Dos principios, que será útil consignar, parecen estar obrando en el día de hoy. Vivimos en un tiempo en el cual todo se discute y en el que se esparcen principios de toda especie. Si se presentan de aquellos que son de naturaleza propia para arruinar la misma posición de los santos, como testimonio consciente e inteligente en medio de la Cristiandad, no será sin utilidad llamar la atención sobre ellos.
Estos dos principios son:
1.- Se niega que una asamblea cristiana esté obligada a mantener la pureza para ser reconocida como tal, o mejor dicho, se niega que ella sea manchada si admite el mal en su seno.
2.- Se niega la unidad del cuerpo por lo que toca a la Iglesia sobre la tierra.
Habiendo oído afirmar tan a menudo, sea respecto de las costumbres, sea respecto de la doctrina, que una asamblea de cristianos no puede ser manchada por el mal que contenga en su seno, y que ella debe dejar al Señor el cuidado de poner la mano sobre él y el de quitarlo, debo deducir de ello que este principio es generalmente admitido. Lo que hasta el presente no había sido alegado más que bajo forma de argumentos individuales relativamente al segundo principio arriba mencionado, se halla ahora defendido por un tratado que me ha sido espontáneamente enviado (para mi edificación, supongo), y que voy a examinar. Ignoro quien sea el autor de él, y discutiré brevemente los principios, por ser éste un asunto digno de atención.
Otro tratado me ha llegado también sobre el primer asunto; creo conocer a su autor, pero aquí me limitaré a discutir sus principios. Estas son las dos cuestiones:
1.- ¿Puede un cuerpo de cristianos ser manchado por tolerar el mal en hecho de costumbres o en hecho de doctrina?
2.- ¿Existe la unidad de la Iglesia de Dios en la tierra?
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Se ha sostenido públicamente que si la fornicación era tolerada en un cuerpo de cristianos, no sería esto un motivo para separarse de él. Otros han respondido ya a esto. En verdad la mejor respuesta es la de presentarla de nuevo a la luz. Decir que los cristianos deben de apartarse del mundo, que deben desligarse del gran cuerpo de la iglesia profesante por causa de la corrupción eclesiástica; afirmar seguidamente que la comunidad a la que uno pertenece no es manchada por una inmoralidad positiva, y que los santos están igualmente obligados a reconocer una semejante reunión; es esta una proposición tan monstruosa, una tan singular preferencia concedida a las miras eclesiásticas sobre la inalterable moralidad de Dios según el evangelio, que hay motivo de asombrarse al ver que hay cristianos que pueden caer en un parecido estado de tinieblas morales. Es éste un testimonio solemne de los estragos producidos por los falsos principios. Naturalmente nosotros no tenemos nada que hacer con estas personas o con su reunión, sobre lo que exige la caridad de Cristo. Nos ocupamos de los principios: veamos ahora donde éstos nos llevarían.
No será permitido a los que formen parte de una semejante reunión cristiana de romper con ella. Estarían obligados a aceptar la compañía del pecado, obligados a aceptar la desobediencia a esta regla del Apóstol: “quitad pues á ese malo de entre vosotros” (1 Corintios 5:1313But them that are without God judgeth. Therefore put away from among yourselves that wicked person. (1 Corinthians 5:13)). Precisará que permanezcan en constante comunión con el mal, y que afirmen constantemente, en el acto más solemne del cristianismo, la comunión entre la luz y las tinieblas. Aun no es esto todo. En esta suerte de reuniones o congregaciones, la asamblea de un lugar recibe, como lo hacían las iglesias de que habla la Escritura, es decir, los que se hallan en comunión en otra, y, cuando se obra regularmente, por cartas de recomendación. Suponed que el fornicario, o algún otro de los que han sostenido su derecho de permanecer en la asamblea (otro modo de tolerar el mal) sea recomendado, o venga de la asamblea en cuestión, como hallándose en comunión. Si se le recibe de propósito deliberado, precisa, naturalmente, que se le dé, en tanto que sea posible, el mismo derecho que en su congregación. Esta persona es, pues, recibida en cualquiera otra parte, y de esta manera la maldad premeditada de la mayoría de la congregación de que forma parte, o de toda la reunión, si se quiere, obliga a cada asamblea cristiana (si la Iglesia de Dios estuviese en orden, diríamos cada asamblea de Dios en el mundo) a dar su aprobación, su visto bueno a la comunión con el pecado y el mal, a declarar que el pecado puede ser admitido libremente a la mesa del Señor, y que Cristo y Belial concuerdan perfectamente. En caso contrario, no queda otro recurso que el de romper con esa reunión o iglesia. Esto sentado: si las asambleas deben obrar de esta suerte, los individuos de la reunión manchada, que tengan alguna conciencia, deben de hacerlo también.
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La iglesia nacional vale incomparablemente más que esto; porque no tiene pretensión a la disciplina; cada uno es piadoso por su propia cuenta y responsabilidad, mientras que aquí, uno sanciona en principio el pecado y la comunión con el pecado a la mesa del Señor. Se admite bien que no debe ser tolerado, pero se declara, por otro lado, que si es tolerado, de propósito deliberado, cada uno debe someterse a ella: la reunión no está manchada, y pecadores desobedientes tienen derecho de forzar toda la Iglesia de Dios a aceptar el pecado, si no en principio, a lo menos en la práctica, y a renegar así sus principios. Es la Iglesia de Dios afirmando como tal, en virtud de su privilegio y de su título especial, los derechos del pecado contra Cristo. En hechos de principios, no podría concebir nada peor. Y no son estas simplemente las costumbres de una clase particular de cristianos, que conducen a ello. El orden bíblico de la Iglesia de Dios, tal cual está presentado en las Escrituras, implicaría la sanción del pecado, de ser verdadera la teoría que se pretende.
Nadie puede negar que los santos pasaban de una asamblea a otra, y que si se pertenecía a una, se era recibido en las otras. Esto no es una organización de iglesias, tales como el presbiterianismo o el episcopalismo (solo las nombro para darme a comprender), mas esto es un pleno reconocimiento de las iglesias como expresión de la unidad del cuerpo de Cristo. Vemos a los santos partiendo de una asamblea, ser recibidos como tales en otra, y esto en virtud de cartas de recomendación. Cada asamblea siendo reconocida como representando, en la localidad, el cuerpo de Cristo, los que de él formaban parte debían de ser recibidos como miembros de este cuerpo por las otras asambleas. Cada asamblea local era responsable de mantener el orden en su seno y la piedad que conviene a la asamblea de Dios, y se debía contar con ella para esto. No es negar la competencia de la asamblea local, sino reconocerla, el recibir una persona por el hecho de formar parte de ella. Si no la recibo, niego en ello que esta asamblea sea un testimonio conveniente de la unidad del cuerpo de Cristo.
Luego, es precisamente esta verdad que el Espíritu de Dios afirma con respecto a la asamblea local de Corinto: muy lejos de negar la unidad en un solo cuerpo de todos los santos que están en la tierra, reconoce la asamblea local como representando el cuerpo, en su medida. “Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte” (1 Corintios 12:2727Now ye are the body of Christ, and members in particular. (1 Corinthians 12:27)). Por consiguiente, si reconozco que la asamblea local de Corinto, o de cualquier otro lugar, ocupa esta posición, debo recibir, como miembro del cuerpo de Cristo, cualquiera que forme parte de él, y no admitiré que uno pueda ser miembro de otra casa, lo cual la Escritura tampoco admite. Así, cuando el Apóstol dice: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte” (1 Corintios 12:2727Now ye are the body of Christ, and members in particular. (1 Corinthians 12:27)), y “porque un pan, es que muchos somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel un pan” (1 Corintios 10:1717For we being many are one bread, and one body: for we are all partakers of that one bread. (1 Corinthians 10:17)), yo estoy en el deber de reconocer a la asamblea como representando el cuerpo, y a los que participan de este solo pan como miembros del cuerpo. Si no lo hago, caigo en el principio de una asociación voluntaria, que se da ella misma sus reglas y hace lo que ella quiere.
¿Debo, pues, tener como representando la unidad del cuerpo y obrando por el Espíritu con autoridad del Señor, a una asamblea que sanciona el pecado y declara que ella no es manchada por él? Por otra parte, suponed que una asamblea, la de Corinto, por ejemplo, haya separado al malo, y que otra asamblea lo reciba, esta última niega, por esto mismo, que la primera haya obrado con el carácter de una asamblea de Dios, representando el cuerpo de Cristo: ella niega la acción del Espíritu Santo en la asamblea, o que lo que ha sido ligado en la tierra haya sido ligado en el cielo.
Es un puro sofisma el suponer que, porque uno no reconoce los sistemas de iglesias organizadas en un cuerpo, tampoco reconoce la responsabilidad de cada asamblea en vez del Señor, o su capacidad para obrar por el Espíritu Santo en los asuntos de la Iglesia de Dios. Si una persona separada en Corinto fuese admitida a la comunión en Éfeso, o bien la asamblea de Éfeso negaría, por tal acto, la acción del Espíritu Santo en Corinto, o bien rechazaría la acción y negaría la autoridad del Espíritu Santo y de Cristo; es decir, que las asambleas eran reconocidas para que cada una de por sí obrase bajo la dependencia del Señor y por el Espíritu Santo. Sin duda, ellas podían equivocarse; la de Corinto hubiera faltado a no intervenir el Espíritu Santo por medio del Apóstol; mas hablo del principio bíblico y de lo que debemos esperar en una asamblea. La asamblea es reconocida como tal porque obra por el Espíritu Santo bajo la Autoridad del Señor.
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Aclarado este punto (y en la primera epístola a los Corintios, me parece no queda sombra de duda sobre este particular), paso, pues, a otro asunto: la responsabilidad que resulta para los cristianos que componen la asamblea. Se hallan estos en el deber de obrar para Cristo por el Espíritu Santo. “Quitad pues á ese malo de entre vosotros” (1 Corintios 5:1313But them that are without God judgeth. Therefore put away from among yourselves that wicked person. (1 Corinthians 5:13)). Es a la asamblea que Pablo encarga esto. Igualmente en los casos de agravio inferido a alguno, es delante de la asamblea que el hecho es llevado finalmente, y es con relación a ella que se habla de “dentro” y de “fuera” (1 Corintios 5:12-1312For what have I to do to judge them also that are without? do not ye judge them that are within? 13But them that are without God judgeth. Therefore put away from among yourselves that wicked person. (1 Corinthians 5:12‑13)). En otros términos, hallo que el cuerpo es responsable lo mismo que competente. El Señor que conocía toda la historia futura de Su Iglesia, ha transmitido esto, en Su gracia, a una reunión de dos o tres congregados en Su nombre, cuando hablaba del ejercicio de la disciplina y del oír favorablemente las oraciones. Cuando dos o tres están reunidos en Su nombre, Él está allí en medio de ellos.
De esta manera, admitiendo plenamente que son todos los santos de una localidad que constituyen la asamblea de aquella, si no quieren unirse, la responsabilidad se encuentra, lo mismo que la presencia del Señor, con los que la forman. Los actos de ellos tienen Su autoridad, si realmente son ejecutados en Su nombre: quiero decir, que otra asamblea debe de reconocer esta asamblea y sus actos, o negar su conexión con el Señor. No quiero decir que si la asamblea se ha equivocado en algún caso particular, no se la pueda reprender, invitándola a volver sobre su decisión; pero, en el curso regular de las cosas, una asamblea admite la acción de la otra, conforme a la promesa de la presencia del Señor, porque ella reconoce en la otra la acción del Señor, la acción de su propio Señor en ella, y la asamblea del Señor. Esta no es, de ningún modo, una iglesia voluntaria; es una asamblea de Dios según la Escritura. Si la iglesia o asamblea no se halla reunida sobre esta base, y no reconoce la unidad del cuerpo, el poder y la presencia del Espíritu Santo y la presencia de Jesús, en tanto que reunida en Su nombre solamente, no reconozco esta asamblea, aun cuando pueda reconocer a los santos que la componen. En el caso opuesto me hallo en el deber de reconocerla.
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Pero vemos, además, que la asamblea de Corinto no quitaba el malo, y que el Apóstol se halla bien decidido a poner orden en ella. Lo mismo que, mientras permaneciera en aquel estado, no iría allí sino para obrar con severidad y rigor. Lo que él dice en la segunda epístola hace ver que les considera envueltos en el mal por el hecho de tolerarlo. “En todo os habéis mostrado limpios en el negocio” (2 Corintios 7:1111For behold this selfsame thing, that ye sorrowed after a godly sort, what carefulness it wrought in you, yea, what clearing of yourselves, yea, what indignation, yea, what fear, yea, what vehement desire, yea, what zeal, yea, what revenge! In all things ye have approved yourselves to be clear in this matter. (2 Corinthians 7:11)). Él les acusaba de pecado y de levadura; no simplemente de un pecador, sino de pecado entre ellos. Tan ignorantes eran de la disciplina, que no se habían afligido de manera a lograr que Dios quitase de entre ellos al que había cometido aquella acción, y les ordena de quitar la vieja levadura (no simplemente de separar la persona, lo cual constituía bien la dirección práctica que él les daba), a fin de que ellos fuesen nueva masa, como eran sin levadura. Por su aquiescencia al pecado, estaban implicados en él. Eran considerados como estando en Cristo, y su verdadera posición como una posición sin levadura; mas debían quitar la vieja levadura a fin de ser una nueva masa, para que su condición presente estuviese en harmonía con su posición en Cristo. De lo contrario, ni ellos, ni la asamblea eran nueva masa.
De aquí viene que, en la segunda epístola, después que la primera hubo producido su efecto, el Apóstol declara que “en todo os habéis mostrado limpios en el negocio” (2 Corintios 7:1111For behold this selfsame thing, that ye sorrowed after a godly sort, what carefulness it wrought in you, yea, what clearing of yourselves, yea, what indignation, yea, what fear, yea, what vehement desire, yea, what zeal, yea, what revenge! In all things ye have approved yourselves to be clear in this matter. (2 Corinthians 7:11)); pero si toleraban el mal, no eran limpios. La asamblea no era una nueva masa, y sus miembros no eran limpios, si aceptaban entre ellos el principio de la tolerancia del mal. Hacer servir el privilegio de nuestra posición a la sanción del pecado en la asamblea, diciendo que no podría ser manchada, es una de las más funestas, de las más perniciosas doctrinas. Pretender que los que forman parte de la asamblea, no siendo personalmente culpables del pecado cometido, están limpios aún que participen en ella tolerándolo, es un principio radicalmente malo y formalmente contrario a la Escritura.
Aún hay más: Una asamblea que haya admitido un semejante principio ha perdido el derecho de que se la reconozca el carácter, del cual he hablado más arriba. Un punto que ya hemos examinado es el de que toda asamblea particular, congregada verdaderamente en el nombre del Señor, representa el cuerpo de Cristo, y se debe contar con la presencia de Cristo en medio de ella. Pero no osaría reconocer como representando el cuerpo de Cristo, o reunida en Su nombre, a una asamblea que admita el pecado o lo tolere, teniendo por principio que éste no la mancha. Es esto hacer participar a Cristo del pecado; esto es, hacerle “ministro de pecado” (Gálatas 2:1717But if, while we seek to be justified by Christ, we ourselves also are found sinners, is therefore Christ the minister of sin? God forbid. (Galatians 2:17)). ¡Dios nos libre de tal cosa! El cuerpo de Cristo (y por nuestra participación a “un pan” (1 Corintios 10:1717For we being many are one bread, and one body: for we are all partakers of that one bread. (1 Corinthians 10:17)) declaramos que somos un solo cuerpo,) es un cuerpo santo: no puedo decir que soy un solo cuerpo con los pecadores. Que un pecador o un hipócrita haya podido deslizarse en la asamblea, todos lo admitimos; mas no toleraré el pecador. Pero si un cuerpo admite los pecadores, o tolera la presencia de ellos, cesa completamente de poseer el carácter de cuerpo de Cristo; si no fuese así, el cuerpo de Cristo sería compatible con el pecado conocido; es decir, que el Espíritu Santo y Cristo, admitido este supuesto, hallándose presentes, admitirían y tolerarían el pecado.
Esta doctrina, que la asamblea no se mancha por la existencia en su seno de un pecado conocido, es una denegación positiva de la presencia del Espíritu Santo que une en un solo cuerpo los que están reunidos, y de la autoridad de un Señor presente. ¿Aceptaría el Señor el pecado en los miembros de Su cuerpo? Si Él no lo acepta, los que lo hacen obran como una reunión voluntaria, según sus propias reglas, y no admiten el poder del Espíritu Santo que anima a la asamblea, pues sería una blasfemia el decir que Él admite el pecado en los que le pertenecen. Una asamblea que tiene esta doctrina no es en ninguna manera una asamblea de Dios. Puede haber abandono en ella; debe de ser reprendida en caso tal; pero cualquiera que, en principio, reconozca la existencia del pecado en la asamblea, y niega que ella sea manchada por él, niega también su unidad y la presencia del Señor. En otros términos, esta no sería por ningún concepto una asamblea congregada en el nombre del Señor. Lo que yo estimo esencial en este asunto, es la presencia del Señor según Su promesa, y la obra del Espíritu de Dios. Si esto es así, y si reconozco el Señor, debo reconocer a la asamblea y sus actos: si ella acepta un principio contrario a la presencia del Señor y a la acción del Espíritu Santo, no me atreveré a reconocerla como siendo de Él.
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La otra cuestión que he señalado al empezar es si existe una unidad del cuerpo de Cristo en la tierra.
Respecto a esto, ya he hecho notar la responsabilidad que cabe a cada asamblea local de ejercer una disciplina fiel y de mantener la unidad, como representando de una manera local todo el cuerpo, porque el Espíritu y el Señor se hallan allí; de tal modo que ella obra en virtud de una autoridad que, si es una asamblea verdadera, obliga a todas las demás asambleas (exceptuando la parte a distinguir de la flaqueza humana). La cuestión es si hay un solo cuerpo en la tierra.
La misión de los apóstoles no contiene una palabra respecto de la iglesia o de las iglesias, de una comunidad o de comunidades. La misión o misiones que les encarga el Salvador resucitado no tiene nada que ver con esto. Se trata de predicar el Evangelio a toda criatura, para salvación o para condenación, o bien de predicar el arrepentimiento y la remisión de los pecados en todas las naciones, o bien todavía, de hacer discípulos a todas ellas.
Se habla de una iglesia; pero es el Señor quien la edifica, o el que añade a ella los creyentes; esto nunca se dice de las iglesias. Igualmente, cuando se habla de la obra de los apóstoles a este punto de vista, es de una manera general; es cuestión de toda la asamblea de Dios, y no de asambleas particulares, aunque sepamos las había, y que, en un sentido práctico, ellas representaban en su esfera propia, la asamblea entera. Pero la negación de una Asamblea como un todo sobre la tierra, constituye un grande y pernicioso error.
La Escritura jamás enseña nada parecido; se era añadido a la Iglesia, y nada existe en la Escritura que sugiera, en lo más mínimo que sea, la idea de que uno se juntaba a una iglesia local. Nadie osaría exigir que se probase una negación, en cambio veremos que la Escritura habla de ello muy distintamente. Los discípulos eran unidos al Señor y formaban de este modo parte de la Asamblea, o Iglesia.
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Tomemos la Escritura y veamos como ella se expresa sobre este asunto. El primer pasaje en donde se menciona la Iglesia se halla en Mateo 16:18: “Sobre esta piedra [roca] edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno [el Hades] no prevalecerán contra ella”. Según esto, edificar la Asamblea no es lo mismo que formar una unión mística de individuos con la cabeza en el cielo. Esto supone un sistema establecido en la tierra, un edificio: la Asamblea. El fin de la declaración del Señor es de ello la prueba más evidente. Se dice que esto es una promesa de que las puertas del infierno —el Hades— no prevalecerán contra la unión mística con Cristo en el cielo y que no se trata de las condiciones de una Iglesia sobre la tierra. Esta interpretación se refuta a sí misma. Las puertas del infierno no tienen nada que ver con la unión mística individual con Cristo en el cielo. En Mateo 18, como lo hemos visto ya, bastan dos o tres, congregados en el nombre de Cristo, para administrar la disciplina con autoridad.
Tomemos los Hechos. En ellos hallamos el cómo fue formada la Asamblea: allí no había aun diferencia entre la Asamblea y las asambleas. El Señor había dicho que Él edificaría Su Iglesia, y lo hacía. No hay ninguna huella de la idea de que fuese un deber para el hombre el juntarse a una comunidad de discípulos. Un judío, o un pagano (lo que tuvo lugar por primera vez en el llamamiento de Cornelio), era convertido para tener parte a las promesas y a la vocación de Dios. Él era introducido (no planteo aquí cuestión alguna particular sobre este asunto) por el bautismo ciertamente, no en una asamblea particular, sino en LA IGLESIA; era públicamente admitido por los cristianos. Notad ahora, como se habla de la obra misma: “Y el Señor añadía cada día á la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:4747Praising God, and having favor with all the people. And the Lord added to the church daily such as should be saved. (Acts 2:47)). El Señor añadía. Esta era Su obra, y Él añadía a la Asamblea. Es esto lo que hacía del remanente reservado según la elección por gracia. No restauraba a Israel; los juntaba a la Asamblea. La nación se hallaba a punto de ser desechada. Ellos se hallaban colocados sobre la tierra en esta nueva posición; además es evidente que la Asamblea estaba sobre la tierra. Esto se realizaba con arreglo a esta palabra: “Jesús había de morir ... para que juntase en uno los hijos de Dios que estaban derramados” (Juan 11:51-5251And this spake he not of himself: but being high priest that year, he prophesied that Jesus should die for that nation; 52And not for that nation only, but that also he should gather together in one the children of God that were scattered abroad. (John 11:51‑52)). Luego, si se trataba solamente de una unidad mística, no tenían necesidad, si eran creyentes, de ser unidos en uno. Ellos no podían ser dispersos, su unidad era permanente e invariable. Con todo Jesús se dio Él mismo para juntarles en uno. El hecho que el bautismo es el medio por el cual eran admitidos públicamente, hace imposible la idea que debieran unirse a una iglesia. La Iglesia había dado públicamente su sanción sobre ellos; les había recibido; tenían un puesto en ella y debían de tomar posesión de él donde quiera que fuesen, en la Asamblea de Dios.
Examinemos ahora de qué modo la Iglesia obraba con ellos una vez que habían ocupado su puesto en ella: la primera epístola a los Corintios nos traerá sobre este punto una luz divina.
Aquí, es de importancia notar (puesto que es cuestión en esta epístola de una asamblea local, representando prácticamente, bajo ciertos puntos de vista toda la Asamblea de Dios), que la primera epístola a los Corintios es dirigida a todos los creyentes de todo lugar —a todos los que en cualquiera lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo—. La epístola tiene un carácter eclesiástico, pero escribiéndole, el Apóstol tiene cuidado de asociar todos los cristianos a los de Corinto. De ahí que, si alguno era quitado como malo por la asamblea de Corinto, estaba “fuera”; es decir, fuera de toda la Iglesia de Dios; no vitalmente fuera del cuerpo de Cristo, sino fuera de la Asamblea, separado de ella.
Imposible es leer la epístola entera sin ver que lo que fue dicho por el Apóstol, y hecho por la asamblea de Corinto, no fuese un acto valedero para todo el cuerpo de los santos sobre la tierra, y que estos no sean todos considerados como envueltos en este acto, siendo, además, expresamente mencionados en la epístola. Pretender que el individuo separado se hallaba únicamente fuera de la asamblea particular, o local, es una interpretación de carácter tan monstruoso como pernicioso. En vano es que uno explique las palabras del Apóstol: “¿No juzgáis vosotros á los que están dentro? Porque á los que están fuera, Dios juzgará” (1 Corintios 5:12-1312For what have I to do to judge them also that are without? do not ye judge them that are within? 13But them that are without God judgeth. Therefore put away from among yourselves that wicked person. (1 Corinthians 5:12‑13)) como si no quisiese hablar más que de un cuerpo particular. Evidente es “dentro” o “fuera” en la tierra; no habla, en modo alguno, de una asamblea particular: la diferencia es entre cristianos y hombres del mundo. Las expresiones “dentro” y “fuera” se refieren y aplican, pues, a toda la Iglesia de Cristo sobre la tierra. Se trata de los fornicarios de este mundo, o de alguno que se llama hermano. A Corinto para ser de la asamblea, precisaba serlo de la asamblea local, a menos de hallarse en estado de cisma; mas si uno se llamaba “hermano”, o formaba parte de la asamblea, no por haberse uno asociado a ese cuerpo particular, sino porque era cristiano no excluido por una justa disciplina.
Paso ahora a 1 Corintios 12, el cual hará tan claro el asunto como posible sea; pues, enseñándonos que una asamblea local (considerada en su unión con todos los cristianos, en todo lugar, sobre la tierra), representa prácticamente todos los santos y obra por ellos con la autoridad del Señor si está congregada en Su nombre, ese capítulo nos hace ver que el Apóstol tiene en mente LA IGLESIA y no una asamblea. “Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente á cada uno como quiere. Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también Cristo. Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo, ora Judíos ó Griegos, ora siervos ó libres; y todos hemos bebido de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:11-1311But all these worketh that one and the selfsame Spirit, dividing to every man severally as he will. 12For as the body is one, and hath many members, and all the members of that one body, being many, are one body: so also is Christ. 13For by one Spirit are we all baptized into one body, whether we be Jews or Gentiles, whether we be bond or free; and have been all made to drink into one Spirit. (1 Corinthians 12:11‑13)). El capítulo trata de los dones espirituales y la figura del cuerpo no está empleada en vista de nuestra unión personal con Cristo, por más esencial que sea esta doctrina, sino en vista del Espíritu Santo bajado del cielo. La Iglesia universal no es por consiguiente considerada como hallándose en el cielo, con su cabeza, sino como estando sobre la tierra con sus miembros; todos han sido bautizados por este Espíritu, para ser un solo cuerpo. Los miembros son los dones. Todos son miembros y el Espíritu Santo distribuye a cada uno como Él quiere.
¿En dónde se ejercen estos dones, y a quiénes ellos pertenecen? Ellos operan en la tierra, es esto muy evidente; no hay evangelización en el cielo, ni tampoco curaciones de enfermos. Luego, no pertenecen a una asamblea particular, sino a la Asamblea. “Y á unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero doctores; luego facultades; luego dones de sanidades ... ” (1 Corintios 12:2828And God hath set some in the church, first apostles, secondarily prophets, thirdly teachers, after that miracles, then gifts of healings, helps, governments, diversities of tongues. (1 Corinthians 12:28)). Nada puede ser más claro, ni más positivo que esto: estos dones obran en la tierra; ellos están colocados en la Asamblea; ellos no eran ni siquiera todos ejercidos en una asamblea, porque sucedía que había apóstoles que predicaban al mundo. Los milagros y las curaciones podían tener lugar en el mundo, pero eran miembros del cuerpo que obraban; mas estaban puestos en la Asamblea. Este capítulo nos hace ver de la manera más clara que, entretanto que la Escritura reconoce positivamente asambleas locales, de las que hemos ya considerado las responsabilidades y los actos, el Espíritu Santo está considerado como formando una Asamblea sobre la tierra, y obrando únicamente sobre la tierra —con exclusión de lo que hará en el cielo— como resulta evidentemente del ejercicio de los dones y de su natura. Si Apolos enseñaba en Éfeso, enseñaba también cuando iba a Corinto. Él era un cristiano, y por esto mismo pertenecía necesariamente a la asamblea de los cristianos de Corinto, porque ella era la asamblea de los cristianos que se hallaban allí. Esto no dificulta la disciplina, mas la hace valedera para toda la Asamblea de Dios.
Hallo la misma verdad en la epístola a los Efesios, más especialmente destinada a instruir los cristianos de los privilegios los más elevados que pertenecen a los santos individualmente, o a la Iglesia. “Vosotros también sois juntamente edificados, para morada de Dios en Espíritu” (Efesios 2:2222In whom ye also are builded together for an habitation of God through the Spirit. (Ephesians 2:22)): es decir, que judíos y gentiles eran reconciliados en un solo cuerpo a Dios por la cruz. Este cuerpo crecía hasta su plena estatura, mas había sobre la tierra una habitación de Dios por el Espíritu Santo. Aquí el punto capital es la unidad: un solo cuerpo, un solo Espíritu, una sola esperanza. ¿Pero, en dónde esto se halla? Sobre la tierra. Los dones son dados a cada uno según la medida del don de Cristo. Después de subir a lo alto, Cristo ha dado dones a los hombres: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, hasta que todos lleguemos, etc.
El estado celestial y futuro se halla, pues, todavía excluido. No obstante debemos guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, hay un Cuerpo y un Espíritu. La Cabeza, habiendo subido arriba, ha dado dones, mas no a una iglesia particular. Los Apóstoles y los evangelistas ejercían sus ministerios en el mundo, los primeros en parte, y los últimos exclusivamente, y los apóstoles evidentemente no pertenecían como tales a ninguna asamblea particular. La idea que uno es miembro de una asamblea es enteramente desconocida en la Escritura. Esta palabra, “miembro” es una figura que hace alusión al cuerpo humano. Somos comparados a un cuerpo, pero este cuerpo es el cuerpo de Cristo; una asamblea no es su cuerpo, aun cuando pueda ser la representación local de él. Se dice: “La iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que hinche todas las cosas en todos” (Efesios 1:22-2322And hath put all things under his feet, and gave him to be the head over all things to the church, 23Which is his body, the fulness of him that filleth all in all. (Ephesians 1:22‑23)).
Por cierto, soy el último en negar la existencia de la confusión que había sido predicha. Esta confusión hace sentir doblemente la consolación de la promesa: “Donde están dos ó tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mateo 18:2020For where two or three are gathered together in my name, there am I in the midst of them. (Matthew 18:20)). Pero todas las veces que la unidad del cuerpo sobre la tierra no es reconocida, es cuestión únicamente de una simple asociación voluntaria, que se rige a sí misma. Estos no pueden tomar las Escrituras por su guía; han empezado por negarlas en el mismo punto que fundan su propia posición. “Vosotros labranza de Dios sois, edificio de Dios sois” (1 Corintios 3:99For we are laborers together with God: ye are God's husbandry, ye are God's building. (1 Corinthians 3:9)). ¡Ay! madera, hojarasca, heno han sido edificados sobre el fundamento; se han deslizado hombres perversos, y han entrado lobos; las ordenanzas y el legalismo han corrompido la Cristiandad; mas todo esto no altera en lo más mínimo la verdad de Dios. Dios lo ha previsto todo y ha proveído en Su Palabra, a la conducta a seguir de la obediencia, y de la gracia que le es precisa. Cuando negamos una verdad bíblica, puede que seamos cristianos sinceros y que obremos así por prejuicio y por ignorancia, pero nos privamos de la bendición y del carácter de santificación inherente a la verdad. De igual manera, cuando la unidad de la Asamblea sobre la tierra es negada, las bendiciones que dependen de ella son perdidas, en lo que se refiere a nuestro bien personal. Estos beneficios no son otra cosa que la acción del Espíritu Santo sobre la tierra, uniéndonos a Cristo como miembros Suyos, y obrando como quiere en los miembros aquí abajo. Negar que la asamblea sea manchada cuando tolera el mal en su seno, negar la unidad del cuerpo en la tierra por la presencia del Espíritu Santo, es destruir toda la responsabilidad de la asamblea, y toda la bendición del Espíritu; y es, en todos los puntos indicados, anular la Palabra de Dios.