Santos y Pecadores

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Un “santo” es “alguien separado” o “alguien santificado.” Todos los que conocen al Señor Jesucristo como su Salvador son santificados (posicionalmente) y, por tanto, son santos.
En Romanos 1:7, algunas versiones modernas dicen: “llamados a ser santos,” pero las palabras a ser no están en el texto griego y han sido añadidas por los traductores de esas versiones para ayudar a la lectura del pasaje (nótese que la Reina-Valera Antigua dice “llamados santos”). Lamentablemente, esto quita el significado y hace de la santidad un objetivo a ser alcanzado en algún momento en el futuro. (Este es un error católico romano. La religión católica enseña que, si alguien se mantiene fiel a ese sistema, después que deje este mundo por la muerte, puede ser promovido a la posición especial de un santo). El texto debe simplemente ser leído “llamados santos.” Esto significa que uno viene a ser santo obedeciendo el llamado del evangelio. No es algo que esperamos ser, sino algo que la Palabra de Dios dice que somos por la gracia de Dios. No hay ninguna Escritura que nos diga que intentemos alcanzar la santidad, pero sí hay Escrituras que nos dicen que todos los creyentes son santos, aun cuando todavía vivan en este mundo. Sin embargo, algunas personas piensan que es una señal de humildad si rehúsan llamarse a sí mismos santos, pero no es orgullo o presunción creer la Palabra de Dios. De hecho, un creyente que rehúsa llamarse a sí mismo santo está negando la verdad de la Escritura.
Un “pecador” en la Escritura es una persona que no es salva. Sin embargo, cuando alguien es justificado, es libertado de todas las cargas del pecado por ser traído a una nueva posición delante de Dios, en la cual Dios ya no lo ve en la posición de pecador, sino como santo. Por lo tanto, el que los creyentes hablen de sí mismos como “pobres pecadores” está por debajo de la dignidad de su posición delante de Dios. Realmente niega la verdad de lo que somos como hijos de Dios. En cierto sentido, disminuye el valor de la obra de Cristo que nos salvó y nos colocó en esa nueva posición de favor como “santificados en Cristo Jesús” (1 Corintios 1:2). No estamos diciendo que los cristianos no deban usar el término “pecadores” con respecto a sí mismos, sino que deben decir que fueron una vez pecadores.
W. Kelly dijo: “Algunas personas hablan de ‘un pecador creyente’, o hablan de la adoración ofrecida a Dios por ‘pobres pecadores’. Muchos himnos, de hecho, nunca colocan al alma más allá de esta condición. Pero lo que se entiende por ‘pecador’ en la Palabra de Dios es un alma que está completamente sin paz, un alma que puede tal vez sentir su necesidad de Cristo, siendo vivificada por el Espíritu, pero sin el conocimiento de la redención. No es honesto negar lo que los santos son a la vista de Dios” (Lectures on the Epistle to the Galatians, p. 47).
El Sr. Kelly dijo también: “Existe entre muchas personas evangélicas un mal hábito de hablar de ‘pecadores salvos.’ Para mí, no es solo inexacto, sino engañoso y peligroso. La Escritura nunca habla de ‘pecadores salvos.’ Podemos alegrarnos en la salvación de un pecador si es que hemos experimentado la misericordia en nuestras propias vidas, pero si admitimos la frase—un ‘pecador salvo’—el efecto moral de esto es que, aunque ya sea salvo, todavía tendría la libertad de pecar ... Es completamente cierto que, cuando Dios comienza a tratar con alguien, comienza con él siendo un pecador, pero Él nunca termina allí. No conozco ninguna parte de la Palabra de Dios en que un creyente, a no ser tal vez en un estado de transición, sea llamado ‘pecador’ ... Es evidente que ser santo y pecador al mismo tiempo es simplemente una clara contradicción. En resumen, la Sagrada Escritura no sanciona tal combinación, y cuanto antes nos deshagamos de esas frases, que no merecen un nombre mejor que el de una hipocresía religiosa, mejor será para todos” (Lectures Introductory to the New Testament, p. 213-214).
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Hay una excepción a esto en Santiago 5:19-20. Santiago llama a un creyente que falla un “pecador,” pero esto no es en el sentido de su posición, como Pablo y Pedro usan el término. Santiago está hablando más bien de lo que caracteriza a un creyente que persiste en seguir un curso de pecado en su vida.