Como era de esperar, no tardó en seguir la persecución, y Latimer y Cranmer fueron quemados en la hoguera. ¡Pobre Cranmer! Timorato e inestable como siempre, falló en la hora de la prueba y negó la fe. Pero, siempre objeto del amor de Dios y de la gracia restauradora de Cristo, fue recuperado, y exhibió una fortaleza en la hora de la muerte que más que compensó por el débil testimonio de su vida de claroscuros. Pero Dios iba a intervenir en breve, y el paso de la corona de María a Elisabet señaló la restauración del protestantismo.