Todo aquí abajo en el mundo lleva la evidencia inequívoca de la presencia y los estragos del pecado. Cardos y espinas, la producción disminuida de la tierra, el trabajo y la fatiga, el pesar y las lágrimas, la enfermedad y la muerte, el tumulto y la lucha, todos ellos juegan su papel en la historia sombría de la caída del hombre. Y esa bendita relación del matrimonio que Dios instituyó para la felicidad del ser humano participa en esta desfiguración común.
Es importante que el creyente recuerde que su reposo no está aquí, y que aun las mismas bendiciones de Dios que están conectadas con esta tierra llevan la estampa del pecado y de sus resultados deplorables. Podemos aprovechar las cosas que Dios en Su gracia nos concede durante nuestro paso por el mundo, darle gracias a Él por ellas y usarlas, mientras que al mismo tiempo nos damos cuenta de su carácter transitorio y fugaz. Nada aquí abajo es la meta de lo que Dios ha propuesto para nosotros; no hay aquí cosa alguna comparable con las bendiciones y la felicidad que nos esperan cuando estemos con Cristo y seamos semejantes a Él. Por lo tanto, es equívoco que uno ponga su corazón y su mente en el matrimonio a tal grado que llegue a pensar que es la meta de la felicidad, y que se olvide de que “el tiempo es corto ... que los que tienen mujeres sean como los que no las tienen” (1 Co. 7:29). Visto en esta luz, podemos aceptar el matrimonio como “los que usan de este mundo” (v. 31), pero no como si fuera nuestro.
El Apóstol dijo también a los creyentes de Corinto que los que se casan tendrán “aflicción de carne.” Enfermedades, pruebas y dificultades de una y otra índole se encontrarán en el estado del matrimonio, algunas de las cuales no serían experimentadas por los que no se casaran. Por lo tanto, no debemos engañarnos en cuanto al carácter de todo lo que suceda aquí abajo; sin embargo Dios puede usar las mismas pruebas tanto para bendición de nuestras almas como para disciplinarnos.
El Apóstol como inspirado por el Espíritu de Dios fue conducido a dar su propio juicio espiritual de que el estado más elevado en un mundo alejado de Dios sería el permanecer sin casarse para servir al Señor sin impedimentos (véase 1 Co. 7:7-8,32). Sin embargo, no todos pueden recibir esto, como dijo el mismo Señor (véase Mt. 19:11-12). De estos, han vivido varios durante el transcurso de los siglos que se han privado del matrimonio (como el Apóstol Pablo) para poder estar más libres para servir al Señor.
De algunos queridos santos se ha sabido que han vivido muy miserables porque el matrimonio no se realizó para ellos, pero ¿dudaremos de la sabiduría y del amor de Aquel que dio a Su Hijo por nosotros? ¿No se fija Él en las circunstancias de nuestras vidas? ¿Si Él viera que el matrimonio fuese el mejor camino, no nos lo abriría? ¿No creemos que aun Le alabaremos por Su sabiduría en no concedernos algunas cosas que nosotros pensábamos que fuesen muy deseables? Ciertamente hemos de ver todavía en estas mismas cosas que prueban a nuestros espíritus, la sabiduría, el amor y el poder de nuestro Dios. El deseo de casarse es, sin embargo, una de las cosas de las cuales podemos decirle todo al Señor sencillamente, y dejar nuestra petición con Él (véase Fil. 4:6).
Una querida hermana soltera, ya con el Señor, solía decir que las personas solteras podrían ser felices si así lo deseaban, mientras que las casadas serían felices si podían. Aun cuando ésta no es una declaración de las Escrituras, sin embargo expresa algo de verdad. Pero podemos aceptar cualquier circunstancia de la mano del Señor y buscar Su gracia para andar felizmente en ella. La felicidad de una persona soltera no depende del carácter, el genio, o la consideración, o no, de un compañero; mientras que la de una persona casada depende hasta cierto grado en la compatibilidad del esposo y de la esposa, respectivamente.
No queremos escribir ni una sola palabra en contra del matrimonio, más bien procuraremos presentarlo en todos sus aspectos. Suceden pruebas en él que son comunes a la humanidad desde la caída del hombre, y los cristianos no pueden esperar zafarse de todas ellas. ¡Ojalá que tengamos una evaluación bien clara y cabal del carácter pasajero de todo lo que sucede aquí!