Lo cierto es que cuando la erudición invirtió sus energías en cuestiones religiosas, hacia fines de aquel siglo, se apartó del principio de la fe por el cual se han de comprender todas las actividades de Dios, e introdujo un sistema de la crítica que hizo de la erudición y de la mente puramente racional el criterio por el que se debía juzgar del origen y autoridad de las Escrituras. Este movimiento comenzó en Alemania y en otros lugares, propiciado por académicos reconocidos que, en sus escritos, arrojaron dudas sobre la autoridad de la Sagrada Escritura. Los que pusieron en duda la exactitud textual de la Palabra fueron llamados «críticos bajos», y los que suscitaron cuestiones acerca de la credibilidad o paternidad de los libros de la Biblia fueron llamados los «críticos altos». Los efectos de este movimiento, uno de los más sutiles que Satanás haya inventado para minar la autoridad de la Palabra de Dios, se extendieron rápidamente por Inglaterra, con perniciosas consecuencias, y la apatía que existe en la actualidad en las mentes de la mayoría con respecto al cristianismo puede remontarse, más o menos directamente, a este ataque contra las Escrituras.