1ª Juan 2

 •  29 min. read  •  grade level: 11
Listen from:
Versículos 1-2
Los dos primeros versículos se relacionan como una especie de suplemento al capítulo precedente. Él había puesto ante ellos este privilegio de la comunión con el Padre y el Hijo, que tiene que ser en la luz; y había este perfecto remedio, la sangre de Cristo, que nos presenta limpios en la luz. Ahora él dice: «Estas cosas os escribo para que no pequéis.» El objeto de todo ello era que no pecaran. «Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.» No es exactamente lo mismo que en hebreos, donde encontramos un sacerdote delante de Dios, porque allí la cuestión que se toca es la de nuestra posibilidad de acercarnos a Dios. Allí se trata de mostrar la verdad de que podemos acercarnos a Dios, y tiene este carácter en toda la Epístola. Pero todo a lo largo del evangelio y de la Epístola de Juan, él nos habla de mucho más que meramente acudir ante Dios como adorador en público. Aquí es una relación mucho más entrañable con Él. Es algo diferente que pueda ir y adorar ante Dios y acercarme a Él, o que esté en íntima comunión con Él. Entramos en relación con Él. Siempre que habla de la gracia, habla del Padre y del Hijo, y cuando habla de la luz, habla de Dios. En Juan 8, cuando todos quedaron redargüidos de pecado, es Dios. «Antes que Abraham fuera, yo soy.» Cuando pasa a la gracia, habla de ser un buen Pastor, que da Su vida por las ovejas, y cuya voz conocen las ovejas. Dice que hay tanta intimidad entre vosotros y Yo como entre Yo y mi Padre. Hay la perfecta revelación de amor en una relación íntima así.
La abogacía está aquí relacionada con el Padre. Cuando la comunión queda interrumpida, es restaurada. No dejamos de ser hijos y de estar aceptados. No se trata aquí de si como pecador puedo acudir a Dios o no, sino de la pérdida de esta intimidad que la más vana palabra destruye. Y esto hace aún más claro que aquí se está hablando de personas aceptadas. No se trata ahora de la aceptación de Dios: Ni siquiera el sacerdocio tiene que ver con esto, y aún menos la abogacía con el Padre. Aquí se supone que somos hijos que hemos desobedecido, y que la libertad de esta intimidad queda rota, y que Cristo asume el papel de Abogado para restaurarla. La gracia está obrando, pero nunca hay ninguna mitigación del pecado en sí mismo; nunca admite del pecado.
Así se echa la base de esta manera destacable. Hay dos cosas a considerar: nuestro estar de pie en la presencia de Dios, y, por otra parte, el mal, que es inconsistente con tal cosa. Cristo ha provisto para ambas cosas. «Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.» Esto nunca cambia. El lugar que tenemos con Dios permanece allí, debido a que Cristo, el Justo, está ahí. La persona perfectamente aceptada está en la presencia de Dios, y la honra de Dios es vindicada con respecto a nuestro fracaso. «Y él es la propiciación por nuestros pecados.» De modo que la abogacía de Cristo ante el Padre se basa sobre esta aceptación, primero de Su Persona, y luego de Su obra por nosotros. Somos aceptados en el Amado, y esto jamás cambia, porque el Justo siempre aparece por nosotros en la presencia de Dios. Y sin embargo el Señor no permite nada contrario a Él mismo. El pecado no es pasado por alto. «Abogado tenemos.» Y sin embargo, si Él es abogado para estas personas que han fracasado, es debido a que Él es la propiciación por sus pecados. Hay una perfecta aceptación. Habiendo afrontado en la cruz todas las demandas por causa del pecado, somos puestos en presencia de Dios y en la aceptación del mismo Cristo.
«Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.» Este derramamiento de sangre es puesto sobre el propiciatorio, y es en virtud de ello que podemos ir y predicar el evangelio a cada criatura. No significa que todos estén reconciliados, sino que el testimonio de la misericordia de Dios salió no sólo a los judíos, sino a toda criatura en el mundo. Por medio de esta sangre podemos estar en pie ante Su presencia; pero allí el fracaso viene a ser la cuestión para la conciencia del santo, y entonces se aplica la abogacía de Cristo.
Versículo 3
Pero ahora él comienza otro tema—las pruebas prácticas ante los hombres de que poseemos esta vida. En lo principal podemos decir que el amor a los hermanos y la rectitud u obediencia son las grandes pruebas. Esta vida eterna la hemos visto en contraste con el pecado, sostenida por la gracia de Cristo. Ahora llegamos a la misma vida mostrada en sus frutos aquí abajo; y ellos estaban poniendo en duda si tenían esta vida o no. Por ello, les da, a fin de mantenerlos conscientes de la certidumbre de que tenían esta vida, los siguientes rasgos de la misma, que algunos con grandes pretensiones no tenían. «Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos.»
Sería justo observar aquí que a través de esta Epístola encontraréis a Dios y a Cristo tan totalmente unidos en el pensamiento del apóstol, que habla del uno y luego del otro en relación con la misma cosa. Observemos el último capítulo: «Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.» Dios nos es revelado en Cristo. Puede parecer confusión, pero expone la gloria de la Persona de Cristo. Así aquí (v. 28): «Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados. Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él.» Comienza con la manifestación de Cristo, y la misma oración termina con el mismo Dios. Lo mismo aquí, con respecto a los mandamientos de Dios. «Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guar­damos sus mandamientos.» Son los mandamientos de Cristo, pero también son los mandamientos de Dios.
Versículos 4-5
A continuación, se nos dice que «El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él.» Alguien dice que conoce a Dios y sin embargo no guarda Sus mandamientos—la verdad no está en él, porque esta vida es una vida obediente, y si Cristo es nuestra vida, los principios de la vida de Cristo son los mismos en nosotros. Si el principio de la obediencia no está ahí, la vida no está. Pero esto no es todo. «El que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él.» Esto da mucho más que el mero hecho de que sea un mentiroso si dice que conoce a Dios y sin embargo no guarda Sus mandamientos.
Otra cosa que debemos observar es que todas las declaraciones de Juan son absolutas. Nunca las modifica introduciendo las dificultades o estorbos que podamos tener en el cuerpo. «Todo aquel que es nacido de Dios», dice él en el capítulo 3, «no practica el pecado.» Está hablando allí acerca de la esencia de la naturaleza. La naturaleza divina no puede pecar. No se trata de una cuestión de progreso ni de grado, sino que «no puede pecar, porque es nacido de Dios.» «El que es engendrado de Dios, se guarda a sí mismo, y el maligno no le toca» (5:18, RV; V.M.). El maligno toca a menudo al cristiano; pero nunca puede tocar la vida divina; y Juan siempre lo afirma en su sentido propio absoluto, según la verdad misma. Hay abundancia de otros pasajes que muestran nuestra inconsistencia. Pero si la carne actúa, no es esta nueva vida, pero uno tiene la medida de ello en sí mismo. «Pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado», etc. Esto es absoluto. Si sólo estoy diciendo una palabra ociosa, no estoy manteniendo Su palabra.
Ésta es una verdad inmensamente bendita. Porque si estuviera bajo ley y tomara Su palabra de esta manera, no tendría nada que ver con la vida. La ley me manda que ame a Dios, y en esto fracaso. Pero aquí, la revelación que tengo de Dios en Cristo es perfecto amor. El amor de Dios queda manifestado, y si Su palabra mora en nuestros corazones, Su palabra es amor, y Su amor está perfeccionado en nosotros. «Pero el que guarda su palabra, en éste ver­da­dera­mente el amor de Dios se ha perfec­cionado.» En él—no sólo para con él. Si la palabra es guardada, esta palabra es el poder de Cristo en nosotros, y éste es el perfecto amor de Dios disfrutado en el corazón. Podemos fracasar el guardarlo, pero el apóstol no da este tipo de modificaciones, sino la verdad en sí misma; y se trata de algo estrictamente cierto, y experimentado en aquella medida en que la palabra de Dios es guardada en el corazón. El Espíritu Santo es el poder, pero no podemos separar esto de la palabra. Él es en nosotros, y nosotros hemos recibido este amor en nuestras almas—el amor de Dios manifestado en Cristo. Suponiendo que sea des­obediente, entonces tengo pecado en mi corazón en lugar de Cristo.
Versículos 5-6
«Pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él.» Ahora él dice que estamos en Él. Moramos en Dios. Si digo que estoy en Él, tengo esta fuerza y refugio en Él. Ahora tienes que andar como Él anduvo. Cristo es mi vida. Entonces tengo que andar como Cristo. No se dice «sé como Él fue». Pero no debemos andar conforme a la carne. Por ello, no dice: Debierais ser lo que Cristo fue, sino: «El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.» Si dices que permaneces en Él, estás siempre allí; deberías andar siempre como Él anduvo. Nunca hay razón alguna para andar según la carne. La carne está en nosotros, pero esto no es razón alguna por la que debiéramos andar según ella. Estoy siempre en libertad de andar espiritualmente. Hay libertad delante de Dios en cuanto al andar. Si tengo una naturaleza carnal, viene un mandamiento contrario a la voluntad de aquella naturaleza. Quiero ir a la ciudad, y se me ordena que vaya al campo. No me gusta. Pero suponiendo que estuviera anhelando ir a la ciudad, y mi padre me dice: Tienes que ir a la ciudad: bien, entonces el mandamiento es libertad. Así, ahora todos los mandamientos de Cristo son conformes a la naturaleza que ya poseo. Cristo es mi vida, y todas las palabras de Cristo son la expresión de esta vida. Y por ello, cuando las palabras de Cristo me son dadas, simplemente me dan la autoridad para hacer aquello que mi naturaleza gusta de hacer. Todas las palabras de Cristo son la expresión de lo que Él era. Ellas expresaron Su naturaleza y vida y ser. Y cuando tenemos esta naturaleza, nos conducen y dirigen. Por ello, tenemos una libertad verdadera y santa. Deberíamos andar como Él anduvo.
Versículo 7
«Hermanos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio»; esto es, desde el principio de Cristo—su manifestación aquí abajo.
Versículo 8
«Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros», etc. Por cuanto estaban buscando algo nuevo. Una cosa de las que me jacto, viene a decir, es que es antiguo, porque es lo que Cristo era cuando estaba sobre la tierra. Pero si queréis tener algo nuevo, es Cristo como vuestra vida ahora por el Espíritu Santo. Es «verdadero en él y en vosotros», porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. Era cierto en Él aquí abajo, pero ahora toda esta verdad de la naturaleza divina es tan cierta de vosotros como de Cristo. Por ello, es suficientemente nueva. Es antigua, porque estaba en el mismo Cristo; pero es nueva, porque está en vosotros, así como en el mismo Cristo.
Versículos 9-11
Hasta aquí hemos tenido el primer gran principio de la vida divina—obediencia—andar en justicia. Ahora viene el otro lado: amar a los hermanos. Estáis en la luz, porque Dios es luz. Bien entonces, Dios es amor, y no se puede tener una parte de Dios sin la otra. Si tienes la luz, tienes que tener el amor. Cristo, cuando estaba aquí, era la luz del mundo. Pero Él también era amor, y por ello si le tienes a Él como tu naturaleza, tendrás ambas cosas. «El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo.» En su propia naturaleza y camino no hay ocasión de tropiezo. «Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.» Esto es verdaderamente cierto en detalle, porque si ando en odio contra mis hermanos, estoy andando en tinieblas. Pero el apóstol sólo da el principio aquí. El amor es algo antiguo, porque estaba en Cristo en la tierra; pero es algo nuevo, porque es cierto en Él y en vosotros. «Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Co 4:6).
Tenemos aquí lo que puedo llamar las pruebas características de Cristo nuestra vida. Una de ellas es luz—obediencia—porque ninguna justicia puede serlo, a no ser que sea obediente. Cristo dice: «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.» Por ello recibimos este principio de dependencia obediente, que es justicia. Lo otro es el amor. Aquí entonces tenemos, primero, como suplemento del capítulo anterior, la abogacía de Cristo; y luego, en las otras partes de esta Epístola, las pruebas de esta vida divina tal como se manifiesta en obediencia y amor a los hermanos. En la vida del mismo Cristo, todo fue manifestado de la manera más maravillosa, perfecta y bendita.
Versículo 12
Esto viene ahora como irrumpiendo sobre el curso general de la Epístola, y dando un relato de por qué escribió, y lo que sentía al escribir. Y primero encontramos que se dirige a todos los cristianos, a los que llama «Hijitos», dirigiéndose luego a diferentes clases de cristianos, y diciendo por qué les escribía a ellos. Es su corazón abriéndose a aquellos para los que estaba escribiendo; y luego tenemos algunas verdades prácticas importantes.
En el versículo 12, la palabra «hijitos» [en el original] es la misma que en los versículos 1 y 28, pero diferente del término que aparece en los versículos 13 y 18. En los primeros que se mencionan se dirige a todos los cristianos, y los llama sus «hijos», mientras que en los otros versículos distingue entre los jóvenes, los padres y los hijitos [bebés] (paidia), o los cristianos más jóvenes. Pero en los versículos 1, 12 y 28, la palabra teknia incluye a todos los santos.
«Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre» (v. 12). Esto es cierto de todos los cristianos. Ésta es su condición universal. Él había dicho antes: «Y en esto sabemos que le conocemos, si guardamos sus mandamientos.» Esto no era para arrojar ninguna duda sobre el hecho del perdón de los cristianos, sino para establecerlos en la verdad, por cuanto dice: «Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre.» Esto era algo ya resuelto. Estaban perdonados, y les escribía por cuanto estaban perdonados. Esta epístola no se aplica a una persona que no está perdonada. Al escribirles, él asume esta posición. Les dice: «Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre.» Ésta era la condición común de todos los cristianos.
Versículos 13-14
Pero ahora, al llegar a las diferentes clases de cristianos, se les da un carácter y posición diferentes a cada uno de ellos. «Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio.» Entre los «hijitos» del versículo 12 (teknia) puede haber cristianos viejos y bebés. Los padres habían conocido «al que es desde el principio». Como hemos visto antes, esto significa a Cristo en el mundo, Su Persona manifestada en carne. «Conocéis al que es desde el principio.» Ahí es donde acaba toda experiencia; no en el conocimiento del yo meramente como ocupados en ello, sino en aquel conocimiento que nos vacía del yo, y que nos da a Cristo. Cuando una persona es un cristiano joven, está inmersa en sus sentimientos; todo es nuevo y lozano para el tal, y esto está bien. Siente un maravilloso gozo en haber sido perdonado. Pero al crecer, uno se vacía más y más del yo, y se ocupa de Cristo. Cristo es esto, y Cristo es aquello. En el versículo 14 sólo repite lo mismo cuando escribe a los padres. Tiene mucho que añadir cuando escribe a los jóvenes, pero a los padres les sigue diciendo: «Habéis conocido al que es desde el principio.» Aprendemos nuestra propia insensatez y debilidad, y de esta manera somos echados a apoyarnos en Cristo, y a aprender más de las profundidades de Su gracia, de la perfección de Su Persona. Toda verdadera experiencia termina en olvidarse del yo y en pensar en Cristo.
A continuación, llega a los jóvenes. «Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno.» Teniendo a Cristo con ellos, han conseguido fortaleza en conflicto y en servicio—han vencido a Satanás.
Luego les dice: «Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre.» Aquí otra vez nos encontramos con otro hecho notable acerca de lo que hemos de pensar acerca de los cristianos. Esto es, que los bebés en Cristo—los que son tan sólo hijitos—tienen el espíritu de adopción. No tiene duda de que el más débil cristiano no sepa que es un hijo de Dios. Conocer bien a Cristo, en las riquezas y excelencia de Su Persona, es ser un padre en Cristo. Pero el más joven cristiano sabe que es un hijo, y que el Padre es su Padre. Es como el hecho de que todos los cristianos están perdonados: es su puesto como cristiano. «Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!» No se trata aquí de que uno pueda hallar a personas que duden. Uno encontrará a muchos que, si se les pregunta si él es un hijo de Dios o no, pensará que es muy humilde ponerlo en duda, pero que en sus oraciones clama «Abba, Padre» con todo su corazón. Es algo entre él y Dios. Repitiéndolo de nuevo, no tiene que añadir más a lo ya dicho a los padres, porque todo acaba en Cristo.
Con los jóvenes entra más en detalle debido a las dificultades del camino, y les expone el secreto de la fortaleza: la palabra de Dios, en medio de este mundo, donde no se reconoce nada de parte de Dios—la mente de Dios entra en este mundo, y esto es lo que necesitamos. No hay camino en el desierto, tal como se dice en el Antiguo Testamento. La palabra de Dios nos muestra el camino de Dios en medio de un mundo en el que no hay ninguno. Por ello, cuando están en conflicto, dice: «Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno.» Ésta es la palabra por la que el mismo Cristo venció cuando el maligno acudió y le ofreció los reinos del mundo: Él respondió mediante la palabra—Él venció al maligno.
Versículos 15-16
Luego les advierte: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.» Estas cosas pertenecen al mundo. Toda la gloria de este mundo no es en absoluto del Padre. Y cuanto más miramos en Juan, y desde luego todo a través de la Escritura del Nuevo Testamento, podemos ver estos dos grandes sistemas claramente expuestos. No dice que no amas a Cristo. Pero hay un gran sistema que pertenece al padre, y otro que pertenece al mundo. Todas las cosas pertenecen a Dios como Creador, pero moralmente todo se ha apartado de Él. Fue el diablo quien hizo este mundo cuando lo consideramos como mundo moral. Dios hizo el paraíso; y el hombre pecó y salió de él, y luego estableció este mundo. Caín salió de la presencia del Señor y edificó una ciudad, y la llamó con el nombre de su hijo. Entonces Dios envió a Su Hijo, y los hombres no le quisieron, y así este mundo llegó a ser un mundo juzgado. Dios lo ha puesto plenamente a prueba: sin ley, bajo la ley, y, finalmente, por Su Hijo. Y luego Él dice: Todo está juzgado. Pero luego Él tiene un camino propio, lo tiene el Padre, y tú no puedes tener ambos. Si amas al mundo, el amor del Padre no está en ti. Puedes ser tentado por él, y tener que vencerlo; pero si lo amas, el amor del Padre no está en ti, debido a que Él tiene un sistema propio, y tu estás dirigiéndote al otro sistema. Y así es en todo. En el Evangelio se nos da la vida divina en la Persona de Cristo, y en esta Epístola esta vida divina en las personas de los cristianos. En Juan 8 verás la misma verdad: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.» Con Dios no hay vidas intermedias. Si sois de este mundo, entonces sois de abajo. Y si no sois de este mundo, sois de arriba. Él dice: No soy de este mundo; soy de arriba: porque vino del Padre. Vosotros sois de este mundo, y por ello mismo de abajo, porque el mundo es de Satanás. Y aquí—si el amor del mundo está en vosotros, no puede estar en vosotros el amor del Padre. Hay otro sistema divino, donde se exhibe el amor del Padre, y si perteneces a éste, tienes que vencer al mundo. No es del Padre; no pertenece a este sistema.
Versículo 17
Luego el apóstol añade esto: «Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.» La obra de Satanás no puede permanecer. Son seductoras mientras están ahí, pero no pueden permanecer: «Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.» Tenemos lo mismo en la Primera Epístola de Pedro: «Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre.» Lo mismo aquí: «El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre»—quien sigue esta palabra. La palabra de Dios nos da todo esto, y es lo que tenemos que seguir.
Versículos 18-19
Ahora se dirige a una tercera clase, habiendo dado esta advertencia a los jóvenes. Porque cuando un cristiano está recién convertido, no quisiera saber nada del mundo. Pero cuando ha avanzado un poco, la lozanía se pierde un tanto; el mundo va gradualmente deshaciendo su lozanía. Si no tiene cuidado, si su alma no está llena de las cosas que no se ven, se va deslizando gradualmente hacia el mundo. Si está lleno de Cristo, ni siquiera ve las cosas a su alrededor. En el capítulo 5, Juan habla de vencer al mundo. Si entra el espíritu del mundo, se da la pérdida de todo poder y de goce espiritual. No puedes pensar a la vez en las cosas que te sugiere el mundo, y en las cosas del Padre. Si el Espíritu Santo me está sugiriendo cosas divinas, tengo la consciencia presente de pertenecer a todas ellas.
En el versículo 18 se dirige a los hijitos, y les dice: «Ya es el último tiempo». Ésta es una expresión destacable, porque han pasado desde entonces mil ochocientos años, y sigue siendo verdad que estamos en «el último tiempo»; lo único que sucede es que el Señor, en Su paciencia, está esperando, y no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero es el último tiempo, porque se ha introducido el poder del mal. Cuando Cristo estuvo aquí, y fue rechazado, el poder del mal estaba en el mundo. Luego, Dios levantó a la iglesia mediante la presencia del Espíritu Santo, mientras Cristo estaba en las alturas, de manera que había un hombre en el cielo, y el Espíritu Santo en el mundo; vino un poder redentor en medio del mundo de Satanás. Aquello no era el tiempo último. Pero ahora se habían introducido anticristos, y les dice: «ya es el último tiempo», porque incluso esto había fallado, y nada vendrá después de esto sino el juicio. «Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo. Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros.»
Estos bebés en Cristo habían roto con el mundo; habían terminado con su camino. Pero aquí aparecía una nueva clase de mal en el mismo lugar de poder divino; personas que se establecían a sí mismas y abandonaban a Cristo, y esto era más peligroso. Habían roto con el mundo, y sabían lo que era. Pero aquí se introduce la maldad espiritual en regiones celestes. Advierte a los bebés contra estos enemigos de los últimos tiempos. Gracias a Dios, tenemos ahora las advertencias. El apóstol Pablo incluso dice que éstos son los días postreros, lo cual es todavía más enérgico. Pero hay una total seguridad allí donde se mira a Cristo. Es destacable como considera la presencia del Espíritu de Dios en los santos. Puede que sea un bebé, pero Dios no dejará que sea tentado más allá de lo que es capaz de llevar. Puede que sean jóvenes, pero Dios les da discernimiento; no conocen la voz de los extraños. Esta gente puede presentár­sele con muchas pretensiones, pero no es una voz que conozcan. Conocen la voz de Cristo, y la siguen.
Versículos 20-23
Hemos visto que los bebés en Cristo conocían al Padre, y ahora encontramos además que estos mismos bebés tienen la unción divina, de manera que podrán juzgar por medio de un conocimiento divino. Les insiste acerca de su propia competencia, no como en el caso de otros por sí mismos, sino como enseñados por Dios, para evitar todas las trampas. Se trata de la sutileza de Satanás, y por ello advierte tanto más a los pequeños en contra de ella. «Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas. No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad. ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo.» Aquí nos da el carácter pleno del anticristo. Había muchos anticristos, por cuanto el espíritu del anticristo se había introducido. Aquí tenemos su pleno carácter. Asume un cierto carácter judío, negando que Jesús sea el Cristo; y se opone al cristianismo, negando al Padre y al Hijo.
Luego apremia otro punto de inmensa importancia, por cuanto en nuestros tiempos la gente suele emplear muchas palabras de moda, como el desarrollo.
Versículos 24-25
Así, les dice: «Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre.» Es la Persona de Cristo. En lugar de hablar de la iglesia como un cuerpo que enseña, yo digo que ella lo que hace es recibir enseñanza.
Lo que se revela es la Persona del Señor JesuCristo, aquello que era desde el principio. Pero si mi alma reposa en ello, en la verdad acerca de Cristo tal como la enseña el Espíritu Santo, soy enseñado por el Padre. «Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, ... tocante al Verbo de vida.» Y ahora, dice, «Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros.» Es la Persona de Cristo la que es la gran cosa, y fue por revelación de Él que la misma iglesia fue formada. Existe por virtud de ser enseñada por Dios.
La iglesia no enseña—nada tenía que ver con la enseñanza. Dios puede suscitar individuos en la iglesia para que enseñen, pero lo que se apremia sobre nosotros es lo que hemos oído desde el principio. Una prueba de la verdad divina es que mantengamos firme el punto de partida—JesuCristo. Esto es lo que lo pone todo a prueba. Allí donde se insiste en la autoridad de la iglesia, nunca hay la certidumbre de ser hijos. Si soy enseñado por Dios, sabré de cierto lo que tengo. La fe está siempre absolutamente segura. Si tengo al Padre, sé que soy hijo. Puede que sea un hijo desobediente, pero sigo siendo hijo. «Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permane­ceréis en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna.» Él me ha prometido vida eterna, y la tendré; es algo totalmente seguro.
Versículos 26-27
«Os he escrito esto sobre los que os engañan. Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él.» Hay una enseñanza divina real. Dios puede emplear un instrumento para ponerlo delante de nosotros; pero no hay verdadera fe en el alma excepto donde está esta unción del Espíritu de Dios. Puede que haya convicciones de pecado antes que tengamos la seguridad de salvación en nuestras almas. Pero en aquel momento en que se me enseña la Persona de Cristo de manera divina, digo que poseo la vida eterna—la vida que Dios envió al mundo.
Un bebé en Cristo, al estar más en peligro, entra en esta clase de advertencias; pero una persona crecida en Cristo sabía muy bien de dónde venían estas cosas. Aquellas cosas que ahora podríamos pensar que son cosas muy eruditas en el cristianismo, se las dice a los bebés; pero la gran cosa que marca a aquellos que están más avanzados—los padres—es su conocimiento de Cristo.
Versículo 28
El apóstol vuelve a abarcar en el versículo 28 a todos los cristianos en general, con una exhortación a morar en Él. Aquí aparece Dios en Cristo tan delante de la mente del apóstol, que dice «Él» sin decir a quién se refiere. Había estado hablando de la unción—«Según ella os ha enseñado, perseveraréis en él» (v. 27, RV). Antes era más bien de Dios de quien se hablaba; pero al decirse «cuando se manifieste» sabemos que es a Cristo a quien se refiere.
«Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados.» Si ellos no permanecían en Él, el apóstol había perdido toda su obra. Y hasta este punto habría sido para propia vergüenza del apóstol. En la segunda epístola tenemos lo mismo (v. 8): «Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo.» Es precisamente lo que Pablo dice a los Corintios (1 Co 3:12, etc): Si edificamos sobre un fundamento con materiales de madera, paja y hojarasca, la obra será quemada. Se demostrará que el que así ha hecho es un obrero malo. El apóstol está aquí apremiándoles a que per­ma­nez­can en Cristo, para no tenerse que avergonzar de su obra. Es «para que ... tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergon­zados». No para que vosotros podáis tener confianza, etc. Es precisamente lo que vemos en la segunda epístola.
Luego pasa al segundo gran objeto de la epístola—aquella comunicación de la naturaleza divina de Cristo, como nuestra vida, que nos da los mismos rasgos y caracteres que hay en el mismo Dios—«que es verdadero en él y en vosotros.» Dios es amor, y el cristiano ama. Dios es santo, y también lo es el cristiano. En Su omnipotencia, naturalmente, Dios está a solas. Pero en aquello que puede llamarse el carácter de Dios, somos semejantes a Él por cuanto hemos nacido de Él. Y esta naturaleza divina nos capacita para gozar de Dios, así como para ser como Él.
Versículo 29
Luego también vemos que Dios y Cristo son tan absolutamente uno, que el apóstol dice: «Para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados». Pero añade de inmediato: «Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él.» Hemos nacido de Dios; sin embargo parece estar hablando de aquel mismo que ha de venir—el cual es Cristo. En Daniel 7 encontramos la misma verdad. El Anciano de días descrito allí es en Apocalipsis 1 el Hijo del hombre. En Cristo tenemos lo que es el carácter y la naturaleza de Dios en un hombre viviendo en este mundo; y luego muestra el apóstol que esto también es cierto de nosotros, al poseer la misma vida. Él es justo, y si alguien hace justicia, ha nacido de Él. Tiene esta naturaleza.