Capítulo 12

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Hay dos cosas que son efecto de estar en la presencia de Dios: alarma de la conciencia, y aliento. La presencia de Dios mantiene la conciencia totalmente activa, pero es fortalecida para que mire por encima del mal mientras ve el carácter del mismo.
Dios nos introduce en Su presencia para juzgar todo lo que es contrario a Él y para fortalecernos contra ello, y esto es alentador. Él se deleita en nosotros, y se deleita en conformarnos a Sí mismo; así, la gracia viene de manera bienaventurada, haciéndonos partícipes de Su naturaleza. Él quisiera hacernos partícipes de lo que Él es, no meramente partícipes de santidad, sino de Su santidad. Él no dice: Debéis ser santos, esto es, no sale de esta manera; lo que Él hace es comunicar la santidad, Su propia naturaleza. Veamos el contraste de la gracia y de la ley. ¿Acaso Dios no demanda santidad en Su presencia? Esto es cierto, pero es el principio de la ley. La gracia significa que Él se deleita en darla.
La separación del mal y el poder del bien constituye el carácter marcado sobre todos los tratos de Dios aquí abajo: la disciplina, etc. Tenemos el secreto de Sus caminos y tratos, si estamos suficientemente cerca de Él para verlo. Los hebreos estaban decayendo espiritualmente. Es por esta causa que no tenían la clave para comprender Sus caminos. Los cabellos de nuestra cabeza están todos numerados. Cuando el corazón comprende esto, tiene que darse cuenta que es por Su gracia que Dios está ocupado con nosotros hasta tal punto. Es un maravilloso freno sobre la voluntad saber que Él está ocupado así. Como se dice en Job: «Entonces revela al oído de los hombres, y les señala su consejo, para quitar al hombre de su obra, y apartar del varón la soberbia» (33:16,17).
Hemos visto que el apóstol había nombrado en el capítulo 11 a toda una galería de dignidades; pero luego dice: «Puestos los ojos en Jesús.» Cristo había corrido todo el curso, los otros sólo un tramo del mismo. Él menospreció el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios; Él ha alcanzado el fin, habiendo recorrido todo el curso de angustias y dificultades.
Versículos 3,4. Dirigiéndose a ellos, les dice: Estáis aquí puestos en representación de Dios donde está el pecado, para alcanzar la victoria sobre él. Estamos aquí puestos como testimonio del bien divino en medio del mal en este mundo, y esto con un poder mayor que el poder de este mundo. Mayor es el que está en nosotros que el que está contra nosotros. Somos llamados a ser epístolas de Cristo, a glorificar a Dios en todas las circunstancias; no a ser apóstoles.
Fracasamos aquí y allí; pero somos puestos, según Su voluntad, aquí o allí en este mundo para manifestar en él a Cristo, y no meramente para hacer la obra.
Al decir esto, se supone una inmensa verdad, esto es, que poseemos esta vida. Otra es, que todas las cuestiones entre Dios y nosotros están solucionadas; entonces, sea que comamos y bebamos, o cualquier otra cosa que hagamos, la hagamos en el nombre del Señor Jesús. Para emplear Su nombre, he de estar autorizado por Él.
Todas las cuestiones relacionadas con nosotros como hijos de Adán están totalmente acabadas. «Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo ... ?, etc. (Col 2:2020Wherefore if ye be dead with Christ from the rudiments of the world, why, as though living in the world, are ye subject to ordinances, (Colossians 2:20)). No estáis en absoluto vivos en el mundo. «Consideraos muertos.» Ésta es la razón por la que somos libertados de la ley. Estamos muertos. Y la ley no puede tener autoridad sobre nuestro hombre muerto. Esta posición en la que somos puestos como dando testimonio, y todos los tratos de Dios con nosotros, van sobre esta base: hemos nacido de Dios. Esto es más que recibir vida en naturaleza. No leemos de ser nacidos de Dios como criaturas, sino que como cristiano soy nacido de Dios. El efecto de la comunicación de esta vida es haber acabado con la vieja vida; tenemos una vida «escondida con Cristo en Dios». Todo está arreglado; no sólo tenemos la naturaleza, sino también perfecta paz. «Mi paz os dejo», la paz de Cristo. No se cernía sobre Él ninguna nube de dolor. Él nos ha purificado para que seamos sin mancha, y Su justicia es nuestra.
Poseyendo esta naturaleza, nacida de Dios, y que ha de ser manifestada (y, ¡ay!, hallamos tantos estorbos en la naturaleza para ello, como el temperamento, etc.), Dios emprende hacerlo por nosotros, cuando dejamos de resistir «combatiendo contra el pecado», mediante disciplina, etc. Somos puestos en la posición de hijos, y debemos mirar cuáles son los pensamientos de Dios para con nosotros. «El Señor al que ama, disciplina». Recibo la disciplina que Dios envía a los que aman. Hay quizá mi voluntad que quebrantar, y tendencias que descubrir en mí de las que no sabía antes, para humillarme. Me ejercito acerca del bien y del mal. Él aborrece el mal y ama el bien, y nos quebranta, sometiendo el mal, desgastándolo, etc., Nos trae más cerca de Sí. Dios nos educa como a hijos. A veces, cuando no vemos lo que Él está haciendo, recibimos la bendición. La voluntad está obrando en nosotros; Él actúa para quebrantar la voluntad; y luego vemos que hemos recibido bendición por medio de ello.
Un párvulo hace cosas insensatas que quizá puedan divertirnos, pero no ha aprendido a actuar bien aún. Un cristiano es como un párvulo; ha de ser educado e instruido. La paciencia de Dios al tomarse tal trabajo debería alentarnos. Es extraño hablar de que la aflicción nos haya de alentar; pero si nuestra voluntad queda quebrantada, ésta es una bendición.
Hay varias maneras en las que como santos somos puestos a prueba (aunque vivamos en gran calma: podría haber más persecución si hubiera más fidelidad); pero a través de todas las circunstancias, Dios nos señala el camino, ocupándose con nosotros, de nuestros caracteres particulares, etc., para quebrantarnos e instruirnos. Lo que queremos es darnos cuenta de que Dios nos ama tanto, que somos de tanto valor para Dios (mucho más, desde luego, que muchos gorriones), que Él se toma tanto trabajo para que «participemos de su santidad». Somos propensos a no creer la actividad de Su amor. Puede sobrevenirnos alguna aflicción; Dios ha estado observándonos individualmente durante años, semanas, etc., observándonos para introducirnos en esta aflicción cuando ve que la necesitamos.
Es de suma importancia que exista la consciencia del constante trato de Dios con nosotros en amor. Somos de aquella familia, le pertenecemos a Él, a la familia de Dios, y no del mundo; por ello, Él trata con nosotros como hijos. «Ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.» Todo esto es para alentar. Se da aliento, basado en el vínculo de la gracia entre nosotros y Dios. Luego Él nos da este bienaventurado privilegio de ser testigos de Dios en este mundo. Bueno es todo lo que mejora la condición del corazón, y todo está basado en la gracia. Por ello se dice: «Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios»—«Que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe», etc. ¿Por qué apremia a esto? ¡Ninguna persona profana o impura! Oh, por cuanto hemos acudido a Dios. La gracia nos lleva a Su presencia, nos hace partícipes de Su santidad; luego Él dice: «Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios», etc., esto es, que pierda su total confianza en el amor de Dios. Éste es el goce práctico de lo que Dios es para ti. Si pierdes esto, fallas. No hay nada que vincule el corazón con Dios sino la gracia. «El pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.»
Andad en el santuario de Su presencia. No habéis llegado al terrible Monte Sinaí, sino que habiendo llegado a la perfecta gracia de Dios en el Señor Jesucristo, mirad avisadamente cómo andáis. La gracia debe constituir el carácter de nuestro andar (v. 22). Ésta es una verdadera bienaventuranza. No hay obstaculización del mal mediante el terror. El efecto del fuego desde el Sinaí fue que «rogaron que no se les hablase más». ¿Acaso esto era andar con Dios? No debemos aterrorizar a la gente con nuestras vidas. Podemos advertirles si es necesario, y emplear la ley para martillear las duras conciencias de la gente; todo esto está bien en su sitio; pero no podemos ser testigos en nuestro andar en esto. Hemos llegado a una cosa diferente. Podemos hablar de la ley, pero no es ahí donde estamos.
Ahora debemos ser testigos vivientes de lo que somos, y de donde estamos. Hemos llegado al Monte de Sión, que representa la gracia. Éste es el resultado, hablando del lugar al que somos llevados. A Dios. Él habla de lo que habrá sobre esta tierra, y esto, por así decirlo, como viéndolo desde arriba. Sión llegó al final de todo el curso de responsabilidad. Por lo que a la ley respecta, el resultado fue «Icabod», porque el arca estaba en manos del enemigo. El único vínculo con Dios había desaparecido. Entonces entró Dios y escogió a David, de la tribu de Judá, no a José (que era significativo de una crecida de bendición en la naturaleza). Vencidos y echados los jebuseos, David fundó el templo en el Monte Sión. Véase 2 Samuel 5:7 y 6:16,17. Éste fue un nuevo eslabón con Dios en gracia cuando la responsabilidad hubo acabado.
Pero esto no es todo ni de lejos. Aquí se menciona la totalidad de la parte celestial y de la terrenal. Ahora tenemos algo más, aquello que estaba en el propósito de Dios, que el hombre nunca tuvo antes en forma alguna. Dios está glorificándose a Sí mismo de una manera en la que los ángeles nunca pensaron. Hemos llegado a la ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, al cielo. Luego, cuando nos encontramos allí, nos encontramos en toda la compañía de los ángeles, la compañía universal del cielo; luego «la congregación [o, iglesia] de los primogénitos», una asamblea especial registrada en el cielo. Nosotros somos esto. No somos meras criaturas, como los ángeles, sino aquellos que están inscritos en el cielo, como poseyendo este especial privilegio, una asamblea a la que Dios ha identificado con Cristo, el Primogénito. Es destacable cómo son señalados aquí. En el desfile general, no puede dejar pasarlos sin distinguir a la «congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos». Hemos llegado a esto; todo ello es el gran resultado. Todos estos están sentados a Su alrededor. Entonces hay otra característica de la escena: «a Dios el Juez de todos.»
Hay Sión en la tierra, la Jerusalén celestial arriba, la compañía general de los ángeles, y la congregación de los primogénitos; luego el mismo Dios, y en la vía de gobierno, «Juez de todos»; luego «los espíritus de los justos hechos perfectos», santos del Antiguo Testamento en el carácter que la gracia les había dado, «de justos». Ellos había corrido su carrera y están allí. Entonces comienza lo que está conectado con la parte terrenal, la consideración del efecto. Hemos llegado «a Jesús el Mediador del nuevo pacto». No hemos llegado al nuevo pacto, sino a Jesús su Mediador. Estoy asociado con Aquel que es el Mediador; esto es más que meramente llegado al pacto. Él hará este nuevo pacto con Israel en la tierra. Pero aquí se añade, «y a la sangre rociada». La tierra se beneficiará por el derramamiento de la sangre de Cristo: ésta clama por paz en lugar de por venganza, como lo hacía la de Abel.
Habiéndonos acercado al Mediador, he venido a la expectativa de toda la bienaventuranza para la tierra. Es dulce conocer que la tierra la tendrá, pero la nuestra es la mejor parte. Debemos ser testigos de dónde somos. Venimos del cielo. En espíritu ya es cierto ahora. Lo que es cierto en espíritu es más real y palpable que lo que vemos. Lo que está sucediendo en nuestros corazones y mentes es más que lo que somos realmente, que aquello en lo que nuestros cuerpos están ocupados. Cristo fue un carpintero (tan verdaderamente como cualquier otro carpintero), pero esto no es lo que El era. Así con nosotros, somos traídos a todas estas cosas con Dios. Entonces, lo que se debe hacer es ser siempre un testigo del lugar al que Él nos ha llamado en gracia. Hemos venido; entonces tenemos a Dios tratando con nosotros con respecto a este lugar al que Él nos ha traído.
¿Dices tú que esta o aquella prueba son suficientes para desalentarme? Pues no; es Dios quien te introduce en ella, y Dios está contigo ahí, tratando en gracia contigo, según el lugar al que te ha traído.
En medio de la compañía del cielo, se singulariza un grupo, el nuestro. Esto, ciertamente, es suficiente para hacernos ser humildes.