Las Bodas Del Cordero
(Apocalipsis 19:1-10)
Mirando a nuestro alrededor a la Cristiandad actual, vemos por una parte que la gran profesión cristiana está volviéndose más y más corrompida, y que terminará al fin apoyada por los líderes políticos que derivan su poder del abismo. En el lenguaje de los símbolos, la mujer se sentará sobre la bestia. Por otra parte, vemos al verdadero pueblo de Dios volviéndose más y más débil en lo externo e insignificante a los ojos del mundo.
Frente a la corrupción de la profesión cristiana y a la debilidad entre el verdadero pueblo de Dios, hay siempre el peligro presente que nosotros, los que deseamos ser fieles a la luz que nos ha sido dada, podamos fatigarnos y desmayar en nuestras mentes; que nos cuelguen las manos, se nos debiliten las rodillas y que nos apartemos del camino recto y angosto a un camino más ancho y fácil.
Para poder persistir a pesar de cada dificultad, y correr con paciencia la carrera que ha sido puesta delante de nosotros, encontramos continuamente en la Escritura que el Espíritu de Dios dirige nuestros pensamientos hasta el fin de la jornada. Así, en este pasaje, habiendo contemplado en los capítulos diecisiete y dieciocho los juicios finales sobre todas las corrupciones de la Cristiandad, somos ahora llevados en espíritu al cielo, para que sea desvelada ante nosotros la gloria de Cristo y la final bendición de Su pueblo. Cuán bueno, entonces,
Mirar más allá de la noche larga y oscura,
Y el venidero día saludar,
Cuando Tú en resplandeciente blancura
Tus glorias nos vas a mostrar.
(V. 1) Juan puede decir: «Después de esto oí como una gran voz de una gran multitud en el cielo». Se nos permite no sólo ver el juicio final de la falsa iglesia sobre la tierra, sino que se nos revela la final bienaventuranza de la verdadera iglesia en el cielo.
Ya en el capítulo 18:20 hemos oído que el cielo, y los santos, apóstoles y profetas, son llamados a alegrarse por la condenación de la infiel mujer. Ahora se nos permite oír la respuesta del cielo, porque oímos a «una gran multitud en el cielo» que dice «¡Aleluya!». Hablan, también, unánimes: «Una gran voz.» Toda la mente del cielo es una. Como a veces cantamos: «Ninguna nota desafinada sonará allá discordante.» Babilonia había profesado que la salvación se encontraba sólo en su falso sistema; se había arrogado la gloria y el poder, como leemos: «Se ha glorificado ... ; dice en su corazón: Yo estoy sentada como reina». El cielo, con una voz, adscribe la «salvación», «gloria» y «poder» a Dios.
(Vv. 2-4) Además, el cielo ve que el juicio de este falso sistema es la vindicación del santo carácter de Dios. El cielo dice con una voz: «Sus juicios son verdaderos y justos.» Mirando atrás, vemos la arrogancia y glorificación propia y exhibición de poder de este corrupto sistema al que se le ha permitido seguir durante siglos. Recordamos también las persecuciones por las que la sangre de millones del pueblo de Dios ha sido derramada por mano de la infiel mujer, sin aparente intervención de parte de Dios. Al ver estas cosas, podríamos sentirnos tentados a pensar que Dios ha sido indiferente frente al mal del mundo y al dolor de Sus santos. Al final vendrá el día en que se verá que la longanimidad de Dios no significa que Él sea tardo tocante a Su promesa, o a que no haya visto los sufrimientos ni oído los clamores de Su pueblo. Él juzgará con justicia todas las corrupciones y vengará la sangre de Sus siervos. Esta intervención de Dios suscita un segundo «¡Aleluya!» de parte de las huestes del cielo.
Acto seguido, los santos se postran y adoran a Dios, y por tercera vez oímos al cielo elevar su «Aleluya». El primer Aleluya es suscitado por los atributos de Dios; el segundo Aleluya por Sus santos juicios sobre el mal; el tercer Aleluya es adoración por todo lo que Dios es en sí mismo.
(Vv. 5-7) Habiendo sido ejecutado el juicio sobre las corrupciones de la tierra y vengada la sangre de los santos, se nos permite mirar por fe más allá de todos los juicios y ver la gloria de Cristo y la bendición de Su pueblo. Vemos el camino abierto para el reinado de Cristo, y llegado el gran día de las bodas del Cordero. A la vista de estos grandes acontecimientos, una voz del cielo llama a todos los siervos de Dios, grandes y pequeños, a alabar a nuestro Dios. Con gran deleite, el cielo responde al llamamiento, porque en el acto Juan oye la alabanza de una gran multitud como el estruendo de muchas aguas, y el sublime retumbar del trueno, diciendo «¡Aleluya!» Este cuarto Aleluya es la expresión del gozo del cielo en que la gloria de Cristo es manifestada y cumplidos los deseos de Su corazón. Sus padecimientos tendrán una gloriosa respuesta, porque el tiempo de reinar ha llegado, y Su amor que lo llevó a morir por la iglesia quedará satisfecho, porque «han llegado las bodas del Cordero». Así, se nos permite ver el cumplimiento de todos los consejos de Dios para Cristo y Su iglesia. Es algo bendito ver que desde el principio de la historia del hombre, y a través de todos los tiempos, Dios ha mantenido para siempre delante de nosotros las verdades tan queridas a Su corazón acerca del Cordero y la esposa. Las primicias del rebaño de Abel comienzan la historia del Cordero. Abraham retoma la historia cuando nos dice que «Dios se proveerá de Cordero». Moisés continúa la historia cuando, la noche de la Pascua, dice a Israel que tomen un cordero «sin defecto»; Isaías predice que Cristo sería llevado «como un cordero ... al matadero». Juan el bautista, contemplando a Cristo sobre la tierra, puede decir: «He aquí el Cordero de Dios»; Pedro nos recuerda que somos redimidos «con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha ni contaminación»; y el apóstol Juan nos trae ante el Cordero en medio del trono, como inmolado, y nos prosigue llevando a la gloriosa respuesta a todos Sus padecimientos, cuando ha llegado el gran día de las bodas del Cordero.
Además, Dios había siempre tenido ante Él la iglesia como la esposa de Cristo, para serle presentada para satisfacción de Su corazón. Incluso antes que llegase la caída, ¿no podemos ver en Eva, que fue presentada a Adán como aquella que era «a su imagen», el gran secreto ahora revelado de que Cristo iba a tener una gran compañía de santos hechos a Su semejanza y presentados a Él? Rebeca, aquella en quien Isaac halló consolación y amor, prosigue la historia de la esposa. Más adelante, vemos cómo Asenat, Rut, Abigail y la esposa del Cantar de los Cantares van presentando diferentes imágenes de la iglesia como esposa del Cordero. A lo largo de las eras y de las cambiantes dispensaciones, del surgimiento y caída de Israel, y a través del período cristiano con todo el fracaso que lo ha señalado—detrás de todo ello—Dios ha estado llevando a cabo Su gran propósito, y todo ha ido moviéndose adelante hacia el gran día de las bodas del Cordero.
(V. 8) Que la esposa «se ha preparado» indicará de cierto que ya ha pasado la vista del tribunal de Cristo. Todos los fracasos en su viaje por el desierto a través de este mundo han sido resueltos, y nada queda sino lo que tiene la aprobación de Cristo. La esposa será exhibida en lino fino, que, como se nos dice en el acto, «es las acciones justas de los santos». Todo aquello que los santos han hecho por Cristo, y en Su Nombre, durante el tiempo de su peregrinación en la tierra—todos los padecimientos, vituperios e insultos que han soportado, y cada vaso de agua fría dado por Su causa—serán recordados en este gran día, y se hallará «en alabanza, gloria y honra» (1 P 1:7). El acto más pequeño que tenga a Cristo como su motivo es una puntada de hilo en el vestido que adornará a la iglesia cuando al final sea presentada a Cristo sin mancha, ni arruga, ni nada semejante. ¡Qué maravilla darse cuenta de que ningún miembro de la iglesia de Cristo estará ausente aquel gran día! Tanto grandes como pequeños estarán ahí. Cada uno de los desconocidos millones de mártires que sufrieron toda forma de violencia y ultraje en los días de la Roma pagana estarán ahí; todos los que pasaron por los horrores aún mayores de la Roma Papal tendrán una gloriosa respuesta a sus padecimientos. La inmensa hueste de santos que a lo largo de las edades han vivido sus vidas en oscuridad bajo la mirada de Dios como los pacíficos de la tierra y de los que no tenemos registro en la historia, serán por fin exhibidos en gloria como formando parte de la iglesia de Cristo, «santa y sin mancha».
¡Oh día de sin par promesa!
El Esposo y la esposa
Siempre en gloria están
Y satisfechos en amor.
(V. 9) Además aprendemos que no sólo la iglesia entrará en el lugar especial de bendición para el que ha sido escogida, sino que también habrá los que son benditos como estando «invitados a la cena de las bodas del Cordero». Una cena de bodas no puede limitarse al Novio y a la novia; necesariamente incluye a los invitados. En esta gran fiesta de bodas, los invitados representan ciertamente a la gran hueste de santos del Antiguo Testamento que, aunque no forman parte de la iglesia llamada de entre judíos y gentiles durante el período cristiano entre Pentecostés y el Arrebatamiento, tendrán sin embargo parte en la resurrección de los santos, formando parte de la gran compañía que es designada como «los que son de Cristo, en su venida» (1 Co 15:23), y tendrán su puesto especial de bendición en el día de la gloria. Ahí estará toda la larga línea de santos antes de la Cruz; ahí estarán Abel y el gran ejército de mártires; ahí estarán Enoc, que anduvo con Dios, y las «miríadas» de santos de Dios de los que él profetizó; ahí estarán Abraham y los «extranjeros y peregrinos» que dieron la espalda a este mundo para buscar una patria celestial; ahí estarán Moisés y todos aquellos que escogieron más bien sufrir aflicción con el pueblo de Dios que gozar de los deleites temporales del pecado. En una palabra, ahí estarán toda la gran hueste de santos desde el Huerto del Edén hasta la cruz de Cristo, que han caminado la senda de la fe, «grandes y pequeños», de los que el mundo no era digno, y tendrán su parte y bendición en la cena de bodas del Cordero.
Estos maravillosos desvelamientos de la gloria venidera terminan con la certidumbre de que «Éstas son palabras verdaderas de Dios». Podemos, así, estar totalmente persuadidos de su veracidad y abrazarlas cordialmente con la fe que descansa en las «palabras verdaderas de Dios».
(V. 10) Abrumado por la gloria del ángel que anuncia estos grandes acontecimientos, Juan se postra a sus pies para rendirle homenaje. En el acto es amonestado a no adorar a nadie que sea un consiervo, sino sólo a adorar a Dios. El ángel era sólo un siervo para anunciar las palabras verdaderas de Dios, y por ello llevarnos a adorar a Dios—lo que es el objetivo de todo verdadero servicio. Además, se nos recuerda que «el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía». La profecía, desde luego, nos desvela el juicio venidero de las naciones y la futura bendición del pueblo de Dios, pero todo esto es con vistas a la gloria y honra de Jesús. El gran fin de las «palabras verdaderas de Dios» es Jesús. Al leer profecía es bueno tener no simplemente eventos del porvenir, sino al mismo Jesús.
Jesús, tú solo eres digno
De recibir alabanzas sin fin;
Porque Tu amor, gracia y bondad
Desbordan nuestro pobre pensar.