La humanidad de Cristo

From: Número 29
J.N. Darby
Entrar en cuestiones sutiles acerca de la persona de Jesús conduce a marchitar y a perturbar el alma, a destruir el espíritu de adoración y afecto, y a poner en su lugar unas espinosas indagaciones, como si el espíritu del hombre pudiera resolver la manera en que la humanidad y divinidad de Jesús quedaron unidas entre sí. Es en este sentido que tenemos escrito: “ ... nadie conoce al Hijo, sino el Padre ... ” (Mateo 11:2727All things are delivered unto me of my Father: and no man knoweth the Son, but the Father; neither knoweth any man the Father, save the Son, and he to whomsoever the Son will reveal him. (Matthew 11:27)). Es innecesario decir que yo no tengo tal pretensión. La humanidad de Jesús no tiene comparación posible. Era una humanidad verdadera y real, cuerpo, alma, carne y sangre, como la mía, por lo que se refiere a la naturaleza humana. Pero Jesús apareció en circunstancias muy diferentes a aquellas en las que Adán se encontró. Él vino expresamente a tomar nuestras enfermedades y dolencias (compare Mateo 8:1717That it might be fulfilled which was spoken by Esaias the prophet, saying, Himself took our infirmities, and bare our sicknesses. (Matthew 8:17)). Adán no tenía que tomar ninguna de ellas; no que su naturaleza fuese incapaz de las mismas, pero él no estaba en las circunstancias que las introdujeron. Dios lo había situado en una posición inaccesible al mal físico, hasta que cayó en un mal moral.
Por otra parte, Dios no estuvo en Adán. Dios estuvo en Cristo en medio de toda clase de dolores y aflicciones, fatigas y sufrimientos, a través de todo lo cual pasó Cristo según el poder de Dios, y con pensamientos de los que el Espíritu de Dios era siempre la fuente, aunque realmente eran humanos en sus repercusiones. Antes de su caída, Adán no tenía aflicciones; Dios no estaba en él, ni tampoco era el Espíritu Santo la fuente de sus pensamientos; después de su caída, el pecado pasó a ser la fuente de sus pensamientos. Esto nunca fue así con Jesús.
Por lo que se refería a Jesús, Él es el Hijo del Hombre: Adán, en cambio, no lo fue. Pero, a la vez, Jesús nació por el poder divino, de modo que el santo ser que nació de María fue llamado el Hijo de Dios (compare Lucas 1:3535And the angel answered and said unto her, The Holy Ghost shall come upon thee, and the power of the Highest shall overshadow thee: therefore also that holy thing which shall be born of thee shall be called the Son of God. (Luke 1:35)): esto no aplica a ningún otro. Él es el Cristo nacido de hombre, pero incluso como hombre, nacido de Dios; de modo que el estado de la humanidad en Él no es ni lo que Adán era antes de su caída ni lo que llegó a ser después de su caída.
Pero lo que cambió en Adán debido a la caída no fue su humanidad, sino el estado de su humanidad. Adán era tanto hombre antes como después, y después como antes. El pecado entró en la humanidad, que quedó por ello distanciada de Dios; está sin Dios en el mundo. Ahora bien, en Cristo tenemos tal cosa. Él estuvo siempre de manera perfecta con Dios, salvo que Él sufrió en la cruz el desamparo de Dios en Su alma. Además, el Verbo fue hecho carne. Dios fue manifestado en carne. Así actuando en esta humanidad verdadera, Su presencia era incompatible con el pecado en la unidad de la misma persona.
Es un error suponer que Adán tuvo inmortalidad en sí mismo. Ninguna criatura la posee. Todas ellas son sostenidas por Dios, que es “el único que tiene inmortalidad” en esencia. Cuando Dios ya no se complació más en sostenerlo en este mundo, el hombre deviene mortal y se agota su fuerza: en realidad, según los caminos y la voluntad de Dios, llega a alcanzar cerca de mil años cuando Dios así lo dispone, y setenta cuando a Él bien le parece. Solamente Dios tendría esta decisión, que uno debe morir más temprano o más tarde cuando ha entrado el pecado, salvo que transformará a los que sobrevivan hasta la venida de Jesús, porque Él ha vencido a la muerte.
Ahora bien, Dios estaba en Cristo, que lo cambió todo a este respecto (no en lo relativo a la realidad de Su humanidad, con todos sus afectos, sentimientos, deseos naturales del alma y del cuerpo; todo lo cual estuvo en Jesús, y que fue consiguientemente afectado por todo que le rodeó, sólo que en conformidad con el Espíritu y sin pecado). Nadie tomó Su vida; Él la entregó, pero en el momento que Dios dispuso en Su voluntad. Él queda abandonado en realidad a los efectos de la iniquidad del hombre, porque Él vino a cumplir la voluntad de Dios; Él permite que le crucifiquen e inmolen. Sólo que en el momento en que Él se da, Su espíritu está en Sus manos. Él no realiza ningún milagro para impedir el efecto de los crueles medios de muerte que el hombre utilizó, como para eximir a Su humanidad de sus efectos; Él la deja a sus efectos. Su divinidad no la emplea para librarse de todo aquello, para eximirse de la muerte; es empleada más bien para añadir a todo ello Su valor moral, toda Su perfección a Su obediencia. Él no obra ningún milagro para no morir, sino que realiza un milagro en Su muerte. Él actúa según Sus derechos divinos al morir, pero no para librarse de la muerte; porque Él entrega Su alma a Su Padre tan pronto todo está consumado.
Así, la diferencia de Su humanidad no reside en que la misma no fuese real y completamente la de María, sino en que lo fue por un acto de poder divino, de modo que fuese sin pecado; y además que en lugar de estar separado de Dios en Su alma, como lo está todo hombre pecaminoso, Dios estuvo en Aquel que procedía de Dios. Él pudo decir: “Tengo sed”, “está turbada mi alma”, “Mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas”; pero también pudo decir: “el Hijo del Hombre, que está en el cielo” y “Antes que Abraham fuese, yo soy”. La inocencia de Adán no era Dios manifestado en la carne; no era el hombre sujeto, en lo que respecta a las circunstancias en las que se encontró Su humanidad, a todas las consecuencias del pecado.
Por otra parte, la humanidad del hombre caído quedó bajo el poder del pecado, de una voluntad opuesta a Dios, de concupiscencias que son enemistad contra Él. Cristo vino para hacer la voluntad de Dios: en Él no había pecado. La de Cristo fue una humanidad en la que Dios estaba, y no una humanidad separada de Dios en sí misma. No era una humanidad en las circunstancias en las que Dios había puesto al hombre cuando fue creado, en las circunstancias en las que el pecado lo había situado, y en tales circunstancias sin pecado; no como el pecado había tornado al hombre en medio de ellas, sino como el poder divino le situó en todos Sus caminos en medio de aquellas circunstancias, como el Espíritu Santo lo tradujo en humanidad. No se trataba del hombre donde no había mal, como el Adán inocente, sino del hombre en medio del mal; no era el hombre malo en medio del mal como lo era el Adán caído, sino el hombre perfecto, perfecto según Dios, en medio del mal, Dios manifestado en carne; una humanidad real, propia, pero en la que Su alma tenía siempre los pensamientos que Dios produce en el hombre, y en una comunión absoluta con Dios, excepto cuando padeció en la cruz, el lugar donde Él debía, en cuanto al padecimiento de Su alma, ser desamparado por Dios, más perfecto aún entonces en cuanto al alcance de la perfección y al grado de obediencia que en cualquier otra circunstancia, porque Él cumplió la voluntad de Dios frente a Su ira, en lugar de hacerlo en el gozo de Su comunión; y por ello pidió que pasase la copa de Él, lo que nunca había hecho antes. No podía encontrar Su sustento en la ira de Dios.
Nuestro precioso Salvador fue verdaderamente tan hombre como yo mismo, por lo que se refiere a la idea simple y abstracta de humanidad, pero sin pecado, nacido milagrosamente por poder divino; y, además, era Dios manifestado en carne.
Habiendo dicho todo esto, recomiendo con todo mi corazón evitar analizar y definir la persona de nuestro bendito Salvador. Se pierde el sabor de Cristo en los pensamientos, y en su lugar sólo quedará la esterilidad del espíritu humano en las cosas de Dios y en las cosas que tienen que ver con ellas. Es un laberinto para el hombre, porque allí está trabajando a sus propias expensas. Es como si uno realiza una disección del cuerpo de su amigo, en lugar de alimentarse con sus afectos y carácter.
Deseo añadir que estoy tan profundamente convencido de la incapacidad del hombre a este respecto, y que está fuera de la enseñanza del Espíritu desear definir como la deidad y la humanidad están unidas en Jesús, que estoy bien dispuesto a suponer que, con todo mi deseo de evitarlo, puedo haber caído en ello, y que al caer en ello, puedo haber dicho algo falso en lo que le acabo de escribir. Que Él es verdaderamente hombre, Hijo del hombre, dependiente de Dios como tal, y sin pecado en este estado de dependencia, verdaderamente Dios en su inefable perfección, a esto me aferro, espero, más que a mi vida. Lo que no pretendo es definirlo. “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre” (Mateo 11:2727All things are delivered unto me of my Father: and no man knoweth the Son, but the Father; neither knoweth any man the Father, save the Son, and he to whomsoever the Son will reveal him. (Matthew 11:27)). Si encuentro algo que debilita una u otra de estas verdades, o que deshonra a Aquel a quien tienen como objeto, debo oponerme a ello, llamándome Dios a lo mismo, con todas mis fuerzas.
¡Quiera darle Dios el creer todo lo que la palabra enseña en relación a Jesús! Es nuestra paz y nuestro sustento entender todo lo que el Espíritu nos da a entender, y no tratar de definir aquello que Dios no nos llama a definir; sino adorar por una parte, para alimentarnos por la otra, y vivir en todo sentido de acuerdo con la gracia del Espíritu Santo.