Atraigo igualmente nuestra atención sobre el principio que, aunque este fue un día de flaqueza, debilidad y humillación, este no debería ser un día de negligencia, al contrario, de gran vigilancia. El pueblo de Dios debía también estar atento y velando por honrar el Nombre de Jehová como cuando todo estaba en el pleno poder y belleza del orden Divino. Este es un muy precioso principio para nosotros ahora. En la actual confusión de la cristiandad, somos llamados a ser vigilantes en relación con aquellos que invocan el Nombre del Señor y reclaman una relación con Dios, antes de reconocerlos como miembros del cuerpo de Cristo y como verdaderos adoradores reuniéndose a Su Nombre. Es esto lo que nos da derecho a demandar que estos prueben su genealogía. El motivo es simple: multitudes se arrogan hoy este título de cristianos sin tener derecho a este. Debemos exigir la prueba de que ellos son realmente lo que profesan ser; no debemos contentarnos con una profesión general sino que tenemos que asegurarnos cuidadosamente de la realidad de la fe. Sin ponerla en duda, tenemos que esperar la prueba manifiesta, adecuada para convencernos de ello.
Esta precaución no era necesaria en los primeros días de la historia de la Iglesia. El Espíritu Santo descendió entonces en poder para abrir una economía nueva, llamando a los hombres a romper sus antiguas asociaciones y reunirse al Nombre del Señor. El peligro era menos grande, porque el oprobio era tal que, de una manera general, los hombres no se acercaban a menos de ser verdaderamente conducidos por Dios. Podía suceder sin duda un Simón el mago, sensible a estas cosas, sin ser alcanzado en su conciencia y codiciando el poder que podía servir a sus propósitos egoístas (Hechos 8:9-24); pero, normalmente lo repito, los hombres no venían si no eran sinceros. En nuestros días, no es más así, sabemos que los hombres se engañan a sí mismos, llegando hasta ignorar lo que significa verdaderamente ser convertido a Dios, o miembro del cuerpo de Cristo. Muchos han sido falsamente enseñados: ellos han sido educados en una atmósfera mal sana y corrupta; por tanto es necesario, repito, que exijamos la prueba de su genealogía, es decir, la plena evidencia de que ellos realmente pertenecen a Cristo y forman parte de la familia de Dios.
Puede haber en el momento presente, personas en una condición tal que no los recibiríamos sobre la tierra, y que veremos en el cielo. Puede haber personas que deberán ser actualmente rechazadas porque no han podido probar su genealogía: ellas son salvas, sin gozar esta comunión. El Señor puede discernir, en medio de muchas cosas dolorosas, lo que es real; pero nosotros debemos mirar simplemente a Dios y actuar de acuerdo a la medida de discernimiento que Él nos ha dado en cada caso.