Podemos pasar ahora a algunos de los desarrollos más desconocidos, pero profundamente importantes, de la vida espiritual en el siglo diecinueve. A principios de aquel siglo, el doctor Augustus Neander, un judío alemán convertido en su juventud al cristianismo, estaba enseñando en la Universidad de Berlín, a audiencias electrizadas, acerca de las grandes verdades del cristianismo. Era hombre de gran erudición y basaba su ministerio puramente en la Palabra de Dios; actuando de esta manera, avivó muchas importantes verdades que habían quedado oscurecidas durante siglos. Vio claramente que no había autoridad escrituraria para un clero que ejerciera un oficio mediador entre Dios y los hombres, y mantuvo que todos los cristianos eran sacerdotes en virtud de ser habitados por el Espíritu Santo, y de tener entrada al lugar santísimo de la presencia de Dios. Sin embargo, no inició ningún movimiento para dar realidad a estas enseñanzas, y se contentó con enseñar en la Universidad. En Suiza y en Francia el doctor J. H. Merle d’Aubigné (que había sido discípulo de Neander en Berlín) siguió una línea algo similar de enseñanza, y dedicó mucho tiempo a recopilar su vasta Historia de la Reforma.