Capítulo 4: Cristo Nuestro Pastor

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Se debe plantear el interrogante acerca de si esta relación de nuestro bendito Señor con Su pueblo ocupa su debido lugar en nuestras almas. Es bien cierto que se encuentra con la mayor frecuencia en las Escrituras del Antiguo Testamento; pero sería sufrir una gran pérdida suponer que se trataba sólo de una relación judaica. En realidad, Juan (cap. 10) prohibe de manera expresa tal conclusión, porque el Señor afirma de una manera clara: «También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño,» (no redil, la palabra empleada es poimnë) «y un pastor» (v. 16). Pedro también, escribiendo a creyentes de esta dispensación, les dice: «Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas» (1 P 2:25); y otra vez, «Apacentad (pastoread) la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria» (1 P 5:2-4). San Pablo emplea la misma figura, cuando se dirige a los ancianos de la Iglesia en Éfeso. «Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar (pastorear) la iglesia del Señor», etc. (Hch 20:28).
Cristo, por tanto, es ahora el Pastor de Su pueblo; y ellos son Sus ovejas—colectivamente, Su grey. Hay, sin embargo, esta diferencia: Para los judíos, si le hubieran recibido, Él habría sido un Pastor sobre la tierra; e incluso en el milenio Él será el Pastor de Su pueblo terrenal. «Y levantaré sobre ellas [mis ovejas] a un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará; y él les será por pastor» (Ez 34:23; véase también Jer 23:1-41Woe be unto the pastors that destroy and scatter the sheep of my pasture! saith the Lord. 2Therefore thus saith the Lord God of Israel against the pastors that feed my people; Ye have scattered my flock, and driven them away, and have not visited them: behold, I will visit upon you the evil of your doings, saith the Lord. 3And I will gather the remnant of my flock out of all countries whither I have driven them, and will bring them again to their folds; and they shall be fruitful and increase. 4And I will set up shepherds over them which shall feed them: and they shall fear no more, nor be dismayed, neither shall they be lacking, saith the Lord. (Jeremiah 23:1‑4)). Pero Él es nuestro Pastor como aquel que murió, resucitó, y está sentado a la diestra de Dios. El escritor de la Epístola a los Hebreos dice así: «Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas», etc. (Heb 13:2020Now the God of peace, that brought again from the dead our Lord Jesus, that great shepherd of the sheep, through the blood of the everlasting covenant, (Hebrews 13:20)). Por ello, es desde Su puesto en las alturas que ahora pastorea a Su pueblo; y por ello es llamado el Gran Pastor, porque en Su tierno cuidado por las ovejas, estando ausente de ellas, provee aquellos que «apacentarán la grey» bajo Su guía e instrucciones. Por ello, cuando ascendió a las alturas, constituyó a unos ... pastores, etc. (Ef 4:11); porque es por medio de estos, y de los que tienen el puesto de gobierno, que ahora ejerce las funciones de Pastor para Su pueblo.
Así, la relación en ambas dispensaciones queda expresada por el mismo término; pero las bendiciones logradas por ella quedan determinadas por las respectivas posiciones y necesidades de las ovejas. De ahí que aquel hermoso Salmo Veintitrés, el solaz del pueblo de Dios en todas las edades, pueda ser adoptado por los santos de todas las dispensaciones. Y está redactado de tal manera que el mismo Señor, cuando estuvo en la tierra, podía emplear su lenguaje, lo mismo que el resto piadoso entre los judíos, y los creyentes en el día de hoy.
(1) Consideremos, pues, en primer lugar, un momento al mismo Pastor. A los judíos Él les dijo: «El que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es» (Jn 10:2). Y allí Él estuvo ante ellos como el Unico que entró en Israel de la manera señalada por Dios, que respondía a todas las condiciones predichas acerca de Él en las Escrituras: Aquel, por tanto, a quien le fue divinamente abierta la puerta para darle acceso a Sus ovejas. Pero el pueblo como tal no le recibió; y por ello, vino a ser también la Puerta de las ovejas (v. 7). «Todos los que antes de mí vinieron,» dice Él, «ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas. Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos». El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor: El buen pastor su vida da por las ovejas» (Jn 10:8-11).
Aquí pues tenemos la gran característica del Buen Pastor: Él da Su vida por las ovejas. Él es el Cristo que ha muerto; y si por todos murió, entonces todos murieron (2 Co 5:14). Esto introduce todo el secreto de la redención. Las ovejas se habían descarriado—estaban perdidas, y habrían perecido para siempre, pero el Buen Pastor fue en pos de lo que se había perdido, y hasta la muerte, y muerte de cruz, buscando hasta que halló. Esto nos explica el adjetivo: «Buen» Pastor. Todos como ovejas nos habíamos descarriado, y cada uno se había ido por su propio camino; pero el Buen Pastor se ofreció a sí mismo por nuestros pecados, dando Su vida por las ovejas, y el Señor cargó sobre Él la iniquidad de todos nosotros (Is 53:6). Tal como lo razona el apóstol Pablo, queriendo exaltar el carácter sin precedentes del amor de Dios: «Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:6-8). Todo el corazón de Cristo, así como el de Dios, fue revelado mediante Su muerte; porque no había nada en nosotros para atraer Su afecto, para moverlo a tomar nuestro lugar, y a redimirnos mediante Su preciosa sangre. «La noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias» fundó el memorial de Su sacrificio consumado. Así, contemplamos el uno junto al otro Su perfecta bondad, y la absoluta maldad del hombre; pero la plena exhibición de lo que era el hombre no podía obstaculizar la manifestación de lo que Él era. No, sino que así como la luz del sol cuando resplandece sobre una negra nube de tormenta parece tanto más brillante e intensa, así el amor, la gracia y la bondad de Cristo quedan magnificados por el mal sin atenuantes que de parte del hombre le llevó a la cruz. El Buen Pastor pone su vida por las ovejas.
Al dar Su vida por las ovejas, obtuvo el título a la posesión de las mismas. A ello sigue otra acción: Él da vida a las ovejas. «El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10:10); y otra vez: «Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás» (v. 28). Con esto podemos relacionar otra palabra: «Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo», etc. (v. 9). Añadimos esta escritura para mostrar la manera en la que Cristo otorga vida, que nunca está aparte de la fe en Sí mismo. «El que cree en el Hijo tiene vida eterna» (Jn 3:36). Así que aquí es presentado como la Puerta, y todo el que entra por Él es salvo: tiene vida eterna. Sería un error fatal suponer que en tanto que Él desde luego otorga la vida como un don—y desde luego como un don soberano—que jamás podría ser poseída sin una fe personal. Porque éste es el medio señalado de su posesión, y ciertamente lo que los caracteriza como Sus ovejas, separándolas así del mundo.
Otra vez, se dice: «A sus ovejas llama por nombre, y las saca» (v. 3); y también que conoce a Sus ovejas (vv. 14-27). Acababa de mostrarlo de manera evidente en el caso del ciego. Lo había encontrado en su ceguera, le había abierto los ojos, lo había conducido fuera del judaísmo, y había hecho de él un adorador de Sí mismo como el Hijo de Dios. Hay también varias hermosas ilustraciones de estas características del Buen Pastor que se registran en el evangelio. Tomemos una del primer capítulo de este evangelio. «Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño. Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1:47,48). Desde toda la eternidad Él ha conocido a Sus ovejas; y a su debido tiempo las llama por su nombre, con una voz de poder, y Su voz, penetrando en sus almas, las conduce fuera, constriñéndolas a reconocerla como la del Buen Pastor. Así como en la mañana de Su resurrección, cuando dijo: «María», ella respondió en el acto: «¡Raboni!», de la misma manera Él habla, y las ovejas oyen Su voz, y en el acto le siguen. Es así que ha llamado Él a cada oveja de Su rebaño, y así que reunirá aún a Sus ovejas, hasta que la última que está descarriada por los montes o en los desiertos es llevada bajo Su pastoral cuidado. «Yo conozco a mis ovejas» es de cierto una palabra de rica consolación para los corazones de los Suyos. Todavía en el desierto—aunque siguiendo Su conducción—y a menudo infieles y cansados, ¿cuán a menudo no viene la tentación de dudar de Su cuidado y amor? «Yo conozco mis ovejas» debería calmar todas las ansiedades y eliminar todo temor, revelando como revela que Su ojo está siempre sobre nosotros, abarcando todas nuestras circunstancias, todas nuestras necesidades, conociéndonos de manera exhaustiva.
Ya hemos aludido al carácter compuesto de Su rebaño—estando constituido por judíos y gentiles—como enseña en el versículo dieciséis. En verdad, toda la historia de la formación del rebaño queda aquí expuesta: «También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor». Ésta es la especial característica del rebaño durante esta dispensación. En el pasado, sólo Israel era su rebaño; por ello es que el Salmo veintitrés comienza con Jehová es mi pastor. Pero por cuanto cuando acudió a los Suyos, los Suyos no le recibieron, Él rompió, mediante Su muerte, la pared intermedia que separaba a los judíos de los gentiles, y en Su sangre puso el fundamento para llamar fuera de ambos indistintamente por la fe en Su nombre. Y desde Pentecostés, por ello, Él ha estado llamando a Sus ovejas desde todas las tierras y climas, y ellas oyen Su voz, y son traídas; y juntas, sean judíos o gentiles, constituyen el un rebaño bajo en un Pastor.
Otra característica del Pastor es que Él guarda Sus ovejas a salvo. «Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre» (vv. 28,29). Así es como Él garantiza una absoluta seguridad a los Suyos. El lobo puede arrebatar a las ovejas al que es asalariado, y no el pastor, pero nadie puede arrebatarlas de Sus manos. ¡Qué reposo debería darnos al corazón, al leer estas benditas palabras!
(2) Puede que sea provechoso si ponderamos algo más detalladamente algunas de las características de las ovejas.
Ellas oyen Su voz. (vv. 4,16,27). Esto se remonta, como ya hemos explicado, al mismo comienzo, cuando Él llama a Sus ovejas por su nombre, y es esto lo que las distingue como ovejas Suyas. El mismo Señor establece el contraste. «Vosotros», les dijo a los judíos, «no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz», etc. (vv. 26,27). Podemos combinar esto con otro rasgo: «No conocen la voz de los extraños» (v. 5). Aquí está la seguridad de la grey. En el acto reconocen la voz del Pastor, pero aunque un extraño simule los tonos del Pastor, por muy bien que lo haga, ellos no conocen su voz; esto es, la detectan como la de un extraño. Esto es lo que enseña el apóstol Juan: «Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas. ... Os he escrito esto sobre los que os engañan. Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él» (1 Jn 2:20-27). No hay necesidad, por ello, de que tratemos de familiarizarnos con todos los errores que abundan por todos lados para poder escapar de sus seducciones: nos es suficiente con conocer la voz del Pastor; y nuestra seguridad estará en escucharla siempre, en familiarizarnos más y más con ella, manteniendo siempre la actitud de aquella que se sentaba a los pies de Jesús, oyendo Su palabra (Lc 10:39). Ésto será a la vez nuestra protección del peligro y el medio de nuestra seguridad y bendición.
Después de escuchar Su voz, las ovejas siguen al Pastor. «Va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz» (vv. 4,27). Las ovejas no tienen otra voluntad que la de su pastor; si dejan de seguirle, se vuelven ovejas descarriadas. «Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,» dice el profeta, «cada cual se apartó por su camino» (Is 53:6). En las tierras de Oriente, y también en algunos lugares de Europa, el pastor va siempre delante de las ovejas; y cuando se dirige adelante, ellas le siguen, y cuando él se detiene, ellas hacen lo mismo. Nuestro bendito Señor alude a esto en la escritura que tenemos ante nosotros, y emplea esta costumbre para darnos una notable instrucción. Porque para seguir al Pastor es necesario que el ojo de la oveja esté siempre fijo en Él, y que esté siempre vigilante para ver cuándo quiere que se muevan, y a dónde quiere que le sigan. Así, todo queda en manos del Pastor; a Él le toca discernir los peligros que se avecinen, proveer al sustento de ellas, e indicarles el camino. La responsabilidad de ellas es seguir—seguir al pastor dondequiera que Él con­duzca—seguirle hasta que Él venga para recibirlas a Sí mismo.
También se dice que las ovejas conocen al Pastor. No sólo conocen Su voz, sino que también le conocen a Él mismo. «Yo soy el buen pastor, y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me cvonoce, y yo conozco al Padre» (Jn 10:14,15). Ésta es la mayor bendición de la que son capaces las ovejas; porque implica la entrada en Sus propios pensa­mientos, caminos, y deseos, sí, al conocimiento de Él mismo. Es así que somos llevados a la comunión con Él. Puede que conozcamos Su voz y que le estemos siguiendo, pero sin mucho conocimiento de Su carácter. Conocerle a Él es lo que da San Juan como rasgo característico de los padres en la familia de Dios. «Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio» (1 Jn 2:13). Ésta, por tanto, es el más alto y bendito logro que puede alcanzar un creyente. Y el Señor desea que se llegue a esto—y en una medida infinita—«como él Padre me conoce a mí, y yo al Padre». Él nos conoce, y desea que nosotros le conozcamos a Él. ¡Que Él mismo nos conduzca a una familiarización creciente con Él mismo, y que se presente de tal manera delante de nuestras almas que podamos crecer a diario en el conocimiento de Él—de lo que Él es, así de lo que Él es para nosotros y por nosotros—por el poder del Espíritu Santo!
(3) Puede que nos sea de ayuda adicional para comprender la relación, así como los privilegios de las ovejas, si añadimos a las anteriores consideraciones la enseñanza del Salmo 23.
Jehová es mi Pastor. Depende enteramente de la relación para que podamos adoptar este lenguaje. Todos pueden decir que Jehová es un Pastor; y de ahí que la gran significación de esta declaración vaya conectada con el pequeño término «mi». Decir «mi» Pastor es el lenguaje de la fe; por ello, la palabra «mi» es la portalada de este salmo. ¡Qué bendición si podemos adoptar estas palabras como nuestras propias, y decir que Él es nuestro Pastor! ¿Y qué sigue a ello? «Nada me faltará». Nada nos faltará, no porque seamos ovejas, sino porque Él es nuestro Pastor. Esta conclusión no viene de lo que nosotros somos para Él, sino de lo que Él es para nosotros. Es muy fortalecedor para el alma ver esto con claridad, porque muchos de nosotros somos propensos a comenzar con nosotros mismos, y, consiguientemente, al descubrir lo pobres, débiles y descarriados que somos, caemos en dudas y ansiedades. Pero cuando comenzamos con el Señor, considerando lo que Él es—lo que Él es en Sí mismo, así como lo que es en relación con nosotros, obtenemos la certeza bien fundamentada de que «nada me faltará». Porque ciertamente le corresponde al Pastor proveer para las ovejas. ¡Que insensatez incluso la de los niños si les preguntasen a sus padres acerca de cómo les proveerán mañana a sus necesidades! Y mucho más insensato sería de nuestra parte, cuando tenemos un tan gran Pastor. Nos es suficiente para nuestros corazones saber que Él es nuestro, y en esta dulce confianza podemos dejarlo todo en las manos de Aquel que «como pastor apacentará su rebaño» (Is 40:11). Él es nuestro, y todo lo tenemos en Él; y por ello el corazón puede reposar en perfecta paz—en la plena certidumbre de Su amor infalible, de Su poder omnipotente, y de Su cuidado infatigable.
«En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará»—o, en pastos de tierna hierba, y aguas de quietud. Así, Él provee bendiciones apropiadas, el sustento necesario y reposo y refrigerio. Pero incluso esto deja de comunicar la riqueza y abundancia de la provisión que Él prepara para Su rebaño. Los pastos son pastos de hierba tierna, en la que las ovejas se apacientan con apetito y deleite, hasta que quedan satisfechas; y cuando quedan satisfechas, como con tuétano y grosura, se echan a reposar junto a las frecas y refrescantes aguas de quietud. Como se dice en Juan 10: «Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos» (v. 9). ¡Qué desvelamiento del corazón del Pastor, ministrando de esta manera por las necesidades de los Suyos, vigilándolos para ministrar a todas sus necesidades! ¡Felices las ovejas que quedan bajo un cuidado tan constante, amante y fiel!
«Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre» (Sal 23:3). Esto pertenece también aquí a Su oficio de Pastor. Es innecesario decir que el fundamento sobre el que hace esto es el de Su obra consumada—la propiciación que ha hecho por nuestros pecados (1 Jn 2:1,2). Pero en el salmo esta restauración es contemplada como llevada a cabo por el Pastor. La oveja va errante, se descarría, y el Pastor va en pos de la perdida, y, habiéndola encontrado, la trae a lugar seguro. Cada oveja está así bajo Su mirada, y no puede descarriarse sin Su conocimiento; y cuando cualquiera de nosotros se ha descarriado, lo cierto es que jamás habría vuelto, si Él no hubiera seguido en pos de nosotros, y nos hubiera devuelto a sí con las ministraciones de Su amor.
Y así como nos debemos a Él para la restauración, así también para ser guardados y guiados en los caminos de rectitud, las sendas de justicia, sendas que son conforme a Su voluntad. Observemos, además, que Él nos conduce así «por amor de Su nombre». Vuelve a considerar—nunca se insistirá en demasía—lo que Él es, debido a Su propio nombre; y por ello Su propia gloria está involucrada en conducirnos por estos caminos de justicia. Así siempre podemos dirigirnos a Él sobre esta base; y siempre que así lo hacemos, este ruego es irresistible. Así fue con Josué. Cuando los israelitas, después del pecado de Acán, fueron derrotados delante de los hombres de Hai, Josué se rasgó las vestiduras, y se postró rostro en tierra delante del arca de Jehová, y le rogó a Dios; y toda la carga de su clamor fue al final expresada en una pregunta: «¿Qué harás tú a tu grande nombre?» (Jos 7:6-96And Joshua rent his clothes, and fell to the earth upon his face before the ark of the Lord until the eventide, he and the elders of Israel, and put dust upon their heads. 7And Joshua said, Alas, O Lord God, wherefore hast thou at all brought this people over Jordan, to deliver us into the hand of the Amorites, to destroy us? would to God we had been content, and dwelt on the other side Jordan! 8O Lord, what shall I say, when Israel turneth their backs before their enemies! 9For the Canaanites and all the inhabitants of the land shall hear of it, and shall environ us round, and cut off our name from the earth: and what wilt thou do unto thy great name? (Joshua 7:6‑9)). Al levantarse a esta altura, la respuesta vino de inmediato. Recordemos, pues, que el Señor está interesado por causa de Su nombre, en conducirnos por el camino que es conforme a Su voluntad.
El salmista se vuelve ahora más decidido. Él nos ha dicho lo que es Jehová y lo que Él hace. Esto le inspira con confianza, y por consiguiente puede decir: «Aun­que ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento» (Sal 23:4). El valle de sombra de muerte no es tanto nuestro paso a través de la muerte sino el carácter de nuestro caminar a través de esta escena. Estamos pasando a través de un mundo juzgado. La muerte flota sobre él como un manto; y por ello, para el creyente, que entra en los pensamientos de Dios acerca del mismo, es el valle de sombra de muerte. Pero, ¿cuál es su antídoto contra el temor? Es que «Tú estarás conmigo». Ésta es en verdad la fuente de toda nuestra seguridad y bendición—El Señor está con nosotros. Y estando con nosotros, tenemos Su vara y Su cayado para infundirnos aliento. ¿Entramos suficientemente en este concepto? ¿Lo tenemos siempre tan presente en nuestras almas como debiéramos, que el Señor está con nosotros? Y que Su vara y Su cayado nos infunden aliento? Esta escena puede estar totalmente oscura y desolada, y puede que nos sintamos sumamente débiles y fatigados, pero tenemos inagotables recursos en Aquel que es nuestro Pastor: Su propia presencia para alegrar nuestras almas, y Su vara y Su cayado para conducirnos en medio de la perplejidad, y para sustentarnos en nuestra debilidad. ¡Bendito sea Su nombre!
Tenemos ahora otro rasgo, así como otro carácter, de la bendición. «Aderezas mesa delante de mí, en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando» (v. 5). No se trata sólo de que el camino puede encontrarse a través del valle de la sombra de muerte, sino que hay enemigos alrededor. Pero Aquel que está con nosotros es totalmente suficiente para esta dificultad. Puede que ellos rujan, y que traten de destruir, pero, dice David: «Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores». Él será el sostén de Su pueblo, y hará que sus enemigos vean que están mantenidos, sustentados y provistos por parte del Señor. Como escribe el apóstol: «El dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre» (Heb 13:5,65Let your conversation be without covetousness; and be content with such things as ye have: for he hath said, I will never leave thee, nor forsake thee. 6So that we may boldly say, The Lord is my helper, and I will not fear what man shall do unto me. (Hebrews 13:5‑6)). Pero tenemos más: «Ungiste mi cabeza con aceite»—la unción de Dios—el Espíritu de poder; y de ahí añade: «mi copa está rebosando». Nada falta; más aún, está lleno hasta sobreabundar con bondad y misericordia, y ello en una escena como ésta. Y esto todo es el resultado de tener al Señor como nuestro Pastor; porque todo emana de Él—de lo que Él es para nosotros en esta relación. Y que no se olvide que ésta es nuestra actual porción. Éstas no son bendiciones que tendremos, sino bendiciones que tenemos ahora. ¡Cómo estrechamos el corazón de Dios por medio de nuestra incredulidad! Y de ahí nuestra necesidad de aprender siempre más de Él mismo, para que podamos comprender más plenamente la inmensidad de Su gracia y las riquezas de Su provisión para nosotros, mientras pasamos a través del desierto. ¡Ciertamente, podemos decir: «Jehová es mi Pastor; nada me faltará»!
La conclusión es tan sencilla como hermosa. «Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán [no me han seguido, sino me seguirán] todos los días de mi vida». ¿Cómo lo sabemos? Por lo que el Señor es como nuestro Pastor. Es la confianza en Él, y el conocimiento de lo que es apropiado para Él, lo que nos capacita para hablar así. Y más aún: «Y en la casa de Jehová moraré para siempre» (V.M.). Todo conduce a esto. Por mucha bendición de que ya gocemos, y gozando de tanto por lo que Cristo es como nuestro Pastor, entraremos en bendiciones aún mayores y goces más perfectos cuando Él vuelva para recibirnos a Sí mismo, y estaremos para siempre con Él. Pero no debemos perdernos la actual aplicación de las palabras. El efecto de la gracia sobre el corazón es el de aproximarnos siempre más a Aquel de quien mana, y producir en nosotros el deseo de morar en Su casa para siempre; sí, de morar delante de Él y en presencia de Él eternamente. «Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehova, y para inquirir [meditar] en su templo» (Sal 27:4). El corazón, así, queda atraído y absorto en la contemplación de Aquel cuya hermosura ha sido desvelada en Sus caminos de gracia y de amor; y de ahí no puede encontrar reposo ni satisfacción excepto en presencia de su Objeto. Todo—cada bendición—se concentra en Él, y por ello el alma que la conoce desea estar siempre con Él. Felices los que han aprendido la lección, que nada quieren aparte de Cristo: que Él es «suficiente para llenar sus corazones y mentes».
Que el mismo Señor nos desvele más y más Su hermosura, así como el carácter inefable de las bendiciones que son nuestras, porque por la gracia hemos sido introducidos en relación con Él como nuestro Pastor.
«Amo la voz del Pastor:
Sus ojos solícitos guardarán
Mi peregrina alma entre
Los miles de ovejas de Dios.
Él Su grey apacienta, los nombres de ellas llama,
Y tiernamente guía a los más tiernos corderos».