El Milenio
(Apocalipsis 20:4-15)
Hemos aprendido, por las visiones vistas por el apóstol, que los líderes de la final rebelión de la cristiandad apóstata, junto con sus seguidores, caerán bajo un juicio sumarísimo a la manifestación de Cristo como Rey de reyes y Señor de señores.
(V. 4) Ahora aprendemos, por las visiones que siguen, que «los ejércitos celestiales» (19:14) que seguían al Rey de reyes están investidos de autoridad judicial. ¿No deberíamos distinguir en estos ejércitos a tres clases de santos? Primero, tenemos la iglesia, junto con los santos del Antiguo Testamento. Ya hemos visto a estos santos representados bajo la figura de ancianos rodeando el trono en el cielo y con inteligencia de la mente de Dios (caps. 45); luego los hemos visto presentados como la esposa y los invitados en la cena del Cordero, para satisfacción del corazón de Cristo (cap. 19); ahora los vemos formando parte de los ejércitos que siguen al Señor saliendo del cielo para estar asociados con Él en Su reinado.
Segundo, Juan ve la resurrección de los que habían sufrido martirio por causa del testimonio de Jesús, y que en los días del quinto sello habían clamado a Dios, diciendo: «¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre de manos de los que moran en la tierra?» Se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo. Aquel tiempo ya ha transcurrido, y ha llegado la respuesta al clamor de ellos, porque son resucitados para tener una gloriosa recompensa por todos sus sufrimientos, quedando asociados con Cristo en las bendiciones de Su reino.
Tercero, oímos de los santos que sufrieron bajo el reinado de la bestia por rehusar adorarle o recibir su marca. También ellos vivirán y reinarán con Cristo mil años.
(Vv. 5-6) El levantamiento de estos santos da fin a la primera resurrección. La primera resurrección no significa que todos los que tengan parte en ella sean resucitada al mismo momento. La resurrección de Cristo fue las primicias (1 Co 15:23); luego sigue la resurrección de los santos del Antiguo Testamento, y de los que han caído dormidos durante el presente período, en el tiempo del arrebatamiento (1 Ts 4:16-17); y finalmente, la resurrección de los santos en la manifestación de Cristo, los que han muerto o sufrido el martirio durante el período entre el arrebatamiento y la manifestación.
(Vv. 7-10) En estos versículos somos llevados al final del glorioso reinado milenial de Cristo, para aprender que al fin de los mil años habrá una prueba final para el hombre. Parece que no es parte del propósito de Dios en Apocalipsis darnos una descripción de la bienaventuranza del milenio. Esto ya ha sido hecho en muchos pasajes de infinita belleza en los Salmos y Profetas del Antiguo Testamento. Aquí somos llevados al final del reinado de Cristo, para aprender que la carne nunca cambia. Antes del diluvio, los hombres llenaron la tierra con violencia y corrupción. Bajo la ley, el hombre transgredió y cayó en la idolatría; bajo la gracia los hombres rechazan absolutamente el ofrecimiento de salvación de Dios y la Cristiandad se torna apóstata. Al final, bajo el reinado de Cristo en justicia, se descubrirá que en el instante en que Satanás es dejado suelto «por un poco de tiempo», las naciones serán engañadas y reunidas bajo su caudillaje para oponerse a Cristo y a Sus santos. Se ha dicho con verdad: «Así es el hombre, y así es Satanás. Un confinamiento de mil años en el abismo no ha cambiado el carácter del engañador. Mil años de bienaventuranza bajo el gobierno de Cristo no ha cambiado la naturaleza del hombre, que escucha codiciosa la voz del engañador.» Habrá desde luego santos fieles al Señor, y la ciudad amada, pero la gran masa de los hombres aparecerán en oposición a Cristo y a los Suyos, porque se reunirán los hombres de los cuatro extremos de la tierra, y su número será como la arena del mar.
Los nombres de Gog y Magog parecen ser empleados como símbolos, tomados del profeta Ezequiel, para representar el odio y la oposición del mundo contra Cristo y Su pueblo. En Ezequiel, Gog es una persona literal, el príncipe soberano de la inmensa región al norte de Palestina, y conocida en nuestros tiempos como Rusia.
La resolución de este último conflicto no será incierta ni por un momento, como en los conflictos de los hombres. La destrucción de estos rebeldes será instantánea y aplastante. El fuego de Dios, del cielo, los devorará, y Satanás, el líder de esta última rebelión, caerá en su condenación final en el lago de fuego, donde ya están la bestia y el falso profeta, «y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos».
(Vv. 11-15) Sigue otra escena de intensa solemnidad—el juicio del «gran trono blanco». Este juicio tiene lugar seguramente en la eternidad, porque leemos: «huyeron la tierra y el cielo». El actual orden de la creación desaparece para dar lugar a una nueva creación. «No se encontró ningún lugar» para los presentes «tierra» y «cielo» en los que el hombre ha tratado de gratificar su soberbia y magnificarse fundando poderosos imperios y edificando magníficas ciudades, enriquecidas y adornadas con todo lo que el ingenio humano puede inventar.
Pero si han de pasar para siempre las escenas en las que se ha expuesto la soberbia humana y se ha expresado su rebelión contra Dios, aprendemos que el hombre, él mismo, queda para responder ante Dios de su rebelión y para recibir la justa recompensa de sus hechos. Así, aprendemos que llegará el tiempo en que «los muertos, grandes y pequeños», comparecerán ante el trono del juicio.
La figura de los dos libros parece establecer, por una parte, que Dios conoce el registro de todas las obras de los hombres, y que por otra parte Dios ha guardado un registro de los nombres de los ordenados para vida. En este solemne juicio los hombres serán juzgados no sólo debido a sus malas obras, sino porque han rechazado a Cristo y Su obra (mediante la que los pecados de ellos podrían haber sido quitados para siempre), lo que queda puesto de manifiesto por la solemne realidad de que sus nombres están ausentes del libro de la vida.
En esta solemne escena se nos permite ver el fin de todo mal y la sentencia final de cada enemigo de Dios, grandes y pequeños. El diablo fue «lanzado al lago de fuego». La muerte y el infierno fueron lanzados al lago de fuego. «Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego».