A veces se hace la pregunta: “¿Cuándo debemos empezar a llevar a nuestros niños a las reuniones cristianas?” Por parte nuestra, respondemos: “Cuanto antes, no hay que esperar.” Es bueno que los hijos de padres cristianos nunca sepan hasta cuándo se remonta su iniciación a las reuniones donde se recuerda al Señor Jesús en su muerte, o donde se habla bien de Él, sea en la proclamación del evangelio o sea en la edificación de los creyentes.
Hay que criar a los hijos de tal manera que ellos no piensen en otra cosa salvo en la de asistir regularmente a las reuniones. Si los padres tienen en poco su propia práctica de congregarse con los demás creyentes de su comunión, entonces ¿qué harán los hijos? En los días del rey Josaphat, leemos que “todo Judá estaba en pie delante de Jehová, con sus niños, y sus mujeres, y sus hijos” (2 Cr. 20:13).
Es en verdad una escena hermosa cuando el padre, la madre, los hijos que están creciendo y aun el nene en los brazos van juntos hacia la reunión evangélica, o al lugar donde “suele hacerse” la oración, o a otras reuniones. Reconocemos que puede haber ciertos límites físicos de uno u otro de los padres y aun a veces de los niños, pero estamos hablando de lo que es deseable dentro de circunstancias normales.
Algunos niños aprenden muy fácilmente que deben de estar quietos durante las reuniones, y otros lo aprenden con gran dificultad, algunas veces con gran esfuerzo de parte de los padres. Hemos conocido a padres que se arrodillaron y buscaron la ayuda especial del Señor antes de ir a la reunión. Los padres precisan de sabiduría y de paciencia para poder perseverar hasta que los niños aprendan a portarse bien, y los demás miembros de la congregación también deben armarse de entendimiento y de paciencia mientras los padres instruyen a los niños. Por lo común esto es sólo por un tiempo corto para cada niño. Que los padres, entonces, cobren ánimo y traigan a los niños a las reuniones ... Si ocasionalmente un niño perturba demasiado, hay que sacarlo fuera y disciplinarlo sabiamente.
Algunas madres toman tiempo cada día en casa para cantar y leer con sus niños mientras los pequeñitos aprenden a quedarse sentadas y quietos. En otras familias durante la lectura diaria de la Biblia los niños son preparados para mantenerse quietos en la reunión cristiana. Por supuesto, hay que usar de discreción para no hacer demasiado largo el tiempo durante el cual deben de estar quietos. En todo esto se precisa de no poca disciplina de parte de los padres.
Un padre cristiano no debe ser influenciado al oír de una persona inconversa justificándose que no asiste a reunión cristiana alguna porque fue forzado a asistir cuando era niño. A menudo es solamente una excusa muy pobre para rehusar escuchar el evangelio de la gracia de Dios. Aun cuando los padres de dicha persona carecieron de sabiduría en la manera de tratarla, no sería ninguna razón para que los padres cristianos descuidasen de su privilegio y responsabilidad, dados por Dios, de llevar a sus hijos a las reuniones.
Mientras los niños vayan creciendo, conviene instruirlos a escuchar lo que se dice en las reuniones. No conviene habituarlos a descuidar la atención, proveyéndoles con otras cosas que los ocupen como juguetes, etc. Es deplorable cuando a los niños ya mayorcitos y capaces para comprender lo que se está diciendo, o a lo menos una parte de ello, se les den libros de dibujo u otros objetos para distraerlos. Así sucede que niños que debieran estar embebiendo un mensaje solemne del evangelio y tomándolo a pecho, están presentes sólo corporalmente, mientras sus mentes se ocupan en cosas ajenas.
Al ocupar a los niños con libros de pintar, cuadros y otras cosas, algunos padres ofrecen la excusa que “ellos no pueden entender o recibir en su mente lo que se está diciendo,” pero es un error, pues es sorprendente lo que ellos pueden captar en su pequeña edad. Hemos visto y oído de casos en los cuales ellos asimilaron lo que se decía de una manera maravillosa. De modo que los padres que permiten que sus hijos mayorcitos tengan objetos al margen del propósito de las reuniones, les están haciendo a los tales un daño considerable.
Todos nosotros necesitamos recordar que “Dios terrible en la grande congregación de los santos, y formidable sobre todos cuantos están alrededor suyo” (Sal. 89:7).