En la historia de la carne y de la sangre, la cual se nos da en las Escrituras, aprendemos que por el pecado vino la muerte. Para todos, presididos o representados por Adam, fue esto: “El día que de él comieres morirás”. Tocante, sin embargo, a la prometida simiente de la mujer, Quien no fue así representada, le fue dicho a la serpiente: “Tú le herirás en el calcañar”. La muerte de esta Simiente había de ser por supuesto tan peculiar como Su nacimiento. Él había de ser, por nacimiento, la Simiente de la mujer; en la muerte, Su calcañar sería herido. En la plenitud del tiempo el Prometido fue “hecho de mujer”. El Hijo de Dios, el Santificador, participó de carne y sangre; Él vino a ser “lo santo” (Lucas 1:3535And the angel answered and said unto her, The Holy Ghost shall come upon thee, and the power of the Highest shall overshadow thee: therefore also that holy thing which shall be born of thee shall be called the Son of God. (Luke 1:35)).
¿Tenía la muerte, pregunto, título alguno? Ninguno en absoluto. Cualquier título que el pacto eterno pudiera tener sobre Su calcañar, la muerte no tenía ninguno sobre Su carne y Su sangre. En esta bendita Persona, si así puedo expresarlo, había idoneidad para llevar a cabo el propósito divino, esto es que Su calcañar fuera herido, pero no había, en modo alguno, riesgo de muerte.
Bajo el pacto, y al amparo de este divino plan, y por Su propia divina complacencia, Él se había entregado a Sí mismo, diciendo, “He aquí, vengo”. Por causa de los grandes fines de la gloria de Dios y la paz del pecador, Él había tomado “la forma de un siervo”. Y en consecuencia, en el debido tiempo Él fue hecho “semejante a los hombres”, y siendo hallado en esa “condición”, prosiguió humillándose a Sí mismo hasta la “muerte de cruz” (Filipenses 2:88And being found in fashion as a man, he humbled himself, and became obedient unto death, even the death of the cross. (Philippians 2:8)).
En esa disposición lo vemos por toda Su vida. Él esconde Su gloria, “la forma de Dios”, bajo esta “forma de un siervo”. No buscó honra de los hombres. Él honró al Padre que le había enviado, y no a Sí mismo. No quería darse a conocer a Sí mismo.
No quería mostrarse a Sí mismo al mundo. Así lo leemos de Él. Y todo esto pertenecía a la “forma” que Él había tomado, y cobra su perfecta ilustración en las historias o narraciones de los Evangelios.
Bajo la forma de un subordinado a César, Él ocultó la forma del Señor de la plenitud de la tierra y de la mar. Se le pidió que pagara tributo; por lo menos, se le preguntó a Pedro si su Maestro no lo pagaba. El Señor declara Su libertad; pero, para no ser causa de que se escandalizaran, Él paga el tributo por Pedro y por Él. Pero ¿Quién era, a todo esto, éste? Ninguno menos que Aquel de Quien había sido escrito, “De Jehová es la tierra y su plenitud”. Porque Él ordena a un pez del mar que le traiga la moneda exacta que luego pasa a manos de los colectores de tributos (Mateo 17).
¡Qué demostración del precioso misterio de que Aquel que “era en la forma de Dios”, y que “no tuvo por usurpación ser igual a Dios”, —usando de este modo los tesoros del abismo, y mandando a las criaturas hechas por la mano de Dios, como suyos,— tomó la “forma de un siervo”! ¡Qué gloria irrumpe por entre la nube en este incidente pasajero y trivial! Todo fue entre el Señor y Pedro; pero fue una manifestación de “la forma de Dios” de debajo de la “forma de un siervo”, o de uno sujeto a la potestad (Romanos 13:11Let every soul be subject unto the higher powers. For there is no power but of God: the powers that be are ordained of God. (Romans 13:1)). La plenitud de la tierra pagó tributo a Él en el momento en que Él consentía en pagar tributo a otros. Como, en otra ocasión, el huésped inadvertido en las Bodas de Caná surtió la fiesta, no ya como si hubiese sido “el esposo”, sino como el mismo Creador de todo cuanto abastecía. Allí de nuevo Él “manifestó Su gloria; y Sus discípulos creyeron en Él” (Juan 2:1111This beginning of miracles did Jesus in Cana of Galilee, and manifested forth his glory; and his disciples believed on him. (John 2:11)).
Así que de nuevo leemos de Él que no clamará, ni alzará, ni hará oír Su voz en las plazas. No quebrará la caña cascada, sino que se inhibirá. Y todo esto porque Él había tomado la “forma de un siervo”. Y en conformidad con esto, en el mismo instante se cita la Escritura, “He aquí Mi Siervo, a quien he escogido” (Mateo 12:1818Behold my servant, whom I have chosen; my beloved, in whom my soul is well pleased: I will put my spirit upon him, and he shall show judgment to the Gentiles. (Matthew 12:18)).
Todo esto fue muy significativo de Su idiosincrasia. Muéstranos alguna señal del cielo, fue otra tentación para que Él se ensalzara a Sí mismo (Mateo 16). Los Fariseos le probaron, lo mismo que el diablo le probó cuando quería que Él se arrojara desde el pináculo del templo, y del mismo modo que lo hicieron Sus parientes cuando le dijeron, “Manifiéstate al mundo” (Juan 7). ¿Pero qué dijo el Siervo perfecto? Señal no le será dada, sino la señal de Jonás —una señal de humillación, una señal de que el mundo y el príncipe del mundo tomarían, aparentemente, ventaja sobre Él, momentáneamente, en lugar de una señal que pasmara y silenciara al mundo y lo pusiera sumiso a Sus pies.
Excelentes son, en verdad, estos trazos del perfecto Siervo de Dios. David y Pablo, parados, como si dijéramos, a cada lado de Él, como lo estuvieron Moisés y Elías en el Monte santo, reflejaban a este Siervo, ocultándose de Sí mismo, como nos ha dicho un bien conocido tratado. David mató al león y al oso, y Pablo fue arrebatado al tercer cielo; pero ninguno de ellos habló de aquellas cosas. Hermosos reflejos del Siervo Perfecto fueron tales comportamientos. Pero ellos, y todos los semejantes a ellos que podemos hallar en las Escrituras, o entre los santos de Dios, están más distante del gran Original que lo que nuestras medidas alcanzan a medir. Él escondió la “forma de Dios” bajo la “forma de un siervo”. Cristo fue la potencia de David cuando mató al león y al oso; y Él fue el Señor de ese cielo al cual Pablo fue arrebatado, pero fue hallado en la forma de uno que “no tenía donde reclinar Su cabeza”.
Así fue en la cumbre de “el monte santo”, y otra vez al pie de este. En la cima de él, a la vista de Sus elegidos, por un breve momento, Él fue “el Señor de gloria”; al pie de él, fue “sólo Jesús”, ordenándoles que no contaran la visión a nadie hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos (Mateo 17).
Observadle otra vez en el barco en el lago en medio de la tormenta. Se encontraba allí como el obrero cansado cuyo sueño era dulce. Tal fue Su forma manifiesta. Pero debajo yacía “la forma de Dios”. Se levantó, y como el Señor que encierra los vientos en Sus puños, y ata las aguas en un paño, reprendió al mar y lo redujo a la calma (Proverbios 30:44Who hath ascended up into heaven, or descended? who hath gathered the wind in his fists? who hath bound the waters in a garment? who hath established all the ends of the earth? what is his name, and what is his son's name, if thou canst tell? (Proverbs 30:4); Marcos 4).
Es en las glorias plenas y variadas del Jehová de Israel que Cristo desfila a veces ante nosotros. En pasados días, el Dios de Israel había mandado a las criaturas de la gran mar, y “un gran pez” fue dispuesto para tragar a Jonás y servirle de sepultura para el tiempo convenido. Y de este modo, en Su día, Cristo se identificó a Sí mismo como el Señor de todo cuanto entraña “esta gran mar ancha de términos”, ordenando a una multitud de sus “animales pequeños” a entrar en la red de Pedro. (Salmo 104; Lucas 5). “Animales pequeños y grandes” que hallan su sustento en él, lo mismo en días antiguos como en tiempos posteriores, reconocieron la palabra de Jehová.
De este modo el Dios de Israel como Señor de todo cuanto hinche la tierra y el mar, usa un asna muda para reprender la locura del profeta. Pero, hay un hecho todavía más afín con lo ya expuesto. Cuando el arca hubo de ser trasladada de tierra de los filisteos a tierra de Israel, el Dios de Israel controló la naturaleza obligando a las vacas que estaban uncidas al carro en que había sido colocado el arca, a tomar el camino recto hacia Bethsemes, en los linderos de Israel, aunque este viaje fue emprendido por ellas bajo fuerte resistencia de todos los instintos naturales (1 Samuel 6).
El Señor Jesucristo actuó más tarde en la misma notable afirmación de esta misma gloria y poder del Dios de Israel. Porque en Su día Él, la Verdadera Arca, tuvo que ser llevada a Su hogar. En curso de Su historia vino el momento cuando Él necesitó, como el arca en los días de Samuel, ser llevado del sitio donde se hallaba. Tuvo que visitar a Jerusalem en Su gloria. Fue necesario que como Rey de Sión Él entrara en la ciudad real; y adquiere el asna, y el pollino hijo de un asna, para prestarle a Él ese servicio. Y Él hace esto en toda la consciente dignidad del Señor de todo lo que hinche la tierra. Los dueños del animal tuvieron que escuchar la demanda: “El Señor lo ha menester”; y, contra la naturaleza, en oposición a todo cuanto el corazón humano hubiese resistido y alegado, “al instante” lo enviaron (Marcos 11; Lucas 19).
De nuevo Jesús resplandece en la gloria característica del Dios de Israel. El velo ha podido ser muy denso, y así lo era en efecto. No era otro que el de Jesús de Nazareth, el carpintero, el hijo del carpintero (Mateo 13:5555Is not this the carpenter's son? is not his mother called Mary? and his brethren, James, and Joses, and Simon, and Judas? (Matthew 13:55); Marcos 6:33Is not this the carpenter, the son of Mary, the brother of James, and Joses, and of Juda, and Simon? and are not his sisters here with us? And they were offended at him. (Mark 6:3)). La nube que lo encubría era espesa en verdad, la gloria debajo de ella era infinita. Era la plena gloria de Jehová; y ni un solo rayo de todo el divino resplandor hubiese rehusado afirmar y expresar esa gloria. “No tuvo por usurpación ser igual a Dios”, aunque “se anonadó a Sí mismo”. La fe entiende esta gloria velada, y el afecto la guarda como un muro de fuego. “¿Quién subió al cielo y descendió? ¿Quién encerró los vientos en Sus puños? ¿Quién ató las aguas en un paño? ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra? ¿Cuál es Su Nombre, y el Nombre de Su Hijo, si lo sabes?” (Proverbios 30:44Who hath ascended up into heaven, or descended? who hath gathered the wind in his fists? who hath bound the waters in a garment? who hath established all the ends of the earth? what is his name, and what is his son's name, if thou canst tell? (Proverbs 30:4)). No intentaremos decirlo; pero al igual que Moisés, al paso de Jesús, inclinaremos nuestras cabezas hacia la tierra, y adoraremos (Éxodo 34).
Qué ocasiones estas en las cuales las Escrituras nos enseñan a trazar “la forma de un siervo” ocultando “la forma de Dios”. Pero también, me atrevo afirmar, de este mismo carácter y significado, son aquellos casos en los cuales Él aparece como protegiéndose del peligro o asegurando Su vida. Y deleitosa tarea debe ser siempre para el alma descubrir de este modo Su hermosura y Su gloria, que yacen ocultas a los ojos del hombre. Pero muchos de nosotros, quienes no empañaríamos esa gloria por todos los tesoros del mundo, podemos todavía no ser aptos para percibirla, y con frecuencia equivocamos su actuación o la forma que ella asume.
El Hijo de Dios vino al mundo en entera contradicción al que aún ha de venir y en pos de quien el mundo irá lleno de admiración. Como Él mismo lo expresó: “Yo he venido en nombre de Mi Padre, y no me recibís; si otro viniera en su propio nombre, a aquel recibiréis” (Juan 5:4343I am come in my Father's name, and ye receive me not: if another shall come in his own name, him ye will receive. (John 5:43)). Y en conformidad con esto, si Su vida es amenazada, Él no se troca en un momento en una maravilla a los ojos del mundo, sino todo lo contrario. Se anonadó a Sí mismo. Se hizo como si fuera nada y nadie. Él rehusó de plano ser una maravilla a la vista de los hombres —la grande y gloriosa contradicción de aquel cuya herida de muerte ha de ser curada, de modo que toda la tierra se maraville y adore, cuya imagen ha de vivir y se hará hablar, para que todos, pequeños y grandes, puedan recibir su nombre en sus frentes (Apocalipsis 13).
El Hijo de Dios fue la pura contradicción de todo esto. Él vino en Nombre de Su Padre, no en el Suyo propio. Él tenía vida en Sí mismo. Él era igual a Aquel de Quien está escrito: “Quien sólo tiene inmortalidad”. Pero Él ocultó ese resplandor de la gloria divina, bajo la forma de uno que parecía amparar Su vida por los métodos más ordinarios y despreciados. ¡Bienaventurado decirlo, si sólo tuviésemos corazones adorantes! El otro que ha de venir “en su propio nombre” en días venideros, puede recibir una herida de muerte por una espada y aún vivir, para que el mundo pueda admirarse; pero el Hijo de Dios huye a Egipto.
¿Estamos tan privados de comprensión espiritual que no podamos percibir esto? ¿Está la contemplación de la gloria tan oculta que nos tenga que ser impuesta? Si eso necesitamos, aun así el Señor nos sobrelleva, y nos la proporciona. Porque bajo este velo yacía una gloria la cual, de haberlo deseado, podría, como la llama del horno que se encendió por los caldeos, hubiese destruido a sus enemigos en un instante. Porque al fin, cuando hubo venido la hora, y las potestades de las tinieblas habrían de tener “su hora”, los siervos de esas potestades, en la presencia de esta gloria, “volvieron atrás, y cayeron en tierra”; enseñándonos que Jesús fue en ese momento un cautivo voluntario, y más tarde fue una víctima voluntaria.
En relación con esto, lo vemos en la ocasión a la cual ya nos hemos referido, en Mateo 12. ¿Temió el Señor, pregunto, en ese momento, la ira de los fariseos, y se sintió como uno que debía proteger la seguridad de su vida? No puedo pensar tal cosa. Estaba tomando un paso adecuado y consistente en Su hermoso proceder de un siervo, que no procuró la obtención de un sitio de honor en el mundo, pero sí el nombre (por medio de la humillación y de la muerte) en que confiaran los gentiles, y por la fe en el cual los pecadores fueran salvos.
Miradle por otro instante, cuando la espada de Herodes amenaza por segunda vez (Lucas 13). ¿Cómo se levantó el Señor ante ella o sobre ella? En la conciencia de esto: que, sea el rey lo astuto que pueda ser, añada sutileza a la fuerza, Él mismo debió y quiso andar Su trazado camino, y hacer Su obra ya determinada, y entonces ser perfecto; y Su perfección, como Él habla allí, había de venir, como sabemos, no porque Herodes o los judíos prevalecieran sobre Él, sino por la entrega de Sí mismo para ser el Capitán de nuestra salvación, hecho perfecto por medio de sufrimientos. Y en la misma ocasión Él reconoce esto: que, aunque como Profeta Él tuviera que morir en Jerusalén, es para que Jerusalén pueda colmar la medida de sus pecados; para eso Él, por todo el entre tanto, fue el Dios de Jerusalén que a través de las edades de paciente amor la había soportado, y pronto la había de, judicialmente, dejar desierta (Luke 13:31-35).
Otra vez digo, ¡Qué glorias se ocultan aquí bajo la modesta forma de Uno que fue amenazado con la ira de un rey, y tuvo que enfrentarse al escarnio y enemistad de Su pueblo!
Pero puedo referirme a uno o dos casos aún más señalados que estos. Vedlo al comienzo de Su ministerio, en Su propia ciudad. Allí se pone de relieve el mismo gran principio; porque el monte de Nazaret es, a mi vista, no un sitio de peligro para la vida de Jesús, sino solamente lo que el pináculo del templo había sido (Lucas 4:9,299And he brought him to Jerusalem, and set him on a pinnacle of the temple, and said unto him, If thou be the Son of God, cast thyself down from hence: (Luke 4:9)
29And rose up, and thrust him out of the city, and led him unto the brow of the hill whereon their city was built, that they might cast him down headlong. (Luke 4:29)). El diablo no había pensado en la muerte del Señor al pie del pináculo; en lo absoluto. Le tentó —como había tentado a la mujer en el huerto— para que se glorificara a Sí mismo, para que se hiciera a Sí mismo, si así puede decirse, como el diablo había dicho a Eva, “como Dios”. Satanás procuró corromper las fuentes inmanentes en Cristo, según las había corrompido en Adam, y para recibir “el orgullo de la vida” como uno de los móviles primordiales. Pero Cristo guardó “la forma de un siervo”. Él no se lanzó de allí a abajo, sino que recordó con toda obediencia las palabras, “No tentarás al Señor tu Dios”.
Del mismo modo sucede junto al monte de Nazaret. Aquel monte no era más alto que el pináculo del templo. Cristo no estuvo en mayor peligro en un punto que en el otro. Él hubiese salido tan ileso al pie del monte como en el fondo del pináculo. ¿Pero cómo había entonces de cumplirse la Escritura, de que Él no había venido para glorificarse a Sí mismo? Mas Él, “pasando por medio de ellos, se fue”. Se retiró sin ser visto y desconocido, cumpliendo con Su forma de un siervo, y manifestando Su gracia en los corazones de Sus santos.
No me atrevo a hablar de tales cosas como hechas para salvar Su vida. Pensarlo es contrario a la gloria de Su persona, “Dios manifestado en carne”. Cristo fue una y otra vez, en los días de Su carne, refrigerado en espíritu cuando la fe descubrió Su gloria debajo del velo. Cuando el Hijo de David, o el Hijo de Dios, o el Señor de Israel, o el Creador del mundo, fue conocido por la fe bajo la forma de Jesús de Nazaret, Jesús se gozó en Espíritu. Y asimismo ahora podemos decir, en este tiempo, cuando la forma de un siervo es de nuevo presentada a nuestros pensamientos, Él se goza en los santos que descubren la gloria detrás de la nube. La “huida”, si así la podemos llamar, a Egipto, en los primeros días, los días “del niño” de Belén, constituye un incidente muy peculiar y hermoso. Podemos recordar, que en tiempos de Moisés, Israel en aquella tierra era semejante a la zarza en medio del fuego; pero por la compasión y presencia del Dios de sus padres, la zarza no se consumió. Jehová estaba sobre Faraón; y cuando éste quiso destruir el pueblo Dios lo preservó, e hizo que se multiplicaran en el mismo corazón de la tierra de Faraón. Y esto fue hecho “no por poder, ni por fuerza”, porque Israel allí no era mejor que una zarza, un escaramujo al cual una chispa podía haber consumido. Pero el Hijo de Dios estaba en la zarza. Ese era el secreto. Estuvo con Israel en Egipto como estuvo con Sadrach, Mesach y Abednego más tarde; y el olor a fuego, aunque la zarza estaba ardiendo, y el horno estaba calentado siete veces más de lo necesario, no estaba en ellos.
Una “grande visión”, tal que Moisés se echó a un lado para verla. Y nosotros podemos, todavía, en el espíritu de Moisés, echarnos a un lado y visitar el mismo paraje. Podemos leer Éxodo 1–15; y mirar otra vez a esta extraña visión, por qué ardía la zarza, y no se quemaba; como el pobre escaramujo de Israel era guardado en medio del horno de Egipto ileso, por causa de la presencia del Hijo de Dios.
Enciéndase el fuego una y otra vez; nunca prevalece. ¿Y cómo sale Israel de Egipto finalmente? Del mismo modo exactamente en que los tres jóvenes más tarde abandonaron el horno que Nabucodonosor había calentado: triunfalmente, sin quemarse en nada excepto las cuerdas con que habían sido atados. Faraón y la hueste de egipcios perecen en el Mar Rojo, pero Israel sale de allí bajo el pendón de Jehová.
Pero, estaba Israel en Egipto con las conmiseraciones del Hijo de Dios más seguro que Jesús, “Dios manifestado en carne?” ¿Será una zarza israelita prueba contra las llamas egipcias, y no será la humilde carne de Jesús aunque se halle en medio de toda la enemistad del hombre, el odio del rey, la envidia de los escribas y la ira de la multitud, invulnerable cuando Dios mismo es manifestado en esa carne? Todo el misterio de la zarza que ardía y no se consumía yace en eso. Israel no podía sufrir más allá del designio divino, debido a las conmiseraciones del Hijo de Dios; Cristo no podía ser tocado más allá de Su voluntad, debido a la encarnación del Hijo de Dios.
“De Egipto llamé a Mi Hijo”, fue tan cierto de Cristo como de Israel. Ambos, Cristo e Israel, en su día, eran zarzas ardiendo y no consumidas; cosas débiles, ante toda apariencia, y a juicio de los hombres, pero invulnerables. Ambos pueden conocer de penas en el mundo egipcio, pero la vida queda intocada; Israel por las conmiseraciones de que gozaron, y Cristo por la persona que era.
¿Fue, entonces, para salvar Su vida que “el niño” fue llevado a Egipto? ¿Salió Israel de Egipto para salvar sus vidas? ¿Salieron Sadrach y sus compañeros del horno en Caldea para salvar sus vidas? La vida de Israel estaba tan segura en Egipto como fuera de allí. Los jóvenes judíos fueron tan poco afectados por el fuego en el horno como fuera de él. Israel salió de Egipto para dar testimonio de la gloria de Jehová su Salvador. Por igual razón los jóvenes israelitas salieron de las llamas caldeas. De igual manera, y para igual fin, “el niño” fue llevado de Judea, librado de la ira del rey. El Hijo de Dios había tomado la forma de un siervo. No había venido en Su propio nombre, sino en el de Su Padre. Se había anonadado a Sí mismo, y en el cumplimiento de esa forma, comenzó Su carrera siendo aún “un niño”; y fue, entre otras humillaciones, obediente hasta para huir de Egipto, como para salvar Su vida de la ira del rey, para la gloria de Aquel que le había enviado.
Ciertamente que debemos cuidarnos de tomar estos ejemplos de Su perfecta forma de siervo, y usarlos para menospreciar Su persona. Él era invulnerable. Hasta que vino Su hora, y estuvo listo para entregarse a Sí mismo, capitanes y sus cincuentas rodaron y volvieron a rodar por tierra antes de poder llegar hasta Él; pero antes que esto, a Él le plugo una y otra vez “humillarse a Sí mismo”, yendo a “Egipto” en una ocasión, y a “otra aldea” en otra ocasión, como el escarnecido, rechazado Hijo del Hombre.
¿Trataremos este misterio de la sumisión, de la voluntaria sumisión del Hijo de Dios, con una mente despreocupada? ¿Descorreremos el velo irreverentemente? Con todo, si estos ejemplos a los cuales nos hemos referido, y otros germanos a éstos, se citaren para probar la condición mortal de la carne y sangre que el Señor tomó, sí, descorremos el velo con una mano irreverente e inexperta. Sí, y con más que eso. Le hacemos doble daño. Menospreciamos Su persona por hechos que manifiestan Su inmensurable gracia y amor hacia nosotros, y Su devota sujeción a Dios.
Sin embargo se dice ahora, que la naturaleza o la violencia o un accidente hubiesen prevalecido sobre la carne y sangre del Señor Jesús, para causarle la muerte al igual que a nosotros. ¿Pero, tal pensamiento, no conecta al Señor Jesucristo con el pecado? Puede decirse que esa no es la intención. Puede ser que no lo sea. ¿Pero, no es realmente así? ¿No vincula al Señor con el pecado, en cuánto como en la historia inspirada de la carne y la sangre —y hemos de ser sabios sólo de acuerdo con lo que allí está escrito— la muerte se adhiere a la carne sólo por medio del pecado? Si la carne y la sangre en su persona estaban sujetas a la muerte, o por su propia naturaleza capaces de morir (salvo por la de Sí mismo en gracia), ¿no están, por tanto, conectadas con el pecado? Y si esto es así, ¿está Cristo el objeto ante el alma? Esto sugiere que Él sea tratado como expuesto a la muerte. Toma tal conocimiento de Él como para dejarlo sujeto a morir de un modo que Él jamás hubiese intentado en el cumplimiento de Su forma como un siervo. Y más allá de lo que Él se propuso en ese carácter Él no estaba sujeto a nada.
Existe, de cierto, algo en esta sugerencia para hacer a uno temer que las “puertas del infierno” están otra vez atentando contra la “Roca” de la Iglesia, la persona del Hijo de Dios. Y de ser vindicada con este argumento, que sólo va enderezado a ilustrar la verdadera humanidad del Señor, la misma vindicación se convierte en materia por demás sospechosa. Porque, ¿es mera humanidad, pregunto, lo que yo percibo en la persona de Cristo? ¿No es algo inconmensurablemente diferente, a saber, “Dios manifestado en carne”? Él, como Salvador, no me bastaría a mí, como pecador, si no fuera el compañero de Jehová. Toda criatura debe todo aquello que puede entregar. Ninguno sino Aquel que no tuvo por usurpación ser igual a Dios puede tomar “la forma de un siervo”, porque ya es un siervo, como he dicho antes. Ninguna criatura puede sublimarse, ha dicho otro; pensar tal sería rebelión. Nadie cualificaría como fiador del hombre sino Uno que podría sin presunción reclamar igualdad con Dios y en consecuencia ser independiente.
La humanidad verdadera era capaz de pecar. Adam en el huerto era eso, por eso en efecto pecó. Podemos decir más simple y ciertamente, que era más capaz de pecar que de morir. La historia nos muestra lo primero, pero nos prohíbe determinar lo segundo; en cuanto nos dice que la muerte vino por el pecado. Por naturaleza había en Adam una capacidad de pecar, pero no se nos dice lo mismo en cuanto a una capacidad de morir.
Si más luego otro hubiera de venir, y, sólo para ilustrar, como podría él decir, la verdadera humanidad de Cristo, fuera a sugerir la capacidad o posibilidad de que Cristo pecara, yo pregunto, ¿qué tendría el alma que responderle? Podemos dejar la respuesta a aquellos que conocen a Cristo. Pero podemos, al mismo tiempo, estar seguros de esto: que el diablo en todas estas intentonas está combatiendo la Roca de la Iglesia, que lo es la persona del Hijo de Dios (Mateo l6:18). Porque Su obra, Su testimonio, Sus dolores, Su muerte misma serían absolutamente nada para nosotros, si Él no fuera Dios. Su persona sostiene Su sacrificio, y de ese modo Su persona es nuestra Roca. Fue la confesión a Su persona, por uno que era entonces ignorante de Su sacrificio, lo que llevó al Hijo de Dios a hablar de la “Roca” sobre la cual la Iglesia había de ser edificada, y también a reconocer aquella verdad o misterio contra el cual “las puertas del infierno”, la potencia y sutileza de Satanás, habrían de luchar con denodado esfuerzo una y otra vez.
Y así se han empleado desde el comienzo y aún se emplean así. Por arios y socinianos, toda la gloria de Dios “manifiesto en carne” fue anublada hace mucho tiempo con o una más profunda o más especiosa falsedad. Últimamente, la naturaleza moral de Jesucristo Hombre, “Dios sobre todo, bendito para siempre”, fue asediada por el Irvingismo, y fue emborronada y maculada por toda la extensión que alcanzó esa perniciosa doctrina. Aún más recientemente, la relación con Dios en que Cristo estuvo, y las experiencias del alma en las cuales Cristo fue ejercitado, han servido de tráfico impío al intelecto humano; y ahora Su carne y sangre, el “templo” de Su cuerpo, ha sido profanado.
Pero uno puede descubrir un propósito de igual índole en toda la tendencia a menospreciar al Hijo de Dios. ¿Y de dónde procede esto? ¿Y de dónde procede la muy opuesta y contradictoria potencia? ¿Con qué está el Padre ocupado y de lo cual está celoso, como no sea la gloria del Hijo, en resistencia a todo cuanto quiera rebajarlo, ya sea de una manera grosera o de un modo sutil? Leed, amados, el discurso del Señor dirigido a los judíos en Juan 5. Allí se descubre el secreto, que aunque el Hijo se humilló a Sí mismo, y, como Él dice, “no puede hacer nada de Sí mismo”, el Padre verá que el Hijo no sea por ello deshonrado, o en modo alguno menospreciado; velando por los derechos, los plenos derechos divinos, del Hijo, por este muy cuidadoso y celoso decreto: “El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le ha enviado”.
Paciencia al enseñar, paciencia con el simplemente ignorante, es seguramente el modo divino de actuar, el modo empleado por el Espíritu de gracia. El Señor empleó ese método Él mismo. “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?” Pero el método divino es también, no permitir desprecio alguno de Cristo. Los escritos de Juan nos prueban esto —la porción más tremenda de los oráculos de Dios, así como más peculiar y preciosa, porque concierne a la gloria personal del Hijo de Dios. Y me parece a mí que muestran poca, si ninguna, misericordia para aquellos que maculan esa gloria, o despreocupadamente la contemplan.
Y, dejadme añadir, otros hechos en la historia del bendito Señor, tales como hambre, sed, cansancio, no deben, en lo más mínimo, usarse como para garantizar tal idea sobre la mortalidad de Su cuerpo y sangre. El Hijo de Dios en carne no estuvo expuesto a nada. Nada fuera del huerto de Edén fue Su porción. Estaba hambriento y sediento junto al pozo de Samaria. Estaba durmiendo en el bote después de un día de fatigoso servicio. Pero todo cuanto de esto Él conoció en el lugar de las espinas y cardos del dolor y del sudor de la frente, Él conoció y tomó todo esto, sólo como el cumplimiento de aquella “forma de un siervo” que en inefable gracia Él asumió.
El “Varón de dolores” puede ser tratado en una ocasión como si tuviera cincuenta años (Juan 8:5757Then said the Jews unto him, Thou art not yet fifty years old, and hast thou seen Abraham? (John 8:57)). Pero yo he de saber, de eso, sólo cómo Él sufrió dolores y trabajo para nuestra bendición y la gloria del Padre. En esos rasgos yo he de leer a Aquel “cuyo rostro fue desfigurado y Su parecer y hermosura más que la de los hijos de los hombres”, por Sus sufrimientos por nosotros, y la contradicción de pecadores contra Él; y no por las tendencias decadentes de la edad madura en la mínima medida, como si esas tendencias por alguna posibilidad pudieran adherirse a Él.
Los judíos son una y otra vez acusados de haberle matado (Hechos 2:36; 3:15; 7:5236Therefore let all the house of Israel know assuredly, that God hath made that same Jesus, whom ye have crucified, both Lord and Christ. (Acts 2:36)
15And killed the Prince of life, whom God hath raised from the dead; whereof we are witnesses. (Acts 3:15)
52Which of the prophets have not your fathers persecuted? and they have slain them which showed before of the coming of the Just One; of whom ye have been now the betrayers and murderers: (Acts 7:52)). De seguro son culpables de Su muerte y justamente acusados. Todos estamos en la misma condenación. Es la culpabilidad de muerte la que yace sobre nosotros. En el verdadero sentido judicial, ellos fueron Sus “entregadores y asesinos”. Extraño parece a la razón, pero lo que leemos tocante a esto es perfecto en la estimación de la fe. “Nadie me la quita, sino que yo la pongo de Mí mismo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento he recibido de Mi Padre” (Juan 10:1818No man taketh it from me, but I lay it down of myself. I have power to lay it down, and I have power to take it again. This commandment have I received of my Father. (John 10:18)). Él era libre, sin embargo bajo mandamiento. Extraño todo esto, lo admito otra vez, a los razonamientos y a la incredulidad, pero perfecto, a juicio de la fe.
El Hijo de Dios murió sobre el madero a donde la mano impía del hombre le había clavado, y a donde el propósito eterno de Dios y Su gracia lo habían destinado. Allí murió, y murió porque estaba allí. El cordero fue inmolado. ¿Quién se aventuraría a negar tal pensamiento? Manos impías le mataron, y Dios proveyó en Él Su propio cordero para el holocausto. ¿Quién tocaría por un momento tan necesario y precioso misterio? Con todo el Cordero dio Su propia vida. Ni agotamiento bajo el sufrimiento, ni la presión de la cruz le llevaron a la muerte, sino que Él entregó Su vida voluntariamente. En demostración de estar en plena posesión de aquello que entregaba, “Clamó con grande voz”, y “dio el espíritu”. La historia del momento no admite otro pensamiento; y, añadiré, ni lo admiten tampoco las afecciones adorantes de Sus santos. Pilato se maravilló de que ya hubiese muerto; no lo creía; tenía que satisfacerse por sí mismo. No había transcurrido el tiempo suficiente para arrancarles la vida, por eso las piernas de los otros tuvieron que ser quebrantadas. Pero Él había muerto ya, y Pilato debe inquirir, y llamar testigos, antes de creerlo.
Proclamamos que este pensamiento es de este modo el único intérprete de la estricta, literal historia del hecho. Y nuestras almas, con gracia para ello, bendecirían a Dios por tal cuadro de Su inmolado Cordero, y nuestro muriente, matado y asesinado Salvador. ¿Borramos la historia de que Él fue el Cordero inmolado, o silenciamos el cántico en el cielo el cual celebra ese misterio, cuando decimos, que el Cordero inmolado puso Su vida de Sí mismo? La historia del Calvario, la cual el Espíritu Santo ha escrito sostiene este pensamiento; y otra vez decimos, que lo que proclamamos es el único intérprete de la estricta historia del hecho. Él era libre, pero sujeto a mandamiento. La fe lo entiende todo. Y conforme a este misterio, cuando hubo venido la hora, leemos “Inclinó la cabeza y dio el espíritu” (Juan 19:3030When Jesus therefore had received the vinegar, he said, It is finished: and he bowed his head, and gave up the ghost. (John 19:30)). Él reconoció el mandamiento que había recibido, y aun de Sí mismo dio Su vida. Fue obediente hasta la muerte y aun así puso Su vida como de Sí mismo.
La fe entiende todo esto sin dificultad; sí, entiende que sólo aquí yace el verdadero y perfecto misterio. Él murió bajo los designios del pacto, a los cuales se entregó voluntariamente, siendo el “Compañero” de Jehová de los ejércitos.
Pero, como ya hemos dicho para Su alabanza, el Hijo de Dios en la tierra estuvo siempre ocultando Su gloria, “la forma de Dios”, como hemos estado viendo, “bajo la forma de un siervo”. Su gloria había sido reconocida en todos los sectores de los dominios de Dios. Los demonios la reconocieron, los cuerpos y las almas de los hombres la reconocieron, la muerte y la tumba la reconocieron, las bestias del campo y los peces de la mar la reconocieron, los vientos y las olas la reconocieron y lo mismo hicieron el trigo y el vino. Puedo decir que Él fue el único que no la reconoció ni la ostentó; porque convenía a Él velarla. Él era “Señor de la mies”, pero aparecía como uno de los obreros en el campo; Él era el Dios del templo, y el Señor del Sábado, pero se sometió a los retos de un mundo incrédulo (Mateo 9:1212But when Jesus heard that, he said unto them, They that be whole need not a physician, but they that are sick. (Matthew 9:12)).
Tal fue el velo o la nube bajo los cuales Él así una y otra vez hizo que se escondiera la gloria. Y así, en completa comunión con todo esto, como ya hemos dicho, se comportó Él en aquellas ocasiones cuando Su vida fue amenazada. Bajo formas despreciadas Él ocultó Su gloria otra vez. A veces el favor de la gente común le ofrece refugio (Marcos 11:32; 12:1232But if we shall say, Of men; they feared the people: for all men counted John, that he was a prophet indeed. (Mark 11:32)
12And they sought to lay hold on him, but feared the people: for they knew that he had spoken the parable against them: and they left him, and went their way. (Mark 12:12); Lucas 20:1919And the chief priests and the scribes the same hour sought to lay hands on him; and they feared the people: for they perceived that he had spoken this parable against them. (Luke 20:19)); otras veces Él se retira o en una forma ordinaria o en una forma más milagrosa (Lucas 4:3030But he passing through the midst of them went his way, (Luke 4:30); Juan 8:59; 10:3959Then took they up stones to cast at him: but Jesus hid himself, and went out of the temple, going through the midst of them, and so passed by. (John 8:59)
39Therefore they sought again to take him: but he escaped out of their hand, (John 10:39)); a veces el enemigo es privado de poner sus manos sobre Él, porque Su hora no había venido aún (Juan 7:30; 8:2030Then they sought to take him: but no man laid hands on him, because his hour was not yet come. (John 7:30)
20These words spake Jesus in the treasury, as he taught in the temple: and no man laid hands on him; for his hour was not yet come. (John 8:20)); y en una distinguida ocasión, como hemos visto, una huida a Egipto le libra de la ira de un rey que buscaba Su vida para destruirla.
En todo esto vemos una cosa desde el principio hasta el fin —El Señor de gloria ocultándose a Sí mismo, como Él que había venido en el Nombre de Otro, y no en el Suyo propio—. Pero Él era el “Señor de la gloria” y “el Príncipe de la vida”. Él era un cautivo voluntario, como ya he observado, y así fue hasta el mismo fin una víctima voluntaria. “Él dio Su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:2828Even as the Son of man came not to be ministered unto, but to minister, and to give his life a ransom for many. (Matthew 20:28); Tito 2:1414Who gave himself for us, that he might redeem us from all iniquity, and purify unto himself a peculiar people, zealous of good works. (Titus 2:14)).
En otros días el arca de Jehová estuvo en manos del enemigo; había sido tomada cautiva por los filisteos en la batalla de Ebenezer. Entonces “Dios entregó Su fortaleza a cautividad, y Su gloria en manos del enemigo”; pero fue inatacable. Aparentemente era una cosa débil, una cosa de madera y de oro. Su presencia afligió a los incircuncisos, a sus dioses, a sus personas y a sus tierras. Lo hizo sola sin ayuda, y en medio de enemigos nuevos en el calor y orgullo de la victoria. ¿Por qué, entonces no la despedazaron? Aparentemente haberla lanzado contra una piedra la hubiese destruido. Constantemente estaba en su camino, y parecía estar siempre a merced de ellos. ¿Por qué, entonces, no se deshicieron de ella? No podían; esa es la respuesta. El arca entre los filisteos era otra zarza ardiente que no se consumía. Podía parecer haber estado a merced de los incircuncisos, pero era inatacable. Los filisteos pueden enviarla de Asdod a Gat, y de Gat a Ekrón, pero ninguna mano puede tocarla o destruirla (1 Samuel 4–6).
Y así la Verdadera Arca, el Hijo de Dios en carne, puede ser objeto de burla de los incircuncisos por poco de tiempo: Pilato puede enviarle a Herodes, y Anás a Caifás; la multitud puede conducirlo a Pilato, y Pilato puede entregarlo otra vez a la multitud; pero Su vida está fuera del alcance de ellos. Él era el Hijo de Dios, y aunque manifestado en carne, todavía era el Hijo como lo fue desde la eternidad. Cualesquiera los dolores por que pasara, cualquier cansancio que sufriera, o hambre o sed, todo había sido llenando “la forma de un siervo”, la cual Él había tomado. Pero Él era el Hijo Quien tenía “vida en Sí mismo”, el Arca inatacable, la Zarza, aunque en medio de las llamas furiosas del completo odio del mundo, imposible de consumir.
Tal fue el misterio, no lo dudo.
Pero mientras decimos esto —mientras discurrimos por las meditaciones de este folleto con algún deseo de mi alma, y, confío, que también con algún provecho— no hay nada que yo acariciaría más que sentirme como un verdadero israelita se hubiese sentido cuando el arca de Dios regresó de la tierra de los filisteos. Él ha debido gozarse entonces y adorar; él ha debido tener mucho cuidado de asegurarse de que este gran suceso había en verdad ocurrido, aun cuando él viviera a distancia del terreno de los hechos. Como un israelita de cualquiera de las tribus, esto le atañía profundamente, de que el arca hubiese sido rescatada, y que los incircuncisos no estuviesen manipulándola aún, o enviándola de aquí para allá entre sus ciudades. Pero estando satisfecho de eso, tenía que estar alerta de que él mismo no la tocara o mirara dentro de ella, de que no pecara contra ella, como un betsemita, aún después que ella hubiese salido de entre los filisteos.
Estamos en lo justo, estoy seguro, al rehusar esos pensamientos sobre la condición mortal del cuerpo del bendito Señor. Tales palabras y especulaciones son como manipular el arca con manos incircuncisas o filisteas. Y hemos de demostrar el error mismo de tal pensamiento, así como su irreverencia; esto es, hemos de estar satisfechos sólo con la liberación completa del arca, y su regreso a nosotros. Pero entonces, otro deber nos compete; no hemos de manipularla, o mirar dentro de ella, como si fuera una cosa común. Nuestras palabras han de ser pocas, porque en “la multitud de palabras”, en semejante asunto, “no falta el pecado”. No debemos consentir a consideraciones físicas sobre tal asunto, aunque estas sean sanas y libres de ser contradichas; pues tales consideraciones no son propias del Espíritu o de la sabiduría de Dios. El cuerpo del Señor era un templo, y está escrito: “Vosotros ... reverenciaréis Mi santuario: Yo Jehová”.
Si uno fuera a rehusar seguir estas especulaciones, y en vez de contestarlas reprenderlas, yo no podría decir nada. Sería para muchas almas un santo y sensible rechazamiento de entrometerse más allá de la medida de uno y de la norma escritural con lo que siempre debe estar más allá de nosotros. Recuerdo las palabras, “No respondáis al necio conforme a su necedad, no sea que tú mismo seas como él”. Pero estas especulaciones sobre la persona del Hijo de Dios comenzaron en otros sectores. El arca cayó en manos incircuncisas, y estas palabras que yo me he impuesto escribir es un esfuerzo para recobrarla de allí, y lo que yo en verdad desearía, es sacarla del “carro nuevo” con la reserva y santidad que compete a un alma que presta tal servicio.
Añadiré, que todo este razonamiento se hace con el fin de procurar provecho para el alma. El cadáver de un león (prohibitivo como ha de ser tal objeto) fue de antiguo obligado a producir miel, aún delicada como ésta es, y buena como alimento. Pablo tuvo que realizar la obra prohibitiva de vindicar la doctrina de la resurrección en la misma faz de algunos entre los santos en Corinto; pero ello resultó fructífero, al igual que el cadáver del león. Porque no meramente se produce la vindicación de la doctrina en sí, sino que gloria tras gloria, atinentes a ese misterio, desfilan ante él. A él le es dado por medio del Espíritu, ver la resurrección en su orden, o en sus distintas épocas; el intervalo entre tales épocas, y lo que ha de realizarse en cada una de ellas, de acuerdo con las dispensaciones divinas; la escena que ha de suceder a la última de esas épocas; y también la gran era de la resurrección de los santos, en todo su poder y magnificencia, pon el grito de triunfo que ha de acompañarla (1 Corintios 15). He aquí miel, y más miel, salida del cuerpo muerto de un león, que eso es la controversia entre los hermanos.
Pero según fue escrito una vez, así es, en la abundante gracia de Dios, aún existente: “Del comedor salió comida, y del fuerte salió dulzura”.
“NO A NOSOTROS, OH SEÑOR, NO A NOSOTROS, SINO A TU NOMBRE DA GLORIA, POR TU MISERICORDIA, Y POR AMOR DE TU VERDAD”.