4. Los Recursos Del Piadoso En Los Postreros Días

 •  20 min. read  •  grade level: 16
Listen from:
(2 Timoteo 3)
En el segundo capítulo se nos es enseñada con respecto a la baja condición de la iglesia profesante, manifestándose ya en aquel día. Este tercer capítulo nos da una solemne descripción de la terrible condición en la que caerá la profesión cristiana en los últimos días.
Al vivir nosotros en estos días podemos estar agradecidos de que no se nos deja que nos formemos nuestro propio juicio en cuanto a la condición de la Cristiandad. Dios ha predicho y ha descrito esta condición, de modo que podamos tener una estimación justa, y entregada divinamente, del pueblo de Dios profesante.
Careciendo de un pensamiento verdadero del cristianismo tal como la Escritura lo presenta, la masa de la profesión cristiana ve el cristianismo meramente como un sistema religioso a través del cual el mundo será reformado gradualmente y los paganos serán civilizados. Incluso, muchos de los hijos de Dios, con sólo un conocimiento parcial de la salvación que trae el evangelio, abrigan la falsa expectativa de que, mediante la propagación del evangelio, el mundo se convertirá gradualmente y el Milenio será introducido.
Así, entre los meros profesantes, y en muchos de los verdaderos hijos de Dios, existe la equivocada impresión de que la Cristiandad está progresando hacia una victoria triunfante sobre el mundo, la carne y el diablo. La verdad evidente de la Escritura es que la iglesia, contemplada en la responsabilidad de los hombres, ha sido arruinada tan completamente que la masa de los que forman la Cristiandad va camino del juicio.
Los escritores inspirados del Nuevo Testamento se unen al advertirnos del mal predominante de la profesión cristiana en los últimos días y del juicio que alcanzará a la Cristiandad. Santiago nos dice que “el juez está a las puertas” (Santiago 5:7-9 — Versión Moderna); Pedro nos advierte que “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” y que, en los postreros días, la profesión cristiana estará caracterizada por burladores y un materialismo grosero (1 Pedro 4:17; 2 Pedro 3:3-5); Juan nos advierte que en el último tiempo surgirán anticristos del círculo cristiano (1 Juan 2:18-19); Judas nos habla de la apostasía venidera; y el apóstol en este pasaje solemne nos prepara para la espantosa corrupción que caracterizará a la profesión cristiana en su final.
Sin embargo, si para nuestra advertencia tenemos esta detallada descripción de la forma en que concluyen los días finales, del mismo modo tenemos, para el estímulo del piadoso, una revelación igualmente clara de la plenitud de nuestros recursos para permitir al creyente escapar de las corrupciones de la Cristiandad y vivir piadosamente en Cristo Jesús.
Estas, entonces, son los dos grandes asuntos de este tercer capítulo — el mal de la Cristiandad profesante en los últimos días y los recursos del piadoso en presencia del mal.
(a) Las Corrupciones De La Cristiandad En Los Últimos Días (Vv. 1-9)
(V. 1). Dios no querría que quedásemos ignorantes en cuanto a la condición de la Cristiandad, ni que, bajo ningún pretexto especial de caridad, fingiéramos indiferencia al mal. Por consiguiente, el siervo de Dios abre esta parte de su enseñanza con las palabras, “También debes saber esto ... ” Él prosigue entonces a advertirnos de que “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos (o ‘difíciles’).”
(Vv. 2-5). El apóstol procede a darnos con suma precisión un cuadro terrible de la condición en que la Cristiandad caerá, delineando detalladamente las características preponderantes de aquellos que formarán la masa de la profesión cristiana es esos últimos días. El Espíritu de Dios habla de estos profesantes religiosos como de “hombres” pues no hay ninguna base para llamarles santos o creyentes. Sin embargo, es de notar, que el apóstol no está describiendo la condición de “hombres” paganos sino la de aquellos que profesan ser cristianos fingiendo la forma externa de piedad. En este cuadro terrible diecinueve características son hechas desfilar ante nosotros.
(1) “Los hombres serán amadores de sí mismos.” (Versión Moderna). La primera y destacada característica de la Cristiandad en estos días es el amor al yo. Esto está en contraste directo al cristianismo verdadero que nos enseña que Cristo “murió por todos, para que los que viven, no vivan ya para sí mismos, sino para aquel que por ellos murió, y volvió a resucitar” (2 Corintios 5:15 — Versión Moderna).
(2) “Avaros” (RVR60) o, “amadores del dinero” (Versión Moderna). Amarse a sí mismo conducirá a amar el dinero, pues con ello los hombres pueden comprar aquello que contribuirá a la gratificación del yo. El cristianismo nos enseña que el amor al dinero es la raíz de todos los males, y que aquellos que lo codicien se extraviarán de la fe y serán traspasados de muchos dolores (1 Timoteo 6:10).
(3) “Vanagloriosos.” El amor al dinero hará que los hombres se vuelvan vanagloriosos (o jactanciosos). Leemos en la Escritura acerca de los que “confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan” (Salmo 49:6); y otra vez, “el malo se jacta del deseo de su corazón, bendice al codicioso, y desprecia a Jehová” (Salmo 10:3). Los hombres no solamente se jactan de su habilidad adquiriendo riqueza, sino que, habiendo acumulado riquezas, ellos a menudo aprovechan la oportunidad para hacer notorios sus actos de caridad, en contraste a la humilde gracia del cristianismo que nos enseña dar de tal manera que la mano izquierda no sepa lo que hace la mano derecha.
(4) “Soberbios” o ‘arrogantes.’ La jactancia que lleva a gloriarse en uno mismo está estrechamente ligada con la arrogancia, o soberbia, que da mucha importancia al nacimiento, a la posición social y a las capacidades naturales, en contraste al cristianismo que nos conduce a estimar esas cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, nuestro Señor (Filipenses 3:8).
(5) “Blasfemos” o ‘maldicientes.’ La soberbia conduce a la blasfemia. Orgullosos de sus logros y de sus habilidades intelectuales, los hombres no dudan en hablar “mal de cosas que no entienden” (2 Pedro 2:12); y hablan “palabras contra el Altísimo” (Daniel 7:2525And he shall speak great words against the most High, and shall wear out the saints of the most High, and think to change times and laws: and they shall be given into his hand until a time and times and the dividing of time. (Daniel 7:25)) y atacan la Persona y la obra de Cristo, rechazando la revelación y mofándose de la inspiración.
(6) “Desobedientes a los padres.” Si los hombres son capaces de blasfemar contra Dios, nos asombra poco que sean desobedientes a los padres. Si tienen poco respeto por las Personas divinas, no tendrán ningún respeto para con las relaciones humanas.
(7) “Ingratos” o ‘desagradecidos’. Para aquellos que son desobedientes a los padres, toda misericordia de Dios es recibida como un asunto de derecho adquirido donde no hay ningún llamamiento al agradecimiento. El cristianismo nos enseña que todas las cosas creadas son misericordias “para que con acción de gracias” participen de ellas, “los creyentes y los que han conocido la verdad” (1 Timoteo 4:3).
(8) “Impíos” o “profanos.” Si los hombres no agradecen las bendiciones temporales y espirituales, ellos pronto despreciarán y desdeñarán la misericordia y la gracia que concede las bendiciones. Esaú despreció profanamente la primogenitura mediante la cual Dios le habría bendecido.
(9) “Sin afecto natural.” El hombre que trata ligeramente el amor y la misericordia de Dios pronto perderá el afecto natural hacia sus semejantes. El amor por sí mismo conduce a ser indiferente a los lazos de la vida familiar, o incluso a ver estos lazos como un obstáculo para la propia satisfacción.
(10) “Desleales” (RVR09), o “implacables” (RVR60). El hombre que es insensible al llamamiento del afecto natural seguramente será implacable, o será un hombre que no está abierto a ser convencido y que no puede ser apaciguado.
(11) “Calumniadores” o ‘falsos acusadores.’ Aquel cuyo espíritu vengativo es insensible a toda instancia no dudará en calumniar o acusar falsamente a aquellos que contraríen su voluntad.
(12) “Intemperantes” (RVR60) o “desenfrenados” (LBLA). El hombre que no duda en calumniar a los demás con su lengua, será uno que pierde el control de sí mismo fácilmente y actúa sin restricción.
(13) “Crueles” (RVR60), o “fieros” (Versión Moderna), o “salvajes” (LBLA y Versión J. N. Darby en Inglés). Aquel que calumnia a los demás al hablar y actúa sin restricción, exhibirá una disposición salvaje que carece totalmente de la gentileza que caracteriza al espíritu cristiano.
(14) “Aborrecedores de los que son buenos” (Versión Moderna), o “aborrecedores de lo bueno” (RVR60). La disposición salvaje ciega inevitablemente a los hombres a aquello que es bueno. No se trata solamente de que existan aquellos en la profesión cristiana que aman el mal, sino que ellos realmente aborrecen “lo bueno.”
(15) “Traidores.” No teniendo amor por lo que es bueno, los hombres no vacilarán en actuar con la malicia que traiciona las confianzas y que no tiene respeto por las intimidades de aquellos de quienes ellos profesan tratar como amigos.
(16) “Arrebatados” (RVR09), o “impetuosos” (RVR60, LBLA), o “protervos” (Versión Moderna). El hombre que puede traicionar a sus amigos es uno que procurará determinadamente hacer su voluntad, indiferente a las consecuencias y sin consideración por los demás.
(17) “Infatuados” (RVR60), o “hinchados de orgullo” (Versión Moderna), o “envanecidos” (LBLA). Lleno de vanidad, el hombre infatuado busca cubrir su obstinación bajo el vano fingimiento de que él está actuando por el bien general.
(18) “Amadores de los placeres, más bien que amadores de Dios” (Versión Moderna). Siendo vanas las pretensiones de los hombres, sus búsquedas carecerán igualmente de toda seriedad. Las nubes del juicio venidero se pueden estar reuniendo pero la Cristiandad, cegada por su propia vanidad y egoísmo, se abandona a sí misma a un torbellino de entusiasmo, procurando encontrar su placer en el gozo sensual, siendo los ministros profesantes de la religión, muy a menudo, los líderes en toda clase de placer mundano.
(19) “Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella” (RVR60), o “teniendo la forma de la piedad, mas negando el poder de ella” (Versión Moderna). De este modo, en los días finales de la Cristiandad, se hallará a la masa profesante abandonándose a toda forma de mal, mientras procura cubrir su maldad con el manto de la santidad. Así, los cristianos nominales llegan a ser más malvados que los paganos, pues, mientras se complacen en todos los males del paganismo, ellos añaden a su maldad procurando ocultarlo bajo la forma de cristianismo, aunque completamente desprovisto de su poder espiritual. ¿Qué puede ser más desesperadamente malvado que el esfuerzo por usar el Nombre de Cristo como un manto para cubrir el mal? Es este manto de santidad lo que constituye los “días peligrosos” de los postreros días, pues la apariencia de piedad a veces engaña incluso a verdaderos cristianos.
Se observará que el primer mal y aquel que es destacado en primer lugar en este cuadro terrible es el incontrolable egoísmo de los hombres que conduce a todos los demás males. Los hombres, al ser amadores de sí mismos, codiciarán para ellos mismos y se jactarán de sí mismos. Jactándose de sí mismos, serán intolerantes a toda restricción sobre su yo, sea humana o divina. El amor a sí mismos y la gratificación del yo harán que los hombres sean desagradecidos, impíos y los conducirá a anular el afecto natural, y los convertirá en implacables y calumniadores. El amor al yo conducirá a los hombres a dar libre curso a sus pasiones, conduciendo al salvajismo en presencia de todo lo que frustra su voluntad. Este mismo amor al yo conducirá a los hombres a despreciar lo que es bueno, a traicionar confianzas, y, con vanidad precipitada, a ser amadores del placer en vez de ser amadores de Dios.
Tal es el cuadro terrible que la Escritura presenta de los últimos días de la profesión cristiana. Israel, que fue puesto aparte de todas las naciones para dar testimonio del Dios verdadero, fracasó tan completamente en la responsabilidad que al final se tuvo que decir de ellos, “el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Romanos 2:24). Pero con una luz mucho mayor y con mayores privilegios, cuánto más terrible ha sido el fracaso de la iglesia profesante. Establecida para ser un testigo para Cristo en el tiempo de Su ausencia, la gran masa de aquellos que profesan el Nombre de Cristo se han hundido por debajo del nivel de los paganos y se han convertido en la expresión de la voluntad y de las pasiones de los hombres, y de este modo han llevado al bendito Nombre de Cristo a ser vituperado. ¿Podemos asombrarnos de que el fin será que aquello que profesa el Nombre de Cristo en la tierra será vomitado de Su boca? Sin embargo, no olvidemos que en medio de esta vasta profesión Dios tiene a los Suyos, y el Señor conoce a los que son Suyos. Ninguno de los que son Suyos se perderá, y al final aquellos que forman la verdadera iglesia de Dios serán presentados a Cristo sin mancha ni arruga ni cosa semejante (Efesios 5:27).
Mientras tanto, el pueblo verdadero de Dios — los que invocan al Señor con un corazón puro — son claramente instruidos a ‘evitar’ la profesión corrupta de la Cristiandad (2 Timoteo 3:5 — “a éstos evita”). No se nos llama a contender con los que forman esta gran profesión, y aún menos a pedir que el juicio caiga sobre ellos. Nosotros debemos evitar a los tales y abandonarlos al juicio de Dios.
Solamente en la medida que estemos separados de la profesión corrupta de la Cristiandad apreciaremos verdaderamente su terrible condición o daremos algún testimonio adecuado a la verdad.
Percatándonos de la condición de la Cristiandad, nos humillaremos ante Dios, confesando nuestro fracaso y debilidad, recordando que nosotros también tenemos la carne en nosotros que, de no ser por Su misericordia, puede traicionarnos fácilmente en cualquiera de estos males.
(Vv. 6-9). El escritor ha descrito la terrible condición que caracterizará a la Cristiandad como un todo en los últimos días. Él nos advierte ahora contra un mal particular que se desarrollará a partir de esta corrupción. Una clase especial de personas surgirá, quienes serán instrumentos activos en la resistencia a la verdad mediante la enseñanza del error. Completamente aparte de su falsa enseñanza, los tales son condenados por los métodos subrepticios que ellos adoptan. Leemos que ellos “se meten en las casas.” Es característico del error que rehúya la luz y que primeramente deba ser promulgado secretamente. Luego, cuando el terreno ha sido preparado secretamente mediante métodos subrepticios, los proponedores del error, no temen declarar abiertamente su falsa doctrina. Habiéndose declarado abiertamente el error, generalmente sale a la luz que éste ha sido mantenido y enseñado secretamente por años.
Además, estos falsos maestros son condenados por el hecho de que ellos ejercen atracción sobre aquellas que son caracterizadas como “mujercillas,” las que estarían en posición de influenciar los hogares y las familias de cristianos profesantes. El apóstol probablemente utiliza la término despectivo “mujercillas” para resaltar una clase disoluta de personas (sea hombre o mujer) que son gobernadas por sus emociones y pasiones, más que por la conciencia y la razón. Con mentes obsesionadas con el error, aunque enorgulleciéndose de que “siempre están aprendiendo,” estas personas “nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad.” El error deja a sus víctimas en las tinieblas de la incertidumbre.
Tales maestros, como antiguamente Janes y Jambres, resisten la verdad mediante la imitación de las formas externas de la religión, aunque están completamente desprovistos de todo lo que es vital en el cristianismo. Los tales son “hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe.” El origen de todo falso sistema en la Cristiandad puede ser rastreado hasta hombres cuyas mentes han sido corrompidas por el mal y son hallados sin ningún valor en cuanto a la fe.
No obstante, Dios, en Sus modos gubernamentales, a menudo permite que estos falsos maestros sean totalmente expuestos ante los ojos “de todos.” Una y otra vez la “insensatez” de estos sistemas religiosos, así como las vidas malvadas de muchos de sus líderes, han sido expuestas tan plenamente ante el mundo que se han convertido en objetos de desprecio a los ojos de todos excepto de sus engañadas victimas.
(B) Los Recursos Del Piadoso En Presencia Del Mal (Vv. 10-17)
En la mitad anterior del capítulo somos instruidos en la rica provisión que Dios ha hecho para que Su pueblo pueda ser preservado de las corrupciones de la Cristiandad y pueda actuar como conviene al hombre de Dios en los postreros días.
(Vv. 10, 11). En primer lugar, se nos dice definitivamente que la gran salvaguardia contra todo lo que es falso es el conocimiento de lo que es verdad. Así el apóstol puede decir a Timoteo, “Tú empero has conocido perfectamente mi enseñanza, mi conducta, mi propósito, mi fe, mi longanimidad, mi amor, mi paciencia, mis persecuciones, mis padecimientos” (Vv. 10-11 — Versión Moderna). No hay necesidad de conocer plenamente el mal, pues nosotros no escapamos del mal simplemente por conocerlo. Es mediante el conocimiento de la verdad que podemos detectar lo que es falso y contrario a la verdad; y habiendo detectado el mal, somos exhortados a no ocuparnos de él, sino a ‘evitar’ a aquellos que siguen en pos de él. La verdad ha sido presentada en la enseñanza del apóstol y se nos ha revelado en sus Epístolas. Ésta se puede resumir como el descarte del hombre según la carne como estando plenamente corrupto y bajo la muerte, como la condenación del viejo hombre en la cruz de Cristo, y como la introducción de un nuevo hombre en vida e incorruptibilidad, manifestado en Cristo resucitado y glorificado, a quien los creyentes, de entre Judíos y Gentiles, están unidos en un cuerpo por el Espíritu Santo.
Esta doctrina es la que Pablo puede decir a Timoteo que ha “conocido perfectamente” (Versión Moderna). Mientras más plenamente entremos en la enseñanza de Pablo, más definitivamente seremos capaces de detectar y de evitar el mal de estos postreros días.
En segundo lugar, el apóstol puede apelar a su “conducta.” Su vida era plenamente consistente con la doctrina que él enseñaba. En esto, indudablemente, hay un contraste intencionado entre el apóstol y los malos maestros de quienes él ha estado hablando. La insensatez de ellos es expuesta en vista de que sus vidas están en evidente contradicción con la piedad que ellos profesan. Es manifiesto a todos que su profesión de la forma de piedad no tiene poder sobre sus vidas. En el caso del apóstol era completamente de otra manera. En su enseñanza él proclamaba el llamamiento celestial de los santos y, en consistencia con su doctrina, su conducta era la de un extranjero y peregrino cuya ciudadanía está en los cielos. Se trataba de una vida gobernada por un “propósito” definido, vivida por “fe,” exhibiendo el carácter de Cristo en toda “longanimidad, amor, paciencia,” implicando “persecuciones” y “padecimientos.” De este modo la primera gran salvaguardia contra el mal de los postreros días es una vida vivida en consistencia con la verdad. Hay, sin embargo, una fuente adicional de seguridad, pues, en tercer lugar, leemos acerca del sostenimiento del Señor. De esto Pablo puede testificar a partir de su propia experiencia, pues, hablando de los padecimientos y persecuciones involucradas en su vida, él puede decir, “de todas me ha librado el Señor.” Si somos diligentes en conocer la doctrina, si estamos preparados para vivir una vida consistente con la enseñanza, percibiremos el sostenimiento del Señor. Los demás pueden abandonarnos así como lo hicieron con el apóstol; otros pueden pensar que somos demasiado extremos y demasiado intransigentes; pero al contender por la fe, hallaremos tal como él, que el Señor estará a nuestro lado, nos dará fuerzas, nos permitirá proclamar la verdad, nos librará de la boca del león y de toda obra mala, y nos preservará para Su reino celestial (2 Timoteo 3:11; 2 Timoteo 4:17-18).
(Vv. 12-13). Se nos recuerda cuán necesario es el sostenimiento del Señor, al ser advertidos que todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución. La forma que la persecución toma puede variar en diferentes épocas y en diferentes lugares, pero permanece verdadero el hecho de que uno que se mantiene aparte del mal de la Cristiandad y busca mantener la verdad debe estar preparado para el abandono, los insultos y la maldad. ¿Cómo puede ser de otro modo cuando, en la Cristiandad misma, “los hombres malos y los impostores irán de mal en peor, engañando, y siendo ellos mismos engañados” (V. 13 — Versión Moderna)?
(V. 14). En cuarto lugar, en presencia del mal, el piadoso hallará seguridad y sostenimiento persistiendo en las cosas que hemos aprendido por medio del apóstol. Así él escribe a Timoteo, “persevera tú en las cosas que has aprendido, y de que has tenido la seguridad, sabiendo de quién las aprendiste” (V. 14 — versión Moderna). Por tercera vez en el curso de esta breve Epístola, Pablo enfatiza la importancia, no sólo de tener la verdad, sino de recibirla de una fuente inspirada si ella ha de ser sostenida con plena seguridad (ver 2 Timoteo 1:13; 2 Timoteo 2:2).
La experiencia demuestra que muy a menudo los creyentes no pueden resistir el error en forma definida debido a que ellos no están plenamente persuadidos o no han tenido la seguridad de la verdad. En presencia del error, y especialmente del error mezclado con la verdad, necesitamos estar plenamente convencidos que las cosas que hemos aprendido son realmente verdad. Esta seguridad sólo la podemos tener sabiendo que aquel de quien hemos recibido la verdad habla con autoridad inspirada. Un maestro nos puede presentar la verdad, pero ningún maestro puede hablar con autoridad inspirada. Él debe dirigirnos a los escritos inspirados si hemos de sostener la verdad en fe y seguridad. En presencia de malos hombres y de engañadores, que van de mal en peor, siempre presentando nuevos desarrollos del mal, podemos bien precavernos de todo lo que profese ser una nueva luz y continuar en las cosas que hemos aprendido.
(Vv. 15-17). De este modo, la salvaguardia final contra el error es la inspiración y la suficiencia de las Sagradas Escrituras. Los hombres dan libre curso a sus interminables y cambiantes teorías, pero en las Escrituras tenemos cada verdad que sería para nuestro provecho preservada en una forma permanente, protegida del error por la inspiración, y presentada con autoridad divina. Sin duda, las Sagradas Escrituras que Timoteo había conocido desde la niñez serían las Escrituras del Antiguo Testamento. Pero, cuando el apóstol declara además, “Toda Escritura es inspirada por Dios” (LBLA), él incluye el Nuevo Testamento con todos los escritos apostólicos. Sabemos que Pedro clasifica todas las Epístolas de Pablo con “las otras Escrituras” (2 Pedro 3:16).
Además, allí se expone ante nosotros el gran beneficio de las Escrituras. Primero, ellas nos pueden hacer sabios “para la salvación, por medio de la fe que es en Cristo Jesús” (V. 15 — Versión Moderna). En segundo lugar, habiendo sido dirigidos a Cristo de modo que hallamos en Él salvación, descubriremos además que “toda Escritura” es “útil” para el creyente, puesto que en la ley de Moisés, los profetas, y los Salmos, nosotros descubriremos cosas acerca de Cristo (Lucas 24:27, 44). Además, hallaremos cuán útil son las Escrituras “para redargüir” (o “para reprender” — LBLA). ¡Es lamentable! podemos estar ciegos a nuestras propias faltas, y tan llenos de nuestra propia importancia, que somos sordos a las reprensiones de los demás; pero, si estamos sujetos a la Palabra, hallaremos que la Escritura trae convicción pues es “viva, y eficaz, y más aguda que toda espada de dos filos ... y es hábil en discernir los pensamientos y propósitos del corazón” (Hebreos 4:12 — Versión Moderna).
Además, Las Escrituras no sólo redarguyen, sino que también son útiles para “corregir.” Habiendo redargüido, ellas corregirán; y habiendo corregido ellas nos enseñarán en la forma que es correcta. Teniendo, entonces, las Escrituras inspiradas, al hombre de Dios le es posible estar completamente establecido en la verdad en presencia del error abundante, y estar “enteramente preparado para toda buena obra” en un día malo.