En los días primitivos, los ángeles desearon mirar en las cosas de Cristo (1 Pedro 1:1212Unto whom it was revealed, that not unto themselves, but unto us they did minister the things, which are now reported unto you by them that have preached the gospel unto you with the Holy Ghost sent down from heaven; which things the angels desire to look into. (1 Peter 1:12)). Cuando estas cosas fueron a sí mismas manifestadas y cumplidas, se cumplió este deseo, porque en la historia, según la hallamos en los evangelistas, los ángeles son constituidos testigos oculares de aquello dentro de lo cual ellos habían, por tanto tiempo, deseado mirar. Ellos tienen el privilegio de hallar su puesto y su disfrute en la historia de Cristo en “el misterio de la piedad”; y de hallarlo, al igual que lo habían hallado de antiguo, en el santuario de Dios. En ese santuario, todo, es cierto, era para el uso y bendición de los pecadores. Los altares, y la fuente, y el propiciatorio, y todo lo demás, fueron provistos para nosotros. La acción y la gracia de la casa de Dios fueron para los pecadores. Pero los querubines observaban. Ellos fueron colocados en aquella casa para mirar a sus más profundos misterios. Y así, en la misma condición los hallaremos nosotros, en el día de los grandes originales, o de las mismas cosas celestiales, cuando “Dios fue manifiesto en la carne”. Porque entonces es igualmente cierto, todo fue para servicio y salvación de los pecadores, o para que Dios, así manifestado, pudiera ser “predicado a los gentiles”, y “creído en el mundo”; pero aun todo fue para este fin, seguramente, para que Él “fuera visto de los ángeles”.
De este modo ellos tomaron el mismo lugar en el santuario antiguo, como en el gran misterio mismo. Ellos miraron, observaron; fueron testigos oculares. Y yendo más lejos, la visión que ellos tuvieron del misterio fue del mismo intenso, e interesado carácter como los querubines lo habían expresado en el lugar santísimo, antes. “Y los querubines extendían sus alas por encima, cubriendo con sus alas la cubierta: y sus rostros el uno enfrente del otro, hacia la cubierta los rostros de los querubines” (Éxodo 37). Y así, en la historia de Cristo, el Arca verdadera, serán vistos otra vez.
El ángel del Señor viene, en su comisión y ministerio del cielo, a anunciar a los pastores de Belén el nacimiento de Jesús. Pero tan pronto como hubo cumplido su servicio, “repentinamente fue con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, que alababan a Dios, y decían; Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres” (Lucas 2). Y cuando vino el tiempo para otro gran suceso, y “Dios manifiesto en la carne” fue levantado de entre los muertos, para ser pronto “recibido en gloria”, los ángeles están otra vez presentes con igual intenso e interesado deleite. En el sepulcro, mientras María Magdalena miraba dentro, dos de ellos “estaban sentados uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto”; y en la crisis de la ascensión misma, están otra vez presentes, instruyendo a los varones galileos en los caminos futuros de Aquel que acababa de ascender al cielo (Juan 20; Hechos 1).
¡Qué alegoría formaba todo esto sobre el propiciatorio! ¡Qué constante contemplación de los querubines era ésta! Este coro de la hueste celestial en las campiñas de Belén no fue parte de su ministerio al hombre, sino un acto de adoración a Dios. No estaban instruyendo a los pastores entonces, ni aun dirigiéndose a ellos formalmente; sino exhalando la rapsodia en la cual estaban envueltos sus propios espíritus en los pensamientos sobre Aquel que acababa de nacer. Y así su actitud en el sepulcro. Cuando aparece María, ellos tienen, es cierto, una palabra de simpatía para ella; pero allí estaban ellos en el sepulcro, antes que ella hubo llegado, y allí hubiesen estado ellos aunque ella nunca hubiese venido. Del mismo modo que los querubines en el tabernáculo se alzaban sobre el arca y el propiciatorio, uno a cada lado, así ahora en el sepulcro los ángeles se alzan sobre el lugar donde el cuerpo de Jesús había sido puesto, uno en la cabecera y otro a los pies.
¡Qué modos de ver a Jesús fueron estos! Según leemos, “Dios fue manifiesto en carne ... visto de los ángeles”. Bien podemos nosotros, amados, codiciar la gracia de poder decir igual y observar las mismas actitudes hacia Jesús. Y bien podemos apenarnos por lo lejos que estamos de esto en nuestros corazones; grande como es esa falla según lo reconocemos algunos de nosotros. Yo creo que muchos de nosotros necesitamos ser más atraídos por estas cosas que lo que acostumbramos a ser. Muchos de nosotros nos hemos ocupado (si es que puedo distinguir estas cosas empleando tales términos) más a la luz del conocimiento de las dispensaciones divinas, que al calor de tales misterios como Belén, el huerto, y el Monte de los Olivos, revelados a los rapsódicos ángeles. Pero en esto hemos sido perdedores —perdedores en mucha de esa comunión que distinguió la vida y el espíritu de otros en otros días—. Mi deseo ha sido volverme a esta “gran visión”, conducido a ese camino por la condición de las cosas alrededor de, y entre, nosotros. Glorioso (no necesito decirlo) es el Objeto —la misma Persona, “Dios manifiesto en la carne”, seguido por la fe desde el pesebre a la cruz, desde la cruz, a través de la tumba a arriba en la resurrección, y de allí a los cielos presentes, y las edades eternas allende éstos.
El Espíritu Santo —de una manera que ahora vamos a considerar por algunos instantes— estima ser Su obra de gracia ayudar esta visión de fe, formando cuidadosamente delante de nosotros (por así expresarme), los vínculos entre las partes o etapas de esta prodigiosa jornada, “Dios fue manifestado en la carne ... recibido en gloria”. Por el apóstol Juan, según nuestras meditaciones previas pueden habernos mostrado, el Espíritu muy especialmente revela o declara el vínculo entre “Dios” y “carne” en la persona de Jesús. Escuchamos a esto al comienzo de su evangelio y de su epístola. No necesito repetirlo. Pero, desde luego, todos los escritos divinos ya asumen o pronuncian esta verdad, en los distintos modos tanto como Juan. Pero este es el otro vínculo, o aquel entre “Dios fue manifiesto en la carne” y “gloria” o los cielos, que es más bien nuestro tópico para tratar ahora según progresamos en estas meditaciones; de modo que pasaremos con los evangelistas y los ángeles, de Belén al huerto donde estaba el sepulcro, y al Monte de los Olivos.
El Evangelio de Mateo, de un modo general, testifica de la resurrección. Seguramente que sí. Los ángeles en la tumba la declaran; las mujeres en camino de regreso a la ciudad abrazan los pies del Salvador resucitado; y los discípulos se reúnen con Él en el monte en Galilea.
Marcos nos cuenta de las varias apariciones del Señor, después de Su resurrección, a los Suyos que había escogido; como, a María Magdalena, a los dos que caminaban hacia el campo, y a los once cuando estaban sentados a la mesa.
Lucas, sin embargo, penetra más cuidadosamente en las pruebas las cuales Jesús dio a Sus discípulos de que era Él mismo, y no otro, el que estaba en medio de ellos otra vez. Él come delante de ellos. Les muestra Sus manos y Su costado. Les dice que un espíritu no tiene carne y huesos, como ellos veían que Él tenía. Él les muestra de los Salmos y de los profetas que así había de suceder.
Juan conserva aún su peculiar estilo, al tratar de este testimonio común. En su evangelio, podemos decir, todo con el Señor es potencia y victoria; y así es en el sepulcro como en todo otro lugar. Cuando los discípulos lo visitan, ellos ven los lienzos echados, y el sudario, que estaba alrededor de la cabeza del Señor, envuelta aparte. No hay turbación, no hay rasgo de esfuerzo o lucha, no hay señal de que algo arduo hubiese ocurrido allí. Todo aparece como el trofeo y testimonio de la victoria, antes que el calor y lucha de la batalla. “¡Oh bendecid al ‘Vencedor’, digno es de todo honor!”, parece ser la voz de la tumba, al abrirse por Juan delante de nosotros. Y si el lugar habla de ese modo, así mismo lo hace el Señor más adelante. No es que Él verifique Su resurrección en el mismo modo que lo hallamos a Él haciéndolo en Lucas. Él no les da, tan propiamente, señales tangibles de que era Él mismo quien se hallaba otra vez entre ellos. Él no come y bebe con ellos aquí como lo había hecho allá. El pez asado y el panal de miel no son citados en evidencia. Pero en otras cortes, por así decirlo, está registrada la verdad de Su resurrección. Él la acredita a los corazones y las conciencias de Sus discípulos. Su voz le dice al oído de María Quien era Él, porque el corazón de ella estaba familiarizado con aquel nombre en aquellos labios: y Sus manos taladradas y Su costado fueron mostrados para que ellos hablaran paz a la conciencia de los otros, en la seguridad del sacrificio aceptado; sí, para sacar, de las profundidades y secretos del alma de uno de ellos, la exclamación de convicción absoluta, “¡Señor mío, y Dios mío!”.
De este modo los evangelistas nos conducen al huerto donde estaba el sepulcro. El Monte de los Olivos tiene sus testigos igualmente —la ascensión al igual que la resurrección de Jesús—. Y otra vez diría, para estar seguro, así es.
Ni Mateo ni Juan la declaran, sin embargo. El Señor está todavía en el monte de Galilea cuando el Evangelio de Mateo finaliza. Ni tampoco Juan nos lleva al Monte de los Olivos o a Betania, de la misma manera. En una acción parabólica, según yo juzgo, después que Sus discípulos hubieron cenado en Su presencia a orillas del Mar de Galilea, Él insinúa Su ascensión a la casa del Padre y que ellos le seguirían allí, pero no era la ascensión misma; no es la escena en Betania; no es el traslado efectivo del Señor de la tierra al cielo (Juan 21).
Marcos, sin embargo, afirma el hecho: Cuando el Señor hubo terminado de hablar con Sus discípulos, fue recibido en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios. Aquí, el hecho, el instante mismo, de la ascensión es declarado. Pero, puedo decir, eso es todo. Es sencillamente la ascensión de Uno que tenía todos los derechos y honras pertenecientes a Él, y los cuales le esperaban en el cielo; pero entre los discípulos no hay comunión, en espíritu, con ese suceso. La narración en Marcos como que no nos dice si los discípulos fueron o no testigos oculares de él.
Pero Lucas nos da algo que va más lejos que esto. En su Evangelio, la ascensión del Señor es atestiguada por ojos y corazones los cuales tenían, y sentían que tenían, su inmediato y personal interés en ella. “Y sacólos fuera hasta Betania, y alzando Sus manos los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se fue de ellos; y era llevado arriba al cielo. Y ellos, después de haberle adorado, se volvieron a Jerusalem con gran gozo; y estaban siempre en el templo, bendiciendo y alabando a Dios”.
De este modo, entonces, como el Hombre resucitado, de en medio de un cúmulo de testigos de que Él era, ciertamente, el mismo Jesús de ellos, Él llega al cielo. Y aunque una nube le quita de la vista de ellos, se sabía que allende estaba Él, en las alturas, el mismo Jesús todavía. Jesús, Quien había comido con ellos en los días en que había convivido con ellos y ahora había comido con ellos en los días posteriores a Su resurrección. Jesús, Quien les había dado pescas enormes durante Su estada con ellos, del mismo modo lo había hecho ahora, dándoles grandes pescas después de Su resurrección. Jesús, Quien había bendecido el pan y dádoselo a comer entonces, del mismo modo lo había hecho ahora; y este es Él que había ascendido a vista de ellos. ¡Cómo son todas las etapas de esta prodigiosa jornada de este modo seguidas marcadamente para nosotros, si bien con alguna variedad, por el Espíritu mismo en los evangelistas! Contemplamos a la misma bendita Persona en Belén, en el huerto de la resurrección y en el monte de la ascensión. Manifiesto en la carne, el Hijo peregrinó desde Belén hasta el Calvario. Resucitado de entre los muertos, con Sus manos y costados heridos, Él comió y bebió con Sus discípulos por espacio de cuarenta días; y entonces, con las mismas manos y costados heridos, ascendió a los cielos. Él los aconsejó después de haber resucitado, como lo había hecho antes. Les encomendó una comisión y ministerio, como antes lo había hecho. Los conoció y los llamó por sus nombres, exactamente igual que antes. Y, al fin, cuando Lo buscaron como si Lo hubiesen perdido para siempre, el ángel aparece para decirles que “este mismo Jesús” tenía aún otras cosas que cumplir para con ellos: “Varones galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? este mismo Jesús, que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1).
Y este es el secreto o el principio de toda religión divina. Es “el misterio de la piedad”. Nada restaura al hombre al conocimiento y culto de Dios, sino el entendimiento y fe de esto, por medio del Espíritu. Esta es la verdad que forma y llena la casa de Dios: “Dios ha sido manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido en gloria”.
¿Contemplamos nosotros, en verdad, amados, vívida y constantemente a esta Persona desde lo primero hasta lo último? Él pasó por entre las fatigas y las penas de la vida, murió sobre la cruz, se levantó desde las entrañas de la tierra, y ascendió al lugar más alto en el cielo. Los eslabones se forman para no ser quebrados jamás, aunque unen lo más alto y lo más bajo. El Espíritu los presenta a nuestra vista, como Él los ha formado, y los presenta a la vista a veces con deseo y deleite divinos. En tales suspiros como los Salmos 23 y 24, ¡cuán rápidamente Él lleva a Su profeta desde la humilde vida de fe, de dependencia, y de esperanza, la cual Jesús pasó aquí en los días de Su carne, siguiendo adelante al día de Su entrada como “el Señor poderoso en batalla”, “el Señor de los ejércitos”, “el rey de gloria”, hasta “las puertas eternas” de su Jerusalem milenario!
¿Estamos nosotros, en espíritu, en ese camino también con Él? Y como una pregunta más para nuestras almas, la cual puede humillarnos de nuevo a algunos de nosotros, ¿estamos nosotros en real, vivo poder, con nuestro Señor en la actual etapa de esta misteriosa jornada? Porque Él es todavía en este mundo, el Cristo rechazado. ¿Cuánto estamos nosotros, en espíritu, con Él como tal? ¿Estamos considerando a “este hombre pobre”, o siguiendo con Jesús en Sus tentaciones? (Salmo 41:11<<To the chief Musician, A Psalm of David.>> Blessed is he that considereth the poor: the Lord will deliver him in time of trouble. (Psalm 41:1); Lucas 22:2828Ye are they which have continued with me in my temptations. (Luke 22:28)). “Adúlteros y adúlteras, ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios?” (Santiago 4:44Ye adulterers and adulteresses, know ye not that the friendship of the world is enmity with God? whosoever therefore will be a friend of the world is the enemy of God. (James 4:4)). Jesús no fue más alguien de importancia en el mundo después de Su resurrección que lo había sido antes de ella. La resurrección no hizo distinción en cuanto a esto. El mundo no fue más para Él entonces que lo que había sido en otros días, cuando, como sabemos, Él no tuvo dónde reposar Su cabeza. Salió de él para ir al cielo entonces, como había salido de él antes para ir al Calvario. Cuando Él nació, el pesebre en Belén le recibió; ahora, al ser resucitado de entre los muertos, el cielo lo recibió. Como nacido, Él se había propuesto a Sí mismo a la fe y aceptación de Israel; pero fue para ser rehusado por Israel. Como resucitado, Él se publicó a Sí mismo por medio de los apóstoles otra vez a Israel; pero fue para ser rehusado de nuevo por Israel; y Jesús es aún el Extranjero aquí. Esta época actual es todavía la edad de Su rechazamiento. Él era el Solitario en el camino de Jerusalem a Emaús, aunque entonces el Hombre resucitado, como lo había sido antes en el camino desde Belén hasta el Calvario. Pero, amados, ¿es en ese carácter que ustedes y yo nos hemos juntado a Él por el camino?
Muchos pensamientos nos abrumarían, si no estuviéramos adiestrados para ellos según el método de la sabiduría divina: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero aún no las podéis llevar”, dice nuestro divino Maestro a nosotros; y de esta manera Su “benignidad” nos “engrandece”. Somos preparados para ampliar comunicaciones procedentes de Él. Jesús puede destruir distancias según puede controlar las oposiciones. En el Lago de Tiberias Él pudo andar sobre las aguas agitadas fuera del barco, y entonces, cuando Él entró en el barco, inmediatamente llegaron a la tierra a donde iban (Juan 6:18-2118And the sea arose by reason of a great wind that blew. 19So when they had rowed about five and twenty or thirty furlongs, they see Jesus walking on the sea, and drawing nigh unto the ship: and they were afraid. 20But he saith unto them, It is I; be not afraid. 21Then they willingly received him into the ship: and immediately the ship was at the land whither they went. (John 6:18‑21)).
A medida que las irradiaciones de la oculta gloria irrumpen por entre el velo, de estas maneras, y entran en el alma, ¡cuán bienvenidas son! ¿Y qué tenemos que hacer, sino abrir todas las avenidas del alma, y dejar entrar a Jesús? La fe escucha. El Señor quería que la pobre samaritana junto al pozo fuera sencillamente una escuchante desde el principio hasta el fin. Ella puede hablar, y habla en efecto; pero ¿qué son sus palabras, sino el testimonio de esto: que el entendimiento, la conciencia y el corazón estaban todos abriendo la puerta a Sus palabras? Y cuando el vaso entero estuvo abierto, Jesús se vació a Sí mismo en él.
Es esta escuchante actitud de fe lo que más anhelamos sencillamente asumir, y seguramente más especialmente de este modo, cuando estamos discurriendo sobre estos profundos y santos temas.
Los eslabones entre las partes de este gran misterio, los momentos, transitorios en el progreso del sendero de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, hemos estado considerando brevemente con los evangelistas. En otras palabras, hemos estado con los ángeles y con los discípulos en Belén, en el huerto donde estaba el sepulcro, y en el monte de los Olivos.
Al entrar, inmediatamente después, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, seremos impresionados con esto: que lo que llena la mente de los apóstoles, y forma el gran arreo o pensamiento de toda su predicación, es que Jesús, Jesús de Nazaret, el Hombre negado y crucificado aquí, estaba ahora en el cielo. Pedro hace su primer y constante deber unir con el hecho de la ascensión de Jesús de Nazaret toda la gracia y poder que fueron entonces (en aquel día de su testimonio) ministrados desde el cielo en medio del pueblo judaico. En el descenso del Espíritu Santo, la profecía de Joel se convierte (propia y naturalmente, yo diría que, necesariamente) en el texto del sermón de Pedro. Pero el modo en que Pedro predica de él es este: él halla a Jesús de Nazaret el Crucificado, en él. Él declara que el Hombre aprobado de Dios en medio de ellos por milagros y señales, está ahora en el cielo, y, como el Dios aludido en esa profecía ha derramado ahora el Espíritu prometido; y además, que Este Mismo era el Señor de Quien se habla en la profecía, cuyo nombre era para salvación ahora, pero cuyo día sería para juicio luego.
Este es el sermón y exhortación de Pedro sobre el texto tomado de Joel. Es el Hombre ahora en el cielo a Quien él halla y declara en todas las partes de ese magnífico oráculo. Si Juan, puedo decir aquí, halla en Jesús sobre la tierra plena, inmarcesible gloria; del mismo modo Pedro encuentra en el cielo, en el lugar allí de toda gracia y salvación y poder, al Hijo del hombre, el Nazareno, Quien había sido despreciado y rechazado aquí.
Así, en el próximo capítulo, es Jesús de Nazaret, (el mismo que fue menosprecio y escarnio entre los hombres) ahora glorificado en lo alto, de Quien Pedro habla, y por Quien actúa. El mendigo lisiado junto a la puerta la Hermosa del templo es sanado por la fe de ese nombre, y entonces el apóstol más adelante declara, que este mismo Jesús el cielo lo ha recibido, y lo ha de retener, hasta el tiempo cuando Su restaurada presencia traerá consigo refrigerio y restitución. Y siendo retado por los príncipes del pueblo, en el capítulo que sigue, a base de este milagro de sanidad, Pedro publica a este mismo despreciado Jesús de Nazaret, como la piedra rechazada por los edificadores aquí, pero hecha “la cabeza del ángulo” en el cielo.
Este es el nombre, y este es el testimonio. Ya sea que veamos a los apóstoles a la faz del poder del mundo, o en medio de los dolores de los hijos de los hombres, este es el pensamiento único; aquí se halla todo el arte de ellos, su virtud y su fortaleza. E inmediatamente después de esto, este mismo nombre de Jesús es todo su alegato y base de confianza en la presencia de Dios. El Débil, como, dirían los hombres, el “Santo Hijo Jesús” contra quien estuvieron y a quien se opusieron, los gentiles, Herodes y Pilato, los reyes de la tierra y los príncipes, en Este esperaban delante de Dios. Ellos le conocen en el santuario ahora, como lo habían conocido entre los hombres antes. Y nótese el estilo distinto que ellos emplean al usar ese nombre. Nótese la seguridad con Que ellos prometen en ese nombre a los necesitados, la osadía con que ellos contienden por él ante el mundo, y la ternura (“Tu Santo Hijo Jesús”) en el cual rogaban a Dios. El mendigo a la puerta del templo había sido sanado por él; y el lugar donde habían de ese modo nombrado ese nombre delante de Dios tiembla, y ellos son llenos del Espíritu Santo. Todo poder es ahora reconocido en el cielo como perteneciente a ese nombre, como antes todo poder había manado de él aquí. Sí, y más; el mundo o el infierno mismo, es movido por él, porque el pontífice y los saduceos se llenan de indignación, y arrojan a los testigos de ese nombre a la cárcel común.
Con todo esto, Pedro, del modo más amplio, presenta la flaqueza y humillación de Jesús de quien él testificaba una y otra vez que estaba ahora ensalzado en las alturas en los cielos. Esto es muy notable en las primeras predicaciones de este apóstol. Jesús había sido muerto, dice Pedro, negado, entregado, tenido en poco, matado y colgado en un madero. Él no pone restricción en lenguaje como este. Y, en el mismo espíritu, él parece gloriarse en el despreciado nombre de “Jesús de Nazaret”. Lo tiene en sus labios una y otra vez. Todas las formas de dolor y de escarnio los cuales “el Príncipe de Vida”, “el Santo y el Justo”, sufrió o llevó en Su corazón, Su cuerpo, o Sus circunstancias aquí entre los hombres, son recordados y repasados por él en su fino, vívido estilo, bajo el reciente ungimiento del Espíritu Santo. Este es Aquel en quien él se gloría, a través de estos capítulos de su más temprano ministerio a los judíos (Hechos 2 y 5). Y aun Este que había sido así tratado aquí él declara ser la gran Ordenanza de Dios, “Señor y Cristo” que el Hombre en el cielo era el Señor de David; que la Simiente de Abraham fue levantado para bendición; que el Profeta prometido, semejante a Moisés, fue ascendido arriba; esta fue la palabra que él habló con osadía.
Y así como este ungimiento del Espíritu Santo dirige a Pedro de este modo a testificar del Hombre en el cielo, de Jesús de Nazaret, una vez negado aquí pero ahora ensalzado allá, así en el transporte del Espíritu Santo, Esteban, inmediatamente después, hace lo mismo. Si Pedro habla de Él en el cielo, Esteban lo ve a Él en el cielo. El predicador lo declara a Él sin temor, y el mártir lo ve a Él sin una nube: “Pero él lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo, He aquí veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios” (Hechos 7).
Así, de este modo, el Espíritu da a Jesús en el cielo a los labios y a los ojos de los distintos testigos. Pero es bienaventurado añadir, que Jesús en el cielo fue tan grande realidad a Pedro como fue a Esteban, aunque Pedro conoció ese misterio, sólo bajo un ungimiento, mientras que Esteban lo conoció bajo un rapto, en el Espíritu Santo. Que nosotros, amados, lo conozcamos en nuestras propias almas en más del mismo poder. Que lo disfrutemos a la luz del Espíritu ahora, como lo disfrutaremos en más que la visión de él para siempre.
Tal es la primera predicación en los Hechos, después que el gran vínculo se hubo formado entre “Dios” y “carne”, y entre “Dios manifiesto en la carne” y “el cielo”. ¡Qué vasta y prodigiosa escena es mantenida de este modo a vista de la fe; y todo para nuestra bendición y luz y gozo! Vemos los vínculos entre el cielo y la tierra, Dios y los pecadores, el Padre y el pesebre de Belén, la cruz del Calvario y el trono de la Majestad en las alturas. ¿Podía pensamiento humano haber alcanzado o planeado tal escena como esa? Pero ahí está ella ante nosotros, una gran realidad en esta hora, y por la eternidad. “Y que ascendió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? Él descendió, Él mismo es el que también subió sobre todos los cielos para cumplir todas las cosas” (Efesios 4). El Espíritu había revelado al Dios de gloria en el niño de Belén; y ahora cuando todo poder y gracia son ministrados desde el cielo, el derramamiento del Espíritu Santo, la sanidad de los dolores de los hijos de los hombres, la salvación de los pecadores, la promesa de los días de refrigerio y restauración —todo esto se halla y es declarado ser en y del Hombre glorificado en el cielo—. ¡Qué misterios divinos son estos, sobrepujando toda concepción del corazón! “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”: fue la indagación del Señor en los días de Su humillación: la única respuesta verdadera fue esta: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Y ahora, a esta razón, cuando se les pregunta a los apóstoles en los días de su predicación, ¿con qué potestad, y en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?, la respuesta divina es esta: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, al que vosotros crucificasteis, y Dios le resucitó de los muertos: por Él este hombre está en vuestra presencia sano”. Este es Él, Él Mismo, el Único. Él ha dejado Su memorial en “las partes más bajas de la tierra” y la ha llevado consigo arriba, “subió sobre todos los cielos”. Él hinche todas las cosas. Dios ha estado aquí. Que Dios estuvo en la tierra en plena gloria fue contado a la fe en otros días, el Hijo entre los hijos de los hombres: ese Hombre estaba ahora en el cielo, habiendo entrado allá desde en medio del menosprecio y del escarnio, la flaqueza y la humillación de la escena aquí, fue ahora contado a la fe, de igual manera, en estos días. Y la fe discierne el misterio, que es Él, el Mismo, el Único; que Él que ascendió es Él que también había descendido; que Él que descendió es Él mismo que también ascendió.
“Su gloriosa aptitud”, para usar el lenguaje empleado por otro, “para todos los actos y deberes de Su oficio intermediario se resuelve en la unión de Sus dos naturalezas en la misma Persona. El que fue concebido y nacido de la Virgen era Emanuel; esto es, ‘Dios fue manifiesto en la carne’; ‘un Niño nos es nacido, Hijo nos es dado; ... y será llamado Su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz’ (Isaías 9). El que habló a los judíos, y como hombre, tenía sólo pocos más de treinta años, era ‘antes de Abraham’ (Juan 8). La obra perfecta y completa de Cristo en todo acto de Su oficio, en todo lo que Él hizo, en todo lo que sufrió, en todo lo que Él continuó haciendo, es el acto de Su completa persona”.
Este es el misterio. La fe lo discierne en la plena certidumbre del alma. Y la fe abarca más del mismo misterio y escucha con inteligencia y deleite a esto: “Justificado en el Espíritu, ... predicado a los gentiles, creído en el mundo”. Dios, aunque manifiesto en la carne, fue justificado en el Espíritu. Todo en Él fue perfecta gloria moral; todo fue a la mente divina, y para la aceptación divina, infinitamente, inefablemente recto. Nosotros necesitamos una justificación de fuera o por medio de otro. Nada en nosotros permanece justificado en sí mismo: todo en Él lo estuvo. Ni una sílaba, ni un aliento, ni un movimiento, que no fuera una ofrenda aceptable, agradable a Dios, un olor de suavidad. “Fue inmaculado como hombre como lo fue como Dios; tan puro en medio de la contaminación del mundo como fue la delicia del Padre todos los días antes que el mundo fuese”. La fe sabe esto, lo sabe bien, sin un pensamiento que lo anuble. Y, por tanto, la fe también sabe que Su historia, los trabajos y dolores, la muerte y resurrección de esta bendita Persona, “Dios manifiesto en la carne, justificado en el Espíritu”, no fue para Él mismo, como si Él lo necesitara, sino para los pecadores, para que Él y Su preciosa historia pudieran ser “predicados a los gentiles”, y “creídos en el mundo”. En el sacrificio que Él cumplió, en la justicia que Él obró y trajo, Él es presentado a los pecadores, aun a los más distantes, sean quienes puedan ser, lejanos o cercanos, gentil o judío, para que puedan confiar en Él, aunque aún en este mundo, y puedan ser asegurados de su justificación por medio de Él (1 Timoteo 3:1616And without controversy great is the mystery of godliness: God was manifest in the flesh, justified in the Spirit, seen of angels, preached unto the Gentiles, believed on in the world, received up into glory. (1 Timothy 3:16)).
Me faltaría tiempo para observar y seguir, por toda ella, la Palabra de Dios sobre este misterio, pero yo añadiría que entre todas las epístolas, según ellas siguen al libro de los Hechos, la dirigida a los Hebreos es preeminente en rendir a nuestras almas servicio relacionado con él. “Recibido en gloria” es una voz oída por todo ese oráculo divino desde el principio hasta el fin. Ojalá el alma tuviera en poder lo que la mente tiene en disfrute, al escuchar tal voz! Uno no puede escribir sin tener la sensación de esto, y uno no escribiría sino confesándolo.
Cada capítulo de este escrito prodigioso, o cada etapa o período en el argumento de ella nos da una visión del Jesús ascendido. Comienza directamente y de una vez con esto. Parece como que estuviera imponiéndonos este objeto bruscamente. Muy bienvenido es todo esto por el alma, ciertamente; pero este es el estilo de ella. El Hijo, el resplandor de la gloria de Dios, y la expresa imagen de Su Persona, es visto —después de haber hecho aquí por sí mismo la purgación de nuestros pecados, en Su exaltación en el cielo, heredando allí, un nombre más excelente que los ángeles, obteniendo el derecho a un trono el cual ha de permanecer para siempre, y ocupando un asiento en la más alta dignidad y poder, hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies.
El capítulo dos nos da otra visión del mismo objeto. El Santificador habiendo descendido a ser Pariente de la simiente de Abraham, y para hacer por ellos la parte de un pariente, es entonces en Su asumida humanidad declarado haber ascendido otra vez a los cielos para cumplir allí para nosotros los servicios de un fiel y misericordioso Pontífice. Y esta escritura, puedo decir, abunda tanto en este pensamiento que este mismo capítulo nos presenta este mismo objeto una segunda vez. Nos presenta, según el Salmo 8, a ese “Hombre maravilloso” hecho por un poco de tiempo, poco menor que los ángeles, ahora coronado de gloria y de honra.
Los capítulos que siguen (3 y 4), no son sino parentéticos, incidentales a enseñanza previa, pero esta visión de Cristo es aún mantenida delante de nosotros. Él es declarado haber estado aquí en la tierra, tentado en todo como nosotros, pero sin pecado; pero ahora ha entrado en los cielos, Jesús el Hijo de Dios, para darnos gracia y socorro desde el Santuario allá.
En el tópico que sigue, el del sacerdocio (Hebreos 5–7) tenemos al mismo ascendido Señor a la vista aún. El Hijo de Dios es declarado haber sido hecho un Sacerdote, “más alto que los cielos”. Había descendido para venir de la tribu de Judá, a perfeccionarse a Sí mismo en los días de Su carne aquí; pero ahora estaba ascendido otra vez, el Autor de eterna salvación a todos los que le obedecen.
Y así, en el próximo gran asunto tratado —los pactos (Hebreos 8 y 9)—, inmediatamente en su apertura ante nosotros, vemos a Jesús en el tabernáculo en los cielos; aquel tabernáculo el cual el Señor levantó, y no el hombre; y desde allí ministrando “un mejor pacto”. Así otra vez, en el próximo capítulo (10), cuando el pensamiento está en la víctima, como lo había estado antes en el sacerdocio y los pactos, tenemos a la vista el mismo Jesús ascendido. Es Aquel que pudo decir, “¡He aquí, vengo!” —esto es, revelado como habiendo santificado a los pecadores en el cuerpo apropiado para Él en la tierra; pero habiendo entonces ganado los cielos; abriendo para nosotros un camino para hollar con toda libertad los más altos, puros y resplandecientes atrios de la presencia de Dios.
Aquí termina formalmente la doctrina de la epístola; y, conforme a esta manera, vemos, al fulgor de varias luces y caracteres, la misma gloriosa y prodigiosa Persona, el ascendido Hijo de Dios. Y, puedo añadir, tan rica es esta epístola en este pensamiento, tan fiel es a este objeto, que después que dejamos formalmente la doctrina de ella, pronto hallamos que no hemos abandonado este gran misterio —Cristo en el cielo—. En las advertencias prácticas que siguen, lo encontramos aún, Jesús como “el Autor. Consumador de la fe”, es visto al fin de Su vida de fe en el cielo: “Puestos los ojos en Jesús, el Autor y Consumador de la fe, quien, habiéndole sido propuesto gozo, sufrió la cruz, despreciando la vergüenza, y está sentado a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:22Looking unto Jesus the author and finisher of our faith; who for the joy that was set before him endured the cross, despising the shame, and is set down at the right hand of the throne of God. (Hebrews 12:2)). Así es visto Él en el cielo en este nuevo carácter: la vida de fe lo conduce a Él a allí; ya que todo lo que Él hizo y sufrió por nosotros en gracia divina lo conduce a allí. Y allí Él resplandece ante el ojo de la fe: y si nosotros sólo dispusiéramos de sensibilidad para discernirlo, y un corazón para disfrutarlo, debemos saberlo —que el mismo cielo resplandece con la hermosura y la gloria desconocidas para él antes—, ya que Jesús reúne todos estos caracteres, ganados y adquiridos en la tierra, y para nosotros los pecadores ha llegado allá.
Y este es el misterio: el Hijo de Dios asumir carne y sangre en la tierra, de modo que viniera a ser el Pariente de la simiente de Abraham, y entonces lo que asume esa prodigiosa Persona en el cielo: “Dios fue manifiesto en la carne ... recibido en gloria”. Y bendita es la tarea de examinar, como hemos estado tratando de hacer, estos vínculos misteriosos. Y estos vínculos están formados para no romperse jamás aunque ellos juntan las cosas que yacían a distancias fuera del alcance de todo pensamiento creado. El Espíritu los sostiene ante nuestra vista, según Él los formó para deleite y gloria divinos, conforme a los consejos divinos, y eternos. “El Verbo fue hecho carne” de Juan 1 es el “algo de bueno” de Nazaret (Juan 1:14,4614And the Word was made flesh, and dwelt among us, (and we beheld his glory, the glory as of the only begotten of the Father,) full of grace and truth. (John 1:14)
46And Nathanael said unto him, Can there any good thing come out of Nazareth? Philip saith unto him, Come and see. (John 1:46)). El Emanuel de Mateo es el niñito que yacía para ser adorado en el pesebre en Belén. En medio del trono, había sido visto un Cordero, como que había sido inmolado (Apocalipsis 5). En la Persona de Aquel cuyos labios contaban de la sabiduría adaptada al trato más corriente de la vida humana, fue hallado Aquel quien en el secreto de las Personas de la Deidad, fue puesto como el fundamento de todo el proceder divino (Proverbios 8). En la zarza de Horeb, estaba el Dios de Abraham; en la nube del desierto, la Gloria; en el hombre armado de Jericó, el Capitán del Señor de los ejércitos; en el extraño que visitó a Gedeón en el lagar y a Manoa en su heredad, el Dios a quien sólo se debe adoración por toda la creación.
Estos están entre los testigos que (en inefable gracia, y para deleite y gloria divinos) el más alto y el más bajo se unen: “Nadie ascendió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo de hombre que está en el cielo” (Juan 3:1313And no man hath ascended up to heaven, but he that came down from heaven, even the Son of man which is in heaven. (John 3:13)).
¡Cuán finamente aquel pensamiento del apóstol, el cual tenemos en la epístola a los Efesios, se presenta a la mente renovada: “El que ascendió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra?” (Efesios 4:99(Now that he ascended, what is it but that he also descended first into the lower parts of the earth? (Ephesians 4:9)). Las dignidades, los oficios, los servicios, los cuales el Ascendido, cumple y rinde, son de carácter tan eminente, que ellos nos dicen que debe ser Él quien ya había descendido, había sido ya Uno en el cielo “sobre todas las cosas”; como está escrito: “El que de arriba viene sobre todos es” (Juan 3:3131He that cometh from above is above all: he that is of the earth is earthly, and speaketh of the earth: he that cometh from heaven is above all. (John 3:31)). La dignidad de Su persona está envuelta en este misterio de su ascender y descender. Ese desafío en Efesios 4:8-98Wherefore he saith, When he ascended up on high, he led captivity captive, and gave gifts unto men. 9(Now that he ascended, what is it but that he also descended first into the lower parts of the earth? (Ephesians 4:8‑9) parece intimar esto; y la Epístola a los Hebreos revela las razones de él más plenamente. Porque nos dice, que antes que ascendiera, Él había hecho la purgación de nuestros pecados; que antes de ascender, había destruido al que tenía el imperio de la muerte, y libertado a sus cautivos; que antes de ascender se había perfeccionado a Sí mismo como el Autor de eterna salvación para personas como nosotros (capítulos 1, 2 y 5). En estos caracteres, y en tales otros, Él ascendió: y cuando Él efectivamente ascendió, Él llenó el verdadero santuario en el cielo, el tabernáculo que el Señor levantó, y no el hombre, para recabar para nosotros una herencia eterna (capítulos 8 y 9).
¿Quién podía haber ascendido en tal gloria y fortaleza como esta —y mucho más que ésta— sino Uno que había estado ya en el cielo “sobre todos”? (Juan 3:3131He that cometh from above is above all: he that is of the earth is earthly, and speaketh of the earth: he that cometh from heaven is above all. (John 3:31)). “Y subió, ¿qué es sino que también había descendido primero?” Los oficios que Él cumple dicen Quien es. Sus sufrimientos aun en la flaqueza y humillación pregonan Su Persona en completa gloria divina.
Mas otra vez, “El que descendió, Él mismo es el que también subió sobre todos los cielos, para cumplir todas las cosas”. Esto sigue, y esto nos dice la inconmensurabilidad de Su soberanía, según lo otro había revelado a nosotros la dignidad de Su persona. En Sus obras, Sus jornadas, Sus triunfos, las regiones más altas y las regiones más bajas son visitadas por Él. Él ha estado en la tierra, en las partes más bajas de la tierra. Él ha estado en la tumba, el territorio del poder de la muerte. Él está ahora en los altísimos cielos, habiendo pasado por entre los principados y potestades. Sus reinos y dominios son así mostrados a los ojos de la fe. Ningún pináculo del templo, ninguna altísima montaña, pudieron haber proporcionado tal visión. Pero es mostrada a la fe: “El que descendió, Él mismo es el que también subió sobre todos los cielos, para cumplir todas las cosas”.
Este es el misterio. Es el mismo Jesús, Emanuel, el Hijo, y así y todo el Pariente de la simiente de Abraham. Y en este punto yo diría —ya que el asunto lo requiere— que no debemos confundir las naturalezas de esta gloriosa y bendita Persona. Me inclino completamente en fe ante la verdad de que el Santificador participó de carne y sangre. Confieso sin reserva en fe, con toda mi alma la verdadera humanidad de Su persona; pero no fue una humanidad imperfecta, en la condición o bajo los resultados del pecado, en modo alguno. Pero, pregunto yo, con eso, ¿no existe alguna insospechada y real incredulidad tocante al misterio de la Persona en las mentes de muchos? ¿Se conserva a la vista del alma la indivisibilidad de la Persona, a través de todos los períodos y transiciones de esta gloriosa, misteriosa historia?
¡Si yo tuviera gracia para deleitarme a mí mismo en el lenguaje del Espíritu Santo, y hablara del “Hombre Cristo Jesús”...! “El Hombre” resucitado se declara que es la prenda de resurrección para nosotros (1 Corintios 15:2121For since by man came death, by man came also the resurrection of the dead. (1 Corinthians 15:21)). El “Hombre” que es ascendido es la gran seguridad para nosotros de que nuestros intereses están, cada momento, delante de Dios en el cielo (1 Timoteo 2:55For there is one God, and one mediator between God and men, the man Christ Jesus; (1 Timothy 2:5)). El “Hombre” que ha de regresar luego del cielo será el fiador y gozo del reino venidero (Salmo 8). El misterio del “Hombre”, —obediente, muerto, resucitado, ascendido y regresado—, sostiene de este modo, podemos decir, todo el consejo de Dios. Pero aún, digo otra vez, la Persona en Su indivisibilidad ha de conservarse a la vista del alma. “La perfecta y completa obra de Cristo en todo acto de Su oficio, en todo lo que Él hizo, en todo lo que Él sufrió, en todo lo que Él continúa haciendo, es la acción y obra de Su entera persona”. Sí, de seguro, y Su entera Persona estuvo en la cruz, como en cualquier otra parte. La Persona fue el sacrificio, y en aquella Persona estaba el Hijo, “Dios sobre todo, bendito para siempre”. Él “dio el espíritu”, aunque Él murió bajo el juicio de Dios contra el pecado; y aunque Él fue crucificado y muerto por las manos de hombres impíos. Y esto es una misericordia infinita.
Fue Él mismo, amados, desde lo primero hasta lo postrero. Él anduvo el misterioso camino Él mismo, aunque lo caminó sin ayuda y solo. Ningún otro que Él, “Dios manifiesto en la carne”, pudo haber estado allí. El Hijo se tornó en el Cordero para el altar aquí; y entonces el Cordero que fue inmolado alcanzó al lugar de la gloria, sobre todos los cielos. Es la Persona lo que da eficacia a todo. Los servicios serían nada; los dolores nada; la muerte, la resurrección y la ascensión, todo sería nada (podríamos concebirlas), si Jesús no fue Él que es. Su persona es la “Roca”: por tanto “Su obra es perfecta” (Deuteronomio 32:44He is the Rock, his work is perfect: for all his ways are judgment: a God of truth and without iniquity, just and right is he. (Deuteronomy 32:4)). Es el misterio de misterios. Pero Él no es presentado para nuestra discusión, sino para nuestra comprensión, fe, confianza, amor y adoración.
Dios y hombre, cielo y tierra, están juntos ante los pensamientos de la fe en este gran misterio. Dios ha estado aquí en la tierra; y esto también en la carne: y el Hombre glorificado está allí en la altura del cielo. Son los vínculos entre estas grandes cosas que yo he procurado examinar con particularidad; adecuado como es este ejercicio para hacer las cosas del cielo y la eternidad reales y cercanas a nuestras almas. Las distancias morales son infinitas; pero las distancias mismas son ahora nada. La naturaleza, rodeada de concupiscencia y mundanalidad, le hace difícil al alma pasar adentro: pero la distancia misma es nada. Jesús, después que estuvo en el cielo, en un momento, en un abrir de ojos, se mostró a Sí mismo a Esteban fuera de la ciudad de los judíos: y, en igual momento de tiempo, resplandeció delante del paso de Saulo de Tarso, mientras éste viajaba desde Jerusalem a Damasco; y aunque no tenemos iguales visitas desde la gloria, la cercanía y realidad de ello son empeñadas de nuevo, y refrendadas a nuestras almas, por la visión de estos grandes misterios.
¿Y no va a ser el reino la exhibición de los resultados de estos vínculos misteriosos? Porque el cielo y la tierra, en sus modos diferentes, serán testigos de ellos y los celebrarán. “Alégrense los cielos y gócese la tierra” (Salmo 96:1111Let the heavens rejoice, and let the earth be glad; let the sea roar, and the fulness thereof. (Psalm 96:11)). La Iglesia, una con este Hombre exaltado y glorificado, estará en lo alto, mucho más arriba de los principados y las potestades. La escala que Jacob vio será (en el misterio) puesta; el Hijo del Hombre será el centro así como el estribo de todo este predestinado sistema de gloria y de gobierno. Las naciones no se ensayarán más para la guerra. “El palo de Judá y el palo de Efraín serán uno, y un Rey será a ambos por rey” (Ezequiel 37:15-2815The word of the Lord came again unto me, saying, 16Moreover, thou son of man, take thee one stick, and write upon it, For Judah, and for the children of Israel his companions: then take another stick, and write upon it, For Joseph, the stick of Ephraim, and for all the house of Israel his companions: 17And join them one to another into one stick; and they shall become one in thine hand. 18And when the children of thy people shall speak unto thee, saying, Wilt thou not show us what thou meanest by these? 19Say unto them, Thus saith the Lord God; Behold, I will take the stick of Joseph, which is in the hand of Ephraim, and the tribes of Israel his fellows, and will put them with him, even with the stick of Judah, and make them one stick, and they shall be one in mine hand. 20And the sticks whereon thou writest shall be in thine hand before their eyes. 21And say unto them, Thus saith the Lord God; Behold, I will take the children of Israel from among the heathen, whither they be gone, and will gather them on every side, and bring them into their own land: 22And I will make them one nation in the land upon the mountains of Israel; and one king shall be king to them all: and they shall be no more two nations, neither shall they be divided into two kingdoms any more at all: 23Neither shall they defile themselves any more with their idols, nor with their detestable things, nor with any of their transgressions: but I will save them out of all their dwellingplaces, wherein they have sinned, and will cleanse them: so shall they be my people, and I will be their God. 24And David my servant shall be king over them; and they all shall have one shepherd: they shall also walk in my judgments, and observe my statutes, and do them. 25And they shall dwell in the land that I have given unto Jacob my servant, wherein your fathers have dwelt; and they shall dwell therein, even they, and their children, and their children's children for ever: and my servant David shall be their prince for ever. 26Moreover I will make a covenant of peace with them; it shall be an everlasting covenant with them: and I will place them, and multiply them, and will set my sanctuary in the midst of them for evermore. 27My tabernacle also shall be with them: yea, I will be their God, and they shall be my people. 28And the heathen shall know that I the Lord do sanctify Israel, when my sanctuary shall be in the midst of them for evermore. (Ezekiel 37:15‑28)). “Y será en aquel tiempo que responderé, dice Jehová, yo responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra; y la tierra responderá al trigo, y al vino, y al aceite; y ellos responderán a Jezreel” (Oseas 2:21-2221And it shall come to pass in that day, I will hear, saith the Lord, I will hear the heavens, and they shall hear the earth; 22And the earth shall hear the corn, and the wine, and the oil; and they shall hear Jezreel. (Hosea 2:21‑22)). ¿Y qué es todo esto, sino el fruto feliz, a ser recogido en los días del reino venidero, de estos vínculos los cuales, como hemos estado viendo, han sido formados ya? Los gérmenes y principios de todas estas manifestaciones en el cielo y en la tierra, entre los ángeles, y los hombres, y todas las criaturas, y la creación misma, se encuentran, por así decirlo, en Belén, en el huerto del sepulcro, y en el Monte de los Olivos.
Que el corazón y la conciencia aprenden la lección. Que fijemos los ojos en estos misteriosos vínculos de los cuales hemos estado hablando, más en compañía con los ángeles en las campiñas de Belén, y en la tumba de Jesús; o, yo podría añadir aquí, más en la mente de los discípulos en el Monte de los Olivos, según se fijaron allí en el glorioso vínculo que se estaba formando entonces entre Jesús y los cielos. Vedlos en Lucas 24:44-5244And he said unto them, These are the words which I spake unto you, while I was yet with you, that all things must be fulfilled, which were written in the law of Moses, and in the prophets, and in the psalms, concerning me. 45Then opened he their understanding, that they might understand the scriptures, 46And said unto them, Thus it is written, and thus it behoved Christ to suffer, and to rise from the dead the third day: 47And that repentance and remission of sins should be preached in his name among all nations, beginning at Jerusalem. 48And ye are witnesses of these things. 49And, behold, I send the promise of my Father upon you: but tarry ye in the city of Jerusalem, until ye be endued with power from on high. 50And he led them out as far as to Bethany, and he lifted up his hands, and blessed them. 51And it came to pass, while he blessed them, he was parted from them, and carried up into heaven. 52And they worshipped him, and returned to Jerusalem with great joy: (Luke 24:44‑52). Ellos estaban entonces como Israel en Levítico 23:9-14,9And the Lord spake unto Moses, saying, 10Speak unto the children of Israel, and say unto them, When ye be come into the land which I give unto you, and shall reap the harvest thereof, then ye shall bring a sheaf of the firstfruits of your harvest unto the priest: 11And he shall wave the sheaf before the Lord, to be accepted for you: on the morrow after the sabbath the priest shall wave it. 12And ye shall offer that day when ye wave the sheaf an he lamb without blemish of the first year for a burnt offering unto the Lord. 13And the meat offering thereof shall be two tenth deals of fine flour mingled with oil, an offering made by fire unto the Lord for a sweet savor: and the drink offering thereof shall be of wine, the fourth part of an hin. 14And ye shall eat neither bread, nor parched corn, nor green ears, until the selfsame day that ye have brought an offering unto your God: it shall be a statute for ever throughout your generations in all your dwellings. (Leviticus 23:9‑14) celebrando la mecida de la gavilla de las primicias. Jesús, las Verdaderas Primicias, acababa de ser recogida, y Él había, como su Maestro divino, hecho una exposición a ellos del misterio de la gavilla recogida, esto es, el significado de Su resurrección. Ellos entonces vigilaron ese momento misterioso. Ellos miraron según su Señor resucitado ascendía, y observaron la fiesta como con el sacrificio de un holocausto. “Después de adorarle se volvieron a Jerusalem con gran gozo”.
Seguramente podemos decir, “Grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifiesto en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido en gloria”.
Fue recibido arriba gloriosamente, o en gloria, tan bien como dentro de la gloria. Él entró en la luz de los altísimos cielos; pero entró en ella glorioso Él mismo: y allí Él está ahora, un cuerpo glorioso, el modelo de lo que los nuestros han de ser. La humanidad real está allí, en los altísimos cielos; pero está glorificada, y aunque glorificada de ese modo, es la real naturaleza humana aún. “Jesús está en el mismo cuerpo en el cielo en el cual se relacionó aquí en la tierra. Esto es ‘Lo Santo’ que fue formado inmediatamente por el Espíritu Santo en el vientre de la Virgen. Este es aquel ‘Santo’ que, cuando estuvo en la tumba, no vio corrupción. Este es aquel ‘cuerpo’ que fue ofrecido por nosotros, y en el cual Él llevó nuestros pecados sobre el madero. Esa naturaleza individual en la cual Él sufrió toda suerte de denuestos, desprecios y sufrimientos está ahora inconfundiblemente sentado en la inconmensurable gloria. El cuerpo que fue herido es aquel que todo ojo verá, y no otro. Ese tabernáculo nunca se plegará. La persona de Cristo, y en ella Su naturaleza humana será el objeto eterno de gloria, alabanza y adoración divinas”.
Así habla uno para nuestra edificación y consuelo. Y uno de nuestros poetas ha cantado a Él del modo siguiente, mirándole en Su sesión arriba en el cielo:
Con Dios a su lado en exaltación,
Ved entronizado al Real Varón,
Cristo, Rey de gloria quien al mal venció,
Por Su gran victoria Dios le sublimó.
Vino a rescatarnos por Su amarga cruz,
Quiso presentarnos en celeste luz;
Las obras del “Malo” vino a deshacer,
Pues venció al “Fuerte” y a su gran poder.
Mas Su ministerio aún prosigue allí,
Dulce refrigerio derramando aquí;
Cual fiel Abogado con el Padre está,
Siempre intercediendo por Su pueblo acá.
“Su estado presente es un estado de la más alta gloria de exaltación por encima de toda la creación de Dios, y por encima de todo nombre que se nombra o puede nombrarse”.
Él fue recibido arriba con inefable amor, y con la ilimitada e inconmensurable aceptación de Dios el Padre; ya que Él había obrado y cumplido el propósito de Su gracia en la redención de los pecadores. Él fue recibido arriba en triunfo, habiendo llevado cautiva la cautividad, y despojado los principados y las potestades; y allí se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con todo poder dado a Él en el cielo y en la tierra. Él fue recibido arriba como la Cabeza de Su cuerpo, la Iglesia, de modo que de la plenitud de la divinidad que habita en Él corporalmente, “aumenta con aumento de Dios”, por el Espíritu Santo que nos es dado. Él fue recibido arriba como dentro de un templo, para comparecer en la presencia de Dios por nosotros, para sentarse allí como el Ministro del verdadero tabernáculo, para hacer allí continua intercesión por nosotros; y en este y semejantes modos de gracia servir en Su cuerpo delante del trono. Él fue recibido arriba como el Precursor, como dentro de la casa del Padre, para preparar allí lugar para los hijos, para que donde Él está, ellos también estén. Y más aún, al sentarse en el cielo se sentó en expectación; Él espera venir al encuentro de Sus santos en el aire, para que ellos estén con Él para siempre; Él espera hasta que sea enviado para traer refrigerio a la tierra otra vez por Su propia presencia; Él espera hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies.
Frío es el afecto, y pequeña la energía: pero en principio no conozco nada en absoluto digno de tales visiones de fe, sino ese espíritu de dedicación que puede decir con Pablo, “Sé estar humillado, y sé tener abundancia”, y ese espíritu de deseo que todavía espera en Él, y dice, Ven Señor Jesús, ven pronto.
Amados, nuestro Dios se ha unido Él mismo de este modo por vínculos que jamás pueden ser rotos los cuales Su propia gloria en ellos, así como Su consejo y fortaleza, asegurarán para siempre. Estos vínculos han sido contemplados, misteriosos y preciosos como son. Él mismo los ha formado, sí, Él mismo los constituye, la fe los entiende: y sobre la Roca de los siglos descansa el pecador creyente, y descansa en paz y seguridad.
Con toda mi alma yo digo, ¡Que estas meditaciones ayuden a hacer estos objetos de fe un poco más cercanos y más reales a nosotros! No valdrán de nada si no tienden a glorificarle a Él en nuestros pensamientos, a darlo a Él, con un nuevo énfasis, amados, a nuestros corazones.
“Cerca, más cerca, Señor de Ti”.
Que ese sea el suspiro de nuestras almas, hasta que lo veamos. Amén.