Lo que caracteriza de manera especial a esta Epístola es la vinculación de la verdad con la manifestación del amor. Tanto la segunda como la tercera Epístolas se ocupan de la recepción de aquellos que habían salido a predicar. La tercera Epístola encomienda al amor de los fieles a los que salieron por causa de Cristo, que al recibir a los tales, se convertían en colaboradores de la verdad.
Aquí Juan advierte a esta señora en contra de recibir a ciertas personas que no traían la verdad. En su primera Epístola había apremiado de manera extrema el andar en amor. E igualmente aquí dice: «Ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros.» Luego toma estos dos guardianes de la verdadera caridad: el uno es la verdad, y el otro es la obediencia: precisamente lo que fue Cristo mientras estaba en el mundo. Fue amor venido al mundo, el testigo y testimonio del amor, y Él era la verdad y el Hombre obediente. Su amor para con Su Padre se manifestó en que le obedeció en todas las cosas. Él fue la verdad al mostrar todo tal como era. Además, Él descendió para hacer la voluntad de Aquel que le había enviado.
Versículos 1-2
Juan recoge aquí estos tres grandes principios. Se insiste en el amor—o caridad divina, pero es siempre la verdad, porque es Cristo; y si no es en la verdad, es una negación de Cristo; es decir que puede haber amor en la naturaleza. Lo tercero es la obediencia a los mandamientos de Cristo. Ésta es la ocupación de un cristiano que obedece a Cristo, con verdad en el corazón, y amor como la fuente de todo ello. Y esto es precisamente Cristo. No podéis separarlos. La carne puede aparentar una cosa; puede hacer una gran exhibición de amor; pero no es verdad y obediencia, no es Cristo.
Aquí es una cuestión de conciencia para con todos. No se trata de una cuestión eclesiástica, sino de una mujer si es así llamada. Es asunto de conciencia personal para cada santo, la cuestión del individuo recibiendo a Cristo en Sus miembros y en rehusar a todo lo que niegue a Cristo. Y éste es el medio de juzgarlo: «A causa de la verdad que permanece en nosotros, y estará para siempre con nosotros.» El apóstol amaba a la señora y a sus hijos, pero era a causa de la verdad. Donde no hubiera esto, no podía haber amor divino.
Versículos 3-4
Luego, en el siguiente versículo tenemos: «del Señor Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y amor.» «Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre.» Ahora introduce la obediencia: es un mandamiento del Padre. Él hará que le sea dada la honra al Hijo, como a Él mismo.
Versículos 5-6
«Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros. Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos.» Así como Cristo anduvo según los mandamientos de Dios porque le amaba. Como Él dijo (Jn 14:31): «Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago.» Y así es con los que le siguen: «Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio.»
Versículo 7
Luego añade: «Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo.» Si este amor divino descendió en un hombre, ¿qué era su negación? Cristo vino como hombre. No podía ser un mero hombre venido en carne. Si alguien dice: He venido en la carne, yo le preguntaría: ¿Y de qué otra manera podrías haber venido? Esto es lo que tú eres; eres un mero hombre. Pero lo que se dice de cada uno de los «que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne» es que «quien esto hace es el engañador y el anticristo.» Un Hombre perfecto, es infinitamente más que esto.
Versículo 8
«Mirad por vosotros mismos.» Si todos se hubieran apartado, la obra del apóstol habría quedado quemada con fuego. Y por ello les dice: «Mirad por vosotros mismos, para que no perdamos las cosas que hemos obrado, sino que recibamos galardón completo» (v. 8, RV). El galardón completo en este sentido es por la obra que ha hecho en almas de otros. Como se dice del Señor Jesús, «verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho» (Is 53:11); y así nosotros, en nuestra pequeña medida, lo recibimos.
Versículo 9
Ahora tenemos un poco más. Después de haber hablado acerca de estos engañadores, añade: «Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios.» Si no tienes al verdadero Cristo, no tienes a Dios en absoluto. Este es el primer gran principio general. Todo a través de Juan, cuando está hablando de relación, tenemos al Hijo; pero si se trata de naturaleza, es Dios, no el Padre. En Juan 8 tenemos a Dios; y Jesús asume este puesto: «Antes que Abraham fuera, y soy.» Puede que se dé el rechazo de la verdad, y entonces no se tiene a Dios en nada; el tal queda fuera de toda aquella escena en la que se desarrolla esta gracia: no tiene la doctrina de Cristo, esto es, la verdad en cuanto a Cristo; en tal caso, el tal no tiene a Dios en absoluto. En cambio, «el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo.» El que así persevera recibe todo el desarrollo de esta inefable gracia. Esta gracia es la perfecta revelación de Dios en su propia bienaventuranza en su propio interior, no fuera, sino que se tiene a Dios dentro; y en esto se posee toda bendición, en la que el Padre ama al Hijo y ha dado al Hijo para nosotros; tienes al Padre y al Hijo. «Y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. ... Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad» (1 Jn 1:3,6). En este último caso, no hay entonces comunión con Dios, por cuanto la naturaleza de Dios es luz.
Versículos 10-11
Tenemos, primero, el gran hecho de no tener a Dios en absoluto; uno está absolutamente sin Dios si no tiene a Cristo. Luego, en segundo lugar, cuando desarrolla la verdad, está en el Padre y en el Hijo. Él apremia a estos santos a que sean decididos. «Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!» Hacer esto sería alentarle y ayudarle; es violar mi propia conciencia, porque estoy admitiendo un Cristo falso, lo que es el más profundo deshonor para Dios. Si muestro esta apariencia de amor donde no hay verdad, no es en absoluto de Cristo; es negarle y decir que lo falso es tan bueno como lo verdadero. Es ayudar al Anticristo, y no al Cristo. «El que le dice: ¡Bienvenido!» (esto es, literalmente quien le saluda al irse), «participa en sus malas obras.» Era una señal de reconocimiento y de compañerismo.
Versículos 12-13
«Tengo muchas cosas que escribiros, pero no he querido hacerlo por medio de papel y tinta, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que vuestro gozo sea cumplido.» Tengo aquí algo más, aquella clase de afecto que debiera reinar entre los santos. No se trata de una especie de amor abstracto; había gozo en verlos, un verdadero consuelo en ello, y se regocija en ver su bienestar. El Espíritu Santo siempre alienta esta actividad de amor, por muy enérgico que sea Él en favor de la verdad. Cristo ha venido al mundo: éste es el centro al cual pueden acudir las almas y hallar a Dios en gracia. Cuando cualquier cosa perturba esto, no queda recurso alguno. Si Satanás no logra nada mediante la persecución, intenta perturbar las almas acerca de la verdad en Cristo. Se presenta como león rugiente, buscando a quién devorar: esto es la persecución. Pero no se presenta siempre como león rugiente. Cuando viene como serpiente (esto es, cuando se desliza y no ruge en absoluto), es mucho más peligroso. Una persona es probada por su violencia e ira; pero la cosa es mucho más seria cuando tenemos que resistir las artimañas del diablo. Sin embargo, cuando uno se aferra de manera sencilla a Cristo, todo es sencillo. Aquí tenemos el caso de una señora. Se trata de la fe personal que se aferra a Cristo por Él mismo. Aquella persona puede que no sea lo suficientemente sabia como para rectificar el mundo, pero hay algo a lo que la fe se aferra. He de tener a Cristo. El secreto de todo es la fe personal individual que se aferra a Cristo y a Su verdad. Es una misericordia maravillosa tener aquello que es una prueba de todo, y una prueba del amor de Cristo. Lo que me lleva a través es tener un objeto claro y distintivo conforme a la mente de Dios; así es como Cristo anduvo; y si nos aferramos a Cristo, siempre es así.