16: Artes De Padre Y De Abuela

 •  16 min. read  •  grade level: 11
Listen from:
Había por lo menos sesenta o setenta mujeres bajo un espino que tenía forma de sombrilla. Junto a ellas, había bebés y chicos y una colección de perritos no muy bien nutridos.
A la sombra, estaban los platillos que indicaban el peso de los bebés con exactitud de ocho gramos. Muchas de las mujeres, algunos de los chicos y ninguno de los perros escuchaban muy atentamente lo que Sechelela decía mientras declaraba cuál era la ley para alimentar bien a un bebé. Sacudía su dedo en el aire y con todo el arte de la oratoria, les explicaba:
— No se debe alimentar a los chicos con cereales hasta que les salgan los dientes.
Sentí que me tocaban en el hombro y me decían en voz baja:
— Bwana, mira detrás de aquellas raíces del baobab. . .
Seguí la dirección del dedo de Simba y allí vi a Majimbi.
— Kah, Bwana — dijo la voz detrás de mí — , mira cómo tuerce burlonamente los labios. Ella no obedecerá las leyes de la sabiduría. Ni lo hará su hija, y su nieto, yah, ¿qué ocurrirá con él?
Me volví para ver a Simba sacudiendo su cabeza de la manera más lúgubre.
— Kah, Bwana, si ese chico vive, bueno, será nghani ya kwizina (un asunto para maravillarse).
— Al mismo tiempo, ella siente poca alegría y afecto hacia nosotros desde que el jefe la multó con una vaca por tratar de robar nuestra manta. Vamos, Simba, debemos hacer algo, tú y yo. No podemos ser parte del Club Maternal; ven conmigo que practicaremos algún arte de padre.
— Yah, ¿arte de padre? — dijo el africano — . Bwana, ¿qué es eso?
— Amigo mío, eso es el trabajo que un padre puede hacer para cuidar a su hijo. Mira, hoy tienes que hacer un trabajo muy especial. Tu hijo está creciendo, pero todavía es tan pequeño que necesita un cuidado muy especial, tanto de parte de la madre como del padre.
 — Jeh, Bwana, pero, ¿qué puedo hacer yo?
— Construir una chilili (camita) para que el bebé duerma cuando lo lleves a casa. Porque si queda echado en el suelo, bueno, los dudus vendrán y lo morderán y podría morirse. Tampoco hay calor en el suelo y él necesita estar envuelto en mantas. Ven y te mostraré un ejemplo de lo que debes hacer. Puedes elegir: puedes hacer una con la sabiduría del carpintero o ir a la selva y cortar estacas y palos y prepararla al estilo chigogo.
Unos minutos después, observaba a Simba que medía con un aire muy profesional los diversos elementos que iba a necesitar. Interrumpí sus pensamientos.
— Jongo, Simba, sé cuidadoso al construir, de modo de hacerla fuerte. Las patas de esa camita no se deben combar. El chico no debe rodar al suelo por culpa de la falta de habilidad o el descuido del padre.
 — Joh, Bwana — dijo Simba — , haré una con la ayuda de Elisha. Tendrá patas muy fuertes. Vaya, quedará firme en el suelo, como si tuviera patas de nhembo (elefante).
Me miró con una sonrisa y preguntó:
— Bwana, antes de ir a mi trabajo, ¿puedo ver de nuevo a aquel para quien estoy trabajando? ¿Puedo saludar a mi esposa que es la alegría de mi corazón?
— Jiih — se oyó la voz de Sechelela detrás de nosotros — , mira, estaba esperando esto.
Aquí...
Una enfermera africana con una gran sonrisa en la cara puso en nuestras manos un guardapolvo y un barbijo. Nos lo pusimos cuidadosamente y entramos a la sala. Allí estaba Perisi, sentada en una pequeña mesa, ella también con barbijo y guardapolvo, alimentando a su bebé con un aire sumamente profesional, a través de un minúsculo tubo de goma. Levantó la mano.
— Despacio, Bwana, mi trabajo está casi terminado.
Simba me miró y levantó una ceja, murmurando:
— Yah, Bwana, ¿viste como lo hace con habilidad?
— Sí, Simba — asentí — , no hay duda de eso. Las mujeres pueden hacer esas cosas de una manera que no pueden hacer los hombres.
— Yah, Bwana, mira — sacudió la cabeza vigorosamente — , ¿ves que tiene manos suaves y delicadas?
Al decir esto, Perisi levantó la vista hacia él y entre ellos se cruzó una mirada de profundo afecto. Con gran cuidado, sacó el tubo y puso al bebé del lado opuesto al que antes había estado apoyado dentro de su cuna temporaria. Era una figurita de aspecto extraño con una capa de algodón que ocultaba todo menos sus ojos, nariz y boca. Yo sabía que estaba totalmente envuelto en aquel tibio colchoncito. Cuidadosamente le acomodamos las mantas.
— Yah, Bwana, hoy estoy contenta. Vaya, lo he frotado todo con aceite. Mira, lo he pesado también. Ha aumentado casi cien gramos, Bwana, cien gramos en cuatro días.
— Cien gramos, Bwana — dijo Simba como un eco, con una sonrisa — . Bwana, esto es un asunto para estar contento.
— ¿Cuánto son cien gramos, Simba?
— Bwana, no lo sé.
— Yah, es más o menos el peso de una papa del tamaño de tu mano.
— Yah — dijo Simba, mientras el rostro se le alargaba visiblemente — , el chico está creciendo muy despacio.
Parecía tan desanimado que le di una fuerte palmada entre los hombros y me reí.
— ¡Anímate!
— Kah, Bwana — dijo una aguda voz — , no hagan tanto ruido, que van a molestar al niño. Ustedes los hombres...
— Vamos, Simba — dije — , vamos, porque aquí nos metemos en problemas. Tú esfúmate y yo seguiré con mi trabajo. Tengo bastante que hacer.
El cazador africano me miró y sonrió.
— Bwana, ¿puedo ir a tu casa? Necesito algunos tornillos y unos pedacitos de madera, como tienes a los lados de los cajones de embalar. Esta cuna será la mejor que jamás haya hecho un padre para su hijo en mi país. Mira, no habrá otra cuna como ésta en Tanganica.
Otra vez era jueves. Había pasado una semana desde la notoria llegada de Yohanna y Nhembo.
Fui a ver cómo progresaba el trabajo carpinteril de Simba. Estaba muy ocupado con una garlopa.
— Bwana, con la ayuda de Elisha, antes de muchos días este trabajo estará terminado. Necesito algunos tornillos, si...
Diciendo que sí con la cabeza, lo conduje hasta el almacén donde guardábamos toda clase de cosas que algún día podíamos precisar. ¡Qué rara colección de materiales teníamos! No se desperdiciaba nada en nuestro hospital. Recogimos el material adecuado y apenas estábamos saliendo cuando, detrás del gran baobab, vimos a la vieja Majimbi. Estaba sentada allí con su nieto, que tenía una semana de edad, apoyándolo en su rodilla. Detrás de ella, había un cacharro lleno de potaje, una materia pegajosa y gris. La vieja lo estaba revolviendo con entusiasmo y vertiéndolo en la garganta del bebé. Aquél, con sus ocho días y sus cuatro kilos y medio, hacía lo posible por resistir, tosiendo y escupiendo, pero la vieja le limpiaba los pegotes del potaje de los lados de los labios y lo empujaba garganta abajo con un dedo muy sucio. De repente y como con una explosión el chico devolvió todo lo que se le había dado. La mano de la vieja se apretó contra su boca y le empujó todo adentro otra vez. Boquiabierto, observé aquella notable demostración de cómo no debe ser alimentado un bebé. Por un momento quedé demasiado paralizado y luego me adelanté vigorosamente.
— Jey, Majimbi, ¿qué crees que estás haciendo?
— Kah — dijo — , ¿de quién es este chico? ¿Tuyo o mío?
— ¿Qué valor tiene un nieto muerto? — repuse.
— Yah — siseó — , no eches hechizos contra mi nieto.
Pero Simba encontró un punto débil en la armadura de la mujer.
— Yah — dijo — , ella quiere que se muera el chico. Tiene miedo de que mi hijo se ponga más fuerte que el de su hija, y por eso sigue el camino antiguo. Cuando el chico se muera, dirá que fue por un hechizo. Bwana, tú y yo sabemos que es el miedo de que mi hijo, que es tan chico, dentro de un año, sea más grande que el que ella tiene en los brazos.
— Kah — dijo la vieja — , tu hijo no es más que basura. Se puso de pie, levantó el cacharro del potaje, escupió y se fue, hamacando al niño en su espalda. De repente, se dio vuelta.
— Kah, Bwana, nosotros seguiremos nuestro camino; tú sigue el tuyo.
Hizo un ruido con la lengua que es quizá el insulto peor que un africano puede hacer a otro. Luego volvió a escupir en el suelo y salió mascullando. Simba levantó las cejas.
— Kah, Bwana, esa sí que es ikuwo (gran ira). Mira ésa sí que es una vieja fiera. Uh, haremos bien en mantenerla lejos de nuestro camino.
— Jiih — asentí — , pero el problema está en que ella cree que es su camino el que es bueno. El cazador sacudió lentamente la cabeza.
— Jiih, Simba, ¿te acuerdas que una vez hubo un gran rey que se llamaba Salomón? Escribió muchas palabras sabias.
— Si, Bwana, las he leído en el Libro de Dios.
— Muy bien, pues ahora hay una que viene muy bien para la vieja Majimbi, tan claramente como los carteles indicadores que señalan el camino al hospital. Él dijo: “Hay caminos que al hombre parece derechos, pero su fin son caminos de muerte”.
El africano volvió a asentir con la cabeza.
— Ya ves — continué — no basta seguir el camino que uno cree que es bueno. Mira, hay algunos de tu tribu que piensan que cuando uno tiene neumonía es suficiente frotarle el pecho con grasa de león. Dicen que eso les dará fortaleza para vencer la enfermedad. Pero, ¿cuál es el fin de ese camino?
— Jongo, Bwana, el fin de ese camino es la muerte.
— Simba, hay algunos que piensan que si usan un hechizo hecho con la piel de una cabra blanca, obtendrán fuerza suficiente como para vencer el mhungo (paludismo).
— Kah, Bwana, ésa no es la forma de enfrentar los problemas. Yo lo sé muy bien. — Simba hizo girar los ojos y ejecutó todas las acciones necesarias para dar una inyección.
— Jongo, Simba, y si estas cosas son ciertas en cuanto a la salud del cuerpo, ¡cuánto más la son las de la salud del alma!
— Bwana, mi gente piensa de manera extraña cuando trata de tranquilizar el miedo de lo que ocurre con mitima (el alma) cuando mwili (el cuerpo) se muere. Hacen ofrendas a los antepasados y se tragan hechizos. También los usan encima o los meten en los techos. Kah, Bwana, hacen de todo, hacen de todo y sin embargo, siguen con miedo. Jongo, Bwana, muchos beben wujimbi (cerveza) y su terrible pariente nghangala (aguardiente) para olvidarse del miedo con su ardor y con los sueños que vienen después. Jongo, Bwana, yo sé de esas cosas. Las he probado, pero el miedo sigue corroyendo cuando uno piensa o tiene insomnio.
— Pero, ¿qué dices del camino de Dios, Simba? ¿Es seguro que sus caminos son para vida?
— ¡Ngjjjih! Bwana, por supuesto. ¿Acaso yo no sé que él es el camino que sirve, de la misma manera que los caminos de la salud en el hospital significan vida, no dolor y muerte?
— Mira, Simba — dije, levantando un trozo de papel y escribiendo — , aquí hay una receta para ti, un remedio que es muy poderoso para la salud del alma.
Escribí: “Síguele en todos sus caminos y él te mostrará su senda”. Simba lo leyó lentamente, luego dobló el papel y se lo puso en el bolsillo.
Algunos días después, lo observé llevando al hospital una cuna bastante buena.
— Bwana, quiero un gotero para los ojos.
— ¿Anda mal de los ojos algún chico?
La enfermera africana sonrió, sacudiendo su cabeza.
— Es para el niño pequeñito, el hijo de Perisi, Yohanna. Vaya, ya no tenemos que alimentarlo con el tubo, ahora podremos usar el gotero, y con el preparado que le daremos, jeh, entonces sí crecerá más rápidamente. Ahora puede tragar, Bwana, y, ¿sabes? su piel está aprendiendo a ser normal. Bwana, ya no tenemos que mantener su temperatura como lo hacíamos. ¡Cuánto se alegró Perisi cuando comprobó que había aprendido a sudar!
Sonreí. Sólo pocos días antes, me había sido difícil convencer a mi personal africano que los bebés prematuros no tienen la capacidad natural de sudar como los bebés normales. Debe vigilárselos muy cuidadosamente hasta que su piel desarrolla esta función normal. Saqué un gotero, de mi magro stock de elementos y se lo di a la muchacha.
— No te olvides de esterilizarlo — dije.
Mirándome con aire de superioridad, repuso:
— Bwana, ¿crees que me olvidaría de eso?
Apenas había cruzado la puerta cuando sonó el grito de alarma del África, un agudo: “¡Yiih! ¡Yiih!”. A través de los portones del hospital, se precipitó Nhoto, la madre del bebé de cuatro kilos y medio, a quien habíamos bautizado Nhembo (elefante). Llegó jadeando hasta la puerta.
— Bwana, rápido, ayúdame, mi hijo ... por favor. Tiene ndege ndege.
Aquel bebé de un mes estaba en sus brazos con terribles convulsiones. En un instante, Mwendwa tomó cuenta de la situación y corrió a la cocina del hospital donde siempre se dejaba una lata de queroseno con agua sobre el fuego para situaciones similares. Tomó del brazo a la mujer, fuimos rápidamente a la sala de niños y tomé una bañera para bebés. En un momento estuvieron allí dos de las enfermeras y echaron el agua caliente. Prestamente se comprobó la temperatura; la enfermera africana lo hizo con el codo de la manera más profesional. Mwendwa levantó de los brazos de la madre al chiquito con convulsiones y lo puso en el agua. Cada movimiento era eficiente y activo.
— Yah — dijo Sechelela, que había entrado en aquel momento — , miren, el chico tiene wubaga (potaje) alrededor de los labios. Lo han estado alimentando y, se ve que su estómago lo ha rechazado. Esa es la causa del problema.
Pude ver a Perisi que se acercaba hacia la puerta de la sala y cuando llegó Nhoto largó un alarido y la señaló con un dedo acusador.
— Ahí viene — aulló — , allí viene la que ha echado un hechizo contra mi hijo. Sáquenla de aquí, sáquenla.
— Yah — dijo Perisi — no digas esas cosas. Mira, nadie ha echado hechizos contra tu hijo. El problema está en que tú has seguido un mal camino.
— ¿Quién siguió un mal camino? — se oyó decir a una voz áspera de detrás de la esquina e inmediatamente apareció Majimbi, la abuela.
Una de las enfermeras estaba cumpliendo la segunda etapa del tratamiento para las convulsiones. El chico ya estaba mucho más tranquilo y yo había medido una dosis de medicina. Una vez más se utilizó el tubo que habíamos usado para el hijo de Perisi. Lo deslicé por la garganta del bebé, echando por él la medicina. La vieja lanzó un grito salvaje, y corrió hacia mí, pero fue detenida firmemente por Sechelela.
— Yah — dijo la vieja enfermera — , ¿qué haces?
— Eh — chilló la vieja — , el Bwana está envenenando al chico. Miren lo que hace. ¿Ven que ha puesto un cizoka (gusano) por la garganta del chico?
— Kah — dijo Sechelela — sólo es una goma y un tubito para que la medicina le entre bien. Fíjate que no puede tragar.
Entonces, aferrando firmemente a la vieja hechicera por los hombros, Sechelela la miró a los ojos.
— Mira — dijo — , fuiste tú quien alimentó al chico con cereales. El Bwana te vio.
— Kah — dijo la vieja, retrocediendo. Si una mirada hubiera podido matar, Sechelela hubiera caído al suelo en ese momento — . Yah, estoy siguiendo los caminos de mi tribu y ¿quién eres tú para ordenarme qué debo hacer?
— Jongo — dijo Sechelela — , yo conozco la forma de ayudar a los bebés. Los bebés de este hospital sobreviven, pero centenares de ellos morirían si siguieran los caminos de nuestra tribu y tú lo sabes. Kah, pero tú prefieres que tu mente siga en la oscuridad, que tu alma siga en tinieblas.
La vieja repitió su ruido insultante con la lengua.
— Kah, seguiré por mi propio camino — dijo — , sin importar lo que me digas.
— Muy bien — le contestó Sechelela — , puedes ir a donde se te ocurra. Mira, fíjate en esa lata — señaló la lata de queroseno — mira cómo hierve el agua. Yo no podría evitar que tú pusieras la cabeza adentro si se te ocurriera, aun cuando yo sé que está hirviendo. Puedo sí explicarte que si lo haces, te quemarás. No puedo hacer más que advertirte. Vuelvo a advertirte que si alimentas al chiquito con cereales antes de que le salgan los dientes, pronto tu nieto será pequeño en comparación a aquel, el de Simba, el bebé de quien dijiste que no era posible que viviera, ni por un día y que ahora tiene un mes y se está poniendo fuerte.
— Kah — dijo la mujer, haciendo resonar de nuevo su lengua — Nhoto y yo seguiremos nuestro camino, tú sigue con el tuyo.
La enfermera estaba frotando fuertemente con una toalla al bebé que, en ese momento, ya tenía aspecto normal. Lo colocó en una cuna y lo cubrió con ropas de bebé.
— Kah — dijo Mwendwa — , tus palabras son chaka (necias). Mira, hace un cuarto de hora el pobrecito llegó aquí muriéndose, con sus brazos que se sacudían y Nhoto decía que tenía ndege ndege (el aleteo de un pájaro). Seguimos el camino que nos han enseñado Bibi y Bwana. Mira, el bebé vive y está bien.
Y como para subrayar aquello, el bebé, echado cómodamente en la cuna, bostezó.
— Yah — dijo Mwendwa, inclinándose con una sonrisa en la cara — yah, cosa bonita.
El bebé la miró al rostro y dejó escapar un ruidito de alegría.
La vieja, haciendo a un lado a la enfermera, tomó al bebé, le arrancó las mantas, desgarró la camisita que le habían hecho con un par de medias de hombre y salió al sol con él apretado en los brazos.
— Nhoto, es tu hijo — dije con tranquilidad — . Si quieres que muera ...
Por un momento, la muchacha permaneció indecisa. Primero me miró a mí y luego a su madre, encogió los hombros y salió lentamente de la sala detrás de la vieja.
— Yah — dijo Mwendwa — , de seguro que ese chico (¡y vaya qué chico es!) tendrá que pasarlo duro, si es que vive.
Se oyó el sonido de una corneta en el portón. Vi a nuestro viejo camión cargado con leña, hojas de hierro, bolsas de cemento y, encima de todo, a Elisha, el carpintero cojo.
— Bwana, estamos listos para salir — llamó Sansón.
Pasaron dos jueves más. La tabla de peso de Yohanna mostraba una línea roja ascendente. Aunque aún pequeñito, ya me daba más la impresión de ser un bebé.
Perisi estaba juntando sus cosas y poniéndolas en la cuna que Simba había hecho.
— ¿No hay algún regalo de despedida que yo pueda hacer a Yohanna? — pregunté.
— Si tuvieras algunos alfileres de gancho, Bwana ...  — sonrió la joven madre africana.
Tomé media docena, enganché cinco y el sexto lo puse con un gesto que demostraba mucha práctica, para su uso especial con el bebé.
— ¡Pande! — se oyó la fuerte voz de Sulimani.
Perisi subió cuidadosamente en el asiento delantero con el bebé en sus brazos. Simba se trepó al lado de Elisha. Buena parte del personal y de los pacientes salió al portón y despidió los pasajeros del viejo auto cuando desapareció con un crujiente ruido en una nube de polvo, rumbo a la aldea donde estábamos construyendo nuestro nuevo hospital.