Gálatas: Introducción

 
En su Epístola a los Gálatas, el apóstol Pablo no se preocupa tanto por exponer su Evangelio como por defenderlo. Los malhechores eran evidentemente ciertos judíos que profesaban la conversión al cristianismo y, sin embargo, eran más celosos de la ley que de Cristo; hombres de la misma estampa que los que hemos mencionado en Hechos 15:1 y 5.
Encontramos alusiones a sus actividades maliciosas en algunas de las otras epístolas. Habían obtenido cierto éxito entre los corintios, por ejemplo. Hay débiles alusiones a ellos en la primera epístola, pero en la segunda, capítulo 11, el Apóstol los denuncia en términos inequívocos. Tenían razón, como lo muestra el versículo 22 de ese capítulo, pero él no admite que fueran verdaderamente cristianos, como podemos ver al leer los versículos 13 y 14. A los cristianos colosenses se les advirtió en contra de sus engaños en la epístola dirigida a ellos (2:14-23), e incluso a los fieles filipenses se les agregó una palabra sobre ellos: “Guardaos de los malos obradores, guardaos de la concisión” (Filipenses 3:2).
Evidentemente, sin embargo, su mayor éxito fue con los gálatas, que eran un pueblo de temperamento voluble. Las “iglesias de Galacia” (cap. 1:2) habían abrazado en gran medida las ideas que impulsaban, sin apenas darse cuenta de cómo habían cortado la raíz de ese Evangelio que habían escuchado por primera vez de los labios del mismo Pablo. Esto lo muestra el Apóstol en la epístola. En consecuencia, enfatiza precisamente aquellos rasgos del Evangelio que expusieron la falsedad de estas nuevas ideas. Les muestra, además, la caída de la gracia, en lo que respecta a sus propios pensamientos y estado espiritual, en la que los había envuelto. La seriedad de esta caída explica la moderación e incluso la severidad del lenguaje que caracteriza a esta epístola.