A fin de evaluar correctamente los varios movimientos religiosos del siglo diecinueve, es necesario considerar tanto aquellos cuyas influencias y efectos han sido fácilmente discernibles para el público en general como aquellos movimientos menos visibles que resultaron de las obras de destacados ministros de la Palabra de Dios que rehuyeron la publicidad. Si consideramos en primer término los movimientos más públicos, encontramos los frutos morales del avivamiento Wesleyano expresado en el movimiento «Evangélico» encabezado por hombres como William Wilberforce y Lord Shaftesbury, que interpretaron en acciones políticas, como la abolición de la esclavitud y unas medidas generales de reforma, las llanas y literales enseñanzas de la Escritura. Estos hombres fueron una fuerza moral genuina en sus tiempos. En oposición parcial a esta influencia, se desarrollo el movimiento «Anglocatólico» o «Movimiento de Oxford», bajo el liderazgo de J. H. (después Cardenal) Newman, E. B. Pusey y J. Keble. A estos se les llamó «Tratadistas» porque publicaron tratados en los que impulsaban a los clérigos a la defensa de sus órdenes y argüían que sólo suscribiéndose a la teoría de una iglesia católica indivisible podrían preservar sus posiciones y derechos. Este movimiento fue a su vez resistido por clérigos evangélicos como Charles Kingsley y F. D. Maurice, que junto con Thomas Hughes constituyeron el movimiento «Socialista Cristiano» de la década de 1860. Todos estos movimientos suscitaron mucha controversia pública, pero tuvieron en general muy poco efecto moral permanente en el pueblo.