3ª Juan

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Aquí tenemos el en general el mismo gran principio que hemos visto en la Segunda Epístola—esto es, el amor a la verdad. Sólo que allí Juan está advirtiendo contra cualquiera que transgrediera contra la doctrina de Cristo, y aquí es más bien el aliento de una conducta llena de gracia y generosidad para con aquellos que habían salido a predicar la verdad.
Versículos 1-4
Aquí tenemos la bondad que obra entre cristianos. Desea el apóstol que Gayo sea prosperado y que tenga salud, así como prospera su alma. Este Gayo recibía a los hermanos que habían salido a predicar la palabra, y Diótrefes estaba celoso de ellos. No sólo rehusaba recibir a los hermanos él mismo, sino que quería impedirlo a los que los querían recibirlos. Había una resistencia al libre testimonio dado de Dios por aquellas personas que habían salido a ello. «Porque ellos salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de los gentiles.» Salieron libremente, confiando en el Señor, y Diótrefes no quería tales cosas. Así que no sólo no quería recibirlos él mismo, sino que si otros lo hacían, se lo prohibía, y los echaba de la iglesia. El Apóstol escribe para fortalecer a Gayo en el espíritu de una cordial bienvenida al recibirlos.
En Diótrefes tenemos el amor a la preeminencia, un deseo carnal en él, y ello hasta tal punto que estaba hablando contra el apóstol. Sin embargo, el punto principal en el que insiste el apóstol, al escribir a Gayo, es que él estaba en la verdad. Es destacable en Juan que, cuando habla del amor, siempre lo circunscribe de manera expresa en lo que él llama «la verdad». El verdadero amor, la caridad, está en el mismo Dios. Él es amor, y allí donde el amor sea real, tiene que ir resguardado por la verdad según está en Jesús, o no es de Dios. Por ello, antes de encomiar a Gayo por su amor y hospitalidad a los hermanos, le dice: «Mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad.» Esto es lo primero que toca, antes siquiera de mencionar lo que hace a los hermanos y a los extranjeros.
Versículos 5-8
«Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos, especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su viaje. Porque ellos salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de los gentiles.» Gayo era evidentemente un hombre bondadoso, hospita­lario con estos extranjeros. «Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que coopere­mos con la verdad.» Es una expresión destacable: «la verdad». «Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios y la vida eterna.» Cristo es la verdad. «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.» Todo lo que no fuera Cristo era naturaleza, y esto no era la verdad, y nunca podría uno discernir de otra manera entre el bien y el mal.
Ciertamente, Cristo es «la verdad». Si hablamos de la verdad, significamos que es una persona hablando de manera exacta lo que es la verdad acerca de cualquier cosa. Cristo nos da la verdad acerca de Dios. Satanás asume formas muy bellas, como en el caso de Pedro, cuando dijo con referencia a los sufrimientos de Cristo: «Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca». Pero Cristo le responde: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres» (Mt 16:22,23). Dijo la verdad acerca de esto. Parecían unas palabras muy bondadosas y bellas; pero en realidad consti­tuían una negación de lo que Él tenía que hacer, y Cristo dice la verdad acerca de ellas. Y así es con el hombre. ¿Quién habría podido sospechar que el hombre fuera a hacer cosas como las que hizo cuando Cristo estuvo aquí? Ahí tenemos la verdad acerca del hombre; todo su mal quedó expuesto; no fue totalmente detectado hasta que vino Cristo. De la misma manera, no conozco lo que es el pecado hasta que lo veo en la cruz de Cristo. Y lo mismo precisa­mente acerca de la justicia. Cristo es la verdad. Tanto si se trata de Dios, del hombre o de Satanás, de justicia o de pecado, la verdad acerca de todo está en Cristo; y si tenemos a Cristo tenemos la verdad. Cuando tenemos que discernir nuestro camino en medio del bien y del mal, no conocemos la verdad a no ser que tengamos a Cristo. La verdad está en Él; no está en mí.
Versículos 9-10
En el momento en que tengo a Cristo y en que juzgo según Sus sentimientos y pensamientos, puedo discernir el pecado. Puede asumir una forma muy bella—quizá el amor a tu padre o a tu madre; pero aún la verdad lo detecta todo. Dios se ha demostrado como amor, yendo más allá de todo mal; pero sigue siendo siempre «la verdad». Si él sobrepuja al pecado, también muestra qué es el pecado. Es de una in­mensa importancia asirse de Cristo, o no cono­cemos qué es la verdad. Satanás es el padre de mentiras, y ninguna mentira es de la verdad. Vemos, con el apóstol, que era su gozo presentar esta verdad más aguzada que una espada de dos filos, sin eximirse a sí mismo en nada. Era su gozo ver a sus hijos andando en la verdad. Luego, cuando la verdad queda establecida, es hermoso ver correr el amor. «Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos, especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor.» Ahí encontramos el amor fluyendo de manera hermosa. En el momento en que la verdad queda establecida en Cristo de manera que nuestro propio corazón es juzgado, entonces Dios queda libre para actuar. En aquel momento en que he poseído la verdad, esto es, a Cristo, y libre del yo, este amor divino comienza a actuar en su canal adecuado. «Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe» (Gá 6:10). Dios tiene un amor peculiar por los Suyos, pero Él está lleno de gracia y es bondadoso para incluso los mismos gorriones; hace que Su sol resplandezca sobre los malos y los buenos, y envía lluvia sobre los justos y los injustos.
«Y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios.» Ellos eran los predicadores que iban de lugar a lugar. «Porque ellos salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de los gentiles.» Se habían encomendado al cuidado de Dios.
Versículos 11-15
«Todos dan testimonio de Demetrio, y aún la verdad misma.» Juan contempla «la verdad» como un objeto que se encuentra en el mundo, y que está pasando por un gran servicio en conflicto. Demetrio recibe el testimonio de la verdad; el evangelio mismo daba testimonio de él. Aquí se personifica al evangelio, a la verdad. Si alguien es aborrecido por causa de la verdad, podemos decir que es la verdad la que es aborrecida. El evangelio es amor en la verdad, y ello operando en el mundo. Ésta es la sustancia de esta Epístola: primero, la verdad; luego, la operación del amor y de la gracia, que conviene a un colaborador de la verdad. Luego dice que había estas personas que entraban en la iglesia y que se establecían en ella con preeminencia. Ni siquiera recibían al apóstol. Pero esto no le quitaba su poder al apóstol. «Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace», etc.
«Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios.» Hemos visto primero la verdad, y luego gracia para con los hermanos y con otros en general. Si haces el bien, eres de Dios. No se trata de una cuestión de un mero mal, sino que «el que hace lo bueno es de Dios.» Es el servicio activo de amor. Dios no hace el mal, esto es evidente: pero hace el bien. «Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad misma; y también nosotros damos testimonio, y vosotros sabéis que nuestro testimonio es verdadero.» Demetrio era uno de aquellos que había salido a esta misión y que Diótrefes no quería aceptar, y que el apóstol alienta a Gayo a recibir.
Es interesante ver en la Escritura no sólo grandes doctrinas, sino todo el interior de lo que estaba incluso entonces operando. Somos susceptibles de ver cosas sobre pedestales. La realidad es que las cosas estaban entonces como ahora. Había los que iban predicando la verdad, y algunos no querían recibir­les. Vemos así el interior de la cristiandad entonces como ahora, mientras que por lo general pensamos que era algo extraordinario; la realidad era que existía el mismo enfrentamiento entre el bien y el mal, en principio lo mismo que vemos en operación hoy en día. El apóstol fue dejado para ser testimonio de la decadencia de la iglesia, y para darnos las advertencias que se necesitan a todo lo largo de su historia.
Es algo maravilloso conocer que «la verdad» ha venido al mundo. No se trata meramente de que ciertas cosas sean verdaderas, sino que la misma verdad ha venido. Poseo aquello que es la misma verdad de Dios, en medio de los pensamientos y confusiones de los hombres. «La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Jn 1:17). Aquí hemos visto estas dos cosas: la verdad que ha venido y lo ha puesto todo a prueba; y luego la gracia para con los hermanos y estos extranjeros, en conformidad a esta verdad. Es una cosa magna tener aquello que nos liga a Cristo, que permanecerá para siempre. Este mundo se desvanece, y sale el aliento del hombre: «Vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos» (Sal 146:4). Pero en medio de todo ello tenemos la verdad. La palabra de nuestro Dios permanece para siempre. Aferrándonos a esto en paz, hemos obtenido, por la gracia, lo que sabemos eterno. Cristo es «el camino, la verdad, y la vida.»