1ª Juan 4

 •  16 min. read  •  grade level: 11
Listen from:
Versículos 1-6
Luego les advierte en contra de falsos espíritus (vv. 1-6). No todo espíritu es el Espíritu Santo. Hay muchos falsos profetas en el mundo. Los santos han de ir con cuidado. Aquí no se trata de si alguien es convertido o no, sino de si aquel que habla habla por el Espíritu de Dios o por un demonio. La piedra de toque es la confesión de Jesús venido en la carne. El que es conducido por Dios confiesa que Jesucristo mismo ha venido así (no simplemente que Él haya venido). Confesar Su venida es reconocer una verdad; confesar a Jesucristo venido en la carne es reconocer la Persona y el señorío de Jesús. Una vez que se discierne un demonio, es importante tratarlo como demonio. Si no, se te rompe la espada en la mano. Ceder a consideraciones humanas, jugar a la amabilidad bajo tales circunstancias, te hará impotente contra Satanás. Es no tener comunión con Dios en Sus pensamientos de Satanás. ¡Cuán preciosa es la Palabra delante de tales peligros! Manteniéndola firme, con rectitud y humildad, nada nos hará tropezar. Dios es fiel, y guardará a los más débiles de los Suyos. Pero fuera de este sometimiento a Dios y a Su palabra, no importa cuál sea la hermosura de los sentimientos de alguien, o su capacidad; más tarde o más temprano caerá bajo el poder del enemigo.
Versículos 7-16
Pero ahora llegamos aquí a un nuevo punto, vv. 7-16. Además de la vida de Cristo, hay la morada de Dios en nosotros y de nosotros en Dios. Esto fue plenamente manifestado en Cristo, y cuanto más meditemos acerca de esto, tanto más veremos que la vida que tenemos es una vida de dependencia. Nuestro Señor mismo dijo: «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Es por ello que vemos que Él era un hombre siempre en oración—apoyándose en Su Padre. Porque aunque Él era Dios, nunca empleó esto para tomar una posición falsa como hombre, sino que asumió la posición de dependencia, y por ello la posición de poder de lo alto. No se trata de una cuestión de sinceridad, sino de aquella humildad que es el sentimiento de dependencia, y que espera ayuda y poder provinientes de otro.
¡Qué privilegio y qué motivo para la santidad, que Dios mora en nosotros! Y cuando queremos glorificar a Dios, la presencia de Su Espíritu es el poder. ¡Cuán distintivamente Dios ha entrado en estrecha comunión con nosotros, y nos ha traído a una entrañable relación con Él mismo perdonándonos, y salvándonos, y dándonos una vida en la que andamos con Él! Es una vida de constante prueba aquí, pero teniéndolo a Él mismo por el Espíritu Santo como nuestro poder morando en nosotros al andar a través del mundo. Y de esto es de lo que hemos de cuidarnos—de que la vida del santo sea desarrollada según Cristo. Y es ahí que entra la experiencia diaria, y encontramos nuestra debilidad si no miramos a Cristo.
Otro gran hecho, introducido al final de lo que hemos visto últimamente, es que el Espíritu Santo ha sido dado. En el versículo 1 de este capítulo el apóstol aplica esto para distinguir entre espíritus, no meramente entre hombres malos. Pero hay una acción mucho mayor de Satanás en operación en la iglesia de Dios de lo que solemos suponer; y si no la tratamos como tal, no hay poder. Si contemporizamos con ella, no podemos tener poder, porque Dios no puede entrar en componendas con Satanás.
Versículo 6
Luego hay otra cosa en el versículo 6: «Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error.» La recepción de la enseñanza de los apóstoles es una prueba de conocer a Dios. «El que no es de Dios, no nos oye.» Una persona que no escucha las Escrituras como tales no es de Dios en absoluto.
Versículo 7
Él viene ahora, con el hecho adicional de que el Espíritu santo ha sido dado, a la tercera parte—amor de los hermanos—y nos muestra cuán honda va su fuente. No se trata meramente de obligación, ni de justicia, sino de la misma naturaleza del mismo Dios, lo que Él es, así como Cristo es la pauta de la justicia humana. Se remonta a la misma naturaleza de Dios como Dios. «Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios.» Proviene de Dios, teniendo su manantial en Él mismo. «El amor es de Dios.» Por cuanto hemos recibido Su naturaleza, podemos decir que «todo el que hace justicia es nacido de él» (2:29). Pero aquí me detengo; es un curso de justicia. Pero ahora digo: «Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.» No es meramente un deber que cumplo: es; es la verdadera naturaleza misma que poseo. Si una persona tiene esta naturaleza, la tiene procedente de Dios. Juan no está hablando de un mero afecto natural; estos los vemos incluso en las meras bestias brutas. Aquí se trata de la naturaleza divina. Lo que señala al amor divino es que pensó en nosotros mientras éramos aún pecadores. Está por encima del mal. Donde abundó el pecado, sobre­abundó la gracia. El que ama, conoce a Dios. Es una gran cosa que decir. Sé qué es un hombre porque soy un hombre. Un animal no puede decir lo que yo soy, porque no tiene mi naturaleza. De esta manera, cuando amamos tenemos la naturaleza de Dios—sabemos lo que Dios es. Puede que tengamos mucho que aprender, pero, con todo, tenemos la naturaleza, y por ello conocemos qué es esta naturaleza. «Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.» Si esta nueva naturaleza está en mí, lo disfruto; tengo una naturaleza capaz de disfrutarlo. Toda naturaleza disfruta aquello que es apropiado para ella. Si poseemos la naturaleza divina, disfrutamos de Dios. Le conocemos en la manera de disfrutar aquello que pertenece a nuestra propia naturaleza.
Versículo 8
«El que no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.» Si no lo tengo, no le conozco a Él, porque esto es lo que Él es. Es una verdad inmensa, por lo que respecta a los santos, que yo conozca a Dios. Poseo la naturaleza que disfruta de Dios; y esto es lo que será nuestro disfrute eterno.
Versículos 9-11
«En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.» El apóstol se vuelve afuera para conseguir las pruebas de este amor. No está mirando adentro, como hacen otros. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.» Hay otra cosa aquí que muestra la perfección de este amor—no tenía motivo. Es lo que Dios era. «Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?» (Mt 5:46). La manifestación de este amor tiene un doble carácter aquí. En primer lugar, el Hijo es enviado para que sea la propiciación por nuestros pecados; Él nos amó cuando éramos culpables e impuros. «De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito», etc. El amor de Dios a nosotros tiene su prueba en esto: que no había nada en nosotros para suscitarlo; cuando no había en nosotros ningún movimiento hacia Dios, lo hubo en Dios hacia nosotros. No teníamos vida espiritual, pero éramos culpables, contemplados como nacidos de Adán. Por ello, este amor es un perfecto amor. No tiene su motivo en nosotros, y es, por tanto, perfecto en sí mismo; y se ejercita para con nosotros en conformidad a nuestra necesidad. Aquí tenemos la prueba de este amor. «Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.» ¡Cómo llega él a la conclusión práctica! Si Dios me ha amado de tal manera, yo debería amar a los hermanos. Debería sobreponerme a todas las cosas desagradables y a la falta de atractivo, porque Dios me amó cuando yo era tan poco atractivo como fuera posible.
Versículos 12-13
Ahora llegamos a otra cosa. Es el mismo Dios presente. No meramente he recibido la naturaleza divina, sino que Dios está presente de una manera muy notable. «Nadie ha visto jamás a Dios.» ¿Cómo puedo yo conocer y amar un ser al que jamás he visto? «Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.» El apóstol Pablo lo expresa de manera distinta. Dice él: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones.» Ahora bien, ¿qué es lo que hace esto tan notable aquí? Si observamos Juan 1:18, allí se dice: «A Dios nadie le vio jamás.» ¿Cómo puedo yo conocer y amar una persona a la que jamás he visto? «El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.» Esto es: en el Evangelio, que está para traer a Cristo ante nosotros, encuentro que el sentido es éste: Bueno, no habéis visto a Dios, y sin embargo le habéis visto; porque Aquel que era el mismo deleite del Padre—que está en el seno del Padre—el objeto inmediato y más estrecho del deleite del Padre—Él le ha dado a conocer. Por ello, lo conozco. Es la respuesta a la dificultad de que nadie vio a Dios jamás. Cristo me lo ha dado a conocer. Aquí, en la Epístola, se presenta de esta manera: «Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.» Aquello que es revelado en Cristo es traído directamente dentro de nuestros corazones, porque el Espíritu Santo está en nosotros. Cuando Cristo estaba en el mundo, fue el Hijo, arrojando demonios y obrando obras poderosas. Y sin embargo, dijo: «El Padre que mora en mí, él hace las obras.» Ahora, por el Espíritu, Él dice: «Vendremos a él, y haremos morada con él.» Da la morada de Dios en nosotros como la respuesta aquí de no ver a Dios. Habiéndonos lavado en la sangre del Cordero, viene y mora en nosotros. Tenemos un conocimiento de Dios de esta manera. «Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.» No se trata meramente de que la naturaleza esté allí, sino que Dios está allí. «En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu.» Esta es la forma en que estamos conscientes de que moramos en Dios, porque, como Dios mora en nosotros, y Él es infinito, tenemos la consciencia de que moramos en Dios. Él es nuestra morada. Es la presencia del Espíritu Santo lo que nos da la consciencia de que Dios está ahí.
Versículos 14-16
Sin embargo, se vuelve de nuevo a la verdad objetiva. «Y nosotros hemos visto y testificado que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo.» Tengo a Dios dentro de mí, y tengo el conocimiento de este amor. ¿Cómo me lo demostró Él? Enviando a Su Hijo para que fuera el Salvador del mundo. La prueba de esto es aquello que ha sido hecho fuera de mí—no nada dentro de mí. Una persona podría decir: Pero no tengo esto. Entonces diré que no tienes nada. Si dices: Esto es demasiado alto para mí: no puedo hablar de Dios como morando en mí, entonces responderé: Tú no eres en absoluto un cristiano. «Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.» Él habla, desde luego, de la bendita consciencia de esto como nuestra porción, pero luego declara que esto es cierto con respecto a cada cristiano; y por ello, si no estoy en el disfrute de esto, hay algo que me está estorbando. Si tuviéramos a la Reina de visita en nuestra casa y no nos dedicáramos a ella, no disfrutaríamos del honor y privilegio de tener tal visita. Y puede que estemos andando de tal manera que no tengamos consciencia de que Dios está en nosotros. Muestra un hábito de vivir sin relación con el Dios que mora en nosotros. El cristiano tiene una vida proviniente de Dios, que vive con Dios. Por ello, después de haberse referido a esto, dice: «Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.» Éste es el carácter que él atribuye al cristiano: «Hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros.» No hay incertidumbre. «Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios», etc. Es la misma naturaleza de Dios.
Versículo 17
Ahora él prosigue. Hemos visto el amor manifestado cuando éramos aún pecadores, cuando éramos culpables y estábamos muertos. Éste fue el punto inicial con nosotros. Estábamos espiritual­mente muertos; no había en nuestros corazones ni un solo movimiento hacia Dios. Y entonces Dios nos amó. Pero teníamos una vida natural procedente de Adán, y por ello éramos culpables; y entonces Dios envió Su Hijo para que fuera la propiciación por nuestros pecados. Y lo que sigue luego es que moramos en Dios y Él en nosotros: gozamos de esta bendita comunión al estar Él en nuestros corazones. Entonces llega al tercer punto en el versículo 17: «En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo.» Ahora bien, no se trata meramente de que Él me haya amado cuando yo era pecador, y que goce de Él en comunión, sino que ha sido quitado enteramente todo temor para el futuro. Recibo confianza para el día del juicio. Esto es algo distinto.
Es un bendito amor que Cristo viniera al mundo por pecadores como nosotros. Pero luego hay el día del juicio. Cuando pienso en el amor me siento feliz; pero cuando pienso en el juicio, mi conciencia no está totalmente tranquila. Aunque el corazón pueda haber gustado el amor, al no tener la conciencia totalmente libre, cuando pienso en el juicio no me siento totalmente feliz. Es para esto que se provee aquí. «Como él es, así somos nosotros en este mundo.» El amor fue manifestado al visitarnos cuando éramos pecadores; se disfruta en comunión; pero es com­pletado en esto, que estoy en Cristo, y que Cristo tiene que condenarse a Sí mismo en el día del juicio si me condena a mí, porque como Él es, así soy yo en este mundo. Estoy glorificado antes que llegue allí. Él cambia este cuerpo vil, y lo hace semejante al cuerpo de Su gloria. Cuando comparezca ante el tribunal, estoy en este cuerpo cambiado y glorificado. Soy como mi Juez. Si Él es mi justicia, así como Él es yo soy ahora; debido a que es la obra de Cristo, y a que la obra de Cristo está consumada, y que Cristo está en el cielo por mí. Y aunque yo tenga ejercicios y pruebas en mi corazón, sin embargo, “como él es, así soy yo en este mundo. El amor queda perfeccionado.
Versículos 18-19
El mismo Dios no puede hacer nada más bien­aventurado que hacerme semejante a Cristo en Su presencia. Hay fin al juicio en la práctica como un objeto de temor, porque estoy tan libre de culpa como mi Juez. Él juzga por Su propia justicia, y ésta es mi justicia. Yo soy esto. Estoy unido a Él, y, en este sentido, soy lo mismo que Él. En esto el amor queda perfeccionado, y tengo confianza para el día del juicio. Se ha manifestado el amor, y me hace desgraciado si mi corazón no lo corresponde. No tengo confianza para el día del juicio. Hay un juicio, y a fin de que el amor sea perfecto en nuestros corazones, no debe haber temor al juicio. A fin de que tenga toda su perfección, yo he de tener confianza en el día del juicio, y tengo esta confianza estando donde Cristo está. Esto es cierto ahora. No es que haya ya llegado a la gloria; pero es cierto como teniéndole como mi vida, y estando unido a Él. Ahora él saca en el acto la conclusión: «En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor.» El temor ha desaparecido completamente. Si le tengo temor a mi Padre, no puedo gozar de Su amor. Y en esto hay tormento. El amor echa fuera el temor. Nada hay que temer si Dios me ama perfectamente, y si nada hace más que amarme. Esto es lo que dice el Señor Jesús: «Les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo en ellos» (Jn 17:26). Y así vuelve a decir: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14:27). Aquella misma paz que Él tenía en Si mismo nos la ha dado a nosotros. Él no temía a Su Padre. Él poseía una paz y un deleite inefables. Bien, «como él es, así somos nosotros en este mundo.» Luego viene la consecuencia de conocer este amor: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.» El corazón se vuelve en agradecimiento y amor a Él.
Versículos 20-21
Pero ahora, como a través de esta Epístola, el apóstol aplica una especie de contraprueba. «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» Si Su imagen en los santos no atrae afecto alguno, no le amas de verdad a Él. Puedes decir que sí le amas, pero no es cierto. Encontramos todo a lo largo de la Epístola esta clase de contraprueba. Vemos aquí otra cosa destacable. Ni siquiera el mismo amor sale del puesto de la obediencia en su ejercicio. «Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.» Por benditas que sean las operaciones de la naturaleza divina en nosotros, siempre aparecen bajo la forma de obediencia. Esto fue cierto incluso en el caso de Cristo. Hablando de Su propia muerte, en la que quedó de manifiesto Su perfección de una manera plena, Él dijo: «Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí. Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago» (Jn 14:30,31).