14: Prematuro

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Sechelela estaba junto a mi puerta, poco antes del amanecer.
— Bwana — llamó — , Bwana ...
Unos minutos después aparecí en bata y chancletas.
— Yah, ¿cómo andan las cosas, Sech?
— Jeh, el niño todavía vive, pero ¿quién ha oído jamás que viviera un niño de ese tamaño?
— De veras que es muy pequeño, Sech. Yo mismo lo pesé anoche y pesaba exactamente ochocientos gramos. Será una lucha muy cuesta arriba, pero es una lucha que puede ganarse. ¿Has alimentado al niño de la manera especial que te dije?
— Eso hice, pero tú no conoces el resto de la historia. Pues bien, sólo una hora después tuvo un bebé Nhoto, la hija de Majimbi, la parienta del hechicero, la mujer que nunca ha seguido nuestras indicaciones, que se ríe de nuestro trabajo. Bueno, pesa cuatro kilos y quizá sea el chiquito más rozagante que he visto desde que se construyó el hospital. Kah, Bwana, ¿acaso no es una mujer de lengua aguda? ¿No levanta la voz en la yuma ya wachekulu (sala de mujeres)?
— Jah, he tenido que hablarle con energía al oírle decir con veneno en la voz: “Jongo, ¿dónde está ésa de nuestra tribu que tenía tanta sabiduría e instrucción? Miren, ¿tiene algún valor su educación cuando llega el nacimiento de su propio hijo? Jeh, ¿le resultó sabio seguir el camino de los europeos? ¿Fue cosa sabia negarse a usar un hechizo en el cuello? Jeh, el camino del waganga es mejor que el de ella. Miren, fíjense en mi hijo y entonces miren el de ella; no es más que taka taka (basura). ¿Vale para algo un chico que se parece a los monitos de la selva?”.
— Kah, y mis palabras fueron muy enérgicas — continuó Sech — , mientras la lluvia de una tormenta eléctrica comenzaba a caer en las colinas. Se calló un momento, Bwana, pero, había una mirada en su rostro, una mueca que quedó clavada profundamente en el corazón de Perisi.
Mira, Bwana, está en cama. Sus lágrimas son muchas. Mira, Bwana, su fuerza es cada vez menor.
— Estaré allí en diez minutos, Sech.
— Kah, te espero, — dijo la anciana.
Mientras caminábamos unos minutos después continuó la historia.
— Bwana, Perisi tiene mucha esperanza de que su hijo llegue a ser el modelo para las madres de esta parte del África, para mostrar a la gente la manera adecuada de criar un hijo, de modo que pueda desaparecer la gran pena del corazón de muchas mujeres de mi tribu. Porque, mira, ven morir a sus hijos, una y otra vez. Usan hechizos inútiles alrededor del cuello. Los atan alrededor del cuerpo de sus hijos para protegerlos de los malos espíritus. Y aún más, Bwana, los alimentan con cereales y se mueren.
— Jiih, no los alimentan como indica la naturaleza — dije — . No les dan agua hervida y los dejan echados en el suelo donde los pican los piojos y los mosquitos.
— Jiih, jiih,— dijo Sechelela con disgusto — , y dicen que es un hechizo de los antepasados el que impide a algunas disfrutar de sus hijos.
Me tomó del brazo y lo apretó fuertemente, diciendo:
— Bwana, ¿recuerdas que Perisi pidió un hijo a Dios que fuera un niño bien formado? Ha luchado por hacer las cosas bien. Y, mira ahora, cómo ha sido contestada su oración.
Vi una mirada enojada en los ojos de la anciana.
— Sech, ¿es que sientes ira contra Dios?
— Jongo, quizá. ¿No es todopoderoso? ¿Por qué permite que ocurra esto?
— Sech, no dejes de hacerte esa pregunta y sigue haciéndotela hasta que lleguemos a donde está Perisi. Hay una respuesta, una respuesta que te sacudirá y te hará sentir dolor por haberte enojado contra Dios. ¿Recuerdas la oración que tú y yo hemos elevado a menudo en la dificultad y la prueba y cuando el camino delante de nosotros no era claro? ¿No hemos orado a Dios: “Mantén mis pasos en tus caminos para que mis pies no resbalen”?
Pero Sechelela parecía no estar escuchando. Pasamos el portón del hospital, la sala de niños: cruzando la pequeña habitación donde menos de un año antes pareció terminar la vida de Perisi. Caminamos juntos por los escalones de la sala de maternidad. La colección habitual de madres africanas estaba sentada en el sol con sus bebés en los brazos. Nos miraron con curiosidad y luego un susurro se extendió por el grupo. Yo sabía que por todo el país corría la historia de que el Bwana y — lo que era peor — el Dios del Bwana habían sido sumad (dominados) por los hechizos y las medicinas preparados por Dawa, el hechicero y su ayudante Majimbi. Pude ver a la vieja arpía con algunas de sus compañeras sentadas bajo un baobab.
— Bwana, ¿no tienes una felicitación para una abuela? — gritó — . ¿Viste que tengo un nieto grande y hermosísimo?
— Abuela — dije — , tengo una felicitación grande. Lusona para ti.
— Jiih, Bwana — cacareó la vieja — . Y he oído que nacieron otros bebés anoche.
— Es cierto — repuse — , es lo que suele ocurrir en el hospital donde los bebés sobreviven y las vidas de las madres son salvadas.
Se rió, hubo una nota de aguda sorna en su voz, pero no hizo ningún comentario.
Dentro de la sala estaba acostada Perisi, mirando sin ver la pared blanqueada. Pasando junto a la cama fui hasta una camita donde estaba su bebé. Desafortunadamente, no teníamos los instrumentos necesarios para un bebé prematuro, pero hicimos todo lo que pudimos. El niño era sietemesino. Tenía tan sólo una posibilidad de sobrevivir, la del cuidado insustituible de su madre. Me acerqué a Perisi y le hablé con tranquilidad.
— Lusona (felicitaciones).
La muchacha me miró casi con rabia. Sus ojos ardían de la misma manera que los de Sechelela.
— Kah, Bwana, ¿cómo puedes felicitarme cuando, fíjate, mi hijo se va a morir? Mira, soy el hazmerreír de todas las mujeres. Kah ¿no hablan acaso de mi hijo, mi niño, como de nyani (el mono)?
Su voz se quebró, con un sollozo. Por unos momentos, me quedé completamente en silencio, hasta que recobró la tranquilidad. Entonces dije:
— Perisi, ¿no hemos pedido a Dios que nos guíe? ¿No le hemos pedido que esta nueva vida sea de valor real para él?
— Bwana — me interrumpió Perisi — , hemos hecho todo eso y ¿no dices tú que cuando dos se ponen de acuerdo para pedir a Dios, Dios les contesta?
— Jiih, ciertamente — contesté.
— Bueno, Bwana, ¿por qué Dios no nos ha contestado en lo que pedimos?
— Ah, allí está el asunto. El camino de Dios no es siempre el nuestro.
— Jongo — dijo, pasando su mano sobre la frente, con asombro — . Bueno, Bwana, ¿por qué, por qué esto tenía que ocurrirme a mí?
— Jongo, Perisi, esa pregunta no te puedo contestar. Mira, ¿recuerdas las palabras del libro de Warumi (Romanos) que dicen: “Sabemos que a los que aman a Dios, a los que son llamados de acuerdo a su plan, todas las cosas que ocurren son de acuerdo a un plan para su bien”?
— Kah, Bwana — dijo la joven apoyándose en su codo — , pero, ¿de qué manera esto puede servir como parte de un plan para bien? ¿Acaso mi hijo no es tan chico, que prácticamente no hay esperanza de que viva? Y el hijo de la hija de Majimbi, que no ha seguido el camino de la sabiduría, ¿no es un chico grande con fuerza y buena apariencia?
— Perisi, tú misma has contestado tu pregunta.
Me incliné sobre la cama.
— Escucha, ¿sabes que tu hijo es el más pequeño que haya nacido vivo en nuestro hospital?
Movió la cabeza, asintiendo.
— ¿Y no es fuerte y grande el chico de la hija de Majimbi? No dará mucho trabajo cuidarlo.
Perisi volvió a asentir — . ¿No te parece que Dios te ha encargado la responsabilidad de un niño, que sin duda moriría si no perteneciera a una madre con habilidad y conocimientos especiales, con una paciencia especial y con un amor especial en su corazón?
Perisi me miró con asombro.
Proseguí:
— Escúchame. Escucha también a las viejas allí afuera. ¿Las oyes que dicen que tu hijo es basura? Pero si seguimos el camino de la sabiduría, el camino del conocimiento y cuidamos del niño, y lo alimentamos de manera adecuada, a las horas convenientes, cuidamos que no coma cereales hasta que le salgan los dientes, que el agua que toma sea hervida y lo ponemos en un catre alejado de las moscas, mosquitos y piojos, ya verás que crecerá y se pondrá fuerte.
— Kah — dijo Perisi con una sonrisa en el rostro — , lo veo, Bwana; el plan de Dios ha sido el de darme un camino difícil. Yah, ¡qué difíciles han sido las cosas!
— Mira, Perisi — dije ansiosamente — ; éste es el camino. El niño de Nhoto ahora es grande y favorecido, pero ¿qué será dentro de tres meses?
— Kah, pobrecito — dijo Perisi — . Su piel estará cubierta de llagas, tendrá moscas en los ojos y se le hinchará el estómago por haber sido alimentado con cereales.
— Yoh, yoh — dije — , ¿y qué será de nuestro niño?
— Kah, Bwana — dijo — . Lo alimentaré en la forma que he aprendido. Lo bañaré todos los días. Lo vestiré con las ropitas que yo misma he tejido. Estará protegido de los dudus (insectos).
 — ¿Y dentro de tres meses, Perisi?
— Bwana, habrá duplicado su peso.
Hizo a un lado las mantas y se puso de pie.
— Bwana, debo comenzar enseguida esta gran obra que Dios me ha dado.
Caminó hacia el catre donde estaba su hijo. Sechelela me tocó en el brazo.
— Bwana, hice mal en enojarme — dijo — .
— Pero no te olvides, Sech, que Dios perdona. Mira, él nos enseña lecciones de esta manera. Nunca cuestiones el amor de Dios, más bien, busca el propósito que él tiene detrás de lo que hace o permite que ocurra.
— Kah, ay, Bwana — dijo la anciana — , al mirar a este bebé se me abrió una antigua herida en el corazón. Mi primer hijo murió, y se inundó de dolor mi corazón. Bwana, fue por ello que vine aquí cuando todavía era una muchacha para estar con los que comenzaron el trabajo misionero. Así fue como oí de Dios y aprendí a seguirlo.
— Sech, ¿no puedes entonces ver el plan de Dios? ¿No nos dice Jesús que él es el Buen Pastor? Y en tu propia vida, ¿no se llevó él tu primer hijo para cumplir sus planes? Mira, muy a menudo ocurre que el Pastor toma primero a los corderos en sus brazos, para que la madre misma pueda seguir al ibelulu (el rebaño).
La anciana asintió.
— Ahora lo veo, Bwana. Mira, Bwana, se me ha curado otra herida. Jeh, son muy ciertas las palabras “Dios es amor”.