Hechos 25

 
Habiendo llegado Festo, subió a Jerusalén después de tres días, y tal era la animosidad contra Pablo, que al instante el sumo sacerdote y otros líderes lo acusaron, y pidieron a Festo que lo trajera a Jerusalén. A pesar de que habían pasado los años, todavía cumplirían su voto y se vengarían. ¡Tal es el rencor religioso! Sin embargo, Festo se negó, por lo que una vez más sus acusadores tuvieron que viajar a Cesarea. Esta segunda audiencia fue prácticamente una repetición de la primera, como se muestra en los versículos 7 y 8. Pablo simplemente tuvo que refutar un gran número de afirmaciones no probadas. Ahora bien, Festo, como muestra el capítulo siguiente, no tenía ningún conocimiento íntimo de las cosas judías; sin embargo, sabiendo que eran un pueblo difícil de manejar, deseaba ganarse su favor, por lo que sugirió que, después de todo, Pablo podría ir a Jerusalén para su juicio final.
En este cambio repentino por parte de Festo podemos ver la mano de Dios. Durante la noche que siguió al alboroto en el concilio, el Señor se le apareció a Pablo y le dijo que debía dar testimonio de Él en Roma, y ahora Él controla las circunstancias para que esto suceda. La sugerencia de Festo llevó a Pablo a apelar a César, un privilegio que le pertenecía como ciudadano romano. Pablo sabía que el cambio de lugar propuesto era el preludio de su entrega a sus enemigos, aunque Festo sabía muy bien que no había hecho nada malo. Si Festo comenzaba a ceder al clamor para aplacar a los judíos, terminaría por cederlo todo. La apelación de Pablo lo resolvió todo. Después de haber apelado a César, debe ir a Roma. Esta es la tercera ocasión en la que encontramos a Pablo tomando su posición sobre su ciudadanía romana, y aquí es muy evidente que fue hecha para servir y llevar a cabo el propósito de su Señor.
La ceremonia de Agripa y Berenice para saludar a Festo se convirtió en la ocasión para que Pablo diera un tercer testimonio ante gobernadores y reyes, y ahora se nos da una visión mucho más completa de la poderosa manera en que presentó la verdad. No había dejado de transmitir previamente incluso a Festo lo que estaba en el centro de todo el asunto, pues al hablar con Agripa de su caso, Festo declaró que la controversia se desató en torno a “un Jesús, que estaba muerto, a quien Pablo afirmaba que vivía” (cap. 25:19). Esto muestra que, a pesar de que era pagano y no tenía un entendimiento real, había captado el hecho central del Evangelio. La muerte y resurrección de Cristo están en la base de toda bendición y de la plena declaración del amor de Dios. Nosotros sabemos algo de esto, mientras que él no sabe nada de ello. Aun así, Pablo lo había dejado claro.
Que todo era un misterio para Festo, a pesar de haber captado correctamente el punto en cuestión, es evidente por su discurso a Agripa, cuando el tribunal se había reunido y, habiendo sacado a Pablo adelante, comenzó el proceso. No tenía nada seguro que escribir a su vado, el emperador de Roma. Esperaba que Agripa, con su conocimiento superior de la religión judía, pudiera ayudarlo a comprender más claramente lo que estaba en juego y saber qué decir.