar en la relación entre la potestad terrenal y los santos, después de tratar de la actitud de ellos hacia todos los hombres como testigos del bien que habían aprendido en Cristo, en donde Dios venció todo el mal con Su bondad, y nos otorga el privilegio de participar en el bien, ya obrando o sufriendo.
“Toda alma se someta a las potestades superiores; porque no hay potestad sino de Dios; y las que son, de Dios son ordenadas. Así que, el que se opone a la potestad, a la ordenación de Dios resiste; y los que resisten, ellos mismos ganan condenación para sí. Porque los magistrados no son para temor al que bien hace, sino al malo. ¿Quieres pues no temer la potestad? haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es ministro de Dios para tu bien. Mas si hicieres lo malo, teme: porque no en vano lleva el cuchillo; porque es ministro de Dios, vengador para castigo al que hace lo malo. Por lo cual es necesario que le estéis sujetos, no solamente por la ira, mas aun por la conciencia. Porque por esto pagáis también los tributos; porque son ministros de Dios que sirven a esto mismo” (Romanos 13:1-61Let every soul be subject unto the higher powers. For there is no power but of God: the powers that be are ordained of God. 2Whosoever therefore resisteth the power, resisteth the ordinance of God: and they that resist shall receive to themselves damnation. 3For rulers are not a terror to good works, but to the evil. Wilt thou then not be afraid of the power? do that which is good, and thou shalt have praise of the same: 4For he is the minister of God to thee for good. But if thou do that which is evil, be afraid; for he beareth not the sword in vain: for he is the minister of God, a revenger to execute wrath upon him that doeth evil. 5Wherefore ye must needs be subject, not only for wrath, but also for conscience sake. 6For for this cause pay ye tribute also: for they are God's ministers, attending continually upon this very thing. (Romans 13:1‑6)).
La santa sabiduría de esta exhortación es tan digna de Dios como es apropiado todo cuanto se nos enseña; y es patente a todos aquellos que, aunque no son del mundo, tienen deberes relacionados con él, mientras esperan al Señor y son llamados a hacer la voluntad de Dios. En transición gradual somos conducidos desde renunciar a vengarnos por nosotros mismos y vencer el mal con el bien, tal como conviene a los hijos de Dios, hasta cómo comportarnos ante las potestades del mundo, cuyo oficio es vengar la maldad, castigando a los malos, y alabando a los que hacen el bien ... .
Hemos de hacer hincapié en que “potestades superiores” es una expresión que abarca toda forma de poder gobernante —monárquico, aristocrático o republicano—. Toda cavilación está excluida en este aspecto. El Espíritu insiste no meramente en el derecho divino de los reyes, sino también en que “no hay potestad sino de Dios” ... . Aunque hubiere una revolución que derribara una forma de gobierno para instaurar otra, el deber del cristiano es bien sencillo: “las que son, de Dios son ordenadas”. Sus intereses radican en otra parte, son celestiales, son de Cristo; su responsabilidad es reconocer la potestad actual, confiando en Dios con respecto a las consecuencias y en ningún caso portándose como un partidario. Nunca tiene derecho en rebelarse contra la autoridad como tal; ya que al hacerlo así actuaría contra las ordenanzas de Dios, y los que se resistan recibirán juicio para sí ... . La Escritura es siempre sobria, como dijo el apóstol que lo era por amor a nosotros; si fuera extático, sería por Dios ... . Hay otras escrituras que nos muestran que, cuando la autoridad ordena algo ofensivo para Él, como en el caso de que un apóstol no hable más de Jesús o que se obligue a un cristiano a sacrificar a un ídolo o a un emperador, entonces debemos obedecer a Dios antes que al hombre, pero sufriendo, no resistiendo, si no podemos abandonar quietamente el lugar de persecución. Pues es evidente que es imposible invocar la autoridad de Dios para obedecer un mandato que le deshonre y niegue. Toda relación tiene sus límites en la conducta que virtualmente la anula; exigirla socavaría su propia autoridad en antagonismo a Aquel que la ha instaurado.
[Traducido de “Notes on the Epistle to the Romans” (“Notas sobre la Epístola a los Romanos”), por William Kelly, 1878].