Capítulo 6

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En Efesios 4:2, 3, el Apóstol nos presenta una norma de conducta que afecta a cada hijo de Dios, diciendo: "Con toda humildad y mansedumbre, con paciencia soportando los unos a los otros en amor; solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz". Como ya dijimos anteriormente, es bueno regocijarnos en que Cristo sea predicado por quien sea, y por doquier, pero no podremos caminar en buena conciencia con todos los que predican a Cristo, por este mero hecho. Pues no es posible poder andar en comunión con quien, aun predicando a Cristo, confiesa creer y aceptar toda la Palabra de Dios, a excepción de algunas cuantas cosas escritas por Pablo, ni tampoco el identificarnos con cualquier compañía de cristianos que niegan, sea de palabra o sea de hecho, tal doctrina.
No podemos mostrar comunión con una institución que niega la doctrina de Pablo, ya que al exponer Pablo como debe conducirse la iglesia de Dios en su marcha, y en el orden de la misma en el ejercicio de sus ministerios y dones, él dice textualmente: "Si alguno a su parecer, es profeta, o espiritual, reconozca lo que os escribo, PORQUE SON MANDAMIENTOS DEL SEÑOR" (1ª Co. 14:37). Ay de aquella persona, sea hombre o mujer, que a sabiendas deje de lado el cumplimento de una parte de las Escrituras. No quisiera yo estar en su lugar al comparecer ante el tribunal de Cristo, mientras yo confío que por Su gracia que Él me librará de una tan amarga confusión en aquel día, guardándome en mi caminar, de cualquier desviación de la pura verdad de Su Palabra. Procuremos ser siempre "solícitos en guardar la unidad del Espíritu".
Si Dios en Su Palabra nos habla de una unidad que Él llama "la unidad del Espíritu", es porque tal unidad existe. Y ¿en qué consiste tal unidad, y dónde está? Como ilustración de esta unidad, quiero relatar algo que me ocurrió no hace mucho, visitando una pequeña asamblea, mientras estábamos reunidos un domingo por la mañana, recordando al Señor, entró al pasar un compañero mío de escuela al que conocía yo por muchos años, y por cierto convertido. Una vez terminada la reunión, la esposa de mi amigo se mostró ansiosamente interesada por conocer quiénes éramos y cuál era el nombre de nuestra denominación cristiana. Y no salía de su asombro cuando le dijimos no tener ningún nombre, sino que sólo nos reuníamos al Nombre del Señor Jesús. A la esposa de mi compañero le parecía ridícula y excéntrica nuestra posición. Estaba acostumbrada a los títulos y nombres; su propio esposo ostentaba el título de Doctor en Teología, y no era ella capaz de entender que nosotros nos reuniéramos al sólo Nombre de Jesús.
Amados hermanos, el único nombre que tendremos en el cielo, será el Nombre de Jesús, el sólo Nombre por el cual vale la pena combatir. ¡Cuán gran injusticia es gloriarse en el hombre! Es sólo al Señor Jesús a quien debemos glorificar, y sólo en Él gloriarnos, pues no hay otro que sea digno de la alabanza de nuestros corazones, sino solamente Él.
Tal vez nos sintamos atraídos por esas grandes campañas evangélicas, que el mundo llama magnos acontecimientos, y que son capaces de llenar grandes aforos de más de 20.000 personas, concentraciones que se llevan a cabo como un esfuerzo cristiano, y acogiéndose con entusiasmo la oportunidad brindada para oír la predicación del evangelio, el cual es anunciado en medio de una expectación y emoción, para lograr las cuales se rodea de un ambiente agradable por grandes y renombradas bandas musicales, con los músicos engalanados, interpretándose y cantando himnos a varias voces, etc. etc.
No dudamos que todo esto pueda cautivar a infinidad de nuestros jóvenes. Nosotros queremos repetir que si en tales ocasiones alguna alma encuentra allí a Cristo, y obtiene su salvación, nos sentimos contentos por tal hecho, pues siempre será para nosotros, motivo de gozo, que las almas se salven. "No se lo prohibáis". Pero en todo ello hay mucho de la actividad de la carne, y en lo que consiste en "gloriarse en los hombres", cosa la cual no podemos aprobar. En muchos lugares, y para hacer una mayor propaganda a los esfuerzos de evangelización, se citan cifras astronómicas de dinero empleado en la organización de tales actos, poniendo más de relieve los esfuerzos humanos, que la gloria del Señor, con lo que se pierde de vista la exhortación del Apóstol, que "ninguno se gloríe en los hombres" (1ª Co. 3:21).
Por tanto, amados hermanos, gocémonos cuando Cristo es predicado; pero no desperdiciemos la inestimable oportunidad que tenemos ante nosotros, en estos últimos tiempos de la historia de la iglesia en este mundo, de andar por la senda del oprobio por Cristo, y seguir los pasos de aquel hombre quien pudo decir: "Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo" (1ª Co. 11:1). Este hombre ha sido uno de los más grandes santos y apóstoles de Dios que jamás hayan existido, y a él le fue confiada la revelación del misterio de Cristo y de la iglesia, la cual es de gran estima para el corazón del bendito Señor Jesucristo.
Que el Evangelio es también muy precioso para el corazón de Cristo es cosa de sobras conocida, y creo que lo es también para nosotros, y lo sabemos cuando nos regocijamos al oír predicar el Evangelio de Cristo, allí donde sea. Recuerdo que, viajando con mi esposa a cierta ciudad, donde no conocíamos a nadie, vimos a un hombre que con su hijo tocaban la guitarra, y cantaban canciones que hablaban de Jesús. Ello alegró nuestros corazones, viendo que otros alababan a nuestro amado Señor y Salvador Jesús, sintiéndonos menos extranjeros en aquella tierra extraña; y no dudo que todos nosotros nos alegramos siempre cuando el Nombre del Señor es exaltado. Pero existe algo más precioso y estimado para el corazón de Cristo que la evangelización: "Cristo amó a la iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella" (Ef. 5:25). ¿Hasta qué punto amamos nosotros a la iglesia? Si la amamos cual debemos, desearemos siempre andar de acuerdo con Su doctrina, siendo siempre "solícitos a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz" (Ef. 4:3).
Nunca debemos pensar que las tristes divisiones que han destrozado a la iglesia, en el correr de los años, sea cosa indiferente para el Señor, ni que deje de afectarle si decimos, "yo cierto soy de Pablo, pues yo de Apolos, y yo de Cefas". ¡Cuán encarecidamente advierte Pablo a los corintios, y cuánto luchó él, suplicándoles para que abandonasen tal proceder!, rogándoles una y otra vez y con todo ardor, diciéndoles: "Que ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro; sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir; todo es vuestro; y vosotros de Cristo; y Cristo de Dios" (1ª Co. 3:21-23). Y todo ello, con el específico propósito de su corazón de mantener "la Unidad del Espíritu", sobre el terreno del UN SOLO CUERPO, "para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se interesen los unos por los otros" (1ª Co. 12:25). Creemos que la enseñanza de esta doctrina es de una claridad meridiana y que no acepta excusas, amado lector, y ¿cuál será tu actitud cuanto a ella? ¿Es que vamos a despreciar su valor, y con todo cuanto se ha expuesto, preferiremos escoger nuestra posición conforme a nuestra preferencia y criterio, basados en nuestra manera natural de ver las cosas?
Un famoso y elocuente predicador del Evangelio, que emitía un programa cristiano por el radio, después de una brillante predicación, explicó la manera, según él, de escoger la iglesia donde reunirse, más o menos así: "Recorran las iglesias a su alrededor, escuchen y examinen en la que mejor se predica el Evangelio, y quédense allí". Bueno, esto es lo que aconsejaba aquel predicador, y lo que por desgracia se viene haciendo, y es el hacer uno su propia elección, en vez de buscar la ayuda del Señor por las Escrituras, como otrora hicieran los creyentes de Berea, quienes "recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras, si estas cosas eran así" (Hch. 17:11). Esta debe ser la norma que regule nuestro obrar a este respecto, y no fiarnos de las cosas que puedan parecernos una garantía, pero sólo fundadas en lo que es temporal o natural. A menos que sea la Palabra de Dios quien nos guíe en la elección, siempre cabrá el error. Escudriñemos pues las Escrituras, para ver "si estas cosas son así".
Cuando no había rey en Israel, cada uno hacía lo que mejor le parecía. Debemos entonces preguntarnos, si será procedente hacer ahora otro tanto, al ver la confusión que reina dentro del cristianismo profesante de hoy. ¿Es que no le importará lo más mínimo al Señor cual sea la senda que escojamos por la cual andar? ¿Es el Señor un Amo Severo que recoge donde no esparció y siega donde no sembró? Él nos dice que la división es pecado, y que debemos ser "solícitos a guardar la unidad del Espíritu". Si Él nos enseña todas estas cosas en Su Palabra, ¿no habrá pues un camino por el cual andemos sus santos en estos últimos días, antes de Su venida, en los cuales estamos viviendo? ¿No habrá ninguna senda por la cual podamos andar, para escapar del pecado de división en la Iglesia de Dios? Si no la hubiera tendríamos que dispersarnos y buscar cada uno lo que mejor nos acomode a nuestro gusto y capricho. Siendo tan diferentes como somos los unos de los otros, obrando así, escogeríamos distintas compañías, según nuestras preferencias. Mas no, queridos hermanos, no nos es permitido por las Escrituras hacer nuestra propia elección, ni ir donde más nos guste, Dios traza el camino en medio de toda la confusión reinante, y nosotros debemos andar en obediencia, en este camino, de acuerdo a Su santa voluntad. No lo dudemos.
Es muy importante en los tiempos actuales en que vivimos atender el mensaje contenido en 2ª Timoteo 2:20-22, el cual dice: "En una casa grande, no solamente hay vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro: y así mismo unos para honra, y otros para deshonra. Así que, si alguno se limpiare de estas cosas, será vaso para honra, santificado, y útil para los usos del Señor, y aparejado para toda buena obra. Huye también los deseos juveniles; y sigue la justicia, la fe, la caridad, la paz, con los que invocan al Señor de puro corazón". Aquí aprendemos que la casa de Dios está en ruinas, y que la misma ha venido a parar en un lugar donde se encuentran toda clase de vasos. En las ramas de este gran árbol, que es figura del cristianismo, toda suerte de pájaros inmundos ha venido a poner sus nidos donde se han cobijado (ved Mt. 13:31, 32; Mc. 4:30-32, y Lc. 13:18, 19). Se han publicado doctrinas y argumentos llenos de horribles blasfemias, y se ha atentado contra la santa Persona de nuestro amado Señor Jesús, y todo ello relacionado con cierta forma de confesión del Nombre de Cristo.
¡A qué estado de corrupción ha venido a parar el cristianismo! Mas con todo ello, hallamos que en el texto anterior citado que hay la palabra oportuna para escapar de tal situación, y andar por la senda de fe que Dios ha preparado "Si alguno se limpiare de estas cosas, será vaso para honra, santificado y útil para los usos del Señor, y aparejado para toda buena obra".
Si tomamos esta senda de separación, seguramente que se nos dirá que tal actuación nos va a privar de infinidad de oportunidades para el servicio y testimonio público. Muchos me lo han dicho a mí, pero ¿qué es lo que Dios nos dice? Que, si tomamos esta senda de separación, "seremos vasos aparejados para toda buena obra", lo cual es lo opuesto a ser privado de rendir grandes o pequeños servicios, según Dios quiera de nosotros. La gente nos podrá decir: "Estáis desperdiciando vuestra carrera, y desaprovechando todas las oportunidades", pero el Señor está por encima de todo ello.
¿Nos hemos detenido a pensar alguna vez que existe "el Señor de la mies"? No olvidemos que está escrito: "Rogad al SEÑOR DE LA MIES que envíe obreros a su mies" (Lc. 10:2). ¿Quién será el que vele para que todas las gavillas sean juntadas, y que todo el trigo sea recogido y guardado en el granero? Sin lugar a dudas que Él es el "Señor de la mies", y no otro, y si a Él le complace encomendarnos algún servicio, por insignificante que éste sea, para realizarlo en comunión con Él, lo estimaremos como un gran y señalado privilegio. Debemos saber que Él puede prescindir de nosotros para cumplir todos los planes de Su gracia, pues no nos necesita para nada. El servicio no es lo más importante, sino más bien la obediencia. "Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros" (1ª S. 15:22). Por tanto, de acuerdo a lo que la Palabra de Dios nos enseña, importa mucho más que obedezcamos al Señor que todos los sacrificios que podamos hacer a lo largo de nuestra vida; ¡no lo olvidemos!
Si nos preguntamos qué es lo que puede capacitar a todo cristiano para ser instruido en toda buena obra, la respuesta está en las Escrituras, y es que, "toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra" (2ª Ti. 3:16, 17). Quiera Dios que sean las Escrituras las que nos muestren cualquier desvío de la sencilla, pero sumaria, exhortación: "solícitos a guardar la unidad del Espíritu", para que no quebrantemos tal mandamiento. Que nunca en aras de cualquier gran servicio que pensamos hacer, según nuestras evaluaciones, queramos desatender, menospreciando tan clara exhortación, y pasarla por alto, para hacer nuestra propia voluntad. Ello no agradará al Señor.
Muchas veces he cruzado, camino a la pequeña asamblea donde reúno, con otros amados cristianos con las Biblias debajo de sus brazos, cosa que me alegra, viendo que otros también aman la Palabra de Dios, y creo que los tales son realmente del Señor. Ello me hace pensar en el verso que nos exhorta a ser "solícitos a guardar la unidad del Espíritu", y me digo: ¿Será, por ventura, que el mismo Espíritu que mora en ellos y en mí, nos manda a la vez andar a cada uno por nuestro propio camino? ¿Es cosa correcta que pasemos casi rozándonos el uno al otro, yendo cada uno por distinta dirección? ¿Será esto el "guardar la unidad del Espíritu? Hay sólo "un Espíritu como sois también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación" (Ef. 4:4), y por "un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo" (1ª Co. 12:13). Estas son las instrucciones que la Palabra de Dios nos da, y si las obedecemos, todos nos hallaremos andando por el mismo camino.
Queridos hermanos, si realmente somos sensibles a las enseñanzas de las Escrituras y obedecemos sus ordenanzas, si realmente somos hijos de Dios, y el Espíritu Santo mora en nosotros, Él nos mostrará las cosas del Señor, y nos guiará al lugar de Su voluntad. El Espíritu Santo nunca puede autorizar la división en la iglesia de Dios, por un lado, mientras por el otro nos está diciendo: "Solícitos a guardar la unidad del Espíritu"; sería una contradicción, y Dios nunca se contradice.
Se nos dice cómo Demas abandonó su posición entre los cristianos primitivos: "Demas me ha desamparado, amando este siglo, y se ha ido a Tesalónica; Crescente a Galacia, Tito a Dalmacia" (2ª Ti. 4:10). El lugar a dónde Demas partió, era lo de menos; se fue porque amaba a este mundo, y lo peor de todo, es que abandonó a Pablo y su enseñanza. No se nos dice que hubiese abandonado a Cristo, ni que apostatase de su fe, sino que abandonó a Pablo; y ¿por qué? Porque amaba este mundo. Tal vez, si hubiese vivido en estos días, hubiese querido ser un teólogo, un obispo, o promocionar grandes campañas evangélicas, con la mira de conquistar a mucha gente. Parece que a él no le gustaba el seguir los pasos de un hombre cual era el Apóstol Pablo, aquel que había escrito: "Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo" (1ª Co. 11:1).
Demas manifestó no poder ceñirse a la comunión de la doctrina del Apóstol, la cual le mantendría separado y obscuro. Por el contrario, amando este mundo, es probable que buscara su aplauso, no que amara la mundanalidad. No es difícil ser religioso, y obtener un gran éxito en este mundo actual. Si uno se lo propone, y está dotado de una inteligencia notable, es fácil conseguir ver su nombre en letras de molde, y en las primeras páginas de las revistas de actualidad, y ser persona destacada en su círculo, y esto agrada a la carne. Pero no olvidemos, que todo esto será juzgado ante el tribunal de Cristo. Sabemos que el Señor no tendrá un tratamiento especial para estas cosas en aquel día, sino el que conocemos actualmente, y que es la Palabra de Dios, y a todos se nos demanda delante de Dios y de sus ángeles "a guardar Su Palabra y no negar Su Nombre". Apocalipsis 3:8. Esta es una cosa muy seria y solemne.
Quisiéramos al cerrar estas líneas, que todo lo tratado tocase vuestros corazones, poseyéndolos, y os hiciese sopesar todas las cosas, reflexionando muy seriamente en todo ello. Nada de lo presentado es fruto de cualquier jactancia nuestra, ya que no podemos presumir de nada, mayormente recordando la exhortación "que ninguno se gloríe en los hombres", y como está escrito, si alguno "se gloría, gloríese en el Señor" (1ª Co. 1:31). Concluimos diciendo que creemos sinceramente ante Dios, que, en medio de toda esta confusión reinante en el cristianismo en el día de hoy, hay un camino por el cual podemos caminar para la gloria de Dios y la honra del Nombre de Cristo. Si no estamos nosotros andando por tal camino, deseamos de todo corazón que el mismo Señor nos guíe al tal, afirmando delante de Dios que deseamos ser hallados andando en tal senda, cuando el Señor vuelva.
C.H.B.