Destaquemos sin embargo —y este es un punto muy importante— que Dios no atribuye la detención del trabajo al mandamiento del rey, aunque este haya determinado esto, y cedido a las peticiones que le habían sido dirigidas para que detuviese a los Israelitas. De hecho estos detuvieron la obra antes de la orden del rey. Fue su falta de fe, no la autoridad del rey, lo que hizo cesar el trabajo: y queridos amigos ¿No sucede así también hoy? La detención de la bendición entre el pueblo de Dios no es nunca la obra del enemigo desde el exterior, sino que esto proviene de la falta de fe, por lo tanto, de la falta de fidelidad interior. Es de gran importancia que recordemos esto, porque comúnmente atribuimos esto a nuestras circunstancias. En el caso que nos ocupa, eran los judíos los que fallaban. Dios habría estado con ellos si su fe hubiese mirado y se hubiese apoyado en Él y les habría permitido proseguir el trabajo. Pero ellos estaban demasiado ocupados de lo que se decía y hacia alrededor de ellos. En vez de mirar a Dios para perseverar en la buena partida que han tenido al establecer el altar sobre su base, en vez de clamar a Dios, escucharon al adversario y detuvieron la obra. Entonces solamente el enemigo logró obtener la orden del rey para sellar lo que ya había sucedido (capítulo 4:23).