Sufrimientos de Cristo

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El apóstol Pedro nos dice que las Escrituras del Antiguo Testamento tienen dos grandes temas con relación a Cristo – “las aflicciones que habían de venir á Cristo, y las glorias después de ellas” (1 Pedro 1:11). Mirando más de cerca los sufrimientos de Cristo, las Escrituras indican que hay al menos cinco clases diferentes:
1) Sus Sufrimientos Intrínsecos
El Señor Jesús sufrió porque era un Hombre santo. Siendo “Dios ... manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16), toda la esencia o constitución de la Persona de nuestro Señor Jesús era de la más infinita santidad. El ángel que habló a María antes de Su encarnación dijo: “Lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Después de Su muerte y resurrección, los apóstoles oraron a Dios diciendo: “Tu santo Hijo Jesús, al Cual ungiste” (Hechos 4:27).
Cuando el Señor condescendió a entrar en este mundo, entró en una escena llena de pecado e impureza. El mundo entero estaba contaminado por el pecado, moral, espiritual y físicamente. Era una escena totalmente extraña a Su santa naturaleza. Por eso, siendo el Hombre santo que era, sufrió por estar en tal ambiente de corrupción. A pesar de que entró en contacto con el pecado y los pecadores, Él nunca fue personalmente contaminado por ellos—Él permaneció “limpio” (Hebreos 7:26). Si Lot “afligía” su alma justa por lo que vio y oyó en Sodoma cuando estaba tan lejos de Dios moralmente (2 Pedro 2:7-8), ¡cuánto habrá sufrido el Señor cuando pasó por un mundo como este!
2) Sus Sufrimientos por Simpatía
Además de sufrir por estar en la constante presencia del pecado, el Señor Jesús también sufrió a causa de Su profundo amor por las personas. Sea lo que fuere que las personas estuviesen sufriendo bajo el fruto del pecado en el mundo, Él se identificaba con ellos en simpatía. Esto es evidente de varias maneras:
A) El Señor sufrió en relación con lo que el pecado había hecho a Sus criaturas físicamente (en sus cuerpos). Cuando Él veía a personas afligidas con alguna enfermedad o dolencia, Su corazón estaba con ellas en su aflicción. En perfecta simpatía, Él sentía en Su propia alma sus dolores y sufría con ellas (Isaías 53:4; Mateo 8:17). Un ejemplo de esto fue en la curación del hombre sordo y mudo (Marcos 7:31-37). Dice que el Señor “gimió”—lo que indica que sintió el sufrimiento que este hombre estaba pasando en su aflicción—y luego abrió los oídos del hombre e hizo soltar su lengua. J. N. Darby observó que el Señor nunca curó a una persona enferma sin antes sentir el peso de esa enfermedad como fruto del pecado. Por eso, no fue fácil para Él extender Su mano y decir a un leproso, “Sé limpio” (Marcos 1:41), porque cada vez que Él sanaba a una persona, Él llevaba la carga de esa tristeza en Su propia alma. Así, que ha sido dicho correctamente que “Él llevó en Su espíritu lo que Él quitó por Su poder.”
B) El Señor también sufrió por lo que el pecado había hecho en la vida de las personas emocionalmente. Aunque algunos pueden no haber sido afectados personalmente con enfermedades, los efectos de esas cosas en aquellos a quienes conocían y amaban, produjeron tristeza y sufrimiento en ellos. El Señor sentía simpatía con todos ellos también. Un ejemplo de esto es el caso de María y Marta, cuando su hermano había muerto (Juan 11). La enfermedad y la muerte no las habían tocado a ellas, pero se encontraban con gran tristeza por esa causa (versículos 31-33 primera parte). En simpatía con ellas en sus pruebas, el Señor “se conmovió en espíritu, y turbóse” (versículo 33 segunda parte). Él sintió profundamente su situación y “lloró” en la tumba de Lázaro (versículo 35).
C) El Señor también sufrió en conexión con las tristezas de remanente judío en un día futuro. No sólo sintió los dolores de aquellos que estaban a Su alrededor, sino también sintió los dolores de aquellos que sufrirán por su fidelidad en la futura Gran Tribulación. En el momento de la última cena, cuando Satanás entró en Judas, “el hijo de perdición,” los pensamientos del Señor fueron proyectados hacia el futuro, cuando el remanente judío sufrirá por causa de la justicia bajo la persecución del futuro “hijo de perdición”—el Anticristo (2 Tesalonicenses 2:3-4; Mateo 5:10-12; Salmo 69:6-11). En aquel día de tinieblas, el Anticristo llevará a la nación a la apostasía y perseguirá al remanente judío por su fe y obediencia (Mateo 24:21-22; Salmo 10). En simpatía divina, el Señor entró en la porción de ellos y sintió en Su corazón los dolores del rechazo que ellos experimentarán en aquel día (Juan 13:18-21).
D) El Señor también sufrió compasivamente hacia el castigo que tendrá el remanente judío en un día venidero. Como parte de la nación que es culpable de la muerte de Cristo—el Mesías de Israel—el remanente experimentará el fruto de su pecado nacional bajo los tratamientos gubernamentales de Dios. Al formar parte de la nación culpable, necesariamente ellos deben ser castigados, pero, en el castigo que Él derrama sobre ellos, ¡Él siente eso junto con ellos con compasión! (Isaías 63:9). Habiéndose substituido a Sí mismo en el lugar de Israel ante Dios (Isaías 49:1-5), sintió el pecado de Israel a la luz de la santidad de Dios, aunque Él mismo no estuviese bajo el gobierno de Dios.
3) Sus Sufrimientos Anticipativos
La cruz y su sufrimiento estuvieron siempre ante nuestro Señor. Por toda Su senda, Él los tuvo delante de Sí. Él podía decir: “De bautismo Me es necesario ser bautizado: y ¡cómo Me angustio hasta que sea cumplido!” (Lucas 12:50). Varias veces el Señor llevó a Sus discípulos aparte, y les dijo que “Le convenía ir á Jerusalén, y padecer mucho de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mateo 16:21, 17:22-23, 20:17-19). Él habló de Sí mismo como “el grano de trigo” que caería sobre la tierra y moriría (Juan 12:24). Esto Le llevó a decir: “Padre, sálvame de esta hora. Mas por esto He venido en esta hora” (Juan 12:27). Él anticipó la cruz y sus sufrimientos, y eso Lo perturbó profundamente.
Cuando llegó a Getsemaní, el tentador vino con todo su poder en un esfuerzo por aterrorizarle. Satanás presionó en Su alma lo que significaría ser rechazado de los hombres y abandonado por Dios. Él podía decir: “Cercáronme dolores de muerte, y torrentes de perversidad [Belial – traducción J. N. Darby] Me atemorizaron” (Salmo 18:4). “Belial” es una referencia a Satanás (2 Corintios 6:15). En el Salmo 102 (“El Salmo de Getsemaní”), vemos al Señor anticipando el sufrimiento de las manos de Dios por el pecado. Siendo la Persona omnisciente que era, Él anticipó esos sufrimientos de la cruz completamente, como ninguna criatura podría. El resultado fue que cayó sobre Su rostro “en agonía [conflicto]” y clamó a Dios: “Padre, si quieres, pasa este vaso de Mí” (Lucas 22:42; Mateo 26:39). El Señor podría haber ejercido Su poder divino y hubiera alejado al diablo, pero permaneció en el lugar de un Hombre obediente y dependiente, y “oraba más intensamente” (Lucas 22:44).
4) Sus Sufrimientos de Martirio
El Señor sufrió como un Mártir justo en las manos de los hombres de dos maneras—en Su espíritu y en Su cuerpo (físicamente):
A) Como resultado del testimonio santo del Señor en este mundo, Él sufrió reproche en Su alma y espíritu. El amor que hizo que Él ministrase a los hombres de las riquezas de la gracia de Dios Le trajo más tristeza y sufrimiento, pues desencadenó el odio y la maldad en los hombres. Cuanto más Él amaba, más era odiado (Salmo 109:5). Él sintió el rechazo de los hombres y sufrió en Su espíritu y fue afligido con lo que el pecado había hecho en sus corazones, endureciéndolos con incredulidad (Marcos 3:2-5, 8:12). También sintió profundamente la traición de Judas (Juan 13:21; Salmo 41:9, Salmo 55:12-14) y el desamparo de Sus únicos seguidores (Juan 16:32)—particularmente la negación de Pedro (Lucas 22:61). Él también sintió en Su alma el engaño, los insultos y el escarnio que fueron echados sobre Él en Su juicio y crucifixión (Mateo 26:57-68, 27:27-44; Salmo 22:6-8). Él también sintió la violación de la decencia humana cuando los soldados Lo despojaron de Sus ropas y Lo colocaron en la cruz (Salmo 22:17-18). Y para añadir a todo eso, Él llevó en Su espíritu el dolor de ser mal entendido. Las personas Le tenían por “azotado, por herido de Dios y abatido.” Ellos Lo vieron como si estuviese muriendo justamente bajo el juicio gubernamental de Dios por atreverse a decir que Él era el Mesías. Ellos lo vieron como un impostor, ¡pero no percibieron que Él era realmente el Mesías que estaba muriendo por sus pecados! (Isaías 53:4-5).
B) Como un resultado del santo testimonio del Señor en este mundo, Él también sufrió físicamente en manos de hombres malvados. En fidelidad y amor, Él testificó de la maldad del hombre, y eso Lo llevó a un sufrimiento notorio (Salmo 40:9-10). Él sufrió contusiones de los golpes de una caña y de las palmas de las manos de los hombres (Miqueas 5:1-2; Mateo 26:67, 27:30); laceraciones de los azotes (Isaías 50:6; Mateo 27:26); penetraciones de la corona de espinas (Mateo 27:29-30); y perforaciones de los clavos en Sus manos y pies (Salmo 22:16; Mateo 27:35). Por último, Él fue crucificado y muerto “por manos de los inicuos,” (Hechos 2:23, 3:13-15, 5:30, 7:52-53, 13:27-29).
5) Sus Sufrimientos Expiatorios
Finalmente, y el mayor de todos, el Señor sufrió por llevar sobre Sí mismo los pecados. Todos los otros tipos de sufrimiento que el Señor sintió no podían quitar los pecados. Esto sólo podría hacerse a través de Sus sufrimientos expiatorios que Él soportó en las últimas tres horas en la cruz (Mateo 27:45-46; Marcos 15:33-34; Lucas 23:44-45). Sus sufrimientos de martirio fue lo que Él sufrió en manos de hombres impíos (Salmo 69), pero Sus sufrimientos expiatorios fue lo que Él sufrió en mano de Dios (Salmo 22).
Para hacer expiación por el pecado y los pecados, el Señor soportó y agotó el justo juicio de Dios. La Biblia indica que Su gran sacrificio resolvió toda la cuestión del pecado ante Dios (Hebreos 1:3, 9:26, 10:12). Cuando el Señor hizo expiación por nuestras almas, Él fue “dejado” por Dios (Salmo 22:1). Siendo “hecho pecado” en la cruz (2 Corintios 5:21), Dios, que es santo y “muy limpio ... de ojos para ver el mal” (Habacuc 1:13), no podía tener comunión con Él. En aquel momento, la comunión se rompió entre esas dos Personas divinas. Pero, aunque el Señor Jesús fue abandonado por Dios, aún era el objeto de complacencia (satisfacción) de Su Padre, porque Él estaba haciendo la voluntad de Dios, y eso era agradable a Él (Isaías 53:10).
Hay dos partes en la obra de Cristo en la expiación en la cruz: la primera es el lado de Dios, que se llama “propiciación” (Romanos 3:25; Hebreos 2:17; 1 Juan 2:2, 4:10). La propiciación ha realizado para Dios la solución completa en cuanto a la cuestión del surgimiento del pecado en la creación y los pecados de los creyentes. Así, la obra consumada de Cristo en la cruz atendió a la exigencia de la naturaleza santa de Dios, y así, por ella, las reivindicaciones de la justicia divina han sido satisfechas (Salmo 85:10). La segunda parte de la obra expiatoria de Cristo es para el hombre—atendiendo a la necesidad de la culpa del creyente. Esto es llamado “sustitución.” Para quitar sus pecados y culpabilidad, el creyente debe entender que el Señor tomó su lugar en la cruz delante de Dios y “llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). El gran resultado de descansar por fe en la obra sustitutiva de Cristo es que nuestra conciencia es “limpiada” (Hebreos 9:14, 10:2, 10:17, 10:22).
La Biblia dice: “Del trabajo de Su alma verá y será saciado” (Isaías 53:11). El fruto de los sufrimientos expiatorios de Cristo son demasiados para que puedan ser enumerados aquí. Toda la bendición que Israel, la Iglesia y los santos en el día del reino milenario disfrutarán será el resultado de esa obra consumada. (Ver Expiación)