La resurrección de Jesucristo

By:
Narrator: Luiz Genthree
Duration: 4min
Listen from:
Simon Greenleaf
[Traducido de “An Examination of the Testimony of the Four Evangelists by the Rules of Evidente Administered in the Courts of Justice”, “Un examen del testimonio de los cuatro evangelistas según las reglas de evidencia administradas en las cortes de justicia”, escrito por Simon Greenleaf, 1847]
Las grandes verdades declaradas por los apóstoles eran que Cristo había resucitado de los muertos, y que solamente por medio del arrepentimiento del pecado, y la fe en Él, podían los hombres obtener la salvación. A una voz ellos afirmaron esta doctrina, por todas partes, no sólo bajo las más grandes dificultades, sino también en faz de la más tremenda oposición... Su Maestro había muerto como un malhechor, bajo la sentencia de un tribunal público. Su doctrina procuraba derrotar todas las religiones del mundo entero. Las leyes de todos los países estaban opuestas a las enseñanzas de Sus discípulos, y en su contra también estaban los intereses y las pasiones de los reyes y grandes hombres del mundo. La corriente del mundo estaba en su contra. Propagando esta nueva fe, aun en la manera más inofensiva y pacífica, ellos no podían esperar nada, sino solamente desprecio, oposición, maldiciones, persecuciones, latigazos, encarcelamientos, tormentos y muerte cruel.
No obstante propagaron celosamente esta fe; y soportaron todas estas miserias sin desmayar; más, regocijándose. Mientras uno tras otro fue muerto miserablemente, los sobrevivientes prosiguieron su labor con acrecentado vigor y resolución. Los anales de guerra militar apenas presentan un ejemplo de tan heroica perseverancia, paciencia y coraje indomable.
Ellos tenían motivos suficientes para repasar cuidadosamente los fundamentos de su fe, y las evidencias de los grandes hechos y verdades que afirmaron; y estos motivos les presionaban con frecuencia aterradora. Por lo tanto era imposible que ellos persistieran en afirmar las verdades que habían narrado, si Jesús no hubiera resucitado antes de los muertos, y si ellos no hubieran conocido este hecho con la misma certidumbre con la cual conocían cualquier otro hecho. Si hubiera sido moralmente posible el engañarse en este asunto, todo motivo humano habría operado para inducirles a descubrir y dejar su error. El haber persistido en la propagación de una mentira tan reprensible, después de haberla reconocido, hubiera sido no sólo soportar durante toda su vida mortal todos los males que el hombre podría recibir, sino también sentir las agonías personales de culpabilidad consciente; sin esperanza alguna de paz venidera, sin testimonio de una buena conciencia, sin expectativa de honra y estima entre los hombres, sin esperanza de felicidad en esta vida, ni en la venidera.
Además tal conducta de parte de los apóstoles hubiera sido irreconciliable con el hecho de que poseían las características hereditarias de nuestra naturaleza humana. Sin embargo sus vidas demostraban que eran hombres semejantes a otros de nuestra raza; influenciados por los mismos motivos, animados por las mismas esperanzas, conmovidos por los mismos goces, abatidos por las mismas tristezas, agitados por los mismos temores, y sujetos a las mismas pasiones, tentaciones y enfermedades. Y sus escritos muestran que eran hombres de inteligencia vigorosa. Ahora bien, si su testimonio no era verdadero, no existía ningún motivo posible para inventar los acontecimientos que narran en los evangelios.