En los capítulos precedentes estuvimos considerando la doctrina de Pablo en su aspecto histórico, y vimos cómo el Apóstol ha sido un instrumento de excepción, a través del cual han sido revelados los admirables y eternos consejos de Dios a los santos. Fuimos enumerando los principales puntos, y aspectos de tan preciosa revelación, como también denunciamos algunas de las cosas que corrompieron la sana doctrina, y destacamos dos de los mayores peligros: el "racionalismo" y el "ritualismo", quienes cada uno de por sí, o a la par, pueden arrebatarnos las preciosas verdades que Pablo, por el Espíritu Santo, nos ha dado a conocer.
Deseamos continuar ahora hablando de los problemas con los cuales la iglesia de Dios se tiene que enfrentar en el tiempo actual, y que hacen cada vez más difícil la observancia de la doctrina de Pablo, hoy, que cuando el Apóstol vivía.
Cuando cualquier nueva empresa quiere hacer conocer sus actividades y negocios, con miras a encontrar personas que se interesen en ella y más que eso, quieran invertir su dinero, lanza la mejor propaganda posible para atraer a la gente, presentando todas sus ventajas, y haciendo resaltar todo cuanto pueda garantizar su seriedad, campo de actividades, beneficios, etc., tratando de asegurar que tiene una base sólida, queriendo demostrar que no llevará al fracaso a los que confíen en ella, ni los defraudará. En contraste a todo esto, cuando la cristiandad es introducida en este mundo, todo cuanto se promete a la iglesia es lo opuesto a todo lo anterior. Pues referente a cómo debía ser recibida en este mundo, sus progresos en la verdad, y su estado confuso y de ruina al llegar a la consumación de los tiempos, tal como se nos presenta en Apocalipsis, en las siete cartas enviadas a las siete iglesias, todo es de signo negativo en su mayoría, pues desde el principio hasta el fin, en grado descendente, vemos empeorar sus condiciones.
Trazando a grandes rasgos su historia, de acuerdo a lo que tenemos en los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis, respecto a las siete iglesias, vemos con muy pocas excepciones, un estado caído, y aumentando en su grado de degeneración a tal punto que cuando llega a los últimos tiempos de su historia en este mundo, la iglesia profesante ha llegado a tal estado de corrupción, y se hace tan repelente a Cristo que se nos dice que el Señor la vomitará de Su boca (Ap. 3:16). Todos los escritos apostólicos abundan en serias advertencias para los santos, avisando de que las condiciones de los últimos tiempos serán muy malas, yendo aún de mal en peor. Tiempos difíciles, por cierto, por lo cual sabemos que, en tal época, apenas la fe genuina y sincera existirá en esta tierra. El amor de muchos se enfriará, siendo no solamente abandonada la verdad, sino que rehuida, haciendo la gente oídos sordos a la Palabra de Dios, y muy especialmente en lo que a la peculiar verdad del ministerio de Pablo se refiere, ya que es contraria a los deseos del corazón humano, opuesta a sus sentimientos naturales.
Queridos hermanos, es muy solemne pensar que estamos viviendo en los últimos tiempos de la actual dispensación cristiana, si es que podemos llamar dispensación a estos tiempos en que vivimos, y tenemos que enfrentarnos con el problema de hallar el camino verdadero por el cual andar en medio de toda la confusión que Satanás ha creado en el terreno religioso. No es posible mirar al cristianismo de hoy en su estado confuso, sin darnos cuenta de que reina la misma confusión que se produjo en Babel. No debemos sorprendernos de que la gente se encuentre tan descorazonada, errante y desorientada en el día actual, como en aquellos días andaba Israel, cuando no había rey entre ellos, y cada uno hacía lo que mejor le parecía (Jueces 17:6). También hoy, la mayoría de los cristianos, con gran indiferencia y apatía han, llegado a la conclusión que todo lo que pueden hacer es seguir con la corriente religiosa del tiempo, adaptándose a tal confusión sin preocuparse lo más mínimo en conocer la voluntad de Dios, por medio de Su santa Palabra.
En aquellos días en que en Israel no había rey, a que nos hemos referido, es cierto que carecían de un conductor y guía, y por ello, cada uno hacía lo que mejor le parecía. En cambio, nosotros los creyentes no podemos decir ni hacer lo mismo en relación con la iglesia de Dios. Sería negar la soberanía de nuestro Señor Jesucristo sobre ella, cuya soberanía no depende de nuestra fidelidad. El Señor no quiso—no podía—arriesgar tan preciosas cosas, como la verdad del un solo cuerpo, dejándolas al cuidado del hombre, quien era incapaz de mantenerlas, pues siempre ha fracasado en cuanto a sus manos se le ha confiado. Por tanto, es bien claro y patente que Su promesa: "Edificaré Mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella", depende totalmente de ÉL MISMO, y no del hombre (Mt. 16:18).
Cuando Cristo llame a SÍ MISMO a Su Iglesia, "a fin de hacerla comparecer en Su presencia, toda gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada" (Ef. 5:27, Ftrbía), entonces, y como resultado de Su obra perfecta en la cruz, ella responderá a toda la gloria, santidad, y a todos los propósitos y deseos del Señor, sin la más pequeña sombra o arruga que pudiera empañar tal glorioso momento y escena. Entonces la iglesia aparecerá esplendorosa, rutilante, y llena de gloria, cual el Esposo, de quien va a ser Su compañera por la eternidad, y siendo el fruto "del trabajo de Su alma" (Is. 53:11), por el cual la solvencia y perfección de la obra de Cristo ha quedado bien demostrada, siendo esta maravillosa creación Suya—Su Iglesia—Su propia gloria.
No vamos a extendernos mucho sobre lo que acabamos de exponer, sino que deseamos tratar del problema que tenemos que solucionar para encontrar el camino por el cual debemos andar de acuerdo a la voluntad divina, pese a todas las dificultades que nos rodean y acechan sin parar en nuestra marcha diaria. Debemos ser cuidadosos con lo que está bajo nuestra humana responsabilidad en relación con la verdad que nos ha sido confiada, estando todo ello estrechamente vinculado con la iglesia de Dios. Cuando el Señor Jesús pronunció Sus palabras de despedida, no presentó ningún brillante panorama, sino más bien sombrío, asegurando que el mundo no iba a recibir el testimonio de los discípulos, sino que a causa de su testimonio serían abominados. Él les dice: "Si el mundo os aborrece, sabed que a Mí Me aborreció antes que a vosotros. Si fueráis del mundo, el mundo amaría lo suyo; mas porque no sois del mundo, antes Yo os elegí del mundo, por eso os aborrece el mundo", y añade en otro lugar: "Estas cosas os he hablado, para que en Mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción: mas confiad, Yo he vencido al mundo", y más tarde, orando al Padre, exclama: "Yo les he dado Tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo" (Juan 15:18, 19; 16:33, y 17:14).
Por el contenido de los anteriores versos, podemos deducir fácilmente que nunca el Señor insinuó siquiera que la iglesia llegase a ser una institución aceptada en este mundo, y de acuerdo a los planes que Él trazó para Su Iglesia—y mientras los introduce, por así decirlo, en el santuario, a través de los capítulos 14 al 17 de Juan—, es como si al despedirse de ellos, les dijese: "Os voy a dejar en este mundo hostil, el cual nunca va a recibir y menos aceptar vuestro testimonio que de Mí deis en vuestro andar y vida cristiana." Por tanto, nunca fue prometido, o predicho por el Señor, que la cristiandad viniese a ser algo popularmente aceptado por el mundo, dentro del plano que le correspondería, según la voluntad y deseo de Dios.
Así que, al decir verdad, la cristiandad verdadera, tal cual la tenemos delineada en las Escrituras en un estado puro y bíblico, jamás ha sido querido ni deseado por este mundo en el cual vivimos. Es bien conocido que muchas iglesias hacen ostentación del poder que han alcanzado en las más diversas esferas de este mundo, al mismo tiempo que el mundo presume por su parte de la presencia de la iglesia profesante en innumerables organismos, instituciones y estamentos que a el le pertenecen. El mundo tiene necesidad de la iglesia —para cubrir las apariencias en su aspecto moral, social y religioso—, y ésta se identifica con el mundo, en el más amplio sentido de la palabra. Y cada vez se estrechan más estas relaciones, aunque como es sabido, la línea trazada por la Palabra de Dios en cuanto a la conducta, testimonio, y vida de la iglesia, de acuerdo con Su voluntad, es rechazada por el mundo, el cual le muestra su total hostilidad e indiferencia. Pablo nos da testimonio de todo ello en sus escritos, y él mismo anduvo personalmente en esta verdad, aplicando a su vida tales enseñanzas y doctrinas, insistiendo a los demás cristianos a caminar en obediencia a tales principios.
Debemos llamar la atención sobre el hecho que al leer que, "todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución" (2 Ti. 3:1212Yea, and all that will live godly in Christ Jesus shall suffer persecution. (2 Timothy 3:12)), no se dice que todos los que "viven píamente", sino "todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución". Por tanto, si procuramos que nuestro testimonio cristiano sea aceptable para este mundo, y en especial para el mundo religioso, es cierto que podremos eludir la persecución y la hostilidad que en el tal se encuentra contra aquellos que quieren ser fieles al Señor. No lo dudemos ni un momento, que si queremos "vivir piamente en Cristo Jesús"—si éste es nuestro principal objetivo y anhelo de nuestras vidas—tal como nos dice la Palabra de Dios, "sufriremos persecución", seremos rechazados, y el mundo procurará hacer cuanto esté a su alcance para ahogar nuestro testimonio.
¿Cuál fue la experiencia personal de Pablo en su vida y ejercicio de su ministerio, al servicio del Señor? Ya hemos leído que fue tratado como siendo "la hez del mundo, el desecho de todos" (1ª Co. 4:13). Este lenguaje es altamente significativo, y todo el valor que tiene por ser de la Palabra de Dios gravita sobre nosotros, y se nos dice que somos también la escoria del mundo y el desecho de todos.
Respecto a su ministerio, Pablo dice recomendándonos en todo: "como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias, en azotes, en cárceles, en alborotos, en trabajos, en vigilias, en ayunos, en castidad, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en Espíritu Santo, en amor no fingido, en palabra de verdad, en potencia de Dios, en armas de justicia a diestro y a siniestro, por honra y por deshonra, por infamia y por buena fama; como engañadores, mas hombres de verdad; como ignorados, mas conocidos; como muriendo, mas he aquí que vivimos; como castigados, mas no muertos; como doloridos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo" (2ª Co. 6:4-10)
Tal es el precioso ministerio de este hombre escogido por Dios para revelarnos la doctrina de la iglesia, cuyo corazón estaba dispuesto para cumplir su obra hasta lo máximo, como lo demuestran sus palabras: "Me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su cuerpo, que es la iglesia" (Col. 1:2424Who now rejoice in my sufferings for you, and fill up that which is behind of the afflictions of Christ in my flesh for his body's sake, which is the church: (Colossians 1:24)). Tal vendría a ser la iglesia: una institución que se atraería sobre sí el odio y aborrecimiento, y la oposición de este mundo infiel sobre el cual debía caminar. Nunca ha sido popular el ministerio de Pablo, pues desde el principio, cuando testificó del Señor Jesucristo como siendo el Señor y Salvador a los griegos en el Areópago, éstos lo rechazaron tildándole de charlatán y palabrero. Y no fue ésta la única vez que fue tratado de tal manera por los incrédulos, a causa de su fiel testimonio. Cuanto más vayamos examinando su ministerio, más apreciaremos la grandeza y alcance de su vida de testimonio. Él siempre estuvo dispuesto a servir a los santos, como también a ministrar la Palabra del Evangelio a los incrédulos, trabajando de sus manos para no ser gravoso a los santos, y para que nadie le pudiera echar en cara que hacía su trabajo por ganancia material; por ello, él ejercia el oficio de hacer tiendas (carpas), con tal de poder predicar el Evangelio de balde.
Podemos ver cómo Pablo desecha la sabiduría humana o natural, de acuerdo a sus propias palabras: "Porque la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios; pues escrito está: El que prende a los sabios en la astucia de ellos. Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos. Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro; sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo porvenir; todo es vuestro; y vosotros de Cristo; y Cristo de Dios" (1ª Co. 3:19-23).
Cuánta sabiduría encierra la sentencia del Apóstol: "Que nadie se gloríe en los hombres", y ¡cuán pocos la han seguido! Es triste ver cómo la iglesia cristiana ha venido a parar en un campo de competición, dónde los hombres se esfuerzan con miras a obtener lustre y honor personal. Se ganan títulos, se conquistan grados, y se perfeccionan en el conocimiento y sabiduría meramente natural, luchándose con amargas y sórdidas envidias e intrigas, para ser encumbrado el hombre natural con nombramientos y rangos, de los cuales presumen en la iglesia de Dios, como si esta fuera una galería de exhibición de personas y talentos, en vez de presentar a sólo Cristo, respetando Su soberanía y preeminencia. ¿No es esto sumamente triste? Con toda seguridad que Satanás encuentra en todo ello motivo de complacencia, y él mismo sinuosamente promueve y desarrolla tales actividades puramente humanas entre el querido pueblo de Dios.
Dirigiéndose a Timoteo, Pablo le dice: "Requiero yo pues delante de Dios, y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; antes teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído, y se volverán a las fábulas. Pero tú vela en todo, soporta las aflicciones, haz la obra de evangelista, cumple tu ministerio" (2a Ti. 4:1-5). ¿Deseas tú, querido lector, servir al Señor? Por supuesto que te gustaría hacerlo. Todos cuantos deseen servirle, deben saber que Dios no quiere holgazanes entre Sus siervos, por lo que nos ha dado a todos, sin distinción alguna, el gran privilegio de servirle en nuestro testimonio cristiano de cada día, sean hermanos o hermanas. Cuantos quieran servir al Señor en el evangelio, seguro que no les faltará su oportunidad, y no olvidéis que la Palabra de Dios les dice: "Haz la obra de evangelista, cumple tu ministerio".
En todo momento debe ser la Palabra de Dios la que dirija e inspire nuestras actuaciones, buscando en todo momento, y circunstancia, la luz y guía de las Escrituras, sujetando a ellas nuestras vidas y decisiones. De no hacerlo así, corremos el gran riesgo de acostumbrarnos a prescindir de su dirección y enseñanzas, y poco a poco y sin darnos cuenta, nos habremos descaminado y aceptado cosas que son contrarias a la voluntad divina, por tener las conciencias cauterizadas e insensibles a todo lo concerniente a la soberanía y santidad de Dios. Se empieza con cosas sin importancia, con pequeños desvíos, mas poco a poco se llega a tal grado de inconsciencia, que uno es incapaz de discernir lo que es aceptable o no en el testimonio y camino de una vida cristiana, y lo que es correcto o incorrecto delante de Dios, aceptando cosas malas como si estas estuviesen de acuerdo con la voluntad divina. Por tanto, amados hermanos, no nos olvidemos de que, mientras estemos peregrinando sobre este mundo, además de necesitar la guía de la Palabra de Dios, en todo, somos constantemente exhortados a verificar todas las cosas por medio de ella.
A menos que exista una razón válida para ello, ¿qué motivo podríamos tener para reunirnos unos pocos en una ciudad y otros pocos en otra? ¿Para qué mantener una posición separada, en medio de un cristianismo de por sí roto y dividido, el cual está esparcido en centenares de grupos y partidos diferentes? Si no nos fuera necesario presentar un testimonio escritural y de parte de Dios en medio de tanta confusión, más nos valdría olvidarnos de todo cuanto nos rodea, cerrar las puertas de nuestras reuniones, y diseminarnos entre las mil y una sectas existentes. Pero recordemos que hay algo que debemos mantener, y por lo cual vale la pena luchar y esforzarnos, apoyados en la voluntad de Dios, y en las Santas Escrituras, y no es para sostener unos puntos de vista personales, ni nuestra propia voluntad; de ser así, sería algo terrible. Nuestro deber es andar en obediencia a Su Palabra y propósitos, al mismo tiempo que debemos mantener y presentar un testimonio firme y constante al SOLO NOMBRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, no comprometiéndolo nunca con cualquier arreglo o componenda para ajustarlo a lo que podría parecer más lógico o razonable con la mente y determinación humana, vistas las circunstancias naturales, cosa que siempre estaría en contra de la Palabra de Dios. Tal es lo que creemos y defendemos, pues de lo contrario no escribiríamos estas líneas.
Tenemos una buena lección que aprender en la respuesta del Señor a Sus discípulos, cuando éstos le dijeron: "Hemos visto a uno que en Tu Nombre echaba fuera los demonios [...] y se lo prohibimos, porque no nos sigue" Jesús les dice: "No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en Mi nombre que luego pueda decir mal de Mí" (Marcos 9:38, 39). Debemos de ello deducir que siempre debe ser motivo de gozo cuando Cristo es glorificado por cualquier persona entre este pobre y perdido mundo. No hace mucho que oí en una casa por medio del radio a una persona exaltar a Cristo, y mi corazón se llenó de gozo por las alabanzas oídas. Quiera Dios que nuestros pobres corazones, rodeados por tanta frialdad e indiferencia por Cristo, nunca lleguen a marchitarse hasta tal punto que sean insensibles a cualquier voz que exalta y glorifica al Señor.
Pablo era sensible a lo que glorificaba al Señor, y se gozaba en ello: ". . . en todas maneras, o por pretexto o por verdad, es anunciado Cristo; y en esto me huelgo, y aun me holgaré" (Flp. 1:18). Fuese que Cristo era predicado por contención o pretexto, se regocijaba que en alguna manera Su Nombre fuese exaltado, y no se lo hubiese prohibido a nadie el predicar a Cristo. Tampoco nosotros debemos hacer callar la boca que exalte a Cristo, aunque nosotros debemos procurar ser fieles al testimonio como lo tenemos en la Palabra de Dios, en medio de estos tiempos de confusión y error, siguiendo fielmente la senda de fe que Dios nos ha marcado en las santas Escrituras.