CAPÍTULO DOCE

 
Los primeros 26 versículos están ocupados con más registros genealógicos, que se remontan a los días de Zorobabel y Jesúa el sumo sacerdote. En el versículo 10, aprendemos que un nieto de Jesúa era Eliasib, quien pronto llegó a ser sumo sacerdote, y que tuvo un hijo llamado Joiada. Estos dos se mencionan de nuevo en el versículo 22, y más acerca de ellos aparece en el capítulo 13.
En los versículos restantes del capítulo, aunque se mencionan muchos nombres, no se trata de genealogía, sino más bien de la parte que tuvieron en la celebración de la misericordia de Dios en la solemne dedicación del muro que ya se había completado. En esta gozosa ocasión se reunieron los que moraban fuera de Jerusalén, así como los que vivían dentro de ella. Una cosa, sin embargo, era necesaria: había que purificar, no sólo a los sacerdotes y levitas, sino también al pueblo, a las puertas y a la muralla misma. Esto lo aprendemos en el versículo 30. La lección que esto tiene para nosotros es obvia. Podemos decirlo en pocas palabras: No hay dedicación sin purificación. No se nos dice cómo se efectuó esta purificación, pero, por supuesto, se hizo de alguna manera externa y visible, la cual, después de todo, no es más que la figura y la sombra de esa obra interior de la cual David tenía algún entendimiento, como vemos en el Salmo 51:2, y de nuevo en el Salmo 119:9. Dedicar es dedicarse a Dios y a Su servicio: La fuerza de la palabra es muy similar al mandato apostólico: “Presentad vuestros cuerpos en sacrificio vivo” (Romanos 12:1). Nosotros, como redimidos, no nos pertenecemos a nosotros mismos, y Dios reclama que nuestros propios cuerpos están dedicados a Él y a Su servicio.
Si ahora volvemos al versículo que acabamos de citar, encontramos que las siguientes palabras para “sacrificio” son “santo, agradable a Dios”. Así que aquí nos enfrentamos al mismo hecho: lo que está dedicado a Dios debe ser limpio y santo; que está separado de la contaminación para Él. Los primeros ocho capítulos de Romanos revelan el evangelio, en todos sus maravillosos detalles, y por ese evangelio, somos justificados, limpiados y apartados para Dios.
Efectuada la purificación, la dedicación estuvo marcada por tres cosas. Primero, hubo acción de gracias y cantos de alabanza a Dios. En segundo lugar, hubo gran gozo entre el pueblo, mientras sacrificaban, de modo que “el gozo de Jerusalén se oyó aun de lejos”. En tercer lugar, estaba la introducción de “las ofrendas, por las primicias y por los diezmos”. Una vez más, podemos ver una analogía: si la verdadera dedicación nos marca, Dios recibirá su porción en alabanza y acción de gracias; tendremos gozo de corazón; no faltarán dones para el sostenimiento de la obra de Dios y de Sus siervos. ¿Cuál es nuestra posición en relación con estas cosas?