Prioridad concedida al altar de Jehová

 
En el tercer capítulo, un principio de una gran belleza es puesto ante nosotros. Después del retorno del remanente y de su celo para purificar el sacerdocio, ¿cuál es la primera marca de piedad de los conductores del pueblo? ¿Qué es lo que da a estos sacerdotes su carácter ante Dios? Su primer acto nos permite ver su unidad de pensamiento. “Y colocaron el altar del holocausto sobre su antigua base; porque estaban con temor a causa de las gentes de los países vecinos” (Esdras 3:3 – V.M.). ¡Cuán bello es esto! no es por la muralla que comenzaron, un hecho más destacable que en otro libro, Nehemías, es precisamente consagrado a la construcción de la muralla. Pero en Esdras, comienzan por aquello que concierne a Dios y no a ellos mismos. Comienzan por aquello que expresa por excelencia la aceptación ante Dios. El altar era el lazo entre Dios y su pueblo; lo que podría llamarse el punto de contacto entre Dios y ellos. Este era el lugar donde ellos llevaban sus ofrendas. Sus sacrificios de acciones de gracias, holocaustos —todas sus ofrendas eran presentadas en el altar.
Edificar el altar mostraba entonces que el primer pensamiento de sus corazones era la adoración de Dios y no la manera de protegerse de sus enemigos. Luego, para destacar esta prioridad, la razón dada es precisamente que el terror de los habitantes de estos lugares estaba contra ellos. Este temor los lleva a acercarse a Dios en adoración, y no fiarse en ellos mismos o en otros hombres para ser protegidos. Ellos no han hecho ninguna petición al rey Ciro; no han tomado ningún pretexto en su falta de medios y de recursos para levantar una defensa contra sus enemigos.
Habiendo ante toda otra cosa, colocado el altar del holocausto sobre su antigua base, “ofrecieron sobre él holocaustos a Jehová, holocaustos por la mañana y por la tarde” (Esdras 3:3 – V.M.). Y más aún, es expresamente reportado que esto fue hecho por Jesúa, hijo de Josadac, y sus hermanos los sacerdotes, y Zorobabel, hijo de Salatiel, y sus hermanos, quienes “reedificaron el altar del Dios de Israel, para ofrecer sobre él holocaustos, conforme a lo escrito en la ley de Moisés, varón de Dios” (Esdras 3:2 – V.M.).
Lo que los distinguía era un santo celo por la Palabra de Dios; y esta Palabra era considerada con ojos simples. Ellos no buscaban lo que les concernía personalmente: su pasado, futuro, privilegios..., sino más bien esto que, en obediencia, debían a un tal Dios. ¿No es esto un magnífico ejemplo de fe en este remanente? El primer pensamiento de sus corazones era Dios, y esto cuando ellos tenían miedo de sus enemigos que los rodeaban; pero este temor, lo expresaban no en medidas humanas tomadas para protegerse, sino en acercarse a Dios para alabarlo. “Celebraron asimismo la fiesta solemne de los tabernáculos, como está escrito” (Esdras 3:4). Destaquemos bien este cuidadoso celo con relación a la Palabra de Dios. Esta no era para ellos un conjunto de ordenanzas, sino que la autoridad de esta llenaba sus corazones. Veremos, ¡desgraciadamente!, la decadencia que sigue; pero retengamos la manera en la cual ellos comenzaron en su retorno de la cautividad. “Celebraron asimismo la fiesta solemne de los tabernáculos, como está escrito”. Destaquemos que no existe ninguna falta de energía: esto no era un acto pasajero. El holocausto continuo era presentado.